Ana García Bergua - "Flor de pluma (Tragedia kitsch en forma de diario)"

Posted by La mujer Quijote in ,





El cuento pertenece al volumen "El imaginador" de 1996.






Miércoles 14
Encuentro esta nueva pensión en el centro de la ciudad simplemente encantadora. Su dueña, Madame de Dalle, es una viejecita sencilla y distinguida (usa calcetines a su edad: único defecto). Tras haber encontrado un lugar tan tranquilo y apacible, apenas tengo tiempo para comenzar el trabajo encomendado. Cinco baúles me esperan para ser abiertos.

Viernes 16
Ahora que tengo un pequeño respiro, ya instalado, me daré el lujo de describir mi situación. La pensión, perdida entre las callejuelas del centro, está, sin embargo, a unos pocos pasos del Sears y suele ser visitada por turistas de todo el mundo, pues Madame de Dalle está catalogada como monumento histórico. La pensión es una pequeña casa, de color blanco, al estilo francés del XIX. Ayer tuve el gusto de conocer a dos huéspedes: la más antigua, la señorita Daphne G., bailarina rusa exiliada, tiene cosa de setenta y seis años de edad, lo cual no le ha impedido alquilar una habitación extra para practicar demipliés. Es una mujer desenvuelta y coqueta —demasiado, quizás—: apenas habíamos intercambiado los respectivos nombres y ya pretendía que le diera trocitos de apfelstrudel en la boca con mi propia cuchara. Tengo cuarenta años y la vida no me ha pasado en blanco, lo cual no me hace carecer, sin embargo, de cierto pudor. Le he dado mi postre completo para levantarme de la mesa, ruborizado. En el camino a mi cuarto, he conocido al doctor B., un investigador en la edad madura. Me ha mostrado el laboratorio que montó en su habitación, bastante interesante. Por qué ha venido a hacer experimentos con células de conejo a una pensión, es algo que aún ignoro. La naturaleza de mi trabajo me impide seguir escribiendo por más de media hora diaria, por lo cual continuaré mañana mi descripción. Debo anotar, sin embargo, un curioso detalle: hoy, mientras abría los baúles 6 y 7, reparé en la presencia de un clavel rojo en mi champú. Debo comprar otro. Según el doctor B., el anticaspa se debilita al contacto con sustancias vegetales.

Sábado 17
La familia de hondureños que ocupa la alacena al fondo del pasillo ha venido a hacerme una visita sorpresa. Me costó bastante trabajo esconder, mientras entraban con cantos y bailes autóctonos a mi habitación, el baúl número 8. Logré ponerlo en el baño, en lo que la familia entera —los padres, el abuelo y cinco hijos de mediana edad— se instalaba en mi cama, y me pedía algo de tomar. Venturosamente, mi samovar estaba ya instalado, y hemos pasado más de dos horas conversando. Es una de las familias más bonitas que he conocido. Tan unida, que, cuando alguno de ellos se ve en la penosa necesidad de ir al baño o al cuarto contiguo, besa a todo el resto con auténtico dolor. Me ha conmovido su plática sencilla y agradable, así como sus buenas intenciones. Venían a trabar amistad conmigo y a prevenirme sobre la señorita Daphne. Mi conducta en la mesa la tiene en cama. ¿Será ella quien habrá puesto aquella flor en mi champú? Dios mío, cómo incomoda una historia así, a la mitad del trabajo. Debo concentrarme en el baúl 9, aunque no puedo negar que el asunto del clavel y la señorita Daphne me preocupa.

Domingo 18
Domingo. La pensión entera ha ido a la iglesia. Guiado por la mera curiosidad, he visitado todos los cuartos, incluyendo la alacena. Únicamente he encontrado al doctor, que llenaba de palabras cariñosas a sus células. “Así crecen mejor”, me ha dicho, sonriente y orgulloso. ¡Ah, el amor a la ciencia! Al retornar a mi cuarto, algo me ha sorprendido, sin embargo: mi cepillo de dientes ha sido robado. Juro haberlo visto en el lavabo esta misma mañana. Ni hablar, compraré otro. Aun así, no creo que haya sido la señorita Daphne, pues ella ya estaba orando en la iglesia cuando yo me lavaba los dientes. Aunque me queda una pequeña duda. De ser la señorita Daphne, el asunto ha ido demasiado lejos. Ayer apareció a la hora de la cena, pálida y demacrada, e intentó bailar para mí la muerte del cisne, pero la tos se lo impidió. Hubo que llevarla a su habitación y darle oxígeno. ¡Quién lo diría! El amor floreciendo a su edad, de esa manera…
Aprovechando el domingo, iré al cine.

Lunes 19
Ayer, turbado por el asunto del cepillo de dientes, no di importancia a algo en lo que apenas había reparado durante mi visita a la pensión desierta, y que sin embargo ha estado presente en mis sueños durante toda la noche: la pequeña habitación que se encuentra junto a la cocina. ¡Un verdadero primor! Una camita de madera rústica, un tocador de mujer coqueta y soñadora, cortinas de encaje y sobre todo, algo que está por volverme loco. Al visitar el cuartito no reconocí la fragancia que todos sus muebles despedían, y ahora, durante el sueño, la he identificado: Fleur de Plume, ¡el perfume de mi madre! Hoy en la mañana estuve por preguntarle a Madame de Dalle quién es la mujer apasionante que ocupa aquella habitación, pero antes quise cerciorarme de que no fuera ella misma la persona deseada, por lo que me incliné discretamente a olerla. No, no es ella. Madame de Dalle huele a magnesio. Para colmo, cuando me sintió cerca, cerró los ojos y entreabrió los labios de una manera casi obscena. ¿Es que no le da vergüenza? Entre ella y la señorita Daphne van a lograr que pierda el respeto por cualquier mujer mayor de sesenta años. Hablando de la señorita Daphne, ayer envió al turista japonés que habita el cuarto contiguo al mío a rogarme que la visite. Mientras me repetía el mensaje, ha fotografiado mis baúles. Me he visto en la penosa necesidad de arrancarle la Nikon y quemar el rollo ipso facto. Mi trabajo se comienza a dificultar. Quizá lo más sensato sería trasladarme al Hilton.

Martes 20
He intentado partir. No puedo. Debo desentrañar quién es la misteriosa dama del cuartito encantador, o soñaré con su perfume el resto de mis días...
Mi cepillo de dientes ha regresado a su sitio. Tiene grabado en letras de oro “siempre tuya, B.”, y al llevármelo a la boca me ha invadido, gozosamente, la juguetona fragancia del “Fleur de Plume”. ¡Dios mío! Ella me ama. ¡Estoy tan nervioso! Me he saltado al baúl 10 sin darme cuenta, poseído por una excitación frenética. ¿Brigitte? ¿Brunilda? ¿Bárbara? ¡B! ¡B! ¡qué letra encantadora!… Si en la agencia M & Jeff supieran del estado en que me encuentro, me despedirían sin dudarlo.

Miércoles 21
Estoy paralizado. Hoy, cuando me dirigía a comprar el periódico, la señorita Daphne me ha sorprendido en la esquina vestida con tutú y se ha puesto a recitarme las partes más líricas de Dostoyevski. Tuve que llevarla a su habitación y aplicarle benzocaína. Me duele verme obligado a rechazar el amor de una mujer por lo demás admirable, pero no es sólo su dentadura postiza lo que me detiene: mi misteriosa amada me ha dejado bajo las sábanas una preciosa pijama de pluma de pato, a la que he abrazado amorosamente durante toda la noche. Debo demostrarle que su pasión es absolutamente correspondida. He numerado mal el baúl 14, ¡estoy enamorado!

Jueves 22
He salido a desayunar con la pijama de pato. Quienquiera que sea, notará cuánto aprecio su regalo. No parece ser ninguno de los huéspedes que conozco. El japonés me ha fotografiado de nuevo y la hija de los hondureños —una preciosa quinceañera de quien sospechaba— me ha insultado con franca repugnancia. Estoy distraído, no puedo trabajar. Hoy salté entre los baúles como un simio de catorce años. ¡La amo desesperadamente!

Viernes 22
Hoy he cometido una locura. Fingiéndome cafeinómano, he ingerido catorce tazas de la enervante pócima a la espera de que todo el mundo se marchara al concluir el desayuno. Entonces he intentado escabullirme hacia el cuartito que habita mi amor. Por desgracia, cuando estaba ya a unos pasos de la primorosa puerta de madera con un corazón tallado a la manera suiza, mi nerviosismo hizo que tropezara con el gato de la casa y la señorita Daphne, al escuchar el ruido, ha sufrido un colapso nervioso. El doctor interrumpió sus estudios para atenderla y dice que está grave. Me siento el más miserable de los hombres. Para colmo, comienzo a odiar mi trabajo. Abrir los baúles 16 y 17 me pareció un acto deleznable y mercenario.

Martes 27
Nada, absolutamente nada. Llevo tres días en cama, abrazado a mi querido pijama y leyendo a Balzac sin saber qué hacer. Debo levantarme, aunque sea para comprar el periódico. Hay que animarse. Decía mi padre que el amor termina pronto, y ahora que recuerdo mi matrimonio de cinco meses con Z., le empiezo a dar la razón. Trabajaré en el baúl 18, sólo para olvidar.

Jueves 29
La desgracia invade mi vida. La señorita Daphne ha fallecido, mientras intentaba bailar las dos partes del pas de deux de Romeo y Julieta (la parte de Romeo y la parte de Julieta) al mismo tiempo. Madame de Dalle ha subido bañada en lágrimas a pedirme que me encargue de la señorita Daphne pues, aunque subjetivamente, soy el ser más cercano a la fallecida rusa. ¡Dios mío! El doctor ha tomado el cadáver prestado por un par de horas, pues —me explicó— necesitaba justamente un cadáver para su siguiente experimento, y los de la morgue los rentan carísimos. Jamás en toda mi vida me negaré a hacer alguna aportación a la ciencia por más pequeña que sea, pero espero que me devuelva a la señorita Daphne en buen estado. Además, eso me permite escribir durante un rato, antes de llamar a la funeraria. Mi corazón se aleja, con esta tragedia, de la misteriosa B., y el amor parece estar saliendo de mi vida furtivamente.

Viernes 30
Ayer enterramos a la señorita Daphne. La familia de hondureños, Madame de Dalle y yo hemos sido los últimos testigos de su presencia en este mundo. Requiescat in pace, Daphne Strogonovskaya Romanovna Gutiérrez. Hemos pasado la tarde rememorándola arracimados en el sofá de Madame de Dalle. Únicamente el doctor B. y el japonés se mantienen ajenos a la tragedia. Por cierto, el doctor se ha quedado con un ojo de la señorita Daphne para un interesante experimento. Me lo ha querido pagar, pero me he negado, convencido de su honestidad de hombre de ciencia. Encuentro el baúl 21 apasionante, pero no cabe ya en el baño. Quizá tenga que alquilar el salón de baile de la señorita Daphne.

Sábado 1
El japonés está deprimido por el deceso de la bailarina. ¡Y yo pensando que este oriental no tenía corazón! Apenas ha olido su desayuno para levantarse bañado en lágrimas y escapar a su cuarto como una quinceañera.
Comienzo a sentir un gran apego a la pensión de Madame de Dalle. Somos una pequeña familia, muy unida. Los hondureños, incluso, tienen la intención de comprar un arbolito de Navidad pues —dicen— a la pensión le falta calor de hogar. No les hemos dicho que estamos en abril para no herir susceptibilidades, ¡la intención es tan buena! ¿A qué estropearla con el deleznable y banal sentido común? Mi samovar espera humeante su visita.
El baúl 22 difiere notablemente del 23. Algo de esto me habían mencionado en la agencia... El trabajo se dificulta, como siempre. Ya alquilé la otra habitación. Hay más espacio, aunque a veces, por equivocación, trabajo sin darme cuenta en el espejo durante horas. Lo tengo que cubrir con una franela para no volver a perder el tiempo. No debí alquilar el salón de baile.

Martes 4
¿Por qué? ¿Por qué ahora que me había curado de tanto amor aparece así? No puedo dormir, no he comido nada en dos días y les he gritado a los hondureños. Me voy a volver loco. Y es que la vi. Hace un par de días fui a buscar el periódico y de regreso ¡ahí estaba! Tallaba su nombre en mi rasuradora eléctrica, transida, y al verme entrar a la habitación intempestivamente se puso pálida como una acacia. Apenas pude ver su silueta y el primoroso mandil blanco que llevaba, pues salió como una ráfaga dejando tras de sí la fragancia de “Fleur de Plume”— en mi marchito corazón y su mágico nombre esculpido en letras romanas sobre el plástico rojo de mi rasuradora: ¡Bunsen! ¡Bunsen! repito tu nombre como el del mismo Dios. ¿Por qué te ocultas así? ¿Por qué no me dejas verte? Entonces era ella la que doblaba mis camisas y las encuadernaba con tanto primor, la que ha hecho mi cama de manera tan perfecta que sólo puedo entrar por un lado (pues el resto está firmemente cosido con punto de cruz), la que ordena mis objetos personales en forma tan artística. No me queda más que esperar. Debo levantarme y pedir disculpas a los hondureños. He sido un loco.

Miércoles 5
Mi desodorante tiene una guirnalda. La he visto extasiado durante toda la mañana. Después, he dispuesto mis píldoras para dormir de manera que se lee “Bunsen, te amo”, sobre mi mesilla de noche. Quisiera saber qué color le gusta y sorprenderla con un regalo. La verdad, no sé qué me detiene cuando intento hablarle a Madame de Dalle de todo esto. ¿Será esa manera de inclinarse hacia atrás y abrir la boca? Supongo que sí.

Jueves 7
El doctor B. me llamó anoche a su habitación: quería mostrarme el conejo que ha producido con el ojo de la señorita Daphne, pero cierto respeto a la memoria de la rusa apasionada me impidió apreciar lo que, según el doctor, es un verdadero portento. Bunsen ha respondido a mi mensaje. Con mi rasuradora, ha escrito “yo también” en la piel de oso que siempre pongo al pie de mi cama. Soy el hombre más feliz del mundo. Ahora sé con certeza que ella me ama.

Sábado 8
No logro recordar en qué baúl estaba. ¡Ah, el amor!

Lunes 10
Hoy ha llegado un nuevo huésped. Es un suizo que ocupará la habitación de la señorita Daphne. Hemos pasado toda la comida intentando pronunciar su nombre. Únicamente el japonés lo ha logrado, después de fotografiarlo repetidas veces articulando cada letra. Me pregunto a qué grado llegará la disciplina escolar en aquella isla oriental. En todo caso, ha sido un golpe de suerte, pues he logrado preguntar a Madame de Dalle quién es Bunsen. Como estaba ocupada en articular el sonido “tgz”, no le fue posible hacerme la jugarreta de siempre, pero ha quedado muda. Lleva exactamente cinco horas sin hablar, y el doctor B. está muy ocupado con una peritonitis que vino a visitarlo. Dice que la atenderá mañana.
Mi adorada Bunsen ha puesto mis pantalones cuidadosamente doblados en la bañera. ¡Querida mía! El amor nos afecta a ambos por igual. Yo, por mi parte, me he vuelto a equivocar de baúl.

Martes 11
Ahora veo que hay un misterio en todo esto. Madame de Dalle rehúye mi presencia. Por otro lado, la sorprendí hoy revisando mi habitación. Al ser descubierta, ha salido corriendo con mi toalla azul en la cabeza, pretendiendo esconderse. ¿Qué buscaría? Seguramente algo relacionado con mi adorada Bunsen. ¡Si sólo pudiera verla, hablar con ella...! Intentando distraerme de todo el asunto, he trabajado en mis baúles como un loco, sin método ya. M & Jeff podrán, temo, prescindir de mis servicios más pronto de lo que creen. Ya no soy útil. He ido a contar el problema a los hondureños, desesperado, pero siguen ocupados con la pronunciación del suizo. La gente a veces es egoísta...

Viernes 14
Silencio y desolación. Ni una señal de Bunsen. Madame de Dalle sigue jugando a las escondidas. Yo, por mi parte, trabajo en el baúl 55, elegido al azar. La vida es un desierto.

Domingo 16

Una esperanza. Un ligero sabor a —“Fleur de Plume”— en mi pasta dental. ¿Sabrá ella que con eso no hace más que aumentar mi dolor?”. Llevo cuatro horas aullando, de tal manera que el suizo ha irrumpido en mi cuarto con su equipo de primeros auxilios. Tuve que fingir que nada me ocurría, por el temor de tener que llamarlo por su nombre y cometer alguna equivocación imperdonable. De no ser así, hubiera llorado en sus brazos. ¿Cómo puedo amar con tanta intensidad a una sombra con mandil blanco, a una figura que sólo he visto por un segundo? Aun así, no dejo de notar su presencia en las cosas más imperceptibles. Además del perfume en la pasta dental, ha puesto el spray para el aliento en mis mocasines. ¿Distracciones? ¿Mensajes en clave? Estoy a un paso de volverme católico...

Viernes 21
Silencio total durante la semana. Al cabo de cinco noches de insomnio en mi pijama de pato, he decidido encerrarme en el baúl 57 hasta que aparezca.

Martes 25
Llevo tres días de encierro en el baúl. Huele un poco mal. Mi mente da vueltas mientras escucho al japonés fotografiarme y a la familia de hondureños que ahora juegan a la matatena encima de mi nuevo hábitat. No me importa. En todo caso, he pensado en instalar un teléfono por si llamaran de M & Jeff para algo importante. En todo caso, mi despido sería lo más lógico. Mi vida es una catástrofe. Si fuera un hombre más razonable, me iría al Hilton e intentaría olvidar a Bunsen.

Miércoles 26
Algo en lo que no habría reparado: alguien abre mi baúl mientras duermo. De no ser así, no encontraría un huevo frito cada mañana frente a mí. Quisiera que también se llevaran los platos, pues comienzo a no caber en el baúl. Ahora mismo, un vaso de jugo de naranja está a punto de desnucarme si me muevo un centímetro.

Martes 1
Me encuentro en la habitación 304 del hotel Hilton. Los terribles sucesos ocurridos los días 27 y 28 me han obligado a abandonar para siempre aquella pensión. La historia es la siguiente:
La madrugada del jueves 27, preso de un ataque de tos producido por las plumas de mi pijama, me vi obligado a salir por un momento del baúl 57, en la necesidad absoluta de buscar un vaso de agua. Grande fue mi sorpresa al descubrir que me hallaba, ni más ni menos, en la habitación de mi adorada Bunsen. ¿Me habría llevado hasta ahí ella misma en sus dulces brazos? De ser así, ¿cómo fue que no resentí los tumbos de cuatro tramos de escaleras? Mientras me hacía estas preguntas, inhalaba extasiado la fragancia del Fleur de Plume que calmaba mi tos y enloquecía mis sentidos. “Bunsen”, murmuré, llamando a mi amada. “Bunsen, si no te dejas de esconder me mataré”, y llevado por la desesperación pensé en sacarme los ojos con la cerradura de mi baúl, antes que seguir siendo torturado así. Entonces, mi amada apareció a la mitad de la habitación, bañada en lágrimas.
Sí, mi amada Bunsen era un espectro. Un espectro al que, según me contó entre sollozos, Madame de Dalle tenía trabajando en su casa de manera despiadada, bajo amenazas graves. Era el espectro más bonito que he visto, con un lunar debajo del ojo izquierdo. Caí postrado a sus pies, rindiéndole mi admiración y ofrendándole mis lágrimas. Después pude decirle todas las palabras de amor que se me vinieron a la cabeza, mientras ella reía coquetamente y, como es lógico en el amor, quise abrazarla, pero hacer esto con un espectro es imposible, así como quitarle la ropa. Bunsen había muerto de un soponcio con el uniforme puesto, y aquella era su única, su eterna imagen. Pero no me importó. Por fin estaba con ella, cantando alegremente y embriagándome en su perfume, engolosinado, prometiéndole un futuro sin tareas domésticas en la lejana isla de K., donde viven algunos parientes míos que seguramente la adorarían. Planeamos cuidadosamente nuestra escapatoria, y mientras ella desplumaba mi pijama llevada por la pasión, dejó salir un pequeño chillido emocionado. Un chillido gracioso, romántico, de perico australiano, y que sin embargo desató la catástrofe sobre nuestras vidas.
Antes de que pensáramos en levantarnos para partir, Madame de Dalle estaba ya en la puerta, armada de varios globos de oxígeno combustible.
—¿Acaso no está satisfecho con los servicios que ofrece la pensión, señor Q. W.? —me dijo, de una manera vulgar e insultante.
Jamás hubiera pensado que detrás de aquella viejecita lasciva y con calcetines habitara la auténtica maldad. Pero Bunsen la encaró valientemente:
—Con tal de no pagarme prestaciones, fuiste capaz de matarme, tía Antoinette. Ahora el mundo entero lo sabrá.
¡Su propia tía! Dios mío, qué historia se develaba ante mis ojos. La miseria humana no tiene límites. La conciencia política de mi amada no sólo la hacía ver hermosa, sino admirable. La besé apasionadamente, tratando de olvidar el sabor a aire, y ambos dimos un paso al frente, decididos a pasar sobre el cadáver de Madame de Dalle.
Pero la terrible tía liberó el oxígeno de sus globos, y mi amada Bunsen desapareció para siempre. La vi desvanecerse entre lágrimas, mientras apretaba los dedos en el cuello de Madame de Dalle, la mujer que había asesinado a su sobrina para que su fantasma tendiera las camas y arreglara los cuartos sin cobrar sueldo ni alimentación. La vieja gritaba como una loca mientras yo la ahorcaba. La pensión entera bajó a escuchar el ruido, y con grandes trabajos me convencieron de que no cometiera un justo crimen. Aún así, oyeron aterrados y estupefactos las acusaciones terribles que hice a aquel engendro.
Ellos también se han cambiado al Hilton. El castigo de Madame de Dalle será la pobreza, la humillación, la vergüenza, la soledad, el infortunio y la culpa por el resto de sus días. El mío será rememorar para siempre a mi amada cenicienta espectral, mientras la familia de hondureños me ayuda con el baúl 64, cuyo contenido, después de esta historia, apenas me resulta interesante.

This entry was posted on 31 octubre 2021 at 14:27 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

0 comentarios

Publicar un comentario