Nora de la Cruz - "A la orilla de la carretera"

Posted by La mujer Quijote in ,



Cuentista, novelista y editora mexicana. También es profesora de literatura y posee un canal en youtube dedicado a la crítica literaria (Interior403).
El cuento pertenece al volumen "Orillas " de 2018.


No es miedo a la oscuridad, es que no veo bien de noche. Conozco el camino, pero casi no hay alumbrado, y sin luz se les pierden las orillas a las cosas. Todo es pura silueta y arriba nada más cielo.
Siempre dicen en mi casa que no me regrese caminando, pero qué me ha de pasar. La combi que sube de la carretera a la loma ya cuesta casi diez pesos. A pie no me hago ni veinte minutos, por eso le digo a mi mamá que la tomé, para ir ahorrando. Así me compré el celular. No es de los caros, pero tiene cámara. Le caben hasta mil canciones. Le dura la pila un buen.
Eso sí, hay que ir atento, a las vivas. No por nada, pero es noche y está oscuro. Salgo a las siete del bacho y me quedo un rato a cotorrear. Camino al Periférico para tomar el camión. Cuando llego a Los Olivos ya casi van a dar las nueve, la hora de la novela. Los jueves mi mamá plancha y no puede salir al frío. Ese día me encarga el pan.
Y casi no hay nadie en la calle. Muchos del bacho toman este micro, pero casi todos se bajan antes que yo, en Alamedas, o en las Bodegas de Atizapán. Solo una vez vi a una chava que iba más lejos; por seguirle la plática me fui hasta Los Manantiales. Estaba bonita y me había caído bien, pero cuando pasamos por Los Olivos preguntó: ¿Te imaginas vivir ahí, en el cerro, a la orilla de la carretera? Le dije: Sí, verdad, así como pregunta. La acompañé a su casa y me regresé en otro micro. En la escuela no la volví a saludar. Yo siempre había vivido ahí, pues qué tenía de raro o qué. Eso le tenía que haber contestado, pero no se me ocurrió en ese momento.
Está oscuro y solo, pero son veinte minutos. No pasan coches. Nada más la combi que sube la loma, pero sale cada media hora. Fuera de eso nada. Ningún negocio. Algunas casas. Árboles. Perros flacos. Ratas entre el matorral. Luego tramos de polvareda o de lodazal si es el tiempo de las aguas. Mi casa no está tan arriba: das vuelta pasando la virgencita y donde termina el baldío luego luego se ve.
En ese terreno era donde se armaba la cascarita. Las porterías se marcaban con ladrillos y el dueño del balón era siempre el juntador. Equipos de cinco, los más altos o gorditos eran siempre los porteros. Ninguno de esos niños fue mi compañero de escuela y rara vez nos saludamos cuando nos encontramos en otro lugar. Pocas veces estuve en el equipo goleador. Casi siempre estaba en el que ganaba si había madrazos.
Cuidadito que te vea otra vez jugando con los marihuanos, decía mi mamá. Ideas suyas. Aquí ni marihuanos había. Acaso una bolita que se cooperaba para echarse una caguama banquetera cuando terminaba el partido. Eran los más grandes. Yo tenía 11 o 12 años. Qué me iba a arrimar a pedirles de su chela. No porque me diera miedo. No se me antojaba y ya. Parecían orines. Apréndase a limpiar el culo primero, chamaco pendejo, le dijeron a un compa que una vez les pidió.
Justo ahí, donde empieza el baldío, me sale un güey al paso. Desde que lo vi acercarse me pareció raro: no hace frío, pero trae una sudadera roja con capucha que le cubre la mitad de la cara. Cuando me doy cuenta ya lo tengo enfrente. Es de aquí del barrio y seguido lo topo, pero nunca a estas horas. Me va a atracar. Todavía ni me decía nada cuando yo ya estaba quieto. No es que le saque al parche, pero hay que ponerse listo. Primero ver qué. Total, qué ha de pasar, si no estoy manco. Ni está tan trabado el güey. Estamos igual de flacos.</ br> Dame lo que traigas, dice.
Pues si ni traigo nada, cabrón, no ves que vengo caminando, ni para la combi traigo.
No dice nada, pero no se quita del paso.
No traigo nada, de veras.
No se mueve. Tampoco responde.
Ahí muere, carnalito, ahí muere.
Sabe que no le miento, pero esto no es lo que él esperaba. Lo imaginó mucho más simple: decir la frase, tomar el dinero, pelarse. Es bueno para trepar y se sabe bien la loma: siempre que se nos volaban los balones lo mandábamos a bajarlos de los árboles o de las azoteas.
Abre la mochila, cabrón, me dice, y le contesto que ni madres. Ni madres, carnal, le digo, y en buen puedo déjame ir. Mi celular es casi nuevo, ni madres que se lo iba a dar. Siento que me jala el hombro y le suelto el moquetazo. Entonces se deja venir. Se me clava en las costillas y nos trabamos un rato. Nos tiramos pocos golpes, todos al estómago y a la cara. Nos rompemos la boca, nos sale sangre de la nariz, pero pronto nos trabamos de nuevo. Resoplamos por el esfuerzo de empujarnos mutuamente. No se escucha nada más.
Al otro lado del baldío se abre una portezuela. De un auto viejo y largo surge una silueta oscura. Pienso en pedir ayuda pero no sé con qué palabras. ¿Auxilio, como en las películas? Solo se me ocurre gritar. Del auto surge otra silueta.
Ya quítale la mochila, pero apúrate, cabrón, grita la sombra. Parece que le estás pidiendo permiso, agrega el otro, desde el asiento del conductor. Ambos ríen. Siento cómo el vientre flaco del chavo de la capucha se tensa como un tambor. Lo empujo con las dos manos por reflejo. El güey se cae. Intento echar a correr, pero me alcanza a jalar de la mochila. Se mete la mano en el bolsillo de atrás del pantalón. Ya valió madre, me dice, no hagas pendejadas. Levanta la mano derecha y el filo que aprieta en ella aparece blanquísimo ante mis ojos. No veo bien de noche, pero eso lo distingo muy claro. El motor del auto se enciende.
Si lo vas a picar, pícalo, pinche idiota, pero como vas, grita una sombra de nuevo, y la otra suelta la carcajada. Los ojos del asaltante se fijan en los míos, nuestras miradas se recargan una contra la otra, igual que nuestros hombros hace un rato. No sabe qué hacer y me mira como si yo pudiera decirle.
A mis espaldas surgen luz de faros y sonido de neumáticos. Ya viene la combi. El chavo avienta el filo sobre la tierra y huye hacia el auto viejo. Da grandes zancadas. Siempre fue bueno para correr, por eso era el que goleaba. Alcanza la manija de la portezuela, pero antes de que pueda abrirla el auto arranca. El cuerpo flaco rueda por el suelo mientras las sombras se alejan entre polvareda y carcajadas. Corro hacia él. Lo arrastraron un buen tramo y la ropa se le desgarró de un lado. La piel también.
La combi pasa junto a la virgencita, va a dar la vuelta. La alcanzo, le hago la parada y se detiene. Toco la ventanilla del copiloto y el pasajero que va en ese lugar la baja. Danos chance, nos acaban de asaltar, digo. El chofer me mira. Tengo sangre en la boca y el cabello revuelto. No dice nada, pero acepta con un movimiento de cabeza. Volteo hacia el baldío para llamar al herido, y entonces recuerdo que no sé su nombre. Él ya no está, de todas maneras. Pude haberlo buscado, pero estaba oscuro. No es que me diera miedo. No veo bien de noche.

This entry was posted on 10 enero 2025 at 20:37 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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