Marisín Reina - "De armas tomar"

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Cuentista panameña. Su obra es corta, solo dos volúmenes de cuentos ("Dejarse ir" y "Despigmentada") y varias publicaciones en diferentes revistas como "Umbral" y "Maga". Sus cuentos han sido también antologados en varias ocasiones como en "Hasta el sol de mañana (50 cuentistas panameños nacidos a partir de 1949)" o "Flor y nata (Mujeres cuentistas de Panamá)". El cuento está inlcuido en el volumen "Dejarse ir" de 2003.


La semana se inicia con una nube negra sobre tu cabeza. El carro no arrancó porque no tiene gasolina. ¿Culpa de quién? ¿Tuya o de Mártires?
Ese maridito tuyo se fue otra vez al billar con sus compinches y no le puso gasolina al carro y tú por orgullo tampoco lo hiciste porque era su turno de hacerlo.
Y lo castigaste como a un niño pequeño retirándole sus privilegios maritales, pero sabes al igual que todos en la cuadra que eso no es problema, pues Mártires tiene su segundo frente.
Así es que tomas tu cartera y sales resignada a pie, hacia la parada de la esquina.
Aunque no haces gestos con tu cara y escondes tus ojos tras los lentes de sol, todo tu cuerpo grita que no perteneces a ese ambiente. Así como sientes que tampoco perteneces a la vida que llevas ni al marido que escogiste.
Menos mal que no tienes hijos. Con la constante amenaza de la guerra, preferiste no traer pequeños seres que sufrieran raras enfermedades o que tuvieran que vivir bajo la tierra. Además esos horribles sueños que decidiste interpretar como vaticinios fueron determinantes en tu decisión de dejar de lado la maternidad.
Y tu día de trabajo transcurre como siempre entre recibos, facturas, cartas, reportes y llamadas. Mártires te llama para saludarte y decirte que te ama y tú le dices que también lo amas. Piensas en esos detalles que por momentos hacen que te olvides de sus defectos y casi suspiras, pero tu jefe te pide ese informe que no acaba de decidir cómo lo quiere y se te desinflan esos tres segundos de ilusión.
Ahora estás de vuelta en la parada, de regreso a tu hogar. Lo más probable es que Mártires no haya llegado aún, porque está visitando a la otra. En realidad no terminas de entender qué haces con él. Y vuelves a pensar en esa llamada. Y sabes que cuando llegues a la casa, y tengas que cocinar y poner la ropa a lavar, te sentirás sola como nadie en el mundo y llorarás todas las lágrimas que pensaste haber derramado, y cuando te sientas fuerte para poner a Mártires de patitas en la calle, él llegará con una sonrisa, te dirá la casa huele delicioso y te regalará una rosa.
Casi suspiras nuevamente, hasta que llega esa señora de cabello gris atrapado en una trenza despeinada de tanto ir y venir que te ataca con su frase memorizada de años de práctica: ¿Sabe usted por qué Dios permite tanto dolor en el mundo?
Aterrizas forzosamente en la realidad frente a la señora de la trenza gris que habla sin parar de Dios y el fin del mundo, del dolor, de los niños que mueren de hambre y de frío, de la naturaleza que desaparece y el tráfico de bebés.
Es como esos vendedores que entran a tu oficina y te quieren vender desde un juego de cuchillos hasta un libro de cuentos. Sólo que esta señora te quiere vender la salvación de tu alma.
Y la miras de pies a cabeza y pretendes ignorarla pero no puedes, su voz es alta y chillona y piensas que sólo le falta el cartel y la campana para que se parezca a esos predicadores de las películas que se paran en las esquinas de Nueva York anunciando el fin de los tiempos. ¡Arrepiéntanse que el tiempo está cerca! Al fin logras que se aleje diciéndole muy serenamente que eres bautizada católica y que con tu fe te basta y sobra, que el fin del mundo llega para el que se muere, y te cambias de lugar cuando justo llega tu bus.
Una vez sentada junto a la ventana ves a la señora de la trenza que se enfrasca en una discusión con un joven con aretes en la ceja.
En la fila delante de ti va una mujer joven embarazada con su hijo en el regazo y de pronto te estrellas con la realidad y caes en cuenta de que ya no eres tan joven. Que cuando sonríes, las pocas veces que lo haces, se te hacen patas de gallina alrededor de los ojos, que tu piel ya no es tan suave como antes y que ya no te importa si lo que usas está de moda o no.
Sientes la urgencia de sentirte hermosa, de sentirte mujer nuevamente y te bajas del bus en la siguiente parada. Caminas un rato por Vía España viendo las vitrinas y comprendes que la ropa que exhiben es para mujeres diez años más jóvenes que tú y quince libras más delgadas.
Sin embargo, un hombre se detiene a tu lado y te dice que eres hermosa. Tú finges no escucharlo y sigues caminando. El hombre te sigue y tú lo enfrentas, le dices que vas a gritar ladrón si continúa acosándote. Él se encoge de hombros y cruza la calle. Lo ves alejarse entre los carros y no sabes si reír o llorar. Lo ves entrar al súper y cruzas tú también. Lo encuentras en la tienda de discos y tu corazón salta pero sientes miedo y sales, cruzas la calle y te subes a un bus. No quieres llegar, no quieres seguir viviendo como lo haces, no te gustas para nada.
Caminas hasta tu casa y está Mártires esperándote con cara de preocupación. Te pregunta dónde estuviste todo este tiempo. Tú pasas a su lado como si no existiera y te detienes, volteas hacia él, lo miras, buscas en sus ojos esa chispa del niño juguetón de los primeros días y la encuentras prácticamente apagada, ha envejecido. Tus lágrimas caen y Mártires te mira con ternura.
Te quitas los zapatos y te acercas a dos pasos de él. Como si adivinara lo que sientes, te abraza y te pide perdón. Lo interrumpes y le dices que necesitas ser una mujer completa, quieres sonreír, quisiera amarte como a nadie en el mundo, pero ya no es posible, tu amor se marchitó hace años y ya no hay nada qué hacer.
Suavemente te sueltas de sus brazos y le pides que se marche.

This entry was posted on 25 agosto 2025 at 18:59 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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