Rumena Bužarovska - "Mi marido, poeta"

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Cuentista y ensayista macedonia.
Este cuento pertenece al volumen "Mi marido" de 2014.
La versión es la de Krasimir Tasev.


Conocí a Goran en un festival de poesía. El cabello había empezado ya a encanecerle; ahora lo tiene completamente blanco, y él alberga la ingenua esperanza de que eso forme parte de su «flamante sex-appeal», según me comentó una vez. Lo dijo en broma, claro, pero tengo la sensación de que lo piensa de verdad. En aquella ocasión me dieron ganas de preguntarle si también formaban parte de ese «flamante sex-appeal» el pelo raleado o el cuero cabelludo teñido, con un brillo de cera derretida y solidificada, pero me contuve: él no soporta las críticas. Se cabrea con facilidad, y cuando está cabreado se vuelve intratable durante varios días, y hay que dar una muestra de humildad para que deje de ser insoportable, como por ejemplo recitar de forma «espontánea» algún verso suyo.
Hace poco se enfadó conmigo porque me negué a leer los poemas que él había compuesto la noche anterior.
—Ahora no tengo tiempo, dejémoslo para mañana —le dije.
—¿No tienes tiempo para leer tres poemitas? —Percibí la ira en su voz y en seguida me arrepentí de haber rechazado complacerlo. Pero ya era tarde. Cualquier cosa que hubiera dicho habría sido un error. Por eso guardé silencio —. ¡Anda, vete a empollar! —gruñó, y salió con un portazo.
«Empollar» es la palabra que suele utilizar al verme preparando mis clases para el día siguiente. Es decir, en su opinión, si yo realmente supiera de historia, no necesitaría prepararme las clases. «El que sabe, sabe», sentenció un día, mirándome con insolencia a los ojos.
En cuanto a sus poemas, malditas las ganas que tengo de leerlos, y mucho menos de oírlos, pero a veces no me queda otra que pasar por el aro. Cuando todavía estábamos enamorados y no teníamos hijos, a veces, después de hacer el amor, mientras yacíamos sudorosos y jadeando, él me susurraba sus versos al oído. En ellos siempre hablaba de flores, de orquídeas —porque le recordaban «a coños»—, de vientos del sur, de mares, pero también sacaba a colación ciertas especias y tejidos exóticos, como la canela o el terciopelo. Cosas como que yo tenía un sabor a canela, la piel de terciopelo y los cabellos con aroma de mar. Esto último no es cierto: lo sé porque un día mi madre me confesó que mi pelo olía mal. No obstante, en aquellos momentos sus palabras me excitaban muchísimo. Yo ardía en deseos de hacer el amor otra vez, pero a menudo él no podía corresponderme en seguida, de manera que me veía obligada a evocar más tarde las imágenes generadas por sus palabras para reavivar la pasión.
Ahora ya no hace esas cosas, gracias a Dios. Estoy tan harta de su poesía que no me quedan ganas de leer ni un solo verso suyo, y mucho menos de oírlo recitar. Desgraciadamente, lo último no lo puedo evitar, mal que me pese, porque, como ya he dicho, Goran se enfada con facilidad y las peleas con él no me hacen ninguna gracia, sobre todo si se producen delante de nuestros hijos. Desde que dejamos de hacer el amor con tanta frecuencia, le dio por leerme sus poemas en voz alta en lugar de dármelos para que los leyera por mi cuenta. Viéndolo de pie en medio del salón, bajo la intensa luz de la araña que le acentuaba la nariz bulbosa y la tez desaseada, poco a poco me fui dando cuenta de que, en realidad, su poesía no era tan buena. Muchas veces no se refiere a otra cosa que no sea el proceso de la propia escritura. Creo que eso lo excita muchísimo. Hasta sexualmente.
He aquí una muestra:

Ella trae
aromas de otoño
disueltos
como gotas de lluvia en los ojos
las palabras
hacen mía
esta canción

Tal vez no sea el mejor ejemplo, pero es el único que me sé de memoria, puesto que los últimos versos —«las palabras / hacen mía / esta canción»— son los que a veces le recito «espontáneamente» para que se le pase el enfado. O, mejor dicho, los canturreo, lo cual le resulta particularmente halagüeño, porque siempre acarició el sueño de que algún compositor le pusiera música a sus versos. No es capaz de entender que sería una empresa imposible. A sus poemas les falta ritmo y, muchas veces, hasta sentido. No son más que frases huecas, borroneadas en versos sin pies ni cabeza, con el único objetivo de que el ignorante, al encontrarse con palabras exóticas como canela o terciopelo, los considere el no va más.
¡Dios mío, qué tonta fui! ¡Parece mentira! Es que no me lo puedo perdonar. Me refiero a cómo nos conocimos. Ya he mencionado que sucedió en un festival de poesía. Yo estaba allí en calidad de traductora, ya que, antes de llegar a profesora de Historia, de vez en cuando hacía traducciones para ganar algo de dinero. Una noche, en el vestíbulo del enorme hotel donde estábamos alojados todos los poetas y traductores, nos reunimos para cantar. Ahora sé que todos aquellos poetastros se daban ínfulas: querían demostrar que no solo sabían escribir poesía y que eran unas almas sensibles, sino que, además, entendían de música tradicional, tenían muy buen oído y sabían cantar. Fue allí donde hizo su aparición nuestro Goran. A tono con el espíritu de la noche, llevaba una camisa blanca bordada con motivos tradicionales. Debo reconocer que le quedaba muy bien. Al fin y al cabo, Goran era muy atractivo. Pensándolo bien, sobre todo por eso me enamoré de él. Tenía el pecho como el de una estatua muy bien esculpida, unos hombros, unos brazos fuertes y peludos… que daban ganas de que no te soltase, de que te abrazase todo el tiempo y te llevase a algún lugar apartado. Bueno, pues Goran no estaba sentado con los demás, sino que permanecía de pie, un poco a un lado, apoyado en una pared, observando con la cabeza ladeada. De pronto, aprovechando un instante en que todos guardaron silencio, se irguió y entonó una canción popular (estoy segura de que era «More sokol pie», porque ahora ya sé que no conoce otra). Voceaba de una manera tan teatral, con los ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás y la nuez moviéndosele arriba y abajo en la garganta, que me pareció un gallo haciendo quiquiriquí. Me dio risa, pero al mismo tiempo le miraba los brazos y el pecho, y me lo imaginaba dándome un achuchón. Cuando dejó de hacer quiquiriquí, recibió un aplauso y me miró. Tenía los ojos ligeramente húmedos, probablemente como resultado del esfuerzo que había supuesto su canto de gallo. En aquel momento me parecieron llenos de tristeza. En seguida me dieron ganas de consolarlo. Eso hice por la noche, en su habitación, y así empezó todo.
Nunca dejó de frecuentar los festivales de poesía: asiste a uno cada vez que se lo permiten sus obligaciones laborales, que, por cierto, está descuidando mucho. Puedo imaginarme lo que hace en esos festivales. Para empezar, lleva media maleta llena de sus delgaditos libros de poesía con feas tapas de plástico. Muchos de ellos los tiene traducidos al inglés y a varias lenguas balcánicas, para que los extranjeros puedan entender mejor sus desvaríos. A mí hasta ahora no me ha pedido que le haga traducciones —gracias al cielo—, porque yo no domino ninguna lengua que le interese y, además, me considera una negada para la poesía, cree que no la entiendo debido a que últimamente doy muestras de un claro desinterés por su labor. En cuanto a las traducciones de sus poemas, son horribles. Y no me refiero al contenido —a todas luces inexistente en sus textos—, sino a que están plagadas de incoherencias gramaticales. Todo esto es consecuencia de su tacañería. Quiere que le traduzcan los poemas, pero, de ser posible, sin tener que pagar. Siempre se las ingenia para encontrar a alguna que otra pobre muchachita —a la que probablemente seducirá con su maduro «sex-appeal»— que le hace las traducciones gratis o a cambio de una mísera paga. Varias veces lo he oído regatear con ellas, ofreciéndoles como recompensa una decena de ejemplares del libro. Todo esto me hace sentir vergüenza ajena, pero qué se le va a hacer.
Al volver del festival de turno, siempre me enseña fotos hechas con su cámara digital, que él suele entregar a alguien del público para que lo inmortalice. De esta forma ha ido acumulando un montón de imágenes en las que se le ve recitando poesía, de pie delante de un atril con micrófono, sosteniendo en las manos alguno de sus feos libritos. En todas esas fotos sale con su «cara de poeta», como le digo abiertamente, ya que por algún motivo se lo toma como un halago: las dos cejas ligeramente levantadas, una más que la otra, como si estuviera preocupado y conmovido a la vez. Sacando pecho. El cabello siempre recién lavado y, con no poca frecuencia, ondeando al viento de una ciudad costera, cuyos festivales le resultan particularmente atractivos. Hay también fotografías en las que a menudo aparece con mujeres (de hecho, muy raras veces se ven hombres). Las azafatas del festival —chicas jóvenes— no me preocupan. Dudo que les guste, porque debe de ser demasiado viejo y ridículo a sus ojos. Creo que ahora resulta atractivo para otra categoría de mujeres: un poco más corpulentas, con grasa en la cintura y bajo las axilas, donde el sostén se les incrusta en la piel. Llevan blusas rojas o negras muy ceñidas. La mayoría tienen el pelo negro y los labios pintados de rojo. No es raro que lleven sombreros extravagantes. Joyas grandes y brillantes adornan sus dedos y cuellos gruesos. Pretenden irradiar una feminidad madura, un aire de misterio y un aroma de canela, intentan que su voz suene aterciopelada. Allá ellas. Tal vez Goran pueda ayudarles. A mí me importa un bledo.
Pero a veces, de noche, se arrima a mi cuerpo, susurrándome: «¡Orquídea, ábrete!», y yo me abro.

This entry was posted on 06 enero 2024 at 20:05 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

7 comentarios

Feliz año.
Gracias por el blog.

8 de enero de 2024, 19:58

Igualmente.
Gracias por las visitas.

9 de enero de 2024, 13:32

Precisamos un cuento de Juan C. Onetti en el blog ja ja:)
:)

10 de enero de 2024, 20:51

Broma sobre Juan C. Onetti a un lado, el blog tiene una excelente variedad de autores. "Es un gusto", en cuanto a las gracias por las visitas.

10 de enero de 2024, 20:56

En alguna ocasión lo he comentado, el blog no pretende ser "un escaparate de cuentistas" sino "un escaparate de mis cuentistas". Esto significa que la selección está completamente sesgada por mis gustos personales e intransferibles. Creo que la selección tiene una calidad media alta aunque reconozco que siempre se puede colar algo fuera de ese rango pero que por algún motivo a mí me gusta o interesa (o me gustó o interesó en su momento). Hay quien echa en falta a Borges, Onetti y muchos más. Son autores de gran calidad pero que no están en la lista de autores de mi interés, al menos a día de hoy, mañana quién sabe. Es lo que tienen los gustos personales, que son personales. Un saludo.

11 de enero de 2024, 8:28

Entiendo. Es que la cantidad y variedad es tanta y tan buena que uno piensa, y ahora observo que equivocadamente, que es una muestra general.
Sí, claro, Borges tampoco está.
Gracias¡

11 de enero de 2024, 16:14

Muchas gracias por ese "tan buena". Soy apasionada del cuento y en el blog doy un poco de salida a esa pasión. Pero, como todo el mundo, tengo mis manías y eso hace que haya autores publicados de menor calidad que otros no publicados. De todas formas, creo que conseguir mantener esto abierto y medianamente actualizado durante tantos años (el blog lo creé a mediados de 2009 pero, no sé por qué, un día blogger eliminó el primer año de publicaciones) se debe en buena parte a que todo lo publicado, mejor o peor, es de mi interés y no hay nada publicado "por obligación". Bueno, además de mis manías hay otros condicionantes en la selección: el cuento tiene que estar libremente disponible en formato digital en internet (yo no escaneo libros) y su extensión tiene que ser asumible para una lectura en línea (aunque esto no siempre se cumple).
Al final se podría decir que éste es un blog de mis manías en el mundo del cuento y si consigo, tal como recomiendo en la página de licencias, que alguien se interese por algo de aquí y eso le lleva a una biblioteca o a una librería para satisfacer ese interés despertado, para mí es un triunfo.
Gracias por las visitas y los comentarios

11 de enero de 2024, 18:25

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