Ama Ata Aidoo - "Todo cuenta"

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Novelista, cuentista, dramaturga y poeta ghanesa. También ha escrito libros infantiles. Como muchas autoras postcoloniales, sus temas principales siempre indagan en el choque cultural colonial y en la situación de la muejer en la sociedad. Es una de las autoras africanas en lengua inglesa de referencia.
Este cuento pertenece al volumen No Sweetness Here de 1970.
La versión es la de Marina Fe.


Solía mirar sus caras serias y reírse en silencio, para sí misma. Se tomaban en serio lo que decían. La cosa era que queriéndolos a todos como hermana, amante y madre, también los conocía. Los conocía tan íntimamente como a las bastillas de sus vestidos. Que era mucho más fácil para ellos hablar acerca de la belleza de ser una misma. No esforzarse para parecerse a las muchachas blancas. No alisarse el pelo. Y sobre todo, no usar la peluca.
La peluca. Ah, la peluca. Dicen que está hecha de fibra artificial. Otros juran que si no es de pelo de gitana, entonces es de china. Los extremistas aseguran que están hechas del pelo de gente blanca muerta. Esto le dio pesadillas, porque había leído en alguna parte, hacía mucho tiempo, acerca de los alemanes que hacían pantallas de lámpara con las pieles de los judíos. Y se ponía a temblar frente a todo el mundo. En otras ocasiones, cuando su mundo era dulce como cuando ella y Fiifi estaban juntos, las imágenes que le venían a la mente no eran tan terribles. Sólo se ponía a pensar en la letra de esa loca canción de moda y se reía. Aquella sobre la gente en su país que sufría para pagar precios exorbitantes por ropa de segunda mano de los Estados Unidos ... y después, como estudiante de economía, también trataba de recordar otras verdades que sabía sobre África. Expertos de segunda categoría que daban asesoría de primera clase, peligrosa. O que expresaban opiniones de quinta categoría inútilmente. Maquinaria de segunda mano del basurero de otro.
Palas de nieve para granjas tropicales.
Tractores descontinuados.
Aviones de desecho.
Y ahora pelucas, hechas con el pelo no deseado de otras personas.
En ese momento, a pesar de lo fuerte que era, se le llenaban los ojos de lágrimas. Tal vez a su gente realmente se le había ido el tren del pensamiento original, después de todo. Y si Fiifi le preguntaba qué le pasaba, explicaba, repitiendo la misma historia cada vez. Él siempre movía la cabeza y se reía de ella, con lo cual ella acababa riéndose con él.
Al principio discutía con ellos, muy seriamente.
-¿Pero qué tiene que ver usar pelucas con la revolución?
-Mucho, hermana -le decían.
-¿Cómo? -preguntaba, luchando por no entender.
-Porque significa que no tenemos confianza en nosotros mismos.
Claro que entendía lo que querían decir.
-Pero esto es raro. Escuchen, hermanos, si de verdad enfrentáramos los problemas que tenemos ante nosotros, no tendríamos tiempo de preocuparnos por cosas tan insignificantes como las pelucas.
Los hacía enojar. No con el ligero desagrado de los hermanos, sino con el odio de amantes heridos. Se veían terribles, con sus ojos que se transformaban y se ponían rojos y le advertían que si no tenía cuidado la destruirían. Ah, la asustaban mucho, y con mucha frecuencia. Especialmente cuando pensaba en aquello que los llenaba con ese tipo de odio.
Esto era otra cosa. Ella siempre había sabido que en su sociedad los hombres y las mujeres habían tenido cosas más importantes que hacer que pelearse uno con otro en el pensamiento. No era en la escuela donde había aprendido esto. Porque, sabes, una realmente no iba a la escuela para aprender sobre África ... Y en cuanto a esto, ¿cómo le llamaban los expertos? ¿Guerra de los sexos? Sí, en cuanto a esta guerra de los sexos, si había habido alguna en los viejos tiempos entre su gente, nunca pudo haber sido en una escala tan grande. En esta época, cualquier pequeño "no" que le digas al "sí" de un muchacho significa que estás buscando bronca. Uy, es que hay tantos problemas.
Y en cuanto a imitar a las mujeres blancas, mmm, ¿qué otra cosa puede una hacer, viendo cómo se comportan algunos de nuestros hermanos? Las cosas que una ha visto con sus propios ojos. Las historias que una ha escuchado. Sobre políticos y diplomáticos africanos en el extranjero. Pero también, una ya tiene bastantes problemas como para meterse con la gente importante.
Después de un tiempo renunció a discutir con ellos, sus hermanos. Sólo dejó claramente establecido que la peluca era una salida fácil, en su opinión. No podía darse el lujo de perder tanto tiempo en su pelo. La peluca no era, después de todo, más que un sombrero. Un turbante. ¿Podrían por favor dejarla en paz? Es más, si realmente querían ver una revolución, ¿por qué no trabajaban de manera constructiva en otras formas de lograrla?
Hizo que se callaran. Porque ellos también conocían sus propias debilidades, que ellos mismos no estaban ni preparados ni listos para enfrentar las realidades y renunciar a esos aspectos de su sueño personal que se interponían entre ellos y las acciones significativas que deberían emprender. Por encima de todo, ella era realmente hermosa e inteligente. La querían y la respetaban.
No trabajó tanto y no obtuvo resultados brillantes en sus exámenes. Pero pasó y consiguió el nuevo título. Tres meses después, ella y Fiifi decidieron que sería mejor que se casaran en el extranjero. Las bodas allá en casa estaban demasiado llenas de tonterías absurdas. Tomó un vuelo de regreso, un mes después de la boda, con dos maletas. El resto de su equipaje llegaría por barco. Fiifi no empezaría a trabajar en unos tres meses, así que se había desviado para visitar uno o dos países africanos.
Realmente le había sido difícil creer lo que veía. ¿cómo hubiera podido? Desde las azafatas hasta las mecanógrafas de nivel tres en las oficinas, simplemente todas las muchachas llevaban peluca. No cortadas discretamente, ni disimuladas para verse como su propio pelo, como ella había tratado de hacer con la suya, sino descaradas, agresivas, toscas. La mayoría, de hecho, tenía masas de rizos suaves que caían sobre sus hombros. O enormes cosas que se apilaban sobre sus cabezas.
Y aun así, esa no era toda la historia. De repente parecía que todas las muchachas y las mujeres que conocía y recordaba que tenían suaves pieles negras se habían vuelto de piel clara. No uniformemente. Dios mío, la gente se veía como si una terrible plaga estuviera arrasando el lugar. Una plaga que dejaba parches extraños en las caras y cuellos.
No podía entenderlo, así que pensó que estaba soñando. Quizás había una explicación sencilla. Quizás un nuevo dios había nacido mientras ella estaba lejos, para quien había un nuevo festival. Y cuando las celebraciones terminaran, se quitarían las máscaras del rostro y esas cosas horrendas de la cabeza.
Pasó una semana y las máscaras todavía estaban puestas. Más de una vez pensó en preguntarle a una de las muchachas con las que había ido a la escuela de qué se trataba aquello. Pero se reprimió. No quería parecer más extranjera de lo que ya se sentía, cuando al mismo tiempo ella era la única muchacha negra en toda la ciudad ...
Luego terminaron las largas vacaciones y los estudiantes de la universidad nacional regresaron al campus. Ay ... estaba llena de entusiasmo cuando preparaba sus clases para las primeras semanas. Iba a decirles cómo eran las cosas. Que como estudiantes de economía, su papel en la construcción de la nación iba a ser crucial. Mucho más que los políticos de boca grande y de vida en grande, ellos podrían hacer un trabajo vital para salvar al continente de las garras de sus enemigos. Aunque fuera sólo por cierto tiempo; y bla, bla, bla.
Mientras tanto, usaba su propio pelo. Sólo un poco retocado para hacerlo más fácil de peinar. De hecho, había estado haciéndolo desde el día en que se casaron. El resultado de una negociación bastante difícil. El acuerdo final había sido que cualquier día del año ella andaría con su propio pelo. Pero seguiría conservando esa cosa para emergencias. En fin, llegó la primera mañana de su vida como profesora. Se reunió con los alumnos a las once. Eran unos quince o veinte. Una tercera parte eran muchachas. No las había visto entrar y no podía saber si tenían cuerpos hermosos o no. Pero, dios mío, ¿no eran preciosas de cara? Así que se preguntó mientras las miraba con la boca abierta, cómo se habría sentido si ella hubiera sido un hombre joven. Sonrió momentáneamente para sí misma ante la ridiculez de la idea. Fue un error interrumpir la sonrisa. Tendría que haberla conservado y dejar que se convirtiera en risa. Pues pisándole los talones había unos celos tan grandes que no sabía qué hacer con ellos. ¿Quiénes eran estas muchachas? ¿De dónde habían salido para confrontarla con su juventud? El hecho de que no fuera realmente mucho mayor que cualquiera de ellas no importaba. Ni siquiera que reconociera a una o dos que habían entrado al primer año cuando ella estaba en el quinto. Las recordaba muy claramente. Pequeñas novatas flacuchas escabulléndose tímidamente para cumplir sus órdenes como prefecta del dormitorio. Pequeñas criaturas perdidas y asustadas que venían de aldeas y tugurios apenas urbanizados y que habían llegado a esta ciudadela de una cultura ajena para ser convertidas en señoritas . . .
Y aun así, ella estaba ahí como profesora. Hablando de una cosa u otra. Tal vez sobre la automatización como el arma más novedosa de los países industrialmente desarrollados contra los condenados de la tierra. O algo por el estilo. Tal vez como era su primera hora con ellos, sólo estaba dándoles ideas generales acerca de lo que se vería en el curso.
De cualquier modo, su mente no estaba con ellos. Fijate en esa, Grace Mensah. Pobrecita. Lloró y lloró cuando le estaban enseñando a usar cuchillos y tenedores. Y ahora mírala.
Fue entonces cuando se fijó en las pelucas. Todas las muchachas las llevaban. Eran las más grandes que había visto hasta ese momento. Se sintió muy acalorada y ella, que casi nunca sudaba, se dio cuenta de que no sólo sus manos estaban mojadas, sino que también ríos de agua le escurrían de la nuca hasta la espalda. Su brasier se sentía demasiado apretado. Más tarde se sentiría agradecida de que las mujeres negras no hubieran aprendido todavía a desmayarse en momentos de agitación extrema.
Pero lo que la asustaba era que no podía acallar la voz de uno de los muchachos que llegaba a través del mar, desde una tierra extranjera, donde alguna vez ella había estado con ellos.
-Pero, Sissie, mira; entendemos lo que quieres decir. Excepto que no es el verdadero punto al que queremos llegar. Tradicionalmente, las mujeres de tu región pueden haber llevado el pelo largo. Sin embargo, tienes que admitir que hay un elemento en esto de usar peluca que es totalmente ajeno. Poco saludable.
Por fin, la primera horrenda clase terminó. Las muchachas se acercaron a saludarla. Pueden haberse preguntado qué le pasaba a esta nueva maestra. Y probablemente los muchachos también. No iba a permitir que eso la preocupara. Siempre los profesores tienen algo malo. Además, iba a tener muchas oportunidades para corregir las malas impresiones que hubiera provocado ...
Las siguientes semanas llegaron y pasaron sin que nada cambiara. De hecho, las cosas se pusieron cada vez peor. Cuando iba a su casa a visitar a sus parientes, las preguntas que le hacían eran tan dolorosas que no podía encontrarles respuesta.
-¿Qué coche vas a traer, Hermana? Ojalá que no se trate de una de esas cáscaras de coco con dos puertas, ¿eh? ... Y, ah, esperamos que hayas traído un refrigerador, porque sencillamente no puedes encontrar uno aquí en estos tiempos. Y si lo encuentras, cuesta tanto ...
¿Cómo podía decirles que coches y refrigeradores son cuerdas con las que nos ahorcamos nosotros mismos? Veía sus rostros y se preguntaba si eran los mismos que tan dolorosamente había ansiado ver cuando estaba lejos. Mmm, empezó a pensar que estaba en otro país. ¿Quizá se había bajado del avión en el aeropuerto equivocado? ¿Demasiado pronto? ¿Demasiado tarde? Fiifi todavía no había llegado al país. Eso pudo haber tenido algo que ver con el súbito interés que sintió por el concurso de belleza. No era realmente su estilo. Pero ahí estaba. Ahora estaba comprando ansiosamente los periódicos de la mañana para buscar las fotos de las ganadoras de cada región. Por supuesto que la ganadora del nivel nacional entraría al concurso de Miss Mundo.
Todo el tiempo supo que iría al estadio. Y no le resultó difícil conseguir un buen asiento.
Tendría que haber sabido que terminaría así. No había considerado hermosa a ninguna de las muchachas. Pero nadie le había pedido su opinión, ¿verdad? Sólo recordaría, más tarde, que todas las concursantes habían usado pelucas, excepto una. La ganadora. La que tenía la piel más clara de todas. No, no llevaba peluca. Su pelo, de mulata, muy sencillamente, muy naturalmente, caía en una melena exuberante sobre sus hombros . . .
Corrió a casa y al baño donde vomitó, y lloró y lloró y vomitó durante lo que a ella le parecieron días. Y todo este tiempo, pensaba en cuánta razón habían tenido los muchachos. Le hubiera gustado correr a donde estuvieran y decírselos. Pedirles que la perdonaran por haberse atrevido a contradecirlos. Habían tenido tanta razón. Sus hermanos, amantes y esposos. Pero casi todos ellos seguían fuera del país. En Europa, América o algún otro lado. Siempre le decían que la idea de regresar a casa les asustaba. Se sentirían frustrados . . .
Otros estaban estudiando todavía para obtener uno o dos títulos más. Una maestría aquí. Un doctorado allá . . . Ésa era la otra cosa de la revolución.

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