Novelista, cuentista, dramaturgo, guionista de cine y ensayista colombiano. Fiel exponente del realismo social, fue enemigo del realismo mágico. Alberto Fuguet, admirador y estudioso de su obra, lo calificó como "el primer enemigo de Macondo". Los narradores de Caicedo son casi siempre adolescentes y comparten la misma aversión al mundo adulto del autor. En sus cuentos está su oscuridad, sus vidas alucinadas, su sexualidad confusa, su existencia en los márgenes, sus brutales estrategias para huir del sufrimiento.
Este cuento fue escrito en 1969.
A decir verdad yo nunca he matado gente, mi Graciela es la que se encarga de eso. La señora García pensaba todo lo contrario, pero en ese caso era problema suyo ¿no? Lo cierto es que la que hace los trabajitos es Graciela, claro que yo la ayudo en ciertos aspectos, detalles que hacen que cuando ella mate pues que mate bien, allí se acabó todo, y nosotros podemos seguir caminando tranquilos y felices por las calles de Cali. Por eso es que los trabajos son obra de los dos, aunque, lo repito, la que mata es Graciela. Anoche en la fiesta se me perdió de vista porque como que estaba muy interesada con ese italiano de lo más pinta que le llegó a Cecilia. Ella no ha podido explicarle bien a nadie por qué el tipo está en su casa. Balbucea algo acerca de un intercambio, pero lo que dice todo el mundo es que sabía que había intercambios con gringos, pero nada de italianos. Y a esa objeción Cecilia se queda callada, a lo mejor hasta sonriendo. Cuando Graciela se me perdió me puse a preguntarle a todo el mundo si la habían visto, y hasta la señora García me dijo que la había visto con el italiano. La busqué por toda la casa pero no apareció. Ya tarde, cuando estaba sacando el carro fue cuando la vi: venía cogida de la mano con el italiano y riéndose como niña de once años. Yo le dije hola y ella me dijo hola y el italiano dijo sesepi y quiso seguir con ella para adentro, pero Graciela dijo que no, que se tenía que ir porque yo me iba. Entonces el italiano le soltó la mano diciendo metibonito y sonrió con esa cara angelical suya y se entró a la fiesta de nuevo. Tuvimos que esperar a la buena de la señora García que tuvo que desembarazarse del actor Ochoa quien ya la estaba invitando a su apartamento y todo eso, y cuando ella se montó en el carro estaba más bonita que nunca. Yo le pregunté después a Graciela que qué había querido decir el italiano con esa vaina de metibonito, pero ella no me contestó: nada más alzó los hombros y se dedicó a mirar las rayas blancas de la carretera. La señora García estaba estrenando perfume, y de vez en cuando nos miraba a los dos con esa sonrisa suya y nos mandaba besitos con la punta de los dedos.
Figúrense si mi ayuda habrá servido para algo: por ejemplo, cuando matamos al señor Bernal, yo tuve que pararme tres horas en la puerta de su casa para no dejar entrar a nadie, pensando qué diablos estará haciendo esa mujer carajo, porque tres horas al lado de una puerta son tres horas, y sobre todo en una ciudad como Cali. Pues tuve que despachar a un muchacho que traía un vestido para el señor Bernal, y a otro que venía a cobrar la cuenta de la droguería. Graciela me contó después que el señor Bernal era en extremo tímido, de allí el motivo de la tardanza, pero que eso no se volvía a repetir, así me lo prometió, y todo arreglado. Sí, porque tres horas de espera ante una puerta es para volver loco a cualquiera. Sobre todo que yo había quedado de llevar a cine a Angelita, y ese día se me armó todo un lío por la tardanza y no valió nada que yo le explicara que había tenido que esperar tres horas en la puerta del señor Bernal. Bueno, y hablando del señor Bernal, yo opino todo lo contrario de Graciela; para mí era un perfecto y divertidísimo cínico, pero si ella fue la que lo mató debe tener razón en cuanto a que era tímido, ¿no?
En nosotros todo ha funcionado bien desde que nos conocidos. El que ella se encargara de matar a la gente mientras yo solucionaba los asuntos colaterales surgió entre los dos como un pacto repentino, sin necesidad de hablar. A ella le gusta su ocasión y a mí la mía, eso es lo importante, que estemos a gusto con lo que hacemos, que nos agrade caminar juntos y pararnos cara al cielo debajo de la lluvia y no perdernos una sola fiesta y reír mucho e ir a cine de vez en cuando. Pero sobre todo, ser amigos de la señora García, porque con ella siempre andamos por los grilles de jóvenes y cuando hay una pelea ella es la primera que hace apuestas, y al que gane se lo lleva para su casa y allá le enseña todo lo que sabe y nos llama al otro día bien temprano para contarnos todo.
Bueno, Graciela volvió a salir con el italiano ese. Ayer estábamos cerca del estadio comiendo conos cuando frenó al lado de nosotros en el carro de Cecilia y nos gritó ¡picuestiba machu! y Graciela pegó un berrido de felicidad al verlo y corrió a su carro como si yo no importara para nada, pero de aquí no me muevo, dije yo, vamos a ver quién gana, y sí señor, allí mismo me crucé de brazos hasta que ella me preguntó qué hubo hombre, no te vas a subir o qué Mterino cuyo cuyo, estaba diciendo ahora el italiano, y yo le respondí ajá, comé mierda, te digo que comás mierda italiano marica ¿esto sí lo entendés? Yo hablo en caleño, italiano, y diciendo eso comencé a subirme al carro, italiano mierda es lo que debés comer, y no me había dado cuenta que el tipo se estaba poniendo verde desde hace mucho rato y cuando acabé de sentarme el hombre gritó ¡pequé ceccipe tautaro pecas! y se tiró a agarrarme de la camisa y yo estaba con la boca abierta de lo más azarado porque no tenía ni idea quel italiano entendiera caleño y ya me iba a estampar una trompada en la cara cuando intervino la maravillosa Graciela: le dio un beso en la mejilla y con eso el hombre se fue calmando, pero todavía seguía diciendo milano milana quesigato y yo lo que hacía era mirar a Graciela para que me tradujera lo que el tipo estaba hablando, pero ella como que se había olvidado de mí desde hace tiempos, lo único que hacía era devorárselo con los ojos. Después, cuando estábamos por la Plaza de Caicedo, el italiano volteó a verme y me dio unas palmaditas en el hombro, no es ni mala persona el tipo.
Por la tarde, Graciela llamó a Cecilia para ver qué era lo que íbamos a hacer, pero Cecilia tenía gripa de Hong Kong, de modo que hubo que llamar a María Fernanda para que le hiciera pareja al italiano. Porque ni modo de contar con la señora García, ella amanece emberrinchada uno que otro día, y por más que se le ruega, nada. Cogimos hasta Potrerito y el italiano estaba muy contento y todo mirando vacas y árboles de guayaba, y a cada rato le daba besos a María Fernanda que nos miraba como agradeciéndonos. María Fernanda es una muchacha pelinegra de ojos verdes y algo estúpida, pero de muy buenos sentimientos. La conocimos dos días después de que Graciela mató a su tío, el señor Luján. A decir verdad no le hicimos ningún mal a María Fernanda porque la muerte del señor Luján le dejó un lote en Ciudad Jardín. Y cuando no tenemos nada que hacer nos vamos para allá a construir una piscina. Cuando le propusimos hacer aquello al italiano, el hombre respondió yeca teterí y de buena gana nos fue a dar una manito. Como lo ven, ya estamos haciendo buenas migas.
Cuando la señora García no quiere jugar con nosotros y nos aburrimos, recordamos la vez aquella, un 24 de diciembre a las once de la noche, en la que matamos al niño Eduardo Sanclemente Díez. Si algo es cierto acerca de Graciela es que cuando hay una buena oportunidad, no pierde tiro: no fue sino verlo y acariciarle la cabeza para resolver hacer el trabajito, pero para que todo saliera como siempre, a la perfección, yo tuve que acostarme con su mamá, doña Marta Díez de Sanclemente, una vieja de cuarenta años no muy mala del todo, con las arrugas apenas recién saliditas. Y ella contándome cuentos de su difunto marido quen paz descanse mientras Graciela trabajando al niño y yo doña Marta cuénteme más de su marido ¿no? Y doña Marta dejemos de hablar ya del señor ese, ¿tenemos que seguirnos viendo no? Y yo claro ni siquiera se pregunta doña Marta. El niño Eduardo Sanclemente Díez tenía una nariz pequeñita y una boca que jamás la cerraba completamente, como listo a preguntar algo. Nosotros seguimos visitando a doña Marta de vez en cuando pero por cortesía nada más, naturalmente. Claro que cuando recordamos a la señora García podemos divertirnos más, pero es que es penoso hacerlo. Entonces simplemente me contento con mirar el bello rostro de Graciela, pasarle mis dedos por sus ojos y decirle al oído que nadie puede separarnos, decirle eso para que ella sonría, feliz, y me aprete la mano y me repita una vez más que tuvo que matar a Angelita porque ya se estaba metiendo demasiado conmigo, y yo le digo que no me tiene por qué pedir disculpas, que la vida es así y que si ella lo hizo pues está bien hecho. No sabemos, palabra que no sabemos desde hace cuánto es que estamos andando juntos, pero es maravilloso sentirnos así de próximos, saber que podemos tocarnos con sólo estirar las manos. Angelita tenía una cara pálida y como suplicante: la señora García la quería mucho, decía que era la mujer más encantadora que había conocido en su vida, y cada vez que me decía eso me ponía en un aprieto, palabra que sí, porque yo la quería ¿no? Pero a decir verdad me estaba incomodando un poco, ya no podía asistir con absoluta libertad a los lugares que Graciela me señalaba cuando iba a matar a alguien. Por ejemplo, cuando lo del bombero, llegué tan retrasado que ya el tipo estaba boca arriba en la mesa de billar, mientras Graciela me esperaba fumando pacientemente. Las cosas no pueden seguir así hermanito, me dijo, y allí mismo pensó en matar a Angelita, pero jamás me lo comunicó, hizo el trabajo sola, y eso es precisamente lo que no me acaba de gustar de todo esto. Una vez que ya todo estaba arreglado, cuando Angelita se perdería para siempre de las calles de nuestra ciudad, fue cuando me avisó.
Ni modo, pensé yo, no hay nada que hacer. Y no se habló más del asunto, estábamos invitados a tomar café con leche y a matar a la señora García.
Cecilia ya se mejoró, y como que está de muchos amores con el italiano, así que la pobrecita de María Fernanda ha quedado desplazada. Ayer por la noche estuve por allí andando con el tipo, nos conseguimos dos muchachas por la Avenida de las Américas, ya llegando a la Fuente de los Bomberos, pero no se pudo hacer nada porque resultaron bastante ariscas, entonces el italiano se puso hecho un cuete y las sacó a patadas del carro gritándoles vejiga vejiga bretonato, ñop, io deco tirume: pesito. Así que al fin de cuentas, y como a las cuatro de la mañana estábamos con las manos vacías. Yo le dije que lo mejor que podíamos hacer era despertar a Graciela y a Cecilia, qué carajo, para eso las tenemos.
¡Tenemí, tenemí! Gritó el italiano y arrancamos para la casa de Cecilia, quien me contó que el actor Ochoa había venido a preguntarle por la señora García. Después fuimos por Graciela y le dije que el actor Ochoa había estado preguntando por la señora García, de modo que no hay que descuidarse. Apenas le dije eso, a Graciela se le salieron dos lagrimones del tamaño de Cali. Es que recordarla a ella es lo más triste que le puede pasar a uno.
El italiano se va dentro de cuatro días, de modo que hay que ir pensando en algo para despedirlo. Sé que Cecilia no lo quiere demostrar, pero está triste, y eso que ni hablar de María Fernanda, pero Graciela, tenemos que decirles que no se metan en camisa de once varas, que en Cali hay infinidad de tipos que darían todo por acostarse con ellas, que aprendan a tomar de la vida lo único que se pueda, porque si no, qué se va a poner a hacer uno cuando llegue a viejo.
Señoras y señores, cuando Graciela se ríe se le forman dos hoyitos a lado y lado de la boca y los ojos como que le cambian de color. Su pelo es ceniza y le cae más abajo de los hombros. Ayer acabamos de construir la piscina de María Fernanda y todos fuimos a bañarnos en homenaje a la señora García y a Graciela le dio por matar al italiano. Se bailó mucho y María Fernanda nos presentó a Roberto Adams, como los chicles jaja, y el tipo nos cayó muy bien a todos según la encuesta que hicimos entre los invitados. Así estamos más o menos organizados, señora García, fíjese que el italiano gritó metisca ateme y se hundió de una, ya ve, y usted diciendo que las cosas eran al revés, le repito que yo no mato gente, que Gracielita es la que se encarga de eso. Hombre, ese Roberto Adams es un muchacho simpático, se ve que María Fernanda se ha puesto a seguir mis instrucciones, cómo le parece.
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on 08 mayo 2016
at 21:50
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