Kjell Askildsen - "Después del entierro"

Posted by La mujer Quijote in ,

Autor complejo dentro de la aparente simplicidad de sus historias. Hay quien lo ha adscrito al minimalismo o al “realismo sucio”m pero es un autor que supera esas etiquetas sin dificultad. En una entrevista dijo: "No soy minimalista, […] no soy para nada minimalista, si lo dicen protesto. Nunca escribo menos de lo que tengo que decir." En sus historias no importa tanto lo que se dice (aunque sí el cómo se dice), sino lo que no se puede ni siquiera pronunciar, aquello que está sumergido en el pozo oscuro de la existencia. Sus personajes no viven grandes peripecias ni aventuras sino que tienen vidas pequeñas atrapadas en la telaraña del hastío, en esa rutina doméstica. No se sabe cómo son físicamente los protagonistas de sus cuentos. No hay descripciones; pero podemos verlos a través de sus malestares, de lo que no se atreven a hacer o a decir.
El cuento pertenece al volumen "El precio de la amistad" de 2015, sú última obra publicadade.
La versión es la de Kirsti Baggetthum y Asunción Lorenzo.


Mi hermano fue enterrado el 6 de marzo. Era un martes. Llevaba nueve días muerto. Es realmente demasiado tiempo, opino yo.
Había llovido un poco todos los días, pero el martes por la mañana el cielo estaba azul. Llamé a María y le dije que no iría, que me había puesto enfermo.
María es mi hermana. No me creyó. Primero dijo que era un cobarde, luego empezó a suplicarme.
Hazlo por mí, dijo, por favor.
No contesté. Noté que estaba llorando.
¿Estás llorando?, le pregunté.
Por favor, dijo, no puedo más.
Entonces le dije que iría.

El entierro era a las once. Había estado en cuatro entierros o sepelios, pero nunca a una hora tan temprana. Estuve en el de mi padre, porque murió antes que mi madre, y fui por ella. No estuve en el de mi madre, porque ella ya estaba muerta. No fui capaz, la quería mucho.
Entonces por qué iba a ir al de Karl…, en todo caso sería por María. A ella también la quiero algo.
Así que fui.
Había cuatro hombres en la puerta de la pequeña capilla. Solo los vi de lejos. Cuando pasé por su lado miré al suelo, tanto entonces como cuando recorrí los bancos hasta la primera fila, porque sabía que es allí donde suelen sentarse los familiares.
María me había guardado un sitio. Me senté entre ella y Henriette, la hermana de nuestra madre. Henriette me cogió la mano y la mantuvo un rato cogida. Tiene más de setenta años.
Al otro lado de María estaban sentados sus dos hijos y el padre de estos, es decir, el marido de María. Es comerciante. Ninguno de los hijos se parece a sus padres, tal vez porque María y su marido, Kristian, son muy distintos. Los hijos tampoco se parecen entre ellos. A mí me habría gustado parecerme a mi madre, pero no es el caso.
Pasaron unos minutos, una débil y oscura nota salió del órgano, luego algunas claras que se superpusieron a la oscura. Era muy bonito, y me imaginé un gran lago silencioso, rodeado de árboles verdes. Subió el fragor del órgano, el agua empezó a encresparse y los árboles se inclinaron con el viento.

El pastor era bastante joven. Tenía el pelo oscuro, pero la voz clara. Hablaba como si hubiese conocido a Karl. Mencionó las aparentes casualidades que hacían que Karl se encontrara allí justo en ese momento, y que lo mismo regía para el hombre del coche que venía de frente. No explicó por qué había dicho aparentes, aunque tendría que ser esa palabra la que daba sentido a la frase.
No fue un sermón especialmente bueno, no hizo llorar a nadie, ni siquiera cuando dijo que nosotros, sus familiares, no debíamos encerrarnos en ese dolor necesario y revitalizador.
Fueron justo esas palabras las que empleó. Yo no las entendí, y esa es la razón por la que las recuerdo.

En cierto modo resultó más fácil salir de la capilla de lo que había resultado entrar, aunque los que estábamos en la primera fila salimos en primer lugar, para que los que estaban sentados detrás de nosotros pudieran vernos de frente. Quizá fuera por la música del órgano.
Yo caminaba al lado de Henriette. Era ella la que quería caminar a mi lado. Me dobla la edad. Vive a solo cincuenta metros de distancia de donde vivo yo. Yo vivo en la segunda planta de una finca urbana, ella en la planta baja del edificio vecino, y entre ambas casas solo hay un aparcamiento, una alambrada y algunos tilos bastante altos. En otoño e invierno y al principio de la primavera, antes de que hayan salido las hojas de los árboles, puedo verla junto al fogón o sentada en la mesa de la cocina. Ella lo sabe, se lo conté un día, y entonces dijo: Es bueno saberlo.
Cuando salimos a la penetrante luz, lo único que deseaba era marcharme de allí, así que le dije a Henriette que quería ir a la tumba de mi madre.
¿Puedo ir contigo?, preguntó.
Caminamos junto a la capilla y luego pasamos por delante de la iglesia. El cementerio se encuentra en una ladera hacia el sur, entre altos y erguidos pinos que dibujan grandes sombras.
¿Vienes aquí a menudo?, preguntó Henriette.
No, contesté, ¿y tú?
No, dijo ella.
Cuando nos encontrábamos junto a la tumba, Henriette dijo: Supongo que Karl también reposará aquí.
¿Lo ha dicho María?, pregunté.
No, pero es lo natural. Es la tumba familiar.
Yo no quiero estar aquí, dije.
¿No quieres?
¿Tú deseas reposar aquí?, le pregunté a ella.
No lo sé. ¿Piensas que debería?
No contesté. Luego dije:
Tú querías a mi madre, ¿verdad?
Ah, sí, la quería mucho.
¿Crees que ya se han ido?, le pregunté.
No los veo, dijo ella, pero si quieres, podemos salir por la puerta de más abajo.

This entry was posted on 02 septiembre 2022 at 20:20 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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