Este cuento pertenece al volumen "Desglose" (Break It Down) de 1986. La versión es la de Justo Navarro.
Aunque todos desean que no suceda, y aunque sería mucho mejor que no sucediera, a veces sucede: nace una segunda hija y hay dos hermanas.
Por supuesto, cualquier hija, que llora en el momento de nacer, sólo es un fracaso, y es acogida por el padre con un peso en el corazón, puesto que el hombre quería hijos. Vuelve a intentarlo: vuelve a ser una hija. Y esta vez es peor, pues es la segunda hija; luego viene la tercera, e incluso la cuarta. El padre es desgraciado entre hembras. Vive, desesperado, entre sus fracasos.
Afortunado es el hombre que tiene un hijo y una hija, aunque corre un gran riesgo al intentar tener otro hijo. El más afortunado es el hombre que tiene sólo hijos, pues puede insistir, hijo tras hijo, hasta que llegue la hija, y tendrá todos los hijos que desee y, además, una hijita que adorne la mesa. Y, si la hija no llega nunca, ya tiene una mujer, en su esposa, la madre de sus hijos. Él no lleva un hombre dentro. Dentro sólo lleva a su mujer. Ella, que no tiene mujer, quizá desee una hija, pero sus deseos apenas son audibles. Porque ya ella es una hija, aunque probablemente no vivan sus padres.
La hija sola, la única hermana entre muchos hermanos, oye la voz de su familia y se siente satisfecha consigo misma y feliz. Admiran su delicadeza y sosiego frente a la brutalidad y la capacidad de destrucción de sus hermanos. Pero, cuando son dos hermanas, una es más fea y más desgarbada que la otra, una es menos inteligente, una es más promiscua. Incluso cuando todas las mejores cualidades coinciden en una sola hermana, como sucede con mucha frecuencia, esa hermana no será feliz, porque la otra, como una sombra, seguirá sus éxitos con envidia.
Dos hermanas se hacen mujeres en momentos distintos y se desprecian por ser tan infantiles. Se pelean, se sofocan. Si hay una sola hija, siempre será Ángela, pero, cuando son dos, pierden el nombre y, como resultado, se vuelven más tercas.
Las hermanas suelen casarse. A una el marido de la otra le parece vulgar. La otra usa a su marido como un escudo contra su hermana y contra el marido de la hermana, a quien teme por su ingenio agudísimo. Aunque las dos hermanas se esfuerzan en ser amigas para que sus hijos tengan primos, a menudo se sienten dos extrañas.
Sus maridos las decepcionan. Sus hijos son un fracaso y malgastan el amor de las madres en ciudades de segunda fila. Fuerte como el hierro, lo único que perdura es el odio entre las dos hermanas. Resiste, mientras sus maridos se marchitan, mientras sus hijos desertan.
Juntas en la misma jaula, las dos hermanas contienen su furia. Tienen la misma cara.
Dos hermanas, vestidas de negro, van juntas a comprar, muertos los maridos, muertos los hijos en alguna guerra; están tan acostumbradas al odio que ya ni lo notan. Alguna vez son cariñosas la una con la otra, porque olvidan.
Pero la costumbre de muchos años amarga, ya difuntas, las caras de las dos hermanas.