Cuentista y ensayista haitiano. Posee numerosas publicaciones técnicas relacionadas con su formación y profesión, la geografía y las ciencias sociales. En el campo literario destaca su preferencia por las lodyans, breves relatos sobre lo cotidiano, sobre acontecimientos compartidos por el narrador, quien se erige en testigo de sucesos que están más cerca de la imaginación que de la realidad. Son relatos cercanos al cuento que fueron en su origen narraciones de tradición oral para, a finales del iglo XIX, convertirse en obras escritas y publicables.
El cuento pertenece al volumen "Les Blancs de Mémoire. (lodyans)" de 1999.
La versión es la de Amelia Hernández
Dos mendigos, vestidos ya como dos haitianos en invierno, y a quienes el final del otoño amenazaba con ahuyentar de las rentables aceras de la calle Sainte-Catherine, en el centro de Montreal, apostaron a cuál de los dos se las arreglaría mejor en el frío que se anunciaba. Con el fin de que las condiciones fueran equitativas y que sólo estuviera en juego el arte de pedir, convinieron en un lugar, un día y una hora para medirse en la captación de limosnas.
Los dos haitianos, pues eran dos haitianos, apostadores como sólo ellos saben apostar cuando no les queda otra esperanza, se vistieron entonces con su casi-escafandra para ir el sábado siguiente a celebrar en la estación del metro Berri-Uqam, el 1 º de octubre, Día Internacional de la Música, día de gran tolerancia policial desde que en 1975 el violinista Yehudi Menuhin inauguró tan barroca celebración en Montreal. En el mundo de la pedigüeñeria, es la apertura oficial de la caza al águila, ave posada en la moneda de un dólar.
Compartieron desde el mediodía hasta las cinco de la tarde el mismo andén en dirección a la estación Henri-Bourassa, al norte, cuatro vagones para cada uno, sin hacer trampa; el noveno, que quedaba en el centro, serviría de separador de manera que una misma persona no fuera abordada dos veces. Y, llevando aún más lejos las condiciones de equidad en la apuesta, se pusieron de acuerdo en cuatro periodos de una hora, con cambio de andén, interrumpiendo con tres descansos de veinte minutos para echarse un traguito. O sea: ¡todo muy profesional!
Había que verlos, cada vez que pasaba un tren, recorriendo su respectiva mitad de andén y abordando las sucesivas oleadas de viajeros que regresaban de sus compras en el centro de la ciudad y estaban a punto de meterse por alguna de las dieciséis puertas correspondientes a cada territorio.
El asunto es que uno recogió trescientos dólares en cuatro horas de trabajo, mientras que el otro sólo consiguió tres miserables dólares. El campeón se impuso, pero la diferencia tan descomedida sorprendía. Por más que uno fuera un recién traído por la última oleada salida del paraíso perdido, y el otro un viejo avezado que aceptaba desde hacía tiempo la fatalidad del inexistente El Dorado, la diferencia no dejaba de ser perturbadora.
El desfavorecido había apelado a la compasión de la gente, declarándose recién llegado, exiliado y hasta refugiado político, sin que esta progresión le abriera ningún monedero. La experiencia resultó tan poco provechosa que podía recordar con toda exactitud a los cuatro donantes: una madre joven que visiblemente compró la tranquilidad de sus gemelos entregando a cada uno una moneda de veinticinco céntimos para que se la dieran al señor negro; un guitarrista desmelenado y algo achispado que, movido por su buena suerte del día, le lanzó una moneda de un dólar que casi no logra agarrar en el aire; la joven que acababa de limpiar su monedero para deshacerse de unas cincuenta monedas de cobre de un centavo; y por último, esa pareja mixta obviamente al borde de una pelea conyugal: en su conflicto del día, ella manipuló a ultranza con ese desdichado dólar ostensiblemente entregado para provocar a su novio haitiano. Vale decir que, tragándose toda dignidad, había tenido suerte de recolectar tres dólares.
El ganador, sereno en su victoria, se hizo de rogar antes de confesar que había pasado la tarde repitiendo con apremio a la gente que se marchaba de-fi-ni-ti-va-men-te a su país, recalcando el adverbio, y que debía, para ello, completar el monto de un pasaje de ida simple, sin-posibilidad-de-vuelta, insistía él. Menos de quince palabras, bien ritmadas, cinco de ellas en negritas.
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on 28 mayo 2022
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