La literatura surrealista ha tenido un espacio en este blog en varias ocasiones, de Benjamin Péret a André Breton, pasando por autores como Leonora Carrington, María Luisa Bombal, Alfred Jarry o Daniil Charms.
En este caso le toca el turno a la obra de un español, a una película que podríamos calificar como el manifiesto surrealista cinematográfico, una película de la que todo el mundo conoce su inicio (la imagen del ojo cortado) pero que casi nadie ha visto completa (y eso que dura poco más de un cuarto de hora).
A decir de los guionistas (Luis Buñuel y Salvador Dalí), el guión es casi un ejercicio de escritura automática llevado a imágenes, un ejercicio absoluto de libertad creadora, sin simbolismos ni interpretaciones culturales o sociológicas de ningún tipo (por más que esa pseudociencia charlatana del psicoanálisis se empeñe en encontrarlas).
Algunas de las escenas tienen su antecedente en los poemas que componen "Un perro andaluz", escrito por Buñuel en 1927. Pese a ello, aunque la película es tenida como un poema visual, no es la trascripción al lenguaje cinematográfico del poemario. Pero como decía, a algunas de las escenas sí puede buscárseles un antecedente en eĺ.
Por ejemplo, la imagen del ojo cortado tiene su antecedente en el poema "Palacio de hielo":
Los charcos formaban un dominó decapitado de edificios, de los que uno es el torreón que me contaron en la infancia, de una sola ventana tan alta como los ojos de madre cuando se inclinan sobre la cuna.La música, compuesta por algunos tangos y varios momentos de "Tristán e Iseo" de Wagner también tiene su antecedente en dicho poemario, en concreto en el inicio del poema "Pájaro de angustia":
Cerca de la puerta pende un ahorcado que se balancea sobre el abismo cercado de eternidad, aullando de espacio. Soy yo. Es mi esqueleto del que ya no quedan sino los ojos. Tan pronto me sonríen, tan pronto me bizquean, tan pronto SE ME VAN A COMER UNA MIGA DE PAN EN EL INTERIOR DEL CEREBRO. La ventana se abre y aparece una dama que se da polisoir en las uñas. Cuando las considera suficientemente afiladas me saca los ojos y los arroja a la calle.
Quedan mis órbitas solas sin mirada, sin deseos, sin mar, sin polluelos, sin nada;
Una enfermera viene a sentarse a mi lado en la mesa del café. Despliega un periódico de 1856 y lee con voz emocionada:
"Cuando los soldados de Napoleón entraron en Zaragoza en la VIL ZARAGOZA, no encontraron más que viento por las desiertas calles. Sólo en un charco croaban los ojos de Luis Buñuel. Los soldados de Napoleón los remataron a bayonetazos."
Un plesiosauro dormía entre mis ojos
mientras la música ardía en una lámpara
y el paisaje sentía una pasión de Tristán e Iseo.
Tu cuerpo se ajustaba al mío
como una mano se ajusta a lo que quiere ocultar;
despellejada
me mostrabas tus músculos de madera
y los ramilletes de lujuria,
que podían hacerse con tus venas.
Se oía un galope de bisonte en celo
entre nuestros pelos que temblaban como las hojas
un jardín;
todos los diálogos de amor se parecen,
todos tienen acordes delirantes,
pero el pecho aplastado
por una música de recuerdos seculares;
luego viene la oración y el viento,
el viento que teje sonidos en punta
de una dulzura de sangre,
de aullidos hechos carne;
¿qué árboles, qué deseos de mares rotos
convertidos en níquel
o en un canto ecuménico de lo que pudo ser tragedia,
nacerán, los pájaros de nuestras bocas juntas,
mientras la muerte nos entra por los pies?
Tendida como un puente de besos de piedra dio la una.
Las dos volaron con las manos cruzadas sobre el pecho.
Las tres se oían más lejanas que la muerte.
Las cuatro ya temblaban de alba.
Las cinco trazaban con compás el círculo transmisor del día.
A las seis se oyeron las cabrillas de los alpes
conducidas por los monjes al altar.
Al grano, surrealismo en estado puro y todo un icono del cine del siglo XX.