Joy Williams - "Podredumbre"

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Cuentista, novelista y ensayista estadounidense. Sus ideas han sido etiquetadas como lúgubres e impías a la vez que divertidamente nihilistas. Autora misántropa (y comparada en este sentido con Salinger y Pynchon), en 2017 manifestaba que "gran parte de la ficción contemporánea es osadamente frívola y está obsesionada con el yo" y que “vivimos, engendramos y queremos cosas -siempre este espantoso querer-, y hemos causado un daño irreversible a muchísimas. Es posible que la novela, y hasta los relatos, mueran, porque vamos a acabar asqueados a más no poder de hablar de nosotros mismos". Autora que es cualquier cosa menos cómoda.
Este cuento fue publicado inicialmente en el "Prize stories 1988: the O. Henry awards" junto con otros cuentos de autores como Raymond Carver, Joyce Carol Oates o Ann Beattie y posteriormente fue publicado por la autora en el volumen "Escapes" en 1990.
La versión es la de Albert Fuentes Sánchez.


Lucy estaba mirando la calle cuando un viejo Ford Thunderbird subió por el camino de su casa. Nunca había visto el coche y era su marido, Dwight, quien lo conducía. Una exnovia de Dwight saltó del asiento del acompañante y corrió hacia la casa. Se llamaba Caroline, tenía el pelo rizado y grandes dientes blancos, más blancos de lo que parecía normal, y de todas las novias que Dwight había tenido ésa era la que menos le gustaba a Lucy.
- Yo hacía de bocina —dijo Caroline—. El coche no tiene, así que la hacía yo. Gritaba por la ventanilla: «¡Cuidado!».
- ¿También hacías los frenos o sólo la bocina? —preguntó Lucy.
- Tiene frenos —dijo Caroline, mostrando su dentadura deslumbrante.
Entró en el salón y dijo:
- ¡Hola, alfombra!
Siempre le hablaba a la alfombra que había en el suelo. Era una alfombra mexicana con pájaros de distintos colores volando. Todos tenían los ojos alargados y blancos. Dwight y Caroline habían comprado la alfombra en Yucatán cuando fueron a hacer esnórquel tres años antes. Algunas de las calas estaban tan concurridas que apenas se podían ver los peces por culpa de toda la loción solar que flotaba en el agua. Dwight le había contado a Lucy que en El Garrafón, en Isla Mujeres, había sacado la cabeza del agua un momento y había visto a un centenar de personas meciéndose boca abajo junto a las rocas del arrecife y un tampón blanco y limpio flotando entre ellas. Caroline había dicho entonces:
- Qué asco, pero seguro que es una broma.
Caroline le susurraba cosas bonitas a la alfombra, dándose aires, pensó Lucy, aunque no le hablaba en español porque no sabía hablarlo. Lucy miró por la ventana y vio a Dwight sentado en el Thunderbird. Era un coche viejo, repintado de negro, con una capota rígida de color blanco, ojos de buey y guardabarros rebajados. Le pareció que era un poco demasiado grande para aquel coche. Dwight se bajó de golpe y corrió a la casa como si estuviera lloviendo, aunque no llovía. Era un día apacible de primavera, justo antes de Pascua, con una insoportable sensación de pesadez en el aire. Últimamente, cuando volvían a casa, siempre traían porquería sintética de las cestas de Pascua pegada a la ropa: esa paja falsa donde poner los huevos, ese material crujiente de colores pastel que se suele meter en las cestas de Pascua. Lucy no sabía de dónde lo sacaban, pero aquel día no habían traído detritos festivos.
Dwight le estampó un beso fuerte, errante, en la boca. Últimamente, tenía la impresión de que probaba nuevos tipos de beso con ella, como si quisiera afinarlos.
- Supongo que me vas a dar una explicación —dijo Lucy.
- Lucy —dijo él con solemnidad.
Caroline se les unió y dijo:
- Tengo que irme. No sé qué hora es, pero me apuesto a que lo adivino con una precisión de un minuto. Puedo hacerlo —aseguró a Lucy. Caroline cerró los ojos. No obstante, sus dientes parecían seguir mirándolos—. Las cinco y diez —dijo al cabo de un rato. Lucy miró el reloj de pared que indicaba las cinco y diez. Se encogió de hombros.
- Es una monada de coche —dijo Caroline, dándole a Dwight un pequeño achuchón—. ¿No te parece una monada? —le dijo a Lucy—. Tu Dwight lleva persiguiéndolo desde hace días.
- Se lo compré a un pariente —dijo Dwight.
Lucy lo miró con gesto impasible. No era una chica que se alarmara fácilmente.
- La semana pasada bajé al acuario a mirar los peces —empezó Dwight.
- Ah, ese acuario —dijo Lucy.
En el acuario habían sacrificado una cría de foca porque era demasiado fea para que la vieran los niños. Habían considerado que no era un ejemplar presentable y se habían deshecho de él. Aquel acuario tenía indignada a Lucy. «Me gustan los peces —le había dicho Dwight cuando Lucy le había preguntado por qué pasaba tantas horas de su tiempo libre en el acuario—. A los hombres nos gustan los peces.»
- Y cuando fui al aparcamiento, justo al lado de nuestro coche, vi este pequeño Thunderbird con un muerto sentado al volante.
- ¡Qué te parece! —exclamó Caroline.
- Fui el primero en verlo —dijo Dwight—. No soy un experto, pero ese hombre había estirado la pata.
- ¿Qué aspecto tenía el muerto? —preguntó Lucy a Dwight.
Se quedó pensando un momento y luego dijo:
- Como en las películas. Tenía la cabeza muy grande.
- En cualquier caso... —dijo Lucy, impacientándose un poco.
- En cualquier caso —dijo Dwight—, fue el coche el que me buscó a mí. A veces ocurren estas cosas. Supe que tenía que quedarme con él. Era demasiado bonito para dejarlo pasar. Está casi nuevo —dijo Dwight, haciendo un gesto hacia el coche—. Y ahora es nuestro.
- Este coche no está casi nuevo —dijo Lucy—. Un hombre murió dentro. Diría que no puede estar menos nuevo.
Siguió hablando con vehemencia en esos mismos términos durante un buen rato.
Caroline la observaba, con los labios entreabiertos, sin que sus dientes parecieran pronunciarse al respecto. Entonces dijo:
- Tengo que volver a mi casa solitaria. —No vivía muy lejos. Casi todos sus conocidos, y mucha gente a la que no conocían de nada, vivían cerca de allí—. Vosotros dos disfrutad del coche. Es una monada de cochecito.
Le dio un beso a Dwight y éste le respondió dándole una palmadita paternal en la espalda mientras la acompañaba a la puerta. Afuera, el aire tenía un ligero olorcillo a fruta y goma. El aullido de una sirena cortó el aire.
Cuando Dwight regresó a la casa, Lucy le dijo:
- No quiero un coche en el que ha muerto un hombre por mi cumpleaños.
- Aún falta para tu cumpleaños, ¿no?
Lucy reconoció que así era, aunque Dwight a menudo planeaba sus cumpleaños con meses de antelación. Se puso colorada.
- Es curioso que unas personas tengan vidas más largas que otras, ¿no? —dijo ella finalmente.


Cuando Dwight vio por vez primera a Lucy, él tenía veinticinco años y ella era un bebé de cuatro meses.
- Me voy a casar contigo —dijo Dwight al bebé.
La gente le oyó. Era alto y tenía el pelo negro, y llevaba una chaqueta negra de cuero con un forro de seda que le había cosido una novia. Estaban celebrando el fin de año en casa de esa novia suya y la chica estaba a su lado. «Ah, estupendo», dijo ella. Su novia no había visto nada especialmente fascinante en aquel bebé. Se podían hacer bebés mejores, pensó. Lucy estaba acostada en un cesto blanco de mimbre sobre un sofá. Tenía poco pelo y una expresión solemne. «Serás mi esposa», dijo Dwight. Tenía mucha mano con los bebés y también con los niños pequeños. Cuando Lucy cumplió cinco años, la cosa que más le gustaba eran esos libros en los que encontrabas algo que faltaba empujando o tirando de una lengüeta, y por su cumpleaños Dwight le había comprado quince, sin duda todos los que se habían publicado de ese tipo. Cuando cumplió diez años, le regaló una casa de juguete y la llenó de globos. A Dwight también se le daban bien los adolescentes. Cuando cumplió catorce años, le alquiló un caballo por todo un año. Y en cuanto a las mujeres, Dwight tenía un toque especial con ellas, como todas sus novias podían certificar. No le fue fiel a Lucy mientras crecía, pero se mostró en todo momento atento y leal con ella. Dwight fue doblando la apuesta. Y mientras Lucy fue creciendo estoicamente, aprendiendo a vestirse y a leer, dejándose crecer el pelo para luego cortárselo todo, apuntándose a clubes y comprando discos, aprobando sus asignaturas de álgebra y saliendo con chicos, Dwight estuvo viendo mundo. Siempre le enviaba pequeñas piedras de los lugares que había visitado y ella las ordenaba por tamaños y colores y las metía y sacaba de cajas y tarros de cristal hasta que tuvo tantas piedras que se hizo un lío y no sabía de dónde venía cada una. Más o menos por la misma época en que a Lucy ya le hubiera dado igual si volvía a ver una piedra más en su vida, se casaron. Compraron una casa y se instalaron en ella. La casa era grande y cómoda, lo bastante grande, según podía deducirse, para alojar distintos tipos de crecimiento. Todo iba bien. Dwight era como un libro grande y extraño en el que Lucy sólo necesitaba pasar las páginas para encontrarlo todo.


Salieron de la casa y miraron el Thunderbird bajo la luz declinante del día.
- Es bonito, ¿no? —dijo Dwight—. Neumáticos de franja blanca, el motor cromado.
Abrió el capó dejando al descubierto el motor reluciente. Dwight estaba feliz, sus ojos azabache brillaban. Cuando bajó el capó se oyeron unos ligeros golpecitos como si alguien hubiera tirado unos guijarros al suelo.
- ¿Qué ha sido eso? —dijo Lucy.
- ¿Qué ha sido qué, cariño?
- Eso —dijo Lucy—, en el suelo.
Recogió un trozo de óxido tan grande como su pequeña mano y muy ligero. Dwight lo miró. Cuando Lucy se disponía a dárselo, se le cayó al suelo y se hizo añicos.
- Me pareció que estaba tan entero que no comprobé los bajos —dijo Dwight—. Llamaré a alguien para que lo vea mañana. Seguro que no será nada grave, sólo una cosilla superficial.
Lucy pasó entonces la mano por el faldón de la puerta y recogió un puñado de escamas de óxido.
- No entiendo por qué quieres empeorar las cosas —dijo Dwight.
Por la mañana, dos hombres se movían bajo el T-Bird tumbados en camillas de mecánico, dando golpecitos por todas partes con destornilladores y examinando con ojos bizcos el chasis. Lucy, a quien le gustaba disfrutar de un desayuno relajado, todavía estaba en la cocina, terminándoselo. Mientras se comía los cereales, estudiaba el brik de leche, en uno de cuyos lados se hacía una petición de órganos. Lucy era consciente de que el mundo había caído presa de una nueva obsesión: conseguir que todo durase más. Enjuagó el bol y salió justo en el momento en que los dos hombres se escurrían de debajo del coche y se ponían de pie mirando a Dwight. La rampa de acceso a la casa estaba llena de restos y cuajos de herrumbre.
- ¿Y le ha comprado esto a su hija? —dijo uno de ellos.
- No —dijo Dwight irritado.
- Yo no se lo regalaría a mi hija.
- ¡No es para ninguna hija! —dijo Dwight.
- Los bajos están a punto de hundirse —dijo el otro—. Circulando, estas placas ceden, el suelo se desprende y terminas arrastrando el culo por la carretera. Como mínimo hay que cambiarle los suelos. No es ningún problema. —Se mordió la uña del pulgar—. Los anclajes de las ballestas al bastidor también están oxidados. Habrá que echarle unas cuantas horas, eso seguro. Alguien ha trabajado de lo lindo en este coche, pero aún queda mucho por hacer, sin duda. Donny, ve a buscarme el Hemmings a la camioneta.
El otro hombre se marchó con paso cansino y regresó al cabo con un grueso catálogo marrón.
- Más le valdría darlo como entrada para uno mejor —dijo el primer hombre—. Uno que tenga bien el bastidor.
Dwight meneó la cabeza.
- ¿No lo pueden reparar?
- ¡Por supuesto que podemos repararlo! —dijo Donny—. Se puede conseguir todo para estos coches, todas las piezas. ¡Su coche es un clásico!
Hojeó el catálogo con el pulgar hasta llegar a una página que anunciaba los servicios de un sitio llamado El Santuario del T-Bird. Por lo visto, El Santuario era un cementerio de automóviles. Una fotografía granulosa mostraba un revoltijo de coches desguazados esparcidos entre árboles. Era el tipo de foto que parece tomada furtivamente con una cámara oculta.
- Yo lo daría como entrada para uno mejor —dijo el otro hombre—. Mire aquí, en esta página, un T-Bird del 57 con motor sobrealimentado, rojo escarlata, completamente desmontado y restaurado, sin ningún detalle pendiente, listo para circular...
- Para el carro —dijo Donny.
- ¿Sabe?, si se queda con este coche que tiene —dijo el otro hombre—, y no se lo aconsejo, tendrá que pintarlo del color original. Este negro no es original. —Abrió la puerta y señaló una manchita cerca de los goznes—. ¿Lo ve? Es azul celeste.
Lucy volvió a entrar en la casa. Se quedó de pie, pensando, mirando a la calle. De niña, un día que iba a pie a la escuela, encontró un sobre en la calle con su nombre escrito, pero no había nada en su interior.
- Vamos a pedir una segunda opinión —dijo Dwight cuando entró—. Se lo llevaremos a Boris. Es el mejor en este negocio.
Se dirigieron a las afueras del pueblo, hasta llegar a otro municipio, donde se levantaba un gran edificio marrón. A Lucy le gustó el coche. Respondía muy bien, pensó. Fueron a toda velocidad, aunque los adelantaron algunos coches más grandes.
Boris era un hombre menudo, calvo y de gesto adusto. El pastor alemán que le acompañaba destacaba por su tamaño. Tenía las patas delicadamente redondeadas pero del tamaño de un balón de fútbol americano. Había espacio de sobra dentro de aquel perro para otro pastor alemán, pensó Lucy. Boris colocó el Thunderbird en un elevador y lo subió. Se paseó tranquilamente por debajo, con las manos en las caderas. No le crecía ni un pelo en la cabeza. Bajó el coche y dijo:
- Un caso perdido. —Ni Lucy ni Dwight dijeron palabra, de modo que exclamó—: No vale nada. Es chatarra.
El pastor alemán suspiró como si hubiera oído aquel diagnóstico muchas veces.
- ¿Y qué me dice de los puntos de anclaje de las ballestas? —preguntó Lucy. Aquella expresión la cautivaba.
Boris movió las manos y luego se las agarró y retorció en gesto de súplica.
- ¿Cómo puedo hacerles entender, buena gente, que se trata de un caso perdido? ¿Qué puedo decirles para que me escuchen, para que me crean? ¿Les apetece tirar billetes de cien dólares? ¿Es eso lo que quieren hacer el resto de sus vidas? ¿Qué clase de masoquistas son ustedes? Sería una maldad por mi parte alimentar sus esperanzas. Este coche no se puede restaurar. Está lleno de óxido y podredumbre. El óxido está vivo, respira y come, y está zampándose su coche. Los estribos y los paneles traseros ya se han cambiado, una vez, dos veces, quién sabe cuántas veces los han cambiado ya. Tendrán que volverlos a cambiar. ¡No es poca cosa cambiar los estribos y los paneles! ¿Cómo voy a salvarles de su inocencia, su estupidez y sus delirios? Quitas una parte mala, pongamos, luego sueldas metal nuevo, lo estañas bien, cambias toda la parte trasera, pongamos, ¿y qué has conseguido? Sólo has conseguido una pequeña parte de lo que necesitas, ¡no has conseguido casi nada! Puedo ver que mis palabras les provocan asco y náuseas, pero eso no es nada comparado con el asco y las náuseas que sentirán si perseveran en este proyecto desgraciado. ¡No lo piensen ni un momento más! Este tipo de podredumbre no tiene arreglo. Lo cual nos lleva a la cuestión: ¿qué es el hombre?, con sus tres subdivisiones: ¿qué podemos conocer?, ¿qué debemos hacer? y ¿qué podemos esperar? Preguntas que nos afectan a todos, incluso a usted, señorita.
- ¿Qué? —dijo Dwight.
- Mi consejo es que viajen en el coche —dijo Boris en un tono más calmado—, disfrútenlo, pero sólo esta primavera y verano, y luego desháganse de él, véndanlo al desguace. De lo contrario tendrán que añadir nuevas soldaduras, más y más soldaduras, pero el hundimiento siempre les estará esperando a la vuelta de la esquina. Pasarán los años y llegará el día en que descubrirán que no queda nada a lo que soldar la soldadura, que ya no queda bastidor, que ya no queda nada de nada. Lo que se pudre se pierde.
Hizo una reverencia y se metió en su despacho.
De vuelta a casa, Dwight dijo:
- Antes no se hablaba tanto de chapas oxidadas y podridas. Todo ese rollo del óxido y la podredumbre es una novedad. Ya no sé en qué mundo vivo.
Lucy sabía que Dwight estaba deprimido y procuró parecer afectada, aunque lo cierto es que el T-Bird le traía sin cuidado. Estaba entretenida con una melodía que tenía en la cabeza. Era una canción que recordaba haber escuchado muy de niña, sobre una hormiguita que estaba a punto de entrar en su casa. Finalmente le habló a Dwight de la canción y le tarareó la melodía.
- ¿Te acuerdas de esta cancioncilla? —preguntó.
- Casi —dijo Dwight.
- ¿Sabes de qué trataba? —preguntó Lucy—. La hormiguita no hacía nada, sólo esperaba en la puerta de su casa.
- Sólo era la típica tontería que le cantas a un bebé —dijo Dwight. Entonces la miró con aire ausente y dijo—: Cariño mío...
Lucy llamó a su amiga Daisy y le habló del Thunderbird negro. No le comentó que tenía la carrocería podrida. Daisy le llevaba diez años y era una de las últimas novias de Dwight. Le habían amputado una pierna recientemente. Había tenido un accidente escalando y luego había dejado pasar más tiempo del debido. Era una mujer alta, de aspecto masculino, y antes de la amputación siempre había llevado pantalones vaqueros. Ahora se arrastraba como bien podía en faldas, pues había comprobado que la gente se sentía menos incómoda cuando llevaba falda, pero cuando iba a la playa se ponía un traje de baño y le daba igual si incomodaba a la gente o no, porque amaba la playa, el agua, tan quieta y tan pesada, con tantos secretos en su seno.
- No vi nada en el periódico sobre un muerto sentado al volante de su coche —dijo Daisy—. ¿No suelen publicar este tipo de noticias? Qué raro, ¿no?
Lucy había alimentado la amistad con Daisy porque sabía que ella aún estaba enamorada de Dwight. Si alguien, Dios, por ejemplo, le hubiera preguntado si prefería recuperar su pierna o a Dwight, ella habría respondido «Dwight». A Lucy, todo esto la excitaba, pero al mismo tiempo le provocaba una mezcla de confusión y lástima. Recordarlo siempre la animaba cuando tenía un mal día.
- ¿Te conté lo que me pasó en el supermercado con un hombre que sólo tenía una pierna? —preguntó Daisy—. Nunca lo había visto. Estaba con su mujer y un bebé, y el bebé, en vez de estar en los brazos de su madre, iba en un cochecito, de modo que los tres ocupaban prácticamente el ancho del pasillo, y cuando me metí en ese pasillo me di de bruces con esa pequeña familia. Naturalmente, tuve la sensación de que conocía a ese hombre de toda la vida. La gente nos sonreía. Incluso su mujer sonreía. Fue espantoso.
- Tendrías que buscarte a alguien —dijo Lucy sin demasiado interés.
Las cenizas de la pierna de Daisy estaban guardadas en el jardín de una iglesia, dentro de un cajón, esperando al resto de su cuerpo.
- No, qué va —dijo Daisy con modestia—. ¡En fin! —dijo—. ¡Vais a tener otro coche!
Casi era ya la hora de cenar y el olor de la carne impregnaba el aire. Dos pajaritos pardos daban saltos por el césped con calvas del jardín y Lucy los observaba con interés, pues los pájaros no solían pasarse por su barrio. Cuandoquiera que se detectaban tres o más pájaros en un mismo lugar, se consideraban una plaga y se tomaban varias medidas para reducir su número a niveles aceptables. Lucy recordó que siendo niña los pájaros que volaban sobre su cabeza a veces proyectaban sombras en el suelo. Algunos días pasaban bandadas de pájaros y recordó haber oído el crujir de sus alas, pero supuso que aquel detalle era el tipo de cosa que recordaría un niño aun habiéndolo visto u oído una sola vez.
Puso una mesa para tres en el comedor, pues ésa era la noche de cada primavera en la que Rosette iba a cenar a su casa y traería como siempre sábalo y huevas de sábalo, la comida favorita de Dwight. Rosette había sido la más elegante de las novias de Dwight y la que tenía la cintura más estrecha. Ahora estaba casada con un tal Bob. Cuando eran novios, Dwight solía llamarla «Bomboncito». En las últimas cinco primaveras, desde que Lucy y Dwight se habían casado, Rosette encargaba que le trajeran el sábalo en avión desde el norte y luego lo llevaba a su casa para cocinarlo. Aun a pesar de que aquel pescado era su comida favorita y sólo lo comía una vez al año, Dwight llegaría un poco tarde esa noche porque había ido a recabar una nueva opinión sobre el T-Bird. Lucy había dejado de acompañarle en esas expediciones descorazonadoras.
Rosette apareció con un escueto vestido blanco de cóctel y unos zapatos rojos de tacón alto. Había traído su propia vajilla, cubertería, velas y vino. Reorganizó la mesa, bajó las luces y preparó generosos dry martinis para las dos. Se sentaron, esperando a Dwight, charlando sobre todo tipo de cosas. Rosette y Bob habían acogido en su casa a dos delincuentes recién salidos de la cárcel que se llamaban Jerry y Jackie.
- Son unos chicos feísimos —dijo Rosette—. Pero son muy hogareños. Cuando eran chavales, eran más monos, pero ahora tienen las narices muy largas y sus mandíbulas también tienen un aspecto raro. Este año les regalé unas cestitas de Pascua con conejitos y Jackie me escribió una nota diciéndome que lo que necesitaba en realidad era una receta para comprar pastillas anticonceptivas.
Cuando llegó Dwight, Rosette estaba diciendo:
- No es malo sentirse culpable. Hay cosas peores que sentirse culpable. —Dirigió entonces una mirada embelesada a Dwight y dijo—: Estás hecho un regalo para los ojos.
Le preparó un dry martini, que se bebió rápidamente, y luego sirvió una ronda más para los tres. Lucy miró el T-Bird en la entrada dando unos sorbos a su copa. Era una monada de coche y la pintura era tan negra que parecía mojado. Rosette preparó el pescado con gran solemnidad, inclinándose sobre la parrilla un tanto sucia de Lucy. Comieron los tres con circunspección. Lucy intentó comerse las huevas de una en una, pero descubrió que era tarea imposible.
- Esta tarde he visto a Jerry caminando por la calle con una desbrozadora —dijo Dwight—. ¿Se dedica ahora a la jardinería? La jardinería es un buen trabajo para un chico.
- Los delincuentes no siempre son culpables —dijo Rosette—. Eso es lo que mucha gente no entiende, pero no, Jerry no trabaja de jardinero, seguramente robó el chisme del jardín de alguien. Bob intenta hablar con él, pero el chico no hace ni caso de lo que le dice. Bobby no resulta muy convincente.
- ¿Cómo está Bob? —preguntó Lucy.
- Mi marido Bob es una llamada a la que nunca debí responder —dijo Rosette.
Lucy cruzó los brazos sobre la barriga y se retorció de puro gusto porque Rosette decía lo mismo todos los años cuando le preguntaban por Bob.
- La vida con mi marido Bob es un largo crepúsculo de cócteles y anécdotas tediosas —dijo Rosette.
Lucy se sonrió porque ese comentario también lo hacía siempre Rosette.


Al día siguiente, Dwight le dijo a Lucy que tenía la intención de meter el T-Bird en casa.
- No durará mucho en la calle —dijo—. Es una preciosidad, pero está cansada. Las inclemencias del tiempo le pasan factura a un coche y son las inclemencias las que se han cargado a esta ricura. La meteremos en el salón, que de todos modos está poco amueblado, y será como vivir con una obra de arte en casa. La tendremos encerada y nos sentaremos dentro a hablar. ¿Sabes?, se está muy tranquilo dentro de este cochecito.
El T-Bird parecía atento y coqueto mientras hablaban a su alrededor.
- Este coche fue diseñado para circular al aire libre —dijo Lucy—. Creo que deberíamos viajar con él hasta que se caiga a pedazos. —Dwight la miró con pesar y ella abrió mucho los ojos, pues no sabía cómo había sido capaz de decirle algo así—. En fin —dijo ella—, no creo que una casa sea el mejor lugar para guardar un coche, pero podemos tenerlo dentro un tiempo y luego, si no nos gusta, podemos volver a sacarlo a la calle.
Dwight la estrechó entre sus brazos y ella pudo notar que su corazón latía en su pecho con gratitud y emoción.
Lucy llamó a Daisy por teléfono. Ya había empezado el fragor de martillazos y sierras.
- Las ventoleras que les dan a los hombres son distintas de las nuestras —dijo Daisy—. Siempre ha sido así. Por ejemplo, he leído que unos hombres están investigando la manera de convertir en cristal la tierra que envuelve los residuos tóxicos mediante la inserción de sondas eléctricas de alta temperatura. A una mujer nunca se le habría ocurrido semejante idea.
Dwight trabajó frenéticamente durante días. Quitó el ventanal, derribó la pared, apuntaló el suelo del salón, construyó una rampa, vació el coche de todos sus fluidos para que no goteara en la alfombra, lo empujó hasta el interior de la casa, volvió a colocar los montantes de las paredes, puso de nuevo la ventana, levantó una pared nueva de cartón yeso y repintó toda la estancia. Era como tener un coche gigante de muñecas en el salón. Pero no quedaba nada mal dentro de la casa y a Lucy no le importaba que estuviera ahí, aunque, eso sí, no se sentía a gusto cuando Dwight levantaba la capota. No le gustaba nada verla desplegada y siempre que la veía subido la cerraba. Cuando más pensaba en el Thunderbird era por la noche, acostada en la cama junto a Dwight, y se maravillaba entonces ante su presencia silenciosa e invisible al otro lado de la puerta, ocupando el espacio, tan extraño y reluciente, pasto de la podredumbre.
Se sentaban a menudo en el coche, en su casa, sin ir a ninguna parte, mirando por el parabrisas hacia la ventana, y por la ventana hacia la calle. No invitaron a nadie a verlo. Pronto, Dwight se aficionó a sentarse solo en el coche. Estaba cansado. Le estaba tomando más tiempo del previsto recuperarse de todo el trabajo. Lucy lo vio un día al volante, con un brazo doblado y colgando sobre la brillante puerta, con los ojos cerrados, la boca entreabierta, el pelo negro como nunca antes se lo había visto. No recordaba la primera vez que se había fijado en él, la primera vez que lo había visto de verdad, tal como él se había fijado en ella cuando era una recién nacida.
- Quiero que pares, Dwight —le dijo.
Él abrió los ojos.
- Deberías probarlo —dijo—. Pruébalo y dime qué te parece.
Lucy se sentó un rato sola en el coche y al cabo fue a la cocina, donde Dwight estaba de pie tomándose un vaso de agua. Era un día gris, con una luz gris y negligente que lo bañaba todo.
- Ahí dentro, he tenido por un instante la sensación de que sólo hay una conclusión posible: a nuestro mundo le han arrebatado toda perspectiva de futuro —dijo Lucy. No era una mujer sentimental.
Dwight sujetaba el vaso de agua y lo miraba con el ceño algo fruncido. El agua caía en el fregadero y se colaba por el desagüe, la misma agua que él estaba bebiendo. En la encimera había un televisor y en la pantalla se veía a unos hombres transportando dos camillas por el césped de una casa, y sobre cada camilla había un bulto alargado y quieto cubierto con una tela verde. La casa era un fortín de cemento con dos sillas metálicas en el porche cubiertas con cojines y bajo el alero del tejado colgaba un cesto de flores.
- ¿De verdad que es el único canal que se sintoniza? —dijo Lucy. Cerró el grifo.
- Son las noticias, Lucy.
- He visto estas noticias cientos de veces. Siempre dan lo mismo.
- Estamos en el Sun Belt, Lucy.
Empezó a molestarle que no parase de repetir su nombre.
- En fin, Dwight —dijo—. Dwight, Dwight, Dwight.
Dwight la miró con dulzura y regresó al salón. Lucy lo siguió. Ambos miraron el coche y Lucy le dijo:
- Me gustaría tener una sortija de esmeraldas. Me gustaría tener un niño.
- No puedes pedirle deseos, Lucy —dijo Dwight.
- Me gustaría tener un Porsche Carrera —le dijo Lucy al coche.
- ¿Estás loca o qué? —preguntó Dwight.
- Me gustaría tener un bebé —caviló ella.
- Hace tiempo fuiste un bebé —dijo Dwight.
- Bueno, eso ya lo sé.
- ¿Y no te basta?
Ella lo miró con gesto incómodo y luego dijo:
- ¿Sabes qué cosa hacías antes que me gustaba? Decías: «Éste es el color favorito de mi mujer...» o «Eso es justo lo que dice mi mujer...». —Dwight la miró con sus grandes ojos azabache—. ¡Y naturalmente tu mujer era yo! —exclamó Lucy—. Siempre pensé que esa costumbre tuya era muy sexy.
- Decidimos no volver a hablar de sexo, Lucy —dijo él. Ella se sonrojó.
Dwight se metió en el Thunderbird y puso las manos sobre el volante. Lucy vio que sus dedos apretaban la bocina, pero no se oyó nada.
- No creo que el coche deba seguir en casa —dijo Lucy, aún con los colores subidos.
- Aquí puedo pensar, Lucy.
- ¡Pero está en medio del salón! ¡Se come casi todo el espacio!
- Un hombre tiene que pensar, Lucy. Un hombre debe prepararse para lo que venga.
- ¿Dónde pensabas antes de casarnos? —dijo enojada.
- En cualquier sitio, Lucy. Pensaba en ti en todas partes. Formabas parte de todo.
Lucy no quería formar parte de todo. No quería formar parte de los besos de otra mujer, por ejemplo. Tampoco quería formar parte de la pierna de Daisy. Esa pierna, de eso estaba segura, había cumplido su parte y había sido algo a lo que Dwight había prestado atención. No quería formar parte de un sinfín de cosas que podía recordar.
- No quiero formar parte de todo —dijo.
- Cuando yo era joven y tú eras un bebé, la vida era distinta —dijo Dwight.
- Nunca quise formar parte de todo —dijo ella alterada.
Dwight volvió a apoyar la espalda en el asiento y miró por la ventanilla.
- Quizá el dueño de este coche se murió porque alguien le partió el corazón, ¿lo has pensado? —dijo Lucy. Al ver que no decía nada, añadió—: No quiero tener que esperarte otra vez, Dwight. —Su cara se había tranquilizado.
- Sólo existe una forma de esperar —dijo Dwight—. Has de saber lo que quieres mientras esperas.
Dio una palmadita al asiento de al lado y le sonrió. No se trataba solamente de sacar ese trasto viejo de la casa, lo sabía. El tiempo no se movía lateralmente como siempre había pensado, sino que trepaba hacia arriba y luego caía y empezaba a dar tumbos como un animal envenenado y herido. Al final se sentó a su lado. Miró a través del cristal hacia el otro cristal y luego más allá.
- Llueve —dijo Lucy.
Caía una lluvia fina, una lluvia cálida de primavera. Mientras la miraba, empezó a caer con más fuerza. Tenía tonos plateados, pero a medida que caía más y más deprisa, la lluvia cada vez lo parecía menos y casi podía oírla tintinear mientras azotaba la calle.

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2 comentarios

Tras un paréntesis de meses, creo que de años, veo que has (no, no voy a decir 'retomado') reanudado el blog. Son buenas noticias, creía que lo habías aparcado definitivamente. Desde que lo encontré hace ya mucho, siempre fue una buena fuente de información sobre textos a veces no muy conocidos. Aunque es una pena que haya que traducir algunos. No es que sean malas traducciones, al menos no siempre. Pero ya sabes lo que dicen "Traduttore, traditore". De todas formas, bienvenida.

16 de mayo de 2021, 23:26

El paréntesis ha sido de años y no sé cuánto durará la reanudación, el tiempo dirá.
Gracias por lo de "buenas noticias".
Y para quienes hablamos o entendemos mal hasta el propio idioma, la existencia de los traductores es una necesidad de vida. Además, son puestos de trabajo.
Un saludo y gracias por la bienvenida.

17 de mayo de 2021, 8:36

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