John Collier - "El perseguidor"

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Cuentista, poeta y, sobre todo, guionista de cine y televisión inglés. Distintos críticos han etiquetado sus cuentos (muchos publicados en The New Yorker) como: poéticos, amargos, pícaros, misántropos, sofisticados o mordaces.
Como guionista de cine trabajó para Cukor, Korda, Huston y en televisión para Hitchcock. Muchos de sus cuentos también fueron adaptados, principalmente para televisión.
Este cuento pertenece a la antología "Fantasías y buenas noches" de 2003.
En dicha antología aparece el trabajo de varios traductores (Enrique Calderón, Ana Inés Fernández, Natalia Herrero, Hugo tabravo, Ariadna Molinari, Mariana Morales y Ana Sánchez Vilchis) e ignoro a quien de ellos pertenece esta versión.


Nervioso como un gatito. Alan Austen subió unas escaleras oscuras que crujían a su paso en el vecindario de la calle Pell, y durante largo rato miró las puertas desde el sombrío rellano hasta encontrar el nombre que buscaba escrito de forma ilegible en una de ellas.
Empujó la puerta, como le habían indicado, y entró en una habitación minúscula sin muebles, salvo por una mesa de cocina, una mecedora y una silla común y corriente. En una de las paredes sucias color ocre había un par de repisas que contenían quizás una docena de botellas y frascos. Un anciano estaba sentado en la mecedora leyendo el periódico. Alan, sin pronunciar palabra, le entregó la tarjeta que le habían encomendado.
—Siéntese, señor Austen —le indicó el viejo con mucha cortesía—. Encantado de conocerlo.
—¿Es cierto que posee una mezcla que tiene… eh… efectos bastante extraordinarios? —preguntó Alan.
—Querido señor —respondió el viejo—, no cuento con miles de productos (por ejemplo, no vendo laxantes ni pastas dentales). Sin embargo, mi oferta es única y variada. Además, nada de lo que vendo tiene efectos que pudieran describirse como ordinarios.
—Bueno, el hecho es que… —empezó a decir Alan.
—Por ejemplo, aquí —interrumpió el viejo, tomando una botella de la repisa—. Aquí tengo un líquido transparente como el agua, igual de insípido, casi imperceptible si se agrega al café, la leche, el vino o cualquier otra bebida. Es igualmente imperceptible durante una autopsia, sin importar el método.
—¿Quiere decir que es veneno? —exclamó Alan, horrorizado.
—Si lo prefieres, puedes llamarle líquido para limpiar" —comentó el viejo con indiferencia—. La vida requiere limpieza.
También puedes llamarle “removedor de manchas”. “¡Fuera, mancha maldita!" ¿Eh? “¡Fuera, vela breve!”
—No quiero nada por el estilo —afirmó Alan.
—Quizá sea lo mejor —dijo el viejo—. ¿Sabes cuánto cuesta esto? Por una cucharadita, que es más que suficiente, pido cinco mil dólares. Nunca menos. Ni un centavo menos.
—Espero que sus otras mezclas no sean igual de costosas —señaló Alan, con preocupación.
—No, claro que no —aseguró el viejo—. Sería inútil, por ejemplo, cobrar esa cantidad por una poción de amor. La gente joven que requiere una poción de amor rara vez tiene cinco mil dólares. Si los tuviera, no necesitaría una poción de amor.
—Me alegra escucharlo decir eso —afirmó Alan.
—Así lo veo yo —continuó el viejo—. Si complaces a un cliente con un artículo, seguro volverá cuando necesite otro. Incluso si es más costoso. De ser necesario, ahorrará para comprarlo más adelante.
—Entonces —prosiguió Alan—, ¿de verdad vende pociones de amor?
—Si no vendiera pociones de amor—dijo el viejo, agarrando otra botella—, no habría mencionado los productos más costosos. Es sólo cuando uno está en posibilidades de complacer a alguien que puede darse el lujo de la confidencialidad.
—Y esas pociones —comentó Alan— no son sólo para… sólo para… eh…
—Oh, no —continuó el viejo—. Sus efectos son permanentes y duran mucho después del encuentro casual. Pero lo incluyen. Ah, sí que lo incluyen. En abundancia. Con insistencia. Para siempre.
—¡Caray! —exclamó Alan, intentando disimular un desapego científico—, ¡Qué interesante!
—Pero piensa también en el lado espiritual —subrayó el viejo.
—Si lo hago —respondió Alan.
—Sustituyen la indiferencia —continuó el viejo— por devoción. El desdén por adoración. Dale una pequeñísima porción de esto a una señorita (su sabor es indetectable en el jugo de naranja, la sopa o cualquier coctel), y, sin importar cuán alegre y frívola sea. Cambiará por completo. Sólo deseará su soledad, y a ti.
—Casi no puedo creerlo —confesó Alan—, Ella ama las fiestas.
—Pues ya no las amará —afirmó el viejo—. Le dará miedo que puedas conocer otras chicas bonitas.
—¿En verdad sentirá celos? —exclamó Alan, extasiado—. ¿Por mí?
—Sí, querrá serlo todo para ti.
—Pero ya lo es. Aunque a ella no le importe.
—Le importará, una vez que beba esto. Le importará intensamente. Será su único interés en la vida.
—¡Maravilloso! —exclamó Alan.
—Querrá saber todo lo que haces —prosiguió el viejo—. Todo lo que te ha sucedido a lo largo del día. Cada palabra. Querrá saber lo que piensas, por qué sonríes de pronto, por qué te ves triste.
—¡Eso es el amor!
—Sí —dijo el viejo—, ¡Con cuánto cuidado velará por ti! Nunca te permitirá estar cansado, sentarte cerca de una corriente de aire ni descuidar tu alimentación. Si llegas una hora tarde, se sentirá aterrorizada. Pensará que te asesinaron o que alguna sirena te atrapó.
—¡No puedo imaginar a Diana comportándose así! —exclamó Alan.
—Pues no tendrás que recurrir a tu imaginación —aseguró el viejo—. Y, por cierto, dado que siempre habrá sirenas, si por casualidad más adelante tuvieras un pequeño desliz, no tienes de qué preocuparte. Al final, ella te perdonará. Se sentirá muy herida, por supuesto, pero te perdonará… al final.
—Eso no sucederá —afirmó Alan con fervor.
—Claro que no —lo tranquilizó el viejo—. Pero, si sucede, no debes preocuparte. Nunca se divorciará de ti. ¡Ah, no! Y, por supuesto, ella nunca te dará motivos para considerar el divorcio: vamos, ni siquiera te hará sentir inseguro.
—¿Y cuánto cuesta esa maravillosa mezcla? —inquirió Alan.
—No es tan cara —respondió el viejo— como el removedor de manchas, como acordamos llamarlo. No. Ese cuesta cinco mil dólares: nunca un centavo menos. Uno debe ser mayor que tú para disfrutar ese tipo de cosas. Uno tiene que ahorrar para darse esos gustos.
—Pero, ¿la poción de amor? —preguntó Alan.
—Ah, eso —dijo el viejo y abrió el cajón en la mesa de la cocina, del cual extrajo un pequeño y sucio frasco—. Sólo cuesta un dólar.
—No puedo agradecerle lo suficiente —admitió Alan, viendo al viejo llenar el frasco.
—Me gusta complacer —reiteró el viejo—. Los clientes regresan, más tarde en la vida, cuando han logrado juntar más dinero y quieren comprar cosas más costosas. Aquí tienes. Verás que es muy efectivo.
—De nuevo, muchas gracias —dijo Alan— Adiós. —Au revoir— se despidió el viejo.

This entry was posted on 08 diciembre 2023 at 20:36 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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