30
noviembre

José B. Adolph - "El anti-bestseller"

Posted by La mujer Quijote in ,

Autor (novelista, cuentista, autor teatral, poeta y periodista) peruano de origen alemán. Aunque suele ser tenido por un autor de ciencia ficción, la verdad es que su obra es mucho más que amplia y variada. Sus trabajos son irreverentes, inesperados. No se tomaba muy en serio a sí mismo (eso dijo en varias entrevistas) lo que le permitió acercarse al mundo con humor e ironía.

¿Cómo era la canción de los Beatles?
¿All you need is love?
¿Es cierto? ¿Todo lo que se necesita es amor?
Uno quisiera creerlo, sobre todo cuando está enamorado y los fantasmas acechan.
Fantasmas ectoplasmáticos pero otros, menos gaseosos, también.
¿Qué destruyó al amor de Romeo y Julieta y a ellos mismos?
La guerra entre Capuletos y Montescos, se dirá.
O el mundo. O la envidia de los emocionalmente estériles. O la represión.
O la buena suerte.
¿Cómo?
¿La buena suerte?
Sí, la buena suerte.
Olvidemos a Shakespeare, ese magnífico autor de bestsellers. Apliquemos simplemente una pizca de experiencia no-literaria y otra pizca de sentido común.
Con experiencia y sentido común no se fabrican bestsellers, ni los buenos ni los malos. No se fabrican con realidades ni con sueños desmesurados. Los bestsellers se fabrican con deseos modestos. Con sueños ocultos, vergonzosos y frustrados.
He aquí algunos:
El amor eterno. La fortuna bien o mal obtenida pero bien aplicada. La superación individual de barreras como la raza, la clase, la religión o la familia hostil.
La casita en Canadá. La victoria del bien. La derrota del mal.
Cambiemos el nombre de Romeo por el mío y el de Julieta por el tuyo.
No tenemos catorce años ni vivimos en Verona.
Tenemos, respectivamente, treinta y ocho y veintinueve ¿okey?
Okey.
Vivimos en Lima, Perú, ¿okey?
Okey.
No hubo familias opositoras, ni guerras o revoluciones que nos separaran como al Dr. Zhivago y a su noviecita. Yo no era ni soy pobre. Tú tampoco. Y no somos obscena y peligrosamente ricos. Nada nos separa; nada nos exige sacrificios.
Tampoco apareció, como caído del cielo o subido del infierno «el otro» o «la otra». Ninguna penosa y destructiva enfermedad interfiere. Es imposible que algún terrible día descubramos, como en una telenovela clásica, que en realidad somos hermanos: nacimos en continentes diferentes.
No hay espada de Damocles alguna sobre nuestras cabezas.
Somos una versión olvidable de Romeo y Julieta.
No tuvimos suerte.
En vez de morir continuamos. Nos casamos. Fuimos felices. Hemos sido bendecidos, como suele decirse, con un par de hijos lindos e inteligentes. Nuestros suegros y suegras nos aman. Nuestros amigos nos envidian. Nos llaman la pareja perfecta.
Entonces:
¿Por qué nos odiamos, después de aburrirnos y antes de separarnos o asesinarnos?
¿Dónde falla la vida y dónde la literatura?
Shakespeare fue inteligente. Los mató a tiempo.
Una muerte espectacular, sangrienta, teatral.
Ningún lento gotear de los años.
Nada de «buenos días» por encima del periódico del desayuno.
Sin el «¿y?» de los minutos sobreextendidos. Sin los chistes repetidos y la nostalgia rutinaria. Sin empujar el coche de los gemelos ni, después, el de los nietos insoportables. Sin el «ya lo sé» del almuerzo.
¿Imaginas a Romeo y Julieta vagando por el parque, entre escatológicas palomas, desesperados por una banca? ¿Sacando por turnos la basura? ¿Buscando los guantes de goma para lavar los platos?
¿Dónde quedó el bestseller, dónde la tierra prometida?
¿All you need is love?

29
noviembre

Ramón Gómez de la Serna - "Metamorfosis"

Posted by La mujer Quijote in ,

No era brusco Gazel, pero decía cosas violentas e inesperadas en el idilio silencioso con Esperanza. Aquella tarde había trabajado mucho y estaba nervioso, deseoso de decir alguna gran frase que cubriese a su mujer asustándola un poco. Gazel, sin levantar la vista de su trabajo, le dijo de pronto:
—!Te voy a clavar con un alfiler como a una mariposa!
Esperanza no contesto nada, pero cuando Gazel volvió la cabeza vió como por la ventana abierta desaparecía una mariposa que se achicaba a lo lejos, mientras se agrandaba la sombra en el fondo de la habitación.

27
noviembre

Oscar Wilde - "El ruiseñor y la rosa"

Posted by La mujer Quijote in

Después de tanto surrealismo, modernismo, realismo, realismo soviético, etc., hoy le toca el turno a Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde. Ensayista, novelista, poeta, autor teatral y cuentista irlandés. En el prólogo de "El retrato de Dorian Gray" deja clara su concepcion del arte, una concepción que lo encuadra dentro del esteticismo y del decadentismo. Este cuento es uno de los cuentos de hadas que escribió para sus hijos y que se ha convertido en un clásico.

-“Ha dicho que bailaría conmigo si le llevo rosas rojas” -exclamaba desolado el joven estudiante-. “Pero no hay ni una sola rosa roja en todo mi jardín.”
En el encino, desde su nido, oyóle el ruiseñor, y le miró a través del follaje.
“¡Ni una sola rosa roja en todo mi jardín!” -seguía lamentándose, y sus bellos ojos se llenaron de lágrimas- “¡Ah!, ¡de qué., cosas tan pequeñas depende la felicidad! Yo he leído todo lo escrito por los sabios, conozco todos los secretos de la filosofía. Y ahora, por la posesión de una rosa roja, siento mi vida destrozada.”
“He aquí, al fin, un verdadero enamorado” -dijo el ruiseñor-. “Noche tras noche he cantado para él, a pesar de no conocerle: Noche tras noche lo he descrito a las estrellas, y ahora le contemplo. Su cabello es oscuro como la flor del jacinto, y sus labios rojos como la rosa que desea encontrar; pero su ansiedad ha tornado su faz tan pálida como el marfil; y la tristeza le ha dejado su sello en la frente.”
-“El Príncipe da un baile mañana en la noche” -murmuró el joven estudiante-. “Y mi amada formará parte del cortejo. Si le obsequio una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré entre mis brazos, y su cabeza descansará sobre mi hombro, y su mano será aprisionada por la mía. Pero no hay ninguna rosa roja en mi jardín; me sentaré solo y ella pasará ante mí, no me hará caso, y sentiré desgarrarse mi corazón.”
-“Aquí, sin lugar a dudas, está el perfecto enamorado” -dijo de nuevo el ruiseñor-. “Lo que yo canto, para él es sufrimiento; lo que para mí es alegría, para él es dolor. Ciertamente el amor es algo maravilloso. Es más valioso que las esmeraldas, y más precioso que los finos ópalos. Ni las perlas ni los granates pueden comprarle, porque no está venal en los mercados. No puede adquirirse con los traficantes, ni pesarse en una balanza como el oro.”
-“Los músicos estarán en su estrado” -decía el estudiante-, “tocando sus instrumentos de cuerda, y mi amada bailará al acompañamiento de arpa y violín. Bailará en forma tan sublime, que sus pies no tocarán el suelo, y los cortesanos con sus vistosos trajes formarán rueda alrededor de ella, pero no bailará conmigo, porque no poseo una rosa roja para brindársela”. -Y se dejó caer sobre la hierba, y ocultando su cara entre las manos, lloró.
-“¿Por qué llora?” -preguntó una pequeña lagartija verde, pasando con su cola levantada junto al ruiseñor.
-“De veras, ¿por qué?” -dijo una mariposa que revoloteaba en un rayo de sol.
-“Es cierto, ¿por qué?” -susurró en voz baja y melodiosa, una margarita a su vecina.
-“Llora por una rosa roja” -dijo el ruiseñor.
-“¿Por una rosa roja?” -exclamaron todos- “¡Qué tontería!” Y la lagartija, que era algo cínica, se echó a reír.
Pero el ruiseñor conocía el secreto de la pena del estudiante, y permanecía silencioso, posado en el encino, y reflexionando sobre el misterio del amor. De pronto, extendiendo sus alas oscuras para volar, se remontó en el aire. Pasó a través de la arboleda como una sombra, y como una sombra cruzó el jardín.
En el centro del parterre se erguía un rosal precioso, y al vislumbrarlo, voló hacia él en seguida.
-“Dame una rosa roja” -dijo suplicante- “y te cantaré la más dulce de mis canciones”.
Pero el rosal sacudió su cabeza.
-“Mis rosas son blancas” -contestó-. “Tan blancas como la espuma del mar, y más blancas que la nieve en la cumbre de las montañas. Pero ve a mi hermano que crece alrededor del reloj de sol, y quizá pueda darte lo que quieres.”
Entonces el ruiseñor voló sobre el rosal que crecía alrededor del reloj de sol.
-“Dame una rosa roja” -imploraba- “y te cantaré la más dulce de mis canciones”.
Pero el rosal sacudió su cabeza. –“Mis rosas son amarillas” -respondió-. “Tan amarillas como el cabello de la sirena que reposa en un trono de ámbar, y más amarillas que el narciso que florea en los prados, antes de que el segador llegue con su hoz. Pero ve con mi hermano que crece bajo la ventana del estudiante, y quizá pueda darte lo que deseas.”
Entonces el ruiseñor voló sobre el rosal que crecía bajo la ventana del estudiante.
-“Dame una rosa roja” -dijo- “y te cantaré la más dulce de mis canciones”.
Pero el rosal sacudió la cabeza. –“Mis rosas son rojas, tan rojas como la pata de la paloma; y más rojas que los hermosos abanicos de coral que se mecen y mecen, en las profundas cavernas del océano. Pero el invierno ha helado mis venas, y la escarcha ha quemado mis capullos, y la tormenta ha quebrado mis ramas, y no tendré rosas en todo el año.”
Y el ruiseñor insistía:
-“Una sola rosa roja es lo que necesito. ¡Sólo una rosa roja! ¿No existe algún medio por el cual pueda conseguirla?”
-”Hay una forma en que podrías conseguirla” -contestó el rosal-. “Pero es tan terrible, que no me atrevo a decírtelo.”
-“Dímelo” -dijo el ruiseñor-. “No tengo miedo.”
-“Si quieres una rosa roja, la tendrás que formar con música a la luz de la luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Tendrás que cantarme con tu pecho apoyado contra una espina. Toda la noche deberás cantarme, y la espina rasgará tu corazón, y la vida de tu sangre correrá por mis venas, y será mía.”
-“La vida es un precio muy elevado por una rosa roja” -dije el ruiseñor- “y la vida nos es a todos muy querida. Es agradable posarse en los árboles del bosque, contemplar el sol en su carroza de oro, y la luna en su carroza de nácar. Es dulce el aroma del espino blanco, y dulces son las campánulas azules que se ocultan en los valles, y el brezo que se esparce en las colinas. Sin embargo, el amor es mejor que la vida, y... ¿qué es el corazón de un pájaro, comparado con el corazón de un hombre?”
Entonces extendió sus oscuras alas para volar, y se remontó en el aire. Se deslizó sobre el jardín, como una sombra, y como una sombra cruzó el bosque.
El joven estudiante permanecía tendido sobre la hierba en el mismo lugar donde le había dejado; y las lágrimas no desaparecían aún de sus hermosos ojos.
-“Alégrate!” -gritó el ruiseñor- “¡alégrate!, ¡vas a conseguir tu rosa roja! La voy a crear con música, a la luz de la luna, y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Todo lo que pido de ti, en recompensa, es que seas un enamorado perfecto, porque el Amor es más sabio que la Filosofía, aunque ella sea sabia; y más fuerte que la fuerza, aunque ella sea fuerte. Sus alas tienen el color del fuego, y el fuego ilumina su cuerpo. Sus labios son dulces como la miel, y su aliento es como el incienso.
El estudiante mirando hacia arriba escuchó. Pero no pudo entender la confidencia del ruiseñor, pues sólo le era posible comprender las cosas que estaban escritas en los libros.
Pero el encino, dándose cuenta de todo, se sintió triste; porque quería mucho al ruiseñor que había hecho su nido entre sus ramas.
-“Cántame una última canción” -murmuró-, “me voy a sentir muy solo cuando te vayas”.
Entonces el ruiseñor cantó para el encino, y su canto era fluido como agua cristalina, vertida de un ánfora de plata.
Al terminar su canción, pudo ver que el estudiante se levantaba, sacando al mismo tiempo de su bolsillo, un cuaderno y un lápiz.
-“El ruiseñor es hermoso” -se decía mientras caminaba por el bosque- “no puede negársele; pero, ¿posee sentimientos? Creo que no. En realidad, es igual a la mayoría de los artistas; todo en él es estilo y forma, sin sinceridad. No se sacrificaría por otros. No piensa más que en la música, y todo mundo sabe que las artes se caracterizan por su egoísmo. No obstante, hay que reconocer que emite algunas notas preciosas en su canto. ¡Qué lástima que no signifiquen nada, o se conviertan en algo bueno y práctico” -Y entró a su cuarto, y acostándose en un catre desvencijado, y pensando en su amada, después de unos momentos, se había dormido.
Y cuando la luna brillaba alta en los cielos, el ruiseñor voló hacia el rosal apoyando fuertemente su pecho contra la espina. Cantó durante toda la noche con el pecho oprimido sobre la espina; y la luna gélida, como hecha de cristal, se inclinaba hacia la tierra para escucharle. Cantó toda la noche, y la espina iba clavándose más y más honda en su pecho, y la sangre de su vida se escapaba... Primero cantó del amor naciente en el corazón de un joven y una doncella. Y en el retoño más alto del rosal apareció; pétalo tras pétalo, al igual que canción tras canción, una rosa espléndida. Al principio era pálida, como la neblina suspendida sobre el río, imprecisa como los primeros pasos de la mañana, y argentada como las alas de la aurora. Como el reflejo de una rosa en un espejo de plata, como la sombra de una rosa sobre un estanque de agua clara. ¡Así era la rosa que brotó en el retoño más alto del rosal!
Pero el rosal le dijo al ruiseñor que apoyase con más fuerza su pecho contra la espina.
-“Oprime más tu pecho contra la espina, ruiseñor” -decía el rosal- “o llegará el día antes de que la rosa esté terminada”.
Entonces el ruiseñor uniendo su pecho con más fuerza a la espina, entonó una melodía cada vez más vibrante; ahora cantaba a la pasión naciente en el seno de un joven y una doncella. Y un delicado rubor iba cubriendo los pétalos de la rosa, igual al rubor que sube a la cara del novio cuando besa los labios de su desposada. Pero la espina aún no había llegado a su corazón, así que la corola de la rosa permanecía blanca, porque solamente la sangre del corazón de un ruiseñor puede encender el corazón de una rosa.
Y el rosal decía al ruiseñor:
-“Oprime más, pequeño ruiseñor; o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.”
Entonces el ruiseñor uniendo con todas sus fuerzas su pequeño pecho contra la espina, hizo que ésta hiriese su corazón, y el cruel espasmo del dolor le atravesó.
Terrible, terrible era el dolor mientras el canto crecía alocado, más cantal a sonoro, porque ahora cantaba del amor perfeccionado por la muerte; del amor que no termina en la tumba.
Y la rosa magnífica se tornó roja, como las rosas de Oriente. Rojos eran los pétalos que la circundaban, y rojo como el rubí era su corazón. Pero la voz del ruiseñor iba apagándose, y sus alas comenzaron a vibrar, y un velo le cubrió los ojos. Su canto era cada vez más débil, algo estrangulaba su garganta. Entonces lanzó un último trino musical. La pálida luna al oírlo, olvidándose de la aurora, estuvo vagando por los cielos. La rosa roja al escucharlo se estremeció en éxtasis, desplegando sus pétalos al aire fresco del amanecer. El eco lo fue llevando hasta la caverna oscura de las colinas, y despertó de sus sueños a los pastores. Fue flotando entre los cañaverales del río, y ellos hicieron llegar su mensaje al mar.
-“¡Mira, mira!” -gritó el rosal- “Ya está terminada la rosa.” Pero el ruiseñor ya no podía contestar. Estaba muerto sobre la crecida hierba, con una espina clavada en el corazón.
Y al mediodía el estudiante, abriendo su ventana, miró afuera. ¡Cómo... qué suerte maravillosa!” -exclamó-. “¡Hay una rosa roja! ¡Nunca había visto rosa como ésta en toda mi vida! ¡Es tan hermosa que seguramente tiene un nombre latino muy largo!” -E inclinándose la cortó.
En seguida, poniéndose el sombrero, fue corriendo a casa del profesor, con la rosa en la mano.
La hija del profesor estaba sentada en el umbral de su casa devanando seda azul en la rueca y su perro descansaba a sus pies.
-“Me dijiste que bailarías conmigo, si te obsequiaba una rosa roja” - dijo el estudiante-. “Aquí tienes la rosa más roja de todo el mundo. La lucirás está noche junto a tu corazón, y mientras bailamos juntos, ella te dirá lo mucho que te amo.”
Pero la muchacha hizo un gesto desdeñoso.
-“Temo que no va a hacer juego con mi vestido, y además el sobrino del chambelán me ha obsequiado unas joyas finísimas, y todo el mundo sabe que las joyas valen más que las flores.
-“En verdad, eres una ingrata” -dijo furioso el estudiante.
Y tiró la rosa al arroyo, y un pesado carromato la deshizo.
-“¿Ingrata...?, debo confesarte que me pareces un mal educado. Después de todo; ¿quién eres tú? Nada más un estudiante. Creo que ni tienes hebillas de plata en tus zapatos, como las tiene el sobrino del chambelán.”
Y levantándose de la silla, entró en la casa.
-“¡Qué cosa más tonta es el amor!” -dijo el estudiante alejándose-. “No tiene la mitad de utilidad que tiene la Lógica; porque no demuestra nada, y siempre nos habla de lo irrealizable, y nos hace creer en cosas que no existen. Verdaderamente es un sentimiento impráctico; y como en estos tiempos el ser práctico lo es todo, volveré a la Filosofía, y estudiaré Metafísica.”
Así pues, regresó a su cuarto, y tomando en sus manos un gran libro polvoriento, comenzó a leer.

25
noviembre

Boris Pilniak - "El milenio"

Posted by La mujer Quijote in ,

Su nombre real fue Boris Andréievich Vogau. Fue un renovador y algunos lo colocan por encima de Bulgakov o Babel. En sus obras ofreció una imagen apocalíptica de la Revolución rusa. Reflejó también, como hicieran Zóschenko y otros, el conflicto entre la adhesión a la causa revolucionaria y su nueva forma de vida y el apego del pueblo ruso a sus tradiciones. Como ocurriera con muchos, eso no gustó nada al poder y murió asesinado durante las purgas.


...Y deja que los muertos entierren a sus muertos.
San Matías

El hermano llegó tarde y esa misma noche habló con Viliachov. Konstantin entró con el kepí en la mano, la casaca abotonada hasta el cuello; alto, delgado. No encendieron las velas. Hablaron poco. Konstantin salió enseguida.
—Murió en silencio, tranquilamente. Creía en Dios. ¡Imposible que pudiera romper con el pasado! A su alrededor hambre, escorbuto, tifo... Los hombres: fieras. ¡Qué tristeza! Ya lo ves, vivo en una isba. Nos quitaron la casa. Ahora es de otros, ¡tan extranjeros se sienten ellos como nosotros!
Konstantin dijo breve y tranquilamente:
—Quedábamos tres en el mundo, yo, tú y Natalia. ¡Se acabó! Vine a pie de la estación; hice parte del viaje en un furgón de cerdos. ¡Y no llegué a tiempo para los funerales!
—Ayer la enterramos. Ella sabía que iba a morir. Por ningún precio habría aceptado marcharse de aquí.
—¡Ideas de solterona! Todo aquí se marchita.
Y Konstantin salió sin desperdirse. El joven Viliachov volvió a ver otra vez a su hermano, también en esa ocasión de noche; habían caminado durante todo el día, cada quien por su lado, por entre valles desolados. No tenían nada que decirse.
El amanecer había sido amarillo. En aquella claridad, Viliachov descubrió un águila real que acuclillada sobre un pequeño túmulo desgarraba a una paloma. Al ver a Viliachov, el águila voló hacia el cielo desierto, hacia el oriente, emitiendo un grito solitario, ronco, sobre los campos de primavera. Ese grito solitario y angustioso le iba a quedar grabado durante mucho tiempo en la memoria.
Desde lo alto de la colina, a unas diez verstas del túmulo, era posible ver los alrededores: prados, bosques, pueblos, blancos campanarios de pequeñas iglesias. Sobre los prados surgía el sol rojo tras una trémula neblina rojiza.
Era la primavera; el cielo se curvaba sobre la tierra como una cúpula azul; soplaba un vientecillo fragante, perturbador como la duermevela. La tierra estaba hinchada y respiraba como un monstruo silvestre. Revoloteo de pájaros por la noche, graznidos de cigüeñas al amanecer en derredor del túmulo, gritos que producían la impresión del vidrio: transparentes, desolados...
La primavera llegaba, lozana, promisoria, y, sobre todo, necesaria. Sobre la tierra primaveral se oía el redoble de las campanas; en los pueblos e isbas: tifo, hambre, muerte. Igual que en el pasado en las isbas no había lámparas; como quinientos años atrás el viento dispersaba el hedor a paja podrida de los techos cuando al llegar la primavera los campesinos la quitaban, la llevaban a los bosques, al oriente, hacia el lado donde vivían los chuvaches. En cada isba se albergaba la muerte; cada isba igual que quinientos años atrás estaba iluminada por una fogata; en cada isba yacían abajo de los iconos sagrados los moribundos, los cuales entregaban su alma al creador tal como habían vivido: con tranquila y cruel sabiduría. En cada isba habitaba el hambre. Los vivos llevaban a los muertos a las iglesias, y las campanas doblaban sin cesar esa primavera. Los vivos iban por los campos que rodeaban los pueblos en procesión con la cruz, excavaban fosas, consagraban los surcos con agua bendita, elevaban plegarias para obtener pan y escapar de la muerte, mientras el aire de primavera transportaba el eco de las campanas. Sin embargo, a la hora del crepúsculo se oía el canto de las doncellas: las jóvenes llegaban al anochecer hasta el túmulo, ataviadas con sus vestidos de colores hilados en casa, y cantaban canciones antiguas, porque había comenzado la primavera y para ellas llegaba la hora de la reproducción. Los mozos se habían marchado a una guerra feroz y sin cuartel, a los frentes de Uralsk, de Ufa, de Arkangelsk... Cuando esa primavera terminara sólo los viejos trabajarían la tierra.
Viliachov, el príncipe Viliachov, cuyo linaje se remontaba a la época del Monomaco, miraba con tristeza hacia el infinito desde lo alto de la colina, como un héroe legendario.
No le era posible pensar; en él sólo tenía cabida el dolor. Sabía que todo había terminado. Quinientos años antes, tal vez en la misma posición, se había encontrado algún ancestro suyo, con espada y coraza, apoyado en una lanza; seguramente los bigotes de ese antepasado habrían sido parecidos a los de su hermano Konstantin. Ante aquel antepasado se extendía el futuro entero. Su hermana Natalia había muerto de tifo; sabía que iba a morir, había invocado la muerte. Ni Konstantin ni él ni Natalia eran ya necesarios. Su nido había sido destruido; nido de rapaces. Rapaces eran los hombres. Los Viliachov poseían un gran poder, y el poder les había arrebatado su poder.
Del túmulo, Viliachov se dirigió hacia el Oka, a diez verstas de distancia. Vagó durante todo el día, pasó por campos y valles desolados —robusto, de espaldas y hombros poderosos y una barba que le llegaba a la cintura—, ¡un señor de otra época! En los barrancos había aún nieve. Por los desfiladeros corrían los arroyos que formaban el deshielo. La tierra henchida de humores se pegaba a las botas. El cielo era dulce, amplio, primaveral. El Oka corría con espacioso cauce. Sobre el río soplaba el viento, y el viento arrastraba consigo un torpor somnoliento semejante al de una joven rusa que aún no conociera la pasión y tuviera deseos de tenderse a estirar los músculos: en Viliachov había tristeza, nostalgia de lo lejano, los ríos les fascinan, como si fueran avenidas espaciosas trazadas hacia lugares desconocidos: la sangre de sus progenitores está aún viva en ellos.
Viliachov se tendió en el suelo, apoyó la cabeza sobre las manos y permaneció inmóvil. La colina sobre el Oka era una colina desnuda; el viento ceñía todas las cosas con su aliento acariciador y silencioso. Cantaban las alondras. A derecha y izquierda, al frente, piaban los pájaros; el aire de primavera se llevaba los sonidos, los expulsaba; además, del río emanaba un silencio severo; sólo hacia el crepúsculo lloraba sobre sus aguas el tañido de las campanas de la otra orilla, propagándose por muchas verstas. Viliachov permaneció tendido largo rato, triste, inmóvil: un héroe melancólico... Después se puso de pie, se irguió y volvió a emprender la marcha. El viento le acariciaba la barba.
Viliachov encontró a su hermano junto al túmulo. El cielo de la tarde se había vuelto de plomo, los abedules y los abetos al pie del túmulo eran transparentes y solemnes. Durante algunos minutos el mundo entero fue de color amarillo, como los nenúfares de los pantanos, después se volvió verde para azulearse un instante más tarde y rápidamente llegar a la intensidad del añil. El poniente se confundió en una franja color lila; por el valle se deslizó la niebla, chillaron los gansos, volando al ras del suelo, un alcaraván emitió un largo lamento, y sobrevino el silencio nocturno de primavera, ese silencio que recoge todos los sonidos para fundirlos en un solo sumbido insomne, como por otra parte lo hace la misma primavera.
El hermano, el príncipe Konstantin, se encaminó directamente al pequeño túmulo, el kepí puesto, vestido con su abrigo inglés, el cuello levantado y el bastón de paseo bajo el brazo. Al acercarse encendió un cigarrillo: la media luz iluminó su nariz aquilina y la frente huesuda; sus ojos grises brillaron con la frialdad y la calma que caracterizan a noviembre.
—Igual que los pájaros, el hombre en primavera se siente atraído por otros lugares. ¿Cómo murió Natalia?
—Murió al alba sin perder la conciencia. Había vivido, en cambio, como inconsciente, odiaba, maldecía...
—Mira a nuestro alrededor —Konstantin calló por un momento—. Mañana es la Anunciación. Ya lo había yo pensado. ¡Mira!
El túmulo se erguía como una mancha negra; una planta de absintio apenas hacía ruido al ser agitada por el viento; de la tierra, entre borborigmos, se liberaba un efluvio, casi un gas terrestre. Era el olor de la descomposición.
Detrás del pequeño túmulo el cielo se oscureció, el valle desierto parecía ilimitado. El aire se volvió húmedo, frío. En otras épocas había existido en aquel valle un bosque impenetrable.
—¿Oyes?
—¿Qué?
—El lamento de la tierra...
—Sí, se despierta. ¡La primavera! ¡La alegría de la tierra!
—No, no, su tristeza... ¿No sientes el olor a podredumbre? Mañana es la Anunciación, una gran fiesta. Lo había pensado. Mira a tu alrededor. Los hombres han arruinado la región: son unos salvajes. ¡Muerte, hambre, barbarie! A los hombres los ha vuelto locos el terror y la sangre. Los hombres creen aún en Dios, sepultan a los muertos en vez de quemarlos, son todavía idólatras. Creen en los trasgos, las brujas, y en el diablo y en Dios. Ahuyentan la epidemia de tifo sacando la cruz en procesión. En el tren no me atreví a sentarme para no contagiarme. Los hombres sólo piensan en el pan. Durante el viaje quería dormir, pero de mis ojos no se apartaba la figura de una mujer con un sombrero ridículo que, con los labios empapados de saliva, decía que iba a casa de su hermana a beber la "lechecita". Yo sentía náuseas; no decía pan, carne, leche, sino "panecito", "carnecita", "lechecita". "¡Oh, querida mantequilla, cómo te voy a devorar!" ¡Algo feroz!... Los hombres se han vuelto fieras; se trata de una ferocidad universal... Recuerda la historia de todos los tiempos y de todos los pueblos: desastres, saqueos, pillaje, imbecilidad, supersticiones, antropofagia... No hace mucho aún, durante la guerra de treinta años, hubo en Europa casos frecuentes de antropofagia, la carne humana se cocinaba y se comía. ¡Libertad, igualdad, fraternidad! Si es necesario imponer la fraternidad a golpes de fusil... quiere decir que no se puede hacer nada mejor... Me siento solo, hermano, desalentado y solo. ¿Qué diferencia hay entre el hombre y las fieras?
Konstantin se quitó el kepí. Su pálida frente huesuda adquiría reflejos verduscos en la turbia oscuridad de la noche, las ojeras estaban profundamente cavadas en la piel; a momentos su rostro parecía una calavera; el príncipe volvió la cabeza, miró hacia el poniente y con gesto resuelto frunció la ganchuda nariz; en su rostro surgió algo de pájaro rapaz y cruel. Konstantin extrajo del bolsillo de su abrigo un trozo de pan y se lo tendió a su hermano.
—Come, hermano, tienes hambre.
—Me imagino la escena de esta manera. En el poniente se oscurece lentamente el rojo crepúsculo. En todo el horizonte no hay sino bosques sumidos en el sueño, cenagales, pantanos. En los barrancos y en los bosques aúllan los lobos, chirrían los carros, relinchan los caballos, gritan los hombres... es la tribu salvaje de los rusos que viaja para recaudar sus tributos y que pasa del Oka al Desna y al Soz. El rojo crepúsculo se oscurece lentamente. Sobre la colina ha acampado el príncipe; a la luz roja de ese ocaso está por morir su hijo, el joven príncipe. Se invoca a los dioses; arrojan a las piras a efebos y doncellas; se ahoga a los hombres, sacrificándolos a los dioses del agua; se invoca a Jesús, a Perún y a la Santa Virgen para salvar la vida del príncipe. Pero éste muere a la luz roja de un anochecer de primavera. Mataron entonces a su caballo y a sus mujeres y edificaron este pequeño túmulo. En el campo del príncipe se encontraba un árabe, un árabe ilustrado de nombre lbn-Sadif. Usaba un turbante blanco; era delgado como un dardo, flexible y vibrante como un dardo, oscuro como la pez; su nariz y sus ojos lo hacían parecerse a un águila. Ibn-Sadif había remontado el Volga hasta Kama, en tierra de búlgaros, luego, con los rusos, había llegado a Kiev y a Tsarograd. Ibn-Sadif subió a una colina, posiblemente aquélla; había encendido allí una hoguera; sobre un cepo yacía una doncella desnuda a quien le habían tajado un seno; el fuego le lamía las piernas; a su alrededor se apiñaban hombres ceñudos y bárbaros, con la espada empuñada, mientras un viejo chamán de la Siberia hacía piruetas frente al fuego y gritaba con furia. Ibn-Sadif dio la espalda a la hoguera, se marchó de allí, descendió al pequeño puerto sobre el río. Ya el crepúsculo había terminado, y, nítidas, las estrellas estaban suspendidas en el cielo y con igual nitidez se reflejaban en el agua. El árabe lanzó una mirada a las estrellas del cielo y a las estrellas del agua, igualmente preciosas y diáfanas, y murmuró:
—"¡Qué tristeza, qué tristeza!" Del otro lado del río llegaba el aullido de los lobos. Esa noche la pasó el árabe junto al príncipe. El príncipe hacía los honores del banquete fúnebre. El árabe tendió las manos al cielo: como las alas de un cisne se agitaron las blancas mangas de su túnica, y dijo con voz que recordaba el agudo graznido de un águila:
—"Precisamente esta noche se cumplen mil años del día en que en Nazareth el arcángel le anunció a la Virgen la llegada de vuestro Dios, Jesucristo. ¡Qué tristeza! ¡Mil años! —eso dijo Ibn-Sadif. "Nadie en el campamento sabía qué era la Anunciación, ni tenía noticia del día luminoso en que el ave no entretejió su nido... ¿Has oído, hermano? Tocan las campanas. ¿Oyes ladrar los perros?... Y en la tierra, como antes, hambre, barbarie, muerte, canibalismo. ¡Se me oprime el corazón, hermano!"
Ladraban abajo del túmulo, en los caseríos, los perros. La noche se había vuelto azul y fría. El príncipe Konstantin se acuclilló, apoyándose en el bastón, pero de inmediato se levantó.
—Es ya tarde, hace frío. ¡Vámonos! Se me encoge el corazón. Yo no creo en nada.
Bestias... ¿Qué somos? ¿Qué significan nuestros sentimientos cuando en torno a nosotros todo es barbarie? ¡Qué soledad! ¡Me siento solo, hermano! Ya no le somos útiles a nadie. Nuestros antepasados, no hace mucho, mandaban azotar a los hombres en las cuadras, se hacían llevar a las vírgenes al lecho antes de la noche nupcial... ¡Los maldigo! ¡Bestias!... ¡Ibn-Sadif!... —y el príncipe terminó emitiendo un grito sordo, gutural y salvaje—: ¡Mil años! Me iré a Moscú... posiblemente a pie.
—Konstantin, soy tan fuerte como un oso —dijo en voz baja Viliachov—, no quería sino romper, destrozar, hacer pedazos todo... sin embargo, llegaron y dispusieron de mí como si fuera un niño.
Dejaron atrás el pequeño túmulo. Caminaron por la colina. La tierra, fecunda, hinchada, se mezclaba con el hielo, se prendía al calzado, dificultaba el paso. En la oscuridad chillaron los gansos que se habían ya retirado a dormir. En el prado se veía sólo una niebla azulenca. Entraron al pueblo; el pueblo estaba silencioso, tras una barda ladraba un perro. Caminaron sin hacer ruido.
—En cada casa encuentras tifo y barbarie —dijo Konstantin, y calló, prestando oídos a algo.
Más allá de las isbas, en un callejón del pueblo, las muchachas cantaban el himno religioso de la Anunciación. La música sonaba en aquella noche de primavera de manera solemne, sencilla y sabia. Y tal vez ambos hermanos intuyeron que aquel himno religioso era necesario, como era necesaria la primavera, con sus principios de vida. Permanecieron largo rato en silencio, moviendo apenas los pies ateridos por la humedad. Ambos pensaron que, a pesar de todo, en las venas del hombre corría sangre generosa.
—Es bueno, es triste. Esto no morirá —dijo Viliachov—. Viene de muy lejos, tiene varios siglos detrás.
—Es una maravilla, lo es; extrañamente, pavorosamente hermoso —contestó como un eco el príncipe Konstantin.
Por una esquina aparecieron las jóvenes, vestidas con camisas de vivos colores; pasaron ordenadamente en parejas, con paso lento; cantaban:
¡Santa María,
Madre de Dios!
Bendita eres entre todas las mujeres
El Señor es contigo...
Se sentía el olor de la tierra mojada, fecundada. Las muchachas caminaban con paso lento. Los hermanos permanecieron largo rato en la misma posición, luego siguieron su camino sin emitir palabra. Cantaban los gallos en la medianoche. Detrás de la colina se elevó la última luna anterior a la Pascua, e hizo caer sombras profundas. La isba estaba oscura, húmeda y fría como el día de la muerte de Natalia, cuando tocaron todo el tiempo a la puerta. Los hermanos se retiraron cada uno a una habitación, de prisa, sin decir palabra, sin encender una vela. Konstantin se tendió en la cama de Natalia.
Al amanecer, despertó Viliachov.
—Me voy, adiós. Es el fin... Me voy, me largaré de Rusia, de Europa. A nuestros padres los llamaban los rapaces. Lanzaban sus perros contra los lobos, los hombres, las liebres. ¡Qué tristeza! ¡Ibn-Sadif!
Konstantin encendió una vela y la puso sobre la mesa, atravesó la habitación y en ese momento Viliachov se quedó aterrado: en la pared blanqueada con cal, a través de la luz azul de la mañana, se reflejaba la sombra azul del hermano, tan azul como si hubiera derramado pintura de ese color sobre el muro, y ahí, su hermano, el príncipe Konstantin, apareció como un cadáver.

24
noviembre

José María Eça de Queiroz - "Memorias de una horca"

Posted by La mujer Quijote in ,

Queiroz pasa por ser el más grande novelista portugués. "El primo Basilio" ha sido comparada a "La Regenta" y a "Madame Bovary". Su obra, enmarcada en el realismo, tiene de todo: tragedia, humor, sátira, amor, y los paisajes de Portugal, vistos siempre desde la nostalgia. Su obra más conocida es la novela "El crimen del padre Amaro" por la adaptación cinematográfica que de ella se hizo hace unos años.

De un modo sobrenatural llegó a mí la noticia de la existencia de este papel, donde una pobre horca podrida y negra relataba algunas cosas de su historia. Esta horca procuraba escribir sus trágicas Memorias. Debían ser profundos testimonios sobre la vida. Como árbol, nadie conocía tan bien el misterio de la Naturaleza; como horca, nadie conocía mejor al hombre. Nadie puede ser tan espontáneo y genuino como el hombre que se retuerce al extremo de una cuerda, ¡a no ser ese otro que se le sube a los hombros! Por desgracia, la pobre horca se pudrió y murió.
Entre los apuntes que dejó, los menos completos son estos que transcribo, resumen de sus dolores, vaga apariencia de gritos instintivos. ¡Si ella hubiera podido escribir su vida compleja, llena de sangre y de tristezas! Es hora de que sepamos, por fin, cual es la opinión que la vasta Naturaleza, montes, árboles y aguas, tiene del hombre imperceptible.
Tal vez este sentimiento me lleve algún día a publicar papeles que guardo avaramente y que son las Memorias de un átomo y las Notas de viaje de una raíz de ciprés. Así discurre el fragmento que copio y que es, tan sólo, el prólogo de las Memorias:
«Pertenezco a una antigua estirpe de robles, raza austera y fuerte, que ya en la antigüedad dejaba caer de sus ramas pensamientos para Platón. Era una familia hospitalaria e histórica: ella había dado vida a navíos para la ruta tenebrosa de las Indias, lanzas para los alucinados de las Cruzadas y vigas para los techos sencillos y aromáticos que cobijaron a Savonarola, Spinoza y Lutero. Mi padre, olvidando las altas tradiciones sonoras y su linaje vegetal, tuvo una vida inerte y profana. No respetaba las morales antiguas, ni la ideal tradición religiosa, ni los deberes de la Historia. Era un árbol materialista. Lo habían pervertido los enciclopedistas de la vegetación. ¡Carecía de fe, de alma, de dios! Profesaba la religión del sol, de la savia y del agua. Era el gran libertino de la selva pensante. En verano no bien sentía la fermentación vívida de las savias, cantaba agitándose al sol, cobijaba los grandes conciertos de pájaros bohemios, escupía la lluvia sobre el pueblo encorvado y humilde de las hierbas y de las plantas, y por la noche, en el abrazo de las hiedras lascivas, roncaba bajo el silencio estelar. ¡Cuando llegaba el invierno, con la pasividad animal de un mendigo, alzaba hacia la impasible ironía del azul sus brazos flacos y suplicantes!
»Por eso nosotros, sus hijos, no fuimos felices en la vida vegetal. Uno de mis hermanos fue llevado para convertirse en tablado de payasos; ¡rama contemplativa y romántica, todas las noches iba a ser pisada por la burla, por el escarnio, por la farsa, por el hambre! La otra rama, llena de vida, de sol, de polvo, recia, solitaria de la vida, luchadora contra los vientos y las nieves, fue arrancada de nosotros, ¡para ir a ser cuaderna de una barca! ¡Yo, el más digno de lástima, acabé en horca!
»Desde pequeño fui triste y compasivo. Tenia grandes amistades en la selva. Yo sólo quería el bien, la risa, la sana dilatación de las fibras y de las almas. El rocío que me humedecía de noche lo lanzaba a unas pobres violetas que vivían debajo de nosotros, dulces muchachitas dolientes, melancólicas, condensadas y vivas de la gran alma silenciosa de la vegetación. Cobijaba a todos los pájaros en víspera de temporales. Era yo quien recibía la furia de la lluvia. Venía ella con los cabellos desgreñados, ¡perseguida, mordida, quebrantada por el viento! Le abría mis ramas y mis hojas y la ocultaba allí, al calor de la savia. El viento pasaba, confundido e imbécil. Entonces la pobre lluvia, que lo veía alejarse, silbando lascivo, se dejaba caer en silencio por el tronco, gota a gota, para que el viento no la oyese, ¡e iba, a rastras, entre la hierba, a unirse con su alma madre el Agua! Hice por ese tiempo amistad con un ruiseñor que venía a conversar conmigo durante las largas horas ocupadas de silencio. ¡El pobre ruiseñor abrigaba una pena de amor! Había vivido en un país remoto, donde los noviazgos tienen más lánguidas molicies; allí se enamoró y lloraba conmigo en líricos suspiros. ¡Tan mística fue su pena, que, según me dijeron, el desdichado, impulsado por el dolor y la desesperación, se arrojó al agua! ¡Pobre ruiseñor! ¡Nadie tan amante, tan viudo y tan casto!
»Quería yo proteger a todo ser viviente. Y cuando las mozas campesinas venían a mi pie a llorar, ¡yo alzaba siempre mis ramas, como dedos, para que la pobre alma anegada en lágrimas pudiera ver todos los caminos del cielo!
»¡Nunca más! ¡Nunca más, verde juventud lejana!
»En fin, era obligatorio que yo ingresara en la vida de la realidad. Un día uno de esos hombres metalizados que trafican con la vegetación vino a arrancarme del árbol. No sabía para qué me querían. Me tendieron en un carro y, al caer la noche, los bueyes empezaron a caminar, mientras al lado un hombre cantaba en el silencio de la noche. Yo iba herido, perdía mis fuerzas. Veía las estrellas con sus miradas punzantes y frías. Sentía que me alejaban de la gran selva. Oía el rumor gimiente, indefinido y arrastrado de los árboles. ¡Eran voces amigas que me llamaban!
»Encima de mí volaban aves inmensas. Sentía un desfallecimiento en un torpor vegetal, como si estuviera disipándome en la pasividad de las cosas. Me adormecí. Al amanecer, estábamos entrando en una ciudad. Las ventanas me miraban con ojos inyectados en sangre y llenos de un sol enfurecido. Yo sólo conocía las ciudades por las historias que de ellas contaban las golondrinas en las veladas sonoras del boscaje. Pero como iba tendido y amarrado con cuerdas, sólo veía las humaredas y un aire opaco. Oía un estrépito áspero y desafinado, en el que mi análisis descubría sollozos, risas, bostezos y, además, el sordo rechinar del fango y el tintineo sombrío de los metales. ¡Olía, en fin, el olor mortal del hombre! Fui arrojado a un patio infecto, donde no había ni azul ni aire. Entonces empecé a comprender que una gran inmundicia aplasta el alma humana ¡ya que tanto se esconde de la vista del sol!
»Vinieron unos hombres, que me golpearon despreciativamente con los pies. Estaba yo en un estado tal de torpor y de materialidad que ni siquiera sentía la nostalgia de la patria vegetal. Al otro día un hombre se me acercó y empezó a darme hachazos. Ya no sentí más. Cuando recobré el sentido, iba otra vez atado en el carro y, por la noche, un hombre aguijoneaba a los bueyes, cantando. Sentí que lentamente renacían mi conciencia y mi vitalidad. Sospeché que estaba transformado en otra vida orgánica. No sentía la fermentación magnética de la savia, la energía dinámica de los filamentos y la superficie vivaz de las cortezas. Alrededor del carro iban otros a pie. Bajo la blancura silenciosa y compasiva de la luna, me invadió una nostalgia infinita de los campos, del olor del heno, de las aves, de las hierbas, de toda la gran alma vivificadora de Dios que se mueve entre la enramada. Adivinaba que iba hacia una vida real, de servidumbre y de trabajo. Pero ¿cuál? Había oído hablar de los árboles que van a ser leña, que calientan y crean y, al sentir en la convivencia del hombre la nostalgia de Dios, luchan con sus brazos de llamas para apartarse de la tierra; éstas se disipan en la augusta transfiguración del humo: pasan a ser nubes, se remontan a la intimidad de las estrellas, ¡a vivir en la serenidad blanca y altiva de los inmortales y a percibir los pasos de Dios!
»Alguien me había hablado de los que van a ser vigas de la casa del hombre; esos felices y privilegiados, oyen en la penumbra amorosa y dulce el estallido de los besos y de las risas: son amados, vestidos, lavados, se apoyan sobre ellos los cuerpos dolorosos de los Cristos; son los de la pasión humana, sienten la alegría inmensa y orgullosa de los que protegen, y risas infantiles, los suspiros de amor, confidencias, desahogos, elegías de la voz; todo lo que les hace recordar los murmullos del agua, el estremecimiento de las hojas, la canción del viento; toda esa gracia pasa sobre ellos, que gozaron ya de la luz de la materia como una inmensa y bondadosa alma.
»También había oído hablar de los árboles de buen destino, que van a ser mástil de un navío, a percibir el olor de la marejada y a oír las leyendas del temporal; a viajar, a ver, a luchar, a vivir, llevados a través de las aguas, por el infinito, entre radiantes sorpresas, ¡como almas arrancadas del cuerpo que hacen por primera vez el viaje al cielo!
»¿Qué iría a ser yo?... Llegamos. Tuve entonces la visión real de mi sino. ¡Iba a ser una horca!
»Y me quedé inerte, destrozada por la pena. Me levantaron. Quedé sola, tenebrosa, en un campo. Había entrado, al fin, en la realidad dura de la vida. Mi destino era matar. Los hombres, con sus manos siempre cargadas de cadenas, de cuerdas y de clavos ¡habían ido a buscar un cómplice entre los robles austeros! Yo iba a ser la eterna compañera de las agonías. ¡Sujetos a mí se balancearían los cadáveres como en otro tiempo las ramas verdes salpicadas de rocío!
»¡Mis frutos serían negros: los muertos!
»Mi rocío sería de sangre. ¡Yo, la compañera de los pájaros, dulces tenores errantes, tendría que oír por siempre las agonías del sollozo, los gemidos del ahogo! Las almas, al partir, se desgarrarían en mis clavos. Yo, hija del árbol del silencio y del misterio religioso; yo, llena de augusta alegría, húmeda de rocío, cobijo de los salmos sonoros de la vida; yo, a la que Dios conocía como buena consoladora, tenía que mostrarme cambiada a las nubes, al viento, a mis antiguos camaradas puros y justos; yo, el árbol vivo de los montes, en intimidad con la podredumbre, ¡en camaradería con el verdugo, sosteniendo alegremente un cadáver por el pescuezo, para que los buitres le arrancaran las carnes!
»Esto iba yo a ser! Me quedé yerta e impasible, como en nuestras selvas los lobos cuando sienten que la muerte los acecha.
»Era la aflicción. A lo lejos se mostraba la ciudad cubierta de niebla.
»Apareció el sol. A mi alrededor empezó a agruparse la gente. Después, casi desfallecida, oí un rumor de sones tristes, el ruido pesado de los batallones y los cantos dolidos de los religiosos. Entre dos cirios venía un hombre, lívido. Entonces, confusamente, como en las escenas sin realidad del sueño, sentí un estremecimiento, una gran vibración eléctrica, ¡y luego la melodía lúgubre y arrastrada del canto de difuntos!
»Recobré mis sentidos.
»Estaba sola. El pueblo se dispersaba, bajando hacia los poblados. ¡Nadie! La voz de los sacerdotes descendía lentamente, como el flujo final de una marea. Era al caer de la tarde. Vi. Vi libremente. ¡Vi! ¡Colgado de mí, tieso, flaco, con la cabeza caída y dislocada, estaba el ahorcado! ¡Me horripilé!
»Sentía yo el frío y el lento subir de la putrefacción. ¡Iba a permanecer allí de noche, sola, en aquel descampado, sosteniendo en mis brazos aquel cadáver! ¡Nadie!
»El sol se iba, el sol puro. ¿Dónde estaba el alma de aquel cadáver? ¿Había partido ya? ¿Se habría diluido en la luz, en los vapores, en las vibraciones? Percibí los pasos de la triste noche que llegaba. El viento hacía oscilar al cadáver, la cuerda crujía.
»Yo temblaba, hundida en una fiebre vegetal, de desgarros y silencios. No podía estar allí sola. El viento me llevaría, arrancándome, en pedazos, hacia la antigua patria de las hojas. No. El viento era suave, ¡casi tan sólo el aliento de la sombra! ¿Había llegado entonces el tiempo en que la gran Naturaleza, la Naturaleza religiosa, quedaba abandonada a las fieras humanas? ¿Los robles ya no eran un arma? ¿Era justo que el hacha y las cuerdas llegaran a buscar las ramas, producto de la labor de la savia, del agua y sol, trabajo arduo de la Naturaleza, forma brillante de la intención divina, para llevárselas hacía el universo de la impiedad, para convertirlas en tablas de horca, donde los cuerpos penden para la putrefacción? Y los ramajes puros que fueron testigos de las religiones ¿ya no servían más que para poner en práctica las condenas humanas? ¿Servían solamente para sostener las cuerdas, que para sus cabriolas usan los saltimbanquis y en las que los condenados se retuercen? No podía ser.
»Pesaba sobre la Naturaleza una fatalidad infame. Las almas de los muertos que saben el secreto y comprenden la vida vegetal encontrarían grotesco que los árboles, después de haber sido colocados por Dios en la selva, con los brazos abiertos, para bendecir la tierra y el agua, ¡fuesen arrastrados hacia las ciudades y obligados por el hombre a extender el brazo de la horca para bendecir a los verdugos!
»Y después de sustentar ramos de verdor - que son los hilos misteriosos sumergidos en el azul con los que Dios apresa la tierra - ¡iban a servir de sostén a las cuerdas de la horca, que son las cintas infames con las que el hombre se une a la podredumbre! ¡No! ¡Si las raíces de los cipreses contaban aquello en casa de los muertos harían estallar de risa la sepultura!
»Así hablaba yo en la soledad. Caía la noche, lenta y fatal. El cadáver se balanceaba al viento. Empecé a oír aletazos. Volaban sombras sobre mí. Eran los buitres. Se posaron. Sentía el roce de sus plumas inmundas; afilaban los picos en mi cuerpo; se colgaban, ruidosos, clavándome las garras.
»¡Uno se posó en el cadáver y empezó a picotearle la cara! Dentro de mí estallaron los sollozos. Pedí a Dios que me pudriese de repente. ¡Había sido un árbol de las selvas al que los vientos hablaban! ¡Servía ahora para afilar los picos de los buitres y para que los hombres colgasen de mí cadáveres, como viejos ropajes de carne, en harapos! ¡Oh, Dios mío! - sollocé también - ¡no quiero ser un monumento de tortura; he sido fuente de alimento y no quiero matar; fui amiga del labrador y no quiero alianzas con el sepulturero! El mundo vegetal posee una ignorancia sacra: la del sol, del rocío y de las estrellas. Angélicos, buenos y malos son por igual cuerpos intocables para la gran Madre Naturaleza, noble y caritativa. ¡Oh, Dios, libérame de este mal del hombre, tan feroz y tan hondo que se trasciende a sí mismo, que horada a la propia Naturaleza y hasta llega a herirte a Ti, en tu mundo celestial! ¡Oh, Dios, el cielo azul me brindó cada mañana la frescura del rocío, la tibieza fecundante, la belleza inmaterial y fluyente de lo blanco, la transformación a través de la luz, todo lo bueno, todo lo grácil, todo lo sano; no permitas que mañana muestre a cambio, ante su primera mirada, este cadáver desgarrado!
»Pero Dios dormía en sus paraísos de luz. Tres años viví en estas angustias.
»Ahorqué a un hombre, un pensador, un político, criatura del bien y de la verdad, alma bella, pletórica de las formas del ideal, defensor de la luz. Fue vencido y ahorcado.
»Ahorqué a un hombre que había amado a una mujer, que había huido con ella. Su crimen era el amor, al que Platón llamó misterio y al que Jesús llamó ley. El aparato jurídico castigó la fatalidad magnética de la afinidad de las almas ¡y corrigió a Dios con la horca!
»Ahorqué también a un ladrón. Este hombre era también obrero. Tenía mujer, hijos, hermanos y madre. En el invierno quedó sin trabajo, sin fuego, sin pan. Invadido por una nerviosa desesperación, robó. Fue ahorcado a la puesta de sol. Los buitres no acudieron. El cuerpo llegó a la tierra limpio, puro y sano. Era un pobre cuerpo que había sucumbido porque lo apreté con rigor, como el alma había sucumbido por colmarla y engrandecerla Dios.
»Ahorqué a veinte. Los buitres me conocían. La Naturaleza veía el dolor dentro de mí; no me despreció; el sol me otorgaba su luz espléndida, las nubes venían a arrastrar sobre mí su blanda desnudez, el viento me refería cosas de la vida de la selva que yo había abandonado, la vegetación inclinaba con ternura sus frondas para saludarme: Dios me enviaba el rocío, ese frescor que era promesa de un perdón del mundo natural.
»Envejecí. Aparecieron las arrugas oscuras. El gran mundo vegetal, al percibir cómo me enfriaba, me envió a mí sus vestidos de hiedra. Los buitres no volvieron y también desaparecieron los verdugos. Me sentía penetrada de la antigua paz de la Naturaleza divina. Las flores que me habían evitado volvieron a nacer a mi alrededor, como amigas verdes y confiadas. La Naturaleza parecía consolarme. Sentía la llegada de la podredumbre. Un día de nieblas y vientos me dejé caer tristemente al suelo, entre la hierba y la humedad, y empecé a morir en silencio.
»Los musgos de las hierbas me cubrieron y comencé a percibir que me diluía en la materia inmensa, como en un dulzor ilimitado.
»El cuerpo se me enfría: tengo conciencia de que poco a poco dejo de ser pudrición para transformarme en tierra. ¡Voy, voy! ¡Oh tierra, adiós! Me vierto a través de las raíces. Los átomos huyen hacia toda la vasta Naturaleza, hacia la luz, hacia el verdor. Apenas oigo el rumor humano. ¡Oh, antigua Cibeles, voy a meterme dentro de la circulación material de tu cuerpo! Veo aún vagamente la apariencia humana, como una confusión de ideas, de deseos, de desalientos, entre los cuales pasan cadáveres ¡transparentes, bailando! ¡Apenas te veo, oh mal humano! ¡En medio de la vasta felicidad difusa del azul eras sólo como un hilo de sangre!
»¡Las floraciones, como vidas ávidas, comienzan a aplastarme! ¿No es cierto que allí abajo, aún, en el poniente, los buitres hacen el inventario del cuerpo humano? ¡Oh materia, absórbeme! ¡Adiós! ¡Hasta nunca más, tierra infame y augusta! Veo ya que los astros, corno lágrimas, atraviesan la faz del cielo. ¿Quién llora así? ¡Me siento ya disuelta en la vida formidable de la tierra! ¡Oh mundo oscuro, de barro y oro, que eres un astro en el infinito, adiós! ¡Adiós! ¡Te dejo en herencia mi cuerda podrida!».

21
noviembre

Isidore Ducasse - "Los cantos de Maldoror"

Posted by La mujer Quijote in , ,

Isidore Ducasse, con alias apócrifo de conde de Lautreamont, se convirtió con sólo dos obras (murió con veinticuatro años) en la cumbre del romanticismo francés y en el icono y bandera de los surrealistas. Así como "Los cantos ..." es una obra fácil de encontrar, su otra obra, "Poesías", no se suele editar como tal, aunque aparece en ocasiones como apéndice en algunas ediciones de "Los cantos...". "Los cantos..." es un largo poema (sin hilo argumental) en prosa (el canto sexto y último tiene una estructura narrativa más convencional) sobre el mal, lo monstruoso, el vicio (a veces también la virtud), lo humano y lo divino. Texto metafórico, profundamente simbolista, oscuro (muy oscuro en ocasiones), grotesco, pero de una belleza difícil de describir, arrebatador, poderoso.
Literatura no apta para mojigatos, puritanos, remilgados, asustadizos, aprensivos, lectores de historietas o para quienes el lenguaje es un obstáculo.

Canto cuarto
(...)
Soy sucio. Los piojos me corroen. Los cerdos cuando me miran vomitan. Las costras y las escaras de la lepra han descamado mi piel, cubierta de pus amarillento. No conozco el agua de los ríos ni el rocío de las nubes. En mi nuca, como en un estercolero, crece un enorme hongo, de pedúnculos umbelíferos. Sentado en un mueble deforme, no he movido mis miembros desde hace cuatro siglos. Mis pies han echado raíces en el suelo, y componen, hasta la altura de mi vientre, una especie de vegetación vivaz, llena de innobles parásitos, que no deriva aún de la planta, y tampoco es ya carne. Sin embargo mi corazón late. Pero ¿cómo latiría si la podredumbre y las exhalaciones de mi cadáver (no me atrevo a decir cuerpo) no lo nutrieran abundantemente? Bajo mi axila izquierda una familia de sapos ha fijado su residencia, y, cuando uno de ellos se mueve, me hace cosquillas. Tened cuidado de que no se escape uno y vaya a arañar con su boca el interior de vuestro oído: sería capaz de penetrar a continuación en vuestro cerebro. Bajo mi axila derecha hay un camaleón que les da caza perpetuamente para no morirse de hambre: es preciso que cada uno viva. Pero cuando una parte hace que fracase la astucia de la otra, al no encontrar nada mejor con que molestarse, chupan la grasa delicada que recubre mis costillas: ya estoy acostumbrado. Una víbora perversa ha devorado mi verga y ha ocupado su lugar: la infame me ha convertido en un eunuco. Oh, si hubiera podido defenderme con mis brazos paralíticos; aunque creo más bien que se han transformado en dos leños. Sea lo que sea, lo que importa es constatar que la sangre ya no llega hasta ellos para pasear su rubor. Dos pequeños erizos, que no crecen más, arrojaron a un perro, que no lo rechazó, el interior de mis testículos: lavada cuidadosamente la epidermis, ellos se alojaron dentro. El ano ha sido obstruido por un cangrejo; animado por mi inercia, custodia la entrada con sus pinzas y me hace mucho daño. Dos medusas atravesaron los mares, súbitamente atraídas por una esperanza que no les ha defraudado. Examinaron con cuidado las dos partes carnosas que forman el trasero humano, y, asiéndose con fuerza a su contorno convexo, las han aplastado de tal forma por medio de una presión constante, que los dos trozos de carne han desaparecido, quedando dos monstruos surgidos del reino de la viscosidad, iguales en color, forma y ferocidad. ¡De mi columna vértebral no habléis, pues es una espada! Sí, si... no le prestaba atención... vuestra demanda es justa. ¿Deseáis saber, no es cierto, cómo se encuentra implantada verticalmente entre mis riñones? Yo mismo no lo recuerdo muy bien; sin embargo, si me decido a tomar por un recuerdo lo que acaso no es más que un sueño, sabed que el hombre, cuando supo que yo había hecho votos de vivir enfermo e inmóvil hasta haber vencido al Creador, caminó detrás de mi, de puntillas, pero no tan suavemente como para que yo no lo oyese. Después no percibía nada durante un breve instante. El agudo estoque se hundió hasta la empeñadura entre las paletillas del toro de la fiesta, y su osamenta se estremeció lo mismo que un temblor de tierra. La hoja quedó adherida tan fuertemente al cuerpo que nadie, hasta ahora, ha podido extraería. Los atletas, los mecánicos, los filósofos, los médicos han intentado sucesivamente los procedimientos más diversos. ¡ No sabían que el daño que hace el hombre no puede deshacerse! Les perdoné la profundidad de su innata ignorancia y les saludé con mis párpados. Viajero, cuando pases cerca de mí, no me dirijas, te lo ruego, ni una palabra de consuelo: debilitarías mi audacia. Déjame avivar mi tenacidad en la llama del martirio voluntario. Vete... que no te inspire ninguna piedad. El odio es más altivo de lo que crees; su conducta es inexplicable, como la aparente quebradura de un bastón sumergido en el agua. Tal como me ves, yo puedo hacer todavía excursiones hasta las murallas del cielo, a la cabeza de una legión de asesinos, y regresar para adquirir esta postura y meditar de nuevo sobre los nobles proyectos de la venganza. Adiós, no te retendré por más tiempo, y, para instruirte y preservarte, reflexiona en la suerte fatal que me ha conducido a la rebeldía, cuando acaso yo había nacido siendo bueno. Contarás a tu hijo lo que has visto, y, tomándolo de la mano, hazle admirar la belleza de las estrellas y las maravillas del universo, el nido del petirrojo y los templos del Señor. Te extrañarás de verlo tan dócil a los consejos de la paternidad, y lo recompensarás con una sonrisa. Pero, cuando él crea que no es observado, échale una mirada, y lo verás escupir su baba sobre la virtud; te ha engañado el que es descendiente de la raza humana, pero no te engañará más: tú sabrás en adelante lo que llegará a ser. Oh padre infortunado, prepara, para acompañar los pasos de tu vejez, el cadalso indeleble que cortará la cabeza de un criminal precoz, y el dolor que te mostrará el camino que conduce a la tumba.
(...)

20
noviembre

Sydney Bechet

Posted by La mujer Quijote in , ,

Algunos lo clasifican como el último gran saxo soprano del jazz y otros como el único (también tocó el clarinete). Sea o no exagerado el comentario, es uno de los grandes.

Bechet fue para mí el verdadero epítome del jazz... todo lo que él tocó a lo largo de toda su vida fue completamente original. Honestamente pienso que él fue el único hombre que he querido ser en esta música.
Duke Ellington dixit.

"Royal Garden Blues"
Esta grabación es de 1958 y está acompañado de la banda del francés Andre Reweliotti.


"St.Louis Blues"
Grabación pertenciente a la misma sesión que la anterior.


"Sweet Georgia Brown"
Esta grabación, también de 1958, pertenece a su actuación en el "Cannes Jazz Festival". La banda la integran: Sidney Bechet al saxo soprano, Teddy Buckner a la trompeta, Vic Dickenson al trombón, Sammy Price al piano, Arvell Shaw al contrabajo y el gran Roy Eldridge a la batería. Se dice que la sección rítmica tiene que sostener la actuación de los solistas. En este caso hace algo más. La interpretación de Eldrige empujando a la banda y su solo final es de chapeau.

Jerome K. Jerome - "Colocar un cuadro es muy sencillo"

Posted by La mujer Quijote in

Jerome Klapka Jerome, autor inglés de novela y teatro, es uno de los autores de humor que son referencia obligada. Humor británico, extravagante. Aquí puse un extracto de su obra más conocida y que le dio la fama ("Tres hombres en una barca (por no mencionar al perro)"). El cuento que pongo hoy sería humorístico si no fuera tan cruelmente real.

Basta que al señor Podger se le meta algo entre ceja y ceja para que se revuelva toda la casa. No hacen más que traer al comedor un cuadro recién comprado y, cuando la señora Podger escoge el sitio de su agrado para colgarlo, el señor Podger sale diciendo:
-- ¡Oh!, por favor, les pido a todos que me dejen solo en este asunto… Yo soy quien va a hacerse cargo de ponerlo en la pared.
Y comienza por quitarse la americana; luego manda a la criada a la ferretería a comprar cincuenta centavos de clavos; enseguida, apura a su hijo para que la alcance y le recuerde el tamaño específico de los clavos… De ahí en adelante es cuando comienza el verdadero jaleo.
-- Willy, tráeme el martillo… Tom. Alcánzame el metro… Me hace falta también la escalera… la silla de la cocina y… Eh, Jim, llégate a la casa del señor Goggles y dile así: “Papá lo saluda de su parte y desea que su pierna haya mejorado. De paso le pregunta si puede usted prestarle su nivel”. Tú, Mary, quédate aquí: necesito que alguien me sostenga la lámpara. Tan pronto regrese la criada tendrá que salir de nuevo a comprar cordel. ¡Tom! ¿Dónde está Tom? Ven acá, muchacho. Alcánzame el cuadro.
Cuando Tom va a cogerlo se le cae. El grabado se sale del marco y el señor Podger se corta con el cristal. A la carrera, atraviesa la sala en busca de su pañuelo, pero no puede hallarlo porque está en un bolsillo de su americana y no recuerda dónde la ha colocado. La familia entera se pone entonces a buscarla. El señor Podger va de un extremo al otro como un loco. Empuja a unos, tropieza con otros. Por fin, se deja caer en un asiento y empieza a quejarse sin parar.
-- Pero, díganme… ¿es que nadie va a saber dónde está mi americana? ¡Caramba, en mi vida he visto gente más inútil! No sé cuál es el más incapaz.
Al ponerse de pie, advierte que estaba sentado encima de la prenda y exclama:
-- Aquí está. Yo he sido quien la ha hallado. ¡Yo soy siempre quien halla las cosas en esta casa!
Media hora más tarde, luego que ya tiene el índice vendado y le han traído el martillo, la escalera, la silla y la lámpara, toda la familia se encuentra a su alrededor, incluso la criada y la lavandera… Uno le aguanta la escalera; otro lo ayuda a subir; este le da los clavos; el de más allá le ofrece el martillo. Se le caen los clavos y hay que arrodillarse con una vela a buscarlos por el piso.
-- Aquí están.
-- ¿Y el martillo? ¿Dónde lo han dejado? ¡Es increíble! Tengo siete a mi lado y ninguno sabe del martillo.
El señor Podger encuentra finalmente la herramienta, aunque para entonces ha perdido la indicación a lápiz del lugar donde debe ir el clavo. Lo ayudan otra vez a hacer la marca, pero surgen discrepancias de criterio. Entonces, el señor Podger toma en sus manos el metro y comienza de una vez sus enrevesadas mediciones.
-- Treinta y cuatro centímetros y medio del cielo raso, y un metro diez de la esquina… Restando siete centímetros para el marco…
Se equivoca al hacer los cálculos. Tratan de ayudarlo y lo confunden más en las sumas y restas. El buen hombre toma entonces una importante resolución. Se estira hacia la izquierda con un cordel, lo que simplificará las cosas. Se estira hasta el máximo punto, formando con su cuerpo un ángulo de cuarenta y cinco grados con la escalera.
Tres centímetros más y llegará a la esquina con la yema de los dedos. Pero esos tres centímetros son suficientes para romper su equilibrio y el señor Podger cae sobre el teclado del piano, sacándole un extraño acorde.
-- ¡………………………..!
La dueña de la casa protesta. No puede consentir que los niños oigan tales expresiones. La tía Mary se permite algunos comentarios irónicos:
-- La próxima vez que vayan a colgar un cuadro, me hacen el favor de avisarme con antelación para irme al campo a ver a mamá y regresar antes que hayan terminado.
-- ¡Ah!, las mujeres… De una insignificancia hacen un mundo – responde el señor Podger, con aspereza, y presenta un clavo a la pared.
Al segundo martillazo, el clavo penetra en el yeso hasta la cabeza y para sacarlo hay que practicar una excavación. Luego es preciso ponerse a hacer nuevas mediciones para buscar otro lugar que esté un poco más alto y más a la izquierda. Con tal finalidad, los niños se dedican a buscar el metro, el lápiz y el cordel.
Por fin, ya para las once de la noche, el cuadro está colgado en la pared. No se ve tan derecho que digamos, y su simetría deja algo que desear con respecto a los objetos que lo rodean. Pero, ¡eso qué importa!... No obstante, en un claro de cincuenta centímetros a la redonda, la pared parece picada de viruelas. Todos los miembros de la familia se notan molestos y extenuados, menos el señor Podger.
-- ¡Ahí lo tienen!—dice visiblemente satisfecho, al abandonar la escalera--. ¡Ya ven, no ha habido que recurrir a un tapicero para realizar una pequeñez como esa!.

17
noviembre

Mijaíl Zóschenko - "Matrimonio por interés"

Posted by La mujer Quijote in

Escritor ruso con una abundante producción de cuentos, principalmente skaz , cuento ruso caracterizado por estar narrado en primera persona, con lenguaje coloquial, lleno de pseudocultismos y plagado de confusas expresiones y consignas comunistas mal entendidas por los personajes. Sin embargo su incursión en el skaz no se hizo desde el tradicionalismo sino desde el enfoque de las vanguardias reinantes en la época. Desde el humor y el costumbrismo, describe el absurdo al que lleva el choque entre las normas impuestas por la revolución comunista y las costumbres burguesas del ruso medio. Pese a ser adepto a la revolución, sus sátiras y su mal encaje en el "realismo soviético", corriente literaria dominante, le hicieron víctima de las purgas estalinistas.


Antes, queridos ciudadanos, ni comparar, las cosas eran más sencillas —dijo Grigori Ivánovich—. Y los que iban para novios lo tenían más que tirado. Aquí tienes la novia; allí, digamos, la suegra, y allá, la dote. Y, si había dote, pues, nuevamente, vaya dote: o en metálico o puede que una casa con cimientos.
Si es en metálico, entonces el muy honorable padre anunciará la suma. Pero si es una casa con cimientos, entonces será otro cantar, porque ¿cómo es esa casa? Puede que de madera, o puede que de piedra. Todo se ve, todo se entiende y no hay gato encerrado.
¿En cambio, ahora? Pues ahora, a ver, tomen a un novio cualquiera, y no sacará el agua clara. Porque los padres de ahora ya no tienen por costumbre dar dinero. Y en el caso de los novios para quienes lo importante son los bienes, pues aún peor.
Por ejemplo, los bienes inmuebles: tomemos un abrigo de pieles colgado de una percha. Allí está colgado. Y allí se pasa un mes y otro mes. De manera que podemos verlo cada día; lo podemos ver y, por ejemplo, tocar con nuestras manos, pero en cuanto pasamos a los hechos, resulta que, mira por dónde, lo ha colgado un vecino y no guardan relación alguna con la novia. O los edredones de plumón. Los miras y parecen de plumón, pero te acuestas y resulta que son de pluma.
¡Ya ven qué bienes! Con bienes así lo único que se consigue es hacerse mala sangre.
¡Las cosas que ocurren en este mundo; cualquiera se aclara!
Yo soy un viejo revolucionario del año diez, he estado en todos los partidos y, así y todo, me da vueltas la cabeza; que no me aclaro, vamos.
Sólo una cosa tengo clara y son las novias que sirven al Estado. Allí no hay engaño: sueldo, clase, categoría... Pero también con ellas te puedes equivocar.
Por ejemplo, a mí me gustó una. Nos echamos el ojo. Nos conocimos. Que si esto que si lo otro, ¿dónde está empleada?, le pregunto, ¿cuanto cobra? ¿Qué nivel es el suyo, qué sueldo?
—Estoy empleada en un almacén —me contesta—. Y mi nivel es tal y cual.
—Vaya —le digo—. Merci y perfecto. Usted —le digo— me gusta. Y su nivel me resulta simpático, tampoco el sueldo está mal. Presentémonos.
De manera que empezamos a visitar juntos los cinematógrafos. Pagando yo. Así transcurrió una semana o dos, hasta que le doy un ultimátum: lléveme a su casa, le digo.
Me llevó a su casa. Y en la casa había, claro está, una abuela, la madre. Y el papá, un viejo revolucionario. Allí estábamos la hija, o sea la novia, y yo, como quien dice el novio.
Y suma y sigue. Los empecé a visitar y entre tanto estudiaba el panorama. Con la mamita trataba temas filosóficos, en sentido de ¿qué tal la vida? ¿Muy achuchada, no? No vaya a ser que me toque echarles una mano, no lo quiera el Creador.
—No —me responde—, no necesitamos ayuda. Pero tampoco en cuanto a la dote te voy a mentir: no hay dote. Aunque algo de ropa y media docena de cucharas ya os caerán.
—¡Vaya con la abuelita, florecilla del cielo! Quien dice media docena, dice una docena entera. Ya se verá. A qué hablar del tema antes de tiempo. A mí su hija —le digo— me gusta así. Y además con su categoría, las ventajas y los talones... Esto ya es como una dote...
Y la abuelita, florecilla del cielo, va y se pone a llorar. Y hasta el padre, el viejo revolucionario, soltó una lagrimita.
—Bueno —me dice—, si así te parece, cásate.
Luego que si la promesa, que si los dimes y diretes y los suspirillos.
Pero entonces la abuelita, florecilla del cielo, me insinúa lo de la iglesia. No estaría mal que os casarais en el templo.
Yo, en cambio, le digo:
—Nos casaremos a nuestra manera. Yo, aunque salí del partido sin esperar las purgas, soy un viejo revolucionario. De manera que, añado, no puedo ir en contra de mi conciencia. Y no insista.
Lloró la viejita. Y hasta al padre, viejo revolucionario, se le escapó una lagrimita. Pero, no obstante, aceptaron.
Así que nos casamos.
Por las mañanas, la joven y hermosa esposa se marchaba a su empleo y a las cuatro ya estaba de vuelta. Y volvía con un paquetito.
Y entonces, cómo no, de nuevo venían las dulces palabras. En el sentido de que, vamos, Grisha, levanta. Que se te van a pegar las sábanas.
Y aún más lágrimas de dicha y más lunas de miel...
Así siguió aquel debate durante dos meses, según el nuevo calendario...
Pero un día la joven y hermosa esposa regresó sin el paquete y parece que llorando.
—¿Por qué llora usted? —le pregunto—. ¿No habrá perdido usted el paquetito, no lo quiera el Creador?
—Nada de eso —me dice—. Qué paquetito ni niño tuerto... Ha habido una reducción de personal y me han echado del trabajo.
— ¡¿Pero qué es esto —digo yo—, por favor?!
—Pues lo que oye —dice ella.
—Un momento —le digo—. No le he pedido dote —le digo— porque contaba con el empleo.
Y mi esposa llora desconsolada:
—Me han echado del empleo por ser casada.
—Esto no puede ser —le digo—; yo mismo iré a aclarar el asunto. Es inaudito.
De manera que me puse aprisa los pantalones y salí.
Llego a la oficina. El encargado era un viejo revolucionario de esos con barbita.
Le pongo al corriente, al muy canalla, de todas las entrañas del asunto, pero él, clavado en lo suyo, me dice: no quiero saber nada. Yo le vengo con la historia de la dote y él, en cambio, que yo no me meto en asuntos familiares.
Entonces le digo:
—Yo también soy un viejo revolucionario, del año cinco.
Y él en cambio me pide que, si tengo vergüenza, ahueque el ala.
De manera que me despido de él y para casa. Llego. Y la esposa está allí y no llora.
—¡¿Qué pasa que ha dejado de llorar?! —le digo—. ¿Yo me caso con usted —le digo— y usted se me va al paro?
La tomo de la mano y nos vamos a ver a su mamaíta.
—Gracias —le digo— por el préstamo. ¿Se cree usted que dándome una docena de cucharas me conformo?
Y la viejita, florecilla del cielo, va y se pone llorar. Y hasta al padre, viejo revolucionario, se le escapó una lágrima.
—Dios provee —me dice—. Quizá podáis vivir así.
Quise partirle la cara al papaíto por sus palabras, pero me contuve. Aún sería capaz de denunciarme, el buitre éste.
Le escupí al amigo en el chaleco y me largué.
Ahora me he divorciado y busco novia...

15
noviembre

Auguste Villiers de L'Isle-Adam

Posted by La mujer Quijote in

Simbolista francés cuya obra abarcó el teatro, la narración (aquí puse uno de sus cuentos) y la poesía. Su obra, lógicamente, es un rechazo al naturalismo y una revindicación de la fantasía y lo sobrenatural. "Poeta maldito" por definición (aunque la etiqueta haya calado, sólo seis poetas son malditos por definición -Tristan Corbière, Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé, Marceline Desbordes-Valmore, Paul Verlaine y, claro, Auguste Villiers de L'Isle-Adam- los protagonistas de "Los poetas malditos" de Verlaine). Como la de todos los simbolistas, su obra tiene múltiples lecturas.


A ORILLAS DEL MAR
Al salir de aquel baile dejamos nuestras huellas
en playas que a un destierro conducen al azar.
Una flor en su mano se acaba de ajar.
Era una hermosa noche de ensueños y de estrellas.

Rompíanse en la sombra oleajes enlutados
hacia el ópalo atlántico y la áurea lejanía.
El ultramar sus luces místicas expandía.
Las algas perfumaban los ámbitos helados.

En la escarpa, los ecos sonaban mientras tanto;
con la espuma rizaba la onda volutas locas
y, densa, acometía el bronce de las rocas.
Brillaban en la duna cruces de un camposanto.

Su silencio acallaba del mar la baraúnda.
No tenían las cruces por el mar ultrajadas
ni coronas de duelo, ni flores; arrastradas
fueron por la tormenta que retumbando inunda.

En declive, las tumbas desde el mar, cuesta arriba,
bajo la niebla oían que la sombra a lo arcano
del infinito sueño interrogaba en vano.
Él, callaba el secreto de la ley decisiva.

Friolenta, cubrió con un oscuro chal
su seno, egregio exilio de muchos agasajos;
y admiré a la mujer de los párpados bajos,
esfinge cruel y aciaga, pesadilla fatal.

Mata a los niños sólo con su mirada atroz
y sobrevive a todo aquello que destruye.
La amamos porque a ello la Noche contribuye.
Los que la tratan de ella hablan a media voz.

La reviste el peligro de un nimbo familiar,
y aun en su tierno abrazo que quiere desmentir
sus crímenes, parece al evocarlos, oír
culatas de fusiles que van a ejecutar.

Tras el oprobio ilustre que, empero, la sujeta;
bajo el duelo en que goza su alma sin ardor,
todavía descansa un virginal candor
como un lirio en el ébano de bruñida bujeta.

Atenta, prestó oído al tumulto del mar,
bajó su hermosa frente que los años besaron
y en dolorosos términos sus labios declararon
su lóbrego destino que duele recordar:

«Hace ya mucho tiempo, cuando yo sostenía
trato con los vivientes y escuché sus ternuras,
igual que el mar bravío junto a esas sepulturas
con ira lamentáronse de mi pétrea apatía.

He visto más de un largo adiós agonizar
en mis manos que acogen sin odio ni emoción
de las almas en pena la humilde confesión.
No devuelven sus besos los sepulcros al mar.

Yo soy toda silencio. La emoción no me alcanza;
no tiene amor mi vida ni mis días sentido.
Me han negado los cielos el sagrado latido;
para mí han falseado el peso en la balanza.

Y cuando yo fallezca, sé muy bien que mi suerte
no será la de otros que en fiestas o tormentos
van buscando unas flores en turbiones violentos.
Como no los comprendo descansaré en la muerte.»

Me incliné ante las cruces pálidas, luminosas.
La extensión anunciaba el alba y aplacar
quise aquel tenebroso e incurable pesar
que hirió el remordimiento con ráfagas furiosas.

Como ante el mar desierto y henchido le dijera:
«Bailando exenta estabais de esa melancolía,
y en cristalina plática vuestra alma adormecía
a la sierpe enroscada de vuestra áurea pulsera.

Riendo y aspirando unos ramos de rosas
bajo los rizos negros sujetos con diamantes,
cuando el vals nos llevó juntos unos instantes
vuestros ojos brillaron sin llamas angustiosas.

Con gusto vi el placer que bajo el arrebol
encendía vuestra alma ya propicia al olvido
y, al fin, prestaba luz al dolor distraído
como un glaciar herido por un rayo de sol.»

En mí clavó su fúnebre mirada que me asombra
como la palidez de sus rasgos fatales
y dijo: «¿Soy como esos países boreales
que han seis meses de luz y seis meses de sombra?

Sabrás que las soberbias mutuamente cambiadas
enturbian de los ojos la lectura precisa.
Ámame, tú que sabes que bajo mi sonrisa
soy semejante a esas tumbas abandonadas.»

14
noviembre

Tristan Tzara

Posted by La mujer Quijote in ,

Si aquí se mencionaba que, para algunos, Gertrude Stein era la madre de los dadaístas, el poeta rumano Tristan Tzara es, para todos, el padre del dadaísmo, el movimiento antiarte por excelencia. Se basa en lo absurdo y en lo carente de valor e introduce el caos en sus escenas, rompiendo las formas artísticas tradicionales. En él se encuentran representadas diversas escuelas como el expresionismo alemán, el futurismo italiano y el cubismo francés. Esto da al dadaísmo la particularidad de no ser un movimiento de rebeldía contra una escuela anterior, sino que cuestiona todo el concepto del arte de antes de la Primera Guerra Mundial.


Inscripción sobre un sepulcro
Y sentía tu alma pulcra y triste
como sientes la luna que se desliza calladamente
detrás de los visillos corridos.
Y sentía tu alma pobre y encogida,
como un mendigo, con la mano tendida delante de la puerta,
sin atreverse a llamar y entrar,
y sentía tu alma frágil y humilde
como una lágrima vacilando en el borde de los párpados,
y sentía tu alma ceñida y húmeda por el dolor
como un pañuelo en la mano en el cual gotean lágrimas,
y hoy, cuando mi alma quiere perderse en la noche,
solamente tu recuerdo lo detiene
con invisibles dedos de fantasma


Dudas
-He sacado el antiguo sueño de la caja como sacas tú el sombrero
cuando te pones el traje de muchos botones
cuando agarras el conejo por las orejas
cuando regresas de cacería
como eliges la flor de la maleza
y al amigo de entre los cortesanos.

Mira lo que me pasó
cuando llegó la noche lentamente como una cucaracha
buena para muchos como remedio, cuando enciendo
en el alma el fuego de los versos
me acosté. El sueño es el jardín preparado para las dudas
no sabes lo que es verdad, lo que no lo es
te parece que es un ladrón y lo fusilas
y después te comunican que ha sido un soldado
así ocurrió conmigo exactamente
por esto te llamé para decirme -sin error
lo que es verdad- lo que no lo es


Para hacer un poema dadaísta
" Coja un periódico.
Coja unas tijeras.
Escoja en el periódico un artículo de la longitud que cuenta darle a su poema.
Recorte el artículo.
Recorte en seguida con cuidado cada una de las palabras que forman el artículo y métalas en una bolsa.
Agítela suavemente.
Ahora saque cada recorte uno tras otro.
Copie concienzudamente
en el orden en que hayan salido de la bolsa.
El poema se parecerá a usted.
Y es usted un escritor infinitamente original y de una sensibilidad hechizante, aunque incomprendida del vulgo. "

13
noviembre

Ana María Shua

Posted by La mujer Quijote in

Autora argentina que ha cultivado muchos campos de la literatura: el cuento, la novela, el guión cinematográfico, la literatura para niños. Yo sólo conozco su faceta de escritora de cuentos cortos. Aquí puse el primero que yo leí.


Naufragio
Corro hacia la playa. Si las olas hubieran dejado sobre la arena un pequeño barril de pólvora, aunque estuviese mojada, una navaja, algunos clavos, incluso una colección de pipas o unas simples tablas de madera, yo podría utilizar esos objetos para construir una novela. Qué hacer en cambio con estos párrafos mojados, con estas metáforas cubiertas de lapas y mejillones, con estos restos de otro triste naufragio literario.


La Que No Está
Ninguna tiene tanto éxito como La Que No Está. Aunque todavía es joven, muchos años de práctica consciente la han perfeccionado en el sutilísimo arte de la ausencia. Los que preguntan por ella terminan por conformarse con otra cualquiera, a la que toman distraídos, tratando de imaginar que tienen entre sus brazos a la mejor, a la única, a La Que No Está.

12
noviembre

Gertrude Stein

Posted by La mujer Quijote in ,

Calificada por algunos como la madre de los dadaístas, por otros como la madre del modernismo anglosajón, y por algunos como la madre de todas las vanguardias. Su condición, no precisamente ventajosa, de mujer, judía y lesbiana fue contrarrestado por lo que Tristan Tzara calificó de "caso clínico de megalomanía". También forma parte del canon de eso que se ha venido a llamar "literatura lesbiana" con autoras como la también modernista Djuna Barnes o las postmodernistas Kathy Acker o Jeanette Winterson. Su estilo es cualquier cosa menos convencional, la trama deja de ser importante y la sintaxis y la puntuación son usadas con libertad lejos de encasillamientos.
A ella se le atribuye la invención de la denominación "generación perdida" que su amigo Hemingway porpagó y que da nombre a la más importante generación literaria estadounidense (Dos Passos, Ezra Pound, Erskine Caldwell, Faulkner, Hemingway, John Steinbeck, Scott Fitzgerald, ...)
Literatura compleja en forma y fondo.


YO SOY ROSA
Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa
Yo soy Rosa mis ojos son azules
yo soy Rosa quién eres tú
yo soy Rosa y cuando canto
yo soy Rosa como toda cosa.


Amo a mi amor con v
Amo a mi amor con v
porque así es
amo a mi amor con b
porque estoy cerca de aquello
un rey.
Amo a mi amor con a
porque es una reina
amo a mi amor y a es la mejor de ellos
piénsalo bien y sé un rey,
piénsalo más y piensa una vez más
amo a mi amor con vestido y con sombrero
amo a mi amor y no con esto o con aquello
amo a mi amor con y porque es mi prometida
ámola con una d porque está mi amor al lado
gracias por estar allí
a nadie le ha de importar
gracias por estar aquí
porque no estás allí
y con y sin mí lo que es y sin ella puede tardar
y entonces y cómo y todo alrededor pensamos y descubrimos que es
hora de llorar ella y yo.


Si le dijera: un retrato de Picasso
Si le dijera le gustaría. Le gustaría si le dijera.
Le gustaría a Napoleón a Napoleón le le gustaría.
Si Napoleón si le dijera si le dijera si Napoleón. Le gustaría si le dijera si le dijera si Napoleón. Le gustaría si Napoleón si Napoleón si le dijera. Si le dijera si Napoleón si Napoleón si le dijera. Si le dijera le gustaría le gustaría si le dijera.
Ahora.
No ahora.
Y ahora.
Ahora.
Exactamente como como reyes.
Sintiéndose a pleno para eso.
Exactitud como reyes.
Para implorarte tan a pleno como para eso.
Exactamente o como reyes.
Los cierres cierran y abren también las reinas. Los cierres cierran y cierres y asílos cierres cierran y cierres y así y así los cierres y así los cierres cierran yasí los cierres cierran y cierres y así y así cierres y así los cierres cierran y así los cierres cierran y los cierres y así. Y así los cierres cierran y así y también.
Y también y así y así y también.
Semejanza exacta. Exigir semejanza, la semejanza exacta tan exacta cono una semejanza, exactamente tan semejante, exactamente semejante, exactamente en semejanza exactamente una semejanza, exactamente y semejanza. Ya que esto es así.
Porque.
Ahora activamente repetir en absoluto, ahora activamente repetir en absoluto, ahora
activamente repetir en absoluto.
Tener sostener y oír, activamente repetir en absoluto.
Yo juzgo juzgo.
Como una semejanza con él.
Quién viene primero. Napoleón primero.
Quién viene también viniendo viniendo también, quién va ahí, mientras van comparten, quién comparte todo, todo es como todo como como pero o como pero.
Ahora fechar ahora fechar. Ahora y ahora y fecha y la fecha.Quién vino primero. Napoleón al principio. Quién vino primero Napoleón primero.
Quién vino primero, Napoleón primero.
Al presente.
Exactamente hacen.
Primero exactamente.
Exactamente hacen también.
Primero exactamente.
Y primero exactamente.
Exactamente hacen.
Y primero exactamente y exactamente.
Y hacen.
Al principio exactamente y primero exactamente y hacen.
El primero exactamente.
Y hacen.
El primero exactamente.
Al principio exactamente.
Primero como exactamente.
Tan primero como exactamente.
Al presente.
Como al presente.
Como como al presente.
El él él él y él y él y y él y él y él y y como y como él y como él y él. El es y mientras es, y mientras es y él es, él es y mientras él y él y mientras él es y él y él y y él y él.
Pueden los rulos robar pueden los rulos citar, citable.
Como al presente.
Como exactitud.
Como trenes.
Tiene trenes.
Tiene trenes.
Como trenes.
Como trenes.
Al presente.
Proporciones.
Al presente.
Tan proporciones como al presente.
Padre y más lejos.
Era el rey o sala.
Más lejos y si.
Había había había qué había había qué había había había ahí.
Si y ahí adentro.
Como hasta decirlo.
Uno.
Aterrizo.
Dos.
Aterrizo.
Tres.
La tierra.
Tres.
La tierra.
Tres.
La tierra.
Dos.
Aterrizo.
Dos.
Aterrizo.
Uno.
Aterrizo.
Dos.
Aterrizo.
Como un así.
Ellos no pueden.
Una nota.
Ellos no pueden.
A flote.
Ellos no pueden.
Chochean.
Ellos no pueden.
Ellos como denotar.
Los milagros juegan.
Juegan bastante.
Juegan bastante bien.
Un bien.También.
Como o como al presente.
Permítanme contar qué enseña la historia. La historia enseña.