Aunque Adonis esté considerado el gran poeta árabe contemporáneo, Darwish es sin duda el más popular entre la gente, algo parecido a lo que pudo representar Lorca en su momento.
Estos poemas pertenecen al volumen "El lecho de una extraña" de 1999, un volumen de poesía amorosa, alejado de la poesía social por la que Darwish es más conocido, y librándose así el autor de la etiqueta de "poeta de resistencia". Pese a ello, ese distanciamiento es solo aparente ya que el amor no deja de ser un arma para sobrevivir, una parte de la normalidad a la que se aspira y por la que se pelea.
La versión es la de María Luisa Prieto.
El extraño se reconoce en otro extraño
Somos uno en dos.
No tenemos nombre, extraña, cuando
el extraño se reconoce en otro extraño. De nuestro
jardín, tras nosotros, extraemos la fuerza de la sombra. Desvela
lo que quieras de la tierra de tu noche y esconde
lo que quieras. Hemos venido presurosos del poniente
de dos lugares y juntos hemos buscado
nuestra dirección: ve tras tu sombra
al oriente del Cantar de los cantares cual pastor de perdices
y encontrarás una estrella que ha habitado su muerte. Escala una montaña
abandonada y encontrarás un ayer que completa su rotación en mi mañana.
Encontrarás el lugar donde estábamos y donde, juntos, estaremos.
Somos uno en dos.
Ve al mar, al occidente de tu libro
y sumérgete, ligero, como si portaras
tu alma a su nacimiento en dos olas.
Encontrarás un bosque de algas marinas y un cielo
de agua verde. Sumérgete ligero,
como si no fueras nada en la nada,
y nos encontrarás juntos...
Somos uno en dos.
Nos falta ver cómo éramos aquí,
extraña, dos sombras que se abren y se cierran sobre lo que
ha tomado la forma de nuestra forma: un cuerpo que
en otro que desaparece en la ambigua dualidad desaparece y luego surge
eterna. Nos falta regresar a dos
para seguir abrazándonos. No tenemos nombre, extraña,
cuando el extraño se reconoce en otro extraño.
No espero a nadie
Sabré, aunque partas con el viento, cómo
hacerte regresar. Sé de dónde viene tu lejanía.
Parte, como los recuerdos hacia su pozo
eterno. No encontrarás a la sumeria portando una jarra
para el eco y esperándote.
Sabré cómo hacerte regresar.
Parte en las flautas de los antiguos pueblos del mar
y en la caravana de la sal por su periplo infinito. Parte.
Tu canto se escapa de ti, de mí y de mi tiempo
en busca de un nuevo caballo que haga danzar a su ritmo
libre. No encontrarás al imposible sentado, esperándote,
como el día que te encontré, el día que te hice nacer
de mi deseo.
Sabré cómo hacerte regresar.
Iré con el río de un destino a
otro porque el viento está preparado para arrancarte de
mi luna y, sobre mis árboles, las últimas palabras están preparadas
para caer en la plaza del Trocadero. Retorna
para encontrar el sueño y parte
hacia cualquier oriente y occidente que te lastren de exilio
y me alejen un paso de mi lecho y de uno
de los cielos de mi triste alma. El fin
es hermano del comienzo. Parte y encontrarás lo que dejaste
aquí, esperándote.
Yo no te he esperado, ni he esperado a nadie.
Como todas las mujeres solitarias en sus noches, yo tenía que
peinarme despacio, administrar mis asuntos, romper
sobre el mármol el frasco de colonia e impedir
a mi alma que se ocupara de sí misma en
el invierno. Como si le dijera: abrígame
y yo te abrigaré, esposa mía, y cuida tus manos.
¿Qué les importa a ellas el descenso del cielo sobre
la tierra o el viaje de la tierra al cielo?
Cuida tus manos para que ellas te porten -"tus manos
son tus maestras", decía Eluard-. Parte.
Yo te amo y no te amo.
No te he esperado, ni he esperado a nadie.
Tenía que escanciar el vino
en dos copas rotas y prohibir a mi alma
que se ocupara de sí misma esperándote.
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on 18 febrero 2013
at 21:11
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