Cuento tradicional malayo - "La creación de la Tierra"

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Este cuento pertenece a la tradición oral malaya y su transcripción corresponde a la versión que cuentan los Karo-Batak, pueblo del norte de Sumatra (Indonesia)
El cuento está recogido en la antología de cuentos, leyendas y mitos malayos publicada por "Revista de occidente" en 1926.
Desconozco quien fue el autor de la traducción.


Hace mucho tiempo, antes de que fuera creada la tierra, había solo dos dioses: Ompong Batara Guru di-atas, el dios del cielo, y Ompong Debata di-toru, el señor del infierno. El Dios del infierno tenia una hija hermosísima, que estaba desposada con Batara Guru y había sido conducida por el a su reino de nubes.
Los recién casados llevaban allí una vida espléndida. Solo por una cosa era incompleta su dicha: cuatro años hacia que estaban casados y aun no les había nacido ningún hijo. Esto afligía hondamente a la celestial pareja, tanto, que determinaron renunciar a su resplandeciente vida y buscar consuelo a su dolor como ermitaños.
Vestidos de harapos, abandonaron su palacio celeste. Solo llevaron consigo algunos aperos de labranza y un poco de arroz para calmar su hambre. Querían alzar una choza a orillas del mar.
En esta mezquina cabañita pasaban sus ocios, bien escasos por cierto, pues consagraban la mayor parte del tiempo al trazado de un hermoso jardín, donde plantaban las flores mas lindas y preciosas.
Pero pronto se les acabo este placer y esta alegría.
Cierta vez, a mediodía, justamente cuando estaban descansando bajo la protección de su cabañita, alzose del mar un poderoso monstruo, la serpiente de mar Tumuldang di-bosi. Dirigióse derechamente hacia el jardín, hozó en él por todas partes, devoro todas las flores y brotes, y después, ya ahíta, se adormeció sobre las eras.
Batara Guru despertó poco después, y cuando descubrió los destrozos producidos por el monstruo, su furor no tuvo limites y al momento le ordenó a su Diuwa (jefe de sus guerreros), que diera muerte a aquel ser descomunal.
Al Diuwa no le produjo gran placer aquel encargo, sobre todo al descubrir los espantosos dientes y la gigantesca estatura del monstruo. Por eso, antes de combatir, juzgo que seria mejor arreglarse con él por las buenas.
Despertó, pues, a la serpiente, y le reprendió por su proceder incorrecto.
El monstruo marino, al ser interrumpido en su sueño, miro con enojados ojos al Diuwa y dijo que la culpa la tenia el propio Batara Guru, pues no estaba bien que un señor tan alto y noble se rebajara hasta convertirse en un simple labrador. — Y si no quieres que te devore — añadió —, llama en seguida a Batara Guru y a su mujer y diles que quiero hablarles. Mándales también que me traigan plátanos y otras ofrendas, que tengo un hambre espantosa.
El Diuwa corrió en busca de Batara Guru y le informó de lo que le había dicho la serpiente. Batara Guru reunió todas las cosas pedidas y se dirigió con su esposa adonde estaba Tumuldang di-bosi.
Llegado junto a ella, tomó la palabra al momento y le echo en cara el modo grosero, feo e indecoroso como había invadido su imperio.
Tumuldang di-bosi respondió:
— Noble príncipe, no hice mas que cumplir con mi deber, y aun, en realidad, hubiera debido disponer para ti un destino distinto y mucho peor que éste, pues ni siquiera has sabido procurarte descendencia.
— ¿Por qué me lo reprochas — respondió Batara Gura —- ya que el dolor más profundo de nuestra vida es el no tener hijos? Si conoces algún medio para que podamos tenerlos, te estaré eternamente agradecido.
— Ya lo creo que lo conozco — dijo la serpiente —, y lo tendrás si cumples mis órdenes fielmente. Pero lléname el gaznate primero con todas las cosas que has traído, los plátanos y las otras ofrendas.
Batara Guru quedo poco satisfecho y habló de este modo:
— Abuelito, tu garganta tiene siete pies de largo, y tienes unos dientes tan grandes y afilados que me dan miedo solo de mirarlos. Perdona que no cumpla tu ruego.
Tumuldang di-bosi no se enfadó por ello sino que procuró quitarle aquel recelo.
— Ponme tu espada de pie en la boca —- díjole —; así ya no me será posible cerrarla, y sin cuidado alguno podrás meter la mano dentro.
Obedeció Batara Guru y atascó de manjares el garguero de la serpiente.
Cuando volvió a sacar la mano vio, lleno de asombro, un hermosísimo anillo que centelleaba en uno de sus dedos. No sabia lo que quería decir aquello y, a fin de que pudiera hablar la serpiente, cogió otra vez la espada de su boca.
— Mira, abuelito — dijo Batara Guru —, ¿qué anillo es éste que encuentro en mi dedo al sacar la mano de tu boca? ¿Qué quiere decir esto?
— Ese anillo — respondió la serpiente — es un ≪sinsing pintapinta≫, un anillo de los deseos. Ahora, sea lo que quiera lo que tu desees, un hijo, una hija, carne de cerdo o vino de palmera, es indiferente lo que quieras tener, tu deseo sera satisfecho.
Entonces Batara Guru y su esposa se regocijaron vivamente y danzaron y brincaron de pura alegría.
Después les refirió Tumuldang di-bosi cómo tenían que usar el anillo; al despedirse les deseo una vida feliz, y desapareció entre las olas. La pareja de dioses dirigióse entonces con renovadas esperanzas a su antigua morada celestial y cuando fue luna llena, Batara Guru froto con zumo de limón el anillo, como se lo había aconsejado la serpiente y, al hacerlo, deseó tener un hijo,
Nueve meses después su mujer le obsequio con un niño.
El anillo había demostrado así su poder y, volviendo a frotarlo otras cuatro veces, la pareja de dioses llego a tener tres hijos y dos hijas.
Los varones se llamaron Paduca di Adyi, Tuwan Benuwa Coling y Tuwan Raya Samsai Sahimahina; las hembras, Tuwan Benuwa Catyi y Tuwan Benuwa Mangili Bulan.
El hijo mayor trasladóse a los infiernos, junto a su abuelo Ompong Debata di-toru; el mas joven se quedó con su padre en el cielo; pero el del medio creó la tierra.
Tomó siete puñados de barro e hizo con ellos el disco de la tierra, que Batara Guru colgó en seguida del cielo con hebras de seda. De este modo, el infierno quedó envuelto en tinieblas pues la tierra interceptaba la luz del sol.
Enojóse Paduca di Adyi y produjo una tormenta que convirtió en polvo la tierra.
Siete veces, una tras otra, volvió a hacer Tuwan Benuwa Coling el disco de la tierra; pero otras siete veces volvió a ser aniquilado por su hermano.
Entonces Batara Guru decidió ponerse él mismo al trabajo. Mientras Paduca di Adyi estaba durmiendo, descendió al infierno y coloco sobre el contumaz rebelde una reja de hierro. Consistía ésta en cuatro barras de hierro puestas de través unas de otras, cuyas ocho extremidades se dirigían hacia los ocho confines del cielo. Sobre ellas volvió a asentar el disco de la tierra, lo pulió y lo hizo llano.
Cuando despertó Paduca di Adyi y quiso levantarse, tropezó por todos lados contra la reja de hierro; la sacudió, furioso, y golpeo los barrotes con tal fuerza que agitó la tierra, cuya superficie lisa se lleno de pliegues y hendiduras. Produjeronse así las montanas y los valles.
Mas la reja era fuerte y firme y, a pesar de todos sus esfuerzos, Paduca di Adyi siguió prisionero.
Y aún en el dia de hoy yace bajo la reja; cuando la sacude, cuando trata de romperla, la tierra tiembla.

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