Mercedes Salisachs - "El castigo"

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Novelista, cuentista, dramaturga y ensayista catalana. Además de sus libros, publicó muchos relatos en prensa. Como ha ocurrido y sigue ocurriendo con otros autores, durante una época fue una autora conocida y reconocida y, sin embargo, ha sido una autora a la que los estudiosos le han prestado muy poca atención (aunque ha sido el objeto de alguna tesis doctoral). Este cuento fue publicado en "El periódico de Cataluña" pero desconozco la fecha.
Aunque todo en la playa tintea de azul el ambiente y los sonidos lanzan brotes de alegría, la mente del niño alborota nubes tormentosas y brumea rencores.
El agua del mar, de tanto asimilar el verano, despide centelleos que a veces hieren la vista. Pero el niño sólo sabe que sus padres le han castigado a quedarse en la terraza del hotel junto a sus dos abuelas (esas mujeres de cuerpos fláccidos y cabellos escasos, labios enjutos y rostros llenos de surcos) y esas amigas suyas vetustas, independizadas para siempre de juegos veraniegos y júbilos espontáneos, porque el castigo que los padres le han infligido consiste en quedarse sin baño, sin canoa y sin yate y sobre todo sin la posibilidad de bucear con los otros niños y jugar a ser felices como ese sol que llena el mar de promesas relucientes y esos sonidos que caldean el alma con risas lúdicas sólo decadentes cuando, al atardecer, los navegantes de siempre regresan de la excursión cotidiana en ese yate prohibido, mientras el sol se va escondiendo más allá del monte.
—Comerás en la terraza con las abuelas, no podrás bañarte, y si no obedeces tu castigo se prolongará toda la semana —le han dicho los padres al marcharse mar adentro.
Ésa es la amenaza. Y el fastidio. Y el odio repentino que el niño experimenta por esas mujeres viejas que le rodean, sobre todo cuando las oye cotillear sobre cosas estúpidas y sin fundamento relacionadas sobre lo caras que se habían puesto las cosas, las modas vergonzosas que rebajan la dignidad de la mujer, y esa interminable retahíla de chismes sobre los famosos.
También se siente vejado cuando comentan lo difícil que resulta educar a un niño como él, rebelde, posesivo y poco dotado para la obediencia. En estos momentos están sentados en torno a una mesa plagada de tazas, platos, vasos y comida, mientras el niño, junto a ellas, las escucha con aire musaráñico entre dormido y fastidiado.
El murmullo que se produce en el ambiente es como un arrullo excitante que va dejando a escondidas rencores propicios a la represalia.
Es una represalia plagada de aburrimiento: un aburrimiento arrollador que va creciendo con la discusión de las viejas.
De pronto ese aburrimiento se vuelve tan grande, que incluso llega a emanciparse del niño y se va colocando en cada pieza de la mesa, en cada alimento, en cada plato. Nunca para el niño un aburrimiento ha sido tan grande ni tan escandaloso de puro insoportable.
Resulta extraño impregnarse de tanto aburrimiento y sentirse como hipnotizado por tanto voceo, gestos, ademanes, risas y exclamaciones sin sentido.
Comen despacio probablemente por culpa de la dentadura, pero no dejan de hablar.
Su parloteo más que un murmullo vago es como un trueno algo apagado que no finalizase nunca.
Y el aburrimiento del niño aumenta.
Insensiblemente los ojos del pequeño, lejos de reflejar cansancio y sueño, se llenan de furia. Minuciosamente van analizando cada detalle de las viejas: esas partículas de espuma que se acumulan en las comisuras de sus labios, ese gesto de una de ellas cuando pronuncia la palabra "indecencia", esas manos disecadas con venas prominentes y tendones azulados, cuyos meñiques se disparan al sostener tazas, vasos y cubiertos. Luego están esas sonrisas falsas cuando se alaban mutuamente y esos horribles ceños cuando censuran algo.
El desastre se avecina pero es inútil advertirles "cuidadito, la paciencia del niño está llegando a sus límites". La mayoría de la gente no cree en los límites y menos en los de la paciencia de un niño. Además los niños no tienen derecho a ser impacientes ni a protestar. Los niños tienen obligación de resignarse a su aburrimiento. Para algo son niños, para algo tienen una vida por delante llena de promesas y de esperanzas lúdicas.
De pronto las mujeres se vuelven todavía más charlatanas, ninguna escucha a la otra. En realidad hablan porque necesitan escucharse a sí mismas. Por eso la euforia aumenta y las conversaciones dejan de tener ya coherencia: cada una de las viejas se centra ahora en "sus problemas, teorías y gustos".
Luego rompen a reír sus propias ocurrencias sin saber lo que sus risas y sus comentarios dañan la estabilidad del niño. Por eso poco a poco el pequeño, lejos de seguir siendo niño se está convirtiendo en un viejo. Un viejo enfurruñado que sin saber por qué coloca sus manos sobre el mantel como diez percebes crispados.
Es indudable que a simple vista se trata de unas manos peligrosas. Pero ninguna de las mujeres percibe el peligro que se avecina, ni puede imaginar que el desastre está ya rozando la mesa.
Y el silencio no llega. El silencio es algo legendario en total desacuerdo con el aburrimiento.
Por eso el desastre es ya algo inevitable. No obstante ninguna de las mujeres que rodean al pequeño lo puede detectar. Ninguna comprende hasta qué punto esos diez percebes, que parecen manos crispadas sobre el mantel, pueden ser tan peligrosas.
Hasta que el desastre oculto en las manos del niño ocurre.
De momento es sólo un estruendo, luego surge la indignación, la desorientación y la ira. Ninguna de las mujeres llega a entender por qué ha ocurrido esa inevitable catástrofe sin que pudieran detectarla.
El hecho es que la mesa ha quedado desnuda.
Junto a ellos todo es estupor, incomprensión y extrañeza. Las viejas se han puesto repentinamente en pie.
Ahí en el pavimento se amontona un revoltijo de platos hechos añicos, de comidas entremezcladas, de cristales hirientes y sangre de vinos desparramados.
Las viejas zarandean al niño, le gritan, lo increpan y lo insultan, pero el niño con aire triunfante ondea el mantel como si enarbolara una bandera.
No importa que le vaticinen castigos imperdonables, que lo amenacen con las peores represalias y que rápidamente lo agarren de la mano y lo lleven Dios sabe dónde.
A pesar de todo, el causante del estropicio ya no es un viejo. Mientras camina, va sonriendo como sonríen los niños.
Relato publicado por El Periódico de Catalunya

This entry was posted on 14 noviembre 2021 at 18:16 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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