El poema pertenece al volumen "Pequeños poemas en prosa" de 1869 (en 1864 el diario Le Figaro había publicado algunos textos bajo el título de La melancolía de París).
La versión es la de Aurora Bernárdez-
Un cuarto que parece un desvarío, un cuarto verdaderamente espiritual, donde la atmósfera estancada está ligeramente teñida de rosa y de azul.
El alma allí toma un baño de pereza, aromatizado por el remordimiento y el deseo. Hay algo de crepuscular, de azulado y de rosado, un delirio de deleite durante un eclipse.
Los muebles tienen formas alargadas, postradas, lánguidas. Los muebles tienen aire de soñar; se dirá dotados de una vida sonámbula, como lo vegetal y lo mineral. Las materias hablan una lengua muerta como las flores, como los cielos, como los soles ponientes.
Sobre los muros ninguna abominación artística. Relativamente al sueño puro, a la impresión sin analizar, el arte definido, el arte positivo es una blasfemia. Así, todo tiene la suficiente claridad y la deliciosa obscuridad de la armonía.
Un aroma infinitesimal de la elección más exquisita, a la que se mezcla una muy ligera humedad, nace en esta atmósfera donde el espíritu durmiente es mecido por sensaciones de sofocación.
La muselina cae abundantemente delante de las ventanas y delante de la cama; se expande en cascadas nevosas. Sobre esa cama está acostado el Ídolo, la soberana de los sueños. ¿Pero cómo está ella ahí? ¿Quién la ha traído? ¿Qué poder mágico la ha instalado sobre ese trono de desvarío y deleite? ¡Qué importa! ¡Allá está! Yo la reconozco.
¡Vean bien esos ojos cuya llama atraviesa el crepúsculo; esos sutiles y terribles mirones, que reconozco por su tremenda malicia! Atraen, subyugan, devoran la mirada del imprudente que los contempla. Frecuentemente los he estudiado, esas estrellas negras que comandan la curiosidad y la admiración.
¿A qué demonio benevolente debo el estar así rodeado de misterio, de silencio, de paz y de perfumes? ¡Oh Beatitud! Eso que nombramos generalmente la vida, aún en su expansión más feliz, no tiene nada en común con esa vida suprema de la que ahora tengo conocimiento y que saboreo minuto por minuto, segundo por segundo.
¡No! ¡No hay más minutos! ¡No hay más segundos! El tiempo ha desaparecido: es la Eternidad que reina, una eternidad de delicias.
Pero un golpe terrible, torpe, resuena en la puerta, y, como en los sueños infernales, me ha parecido que recibía un golpe de azadón en el estómago.
Y luego un Espectro ha entrado. Es un oficial que viene a torturarme en nombre de la ley; una infame concubina que viene a gritar miseria y a agregar las trivialidades de su vida a los dolores de la mía; o bien el testaferro de un director de diario que reclama el término de un manuscrito.
El cuarto paradisíaco, el ídolo, la soberana de los sueños, la Sílfida, como decía el gran René, toda esa magia ha desaparecido al golpe brutal asestado por el Espectro.
¡Horror! ¡Me acuerdo! ¡Me acuerdo! ¡Sí! Esa choza, esa estancia del eterno tedio, es bien la mía.
¡He aquí los muebles fatuos, polvorientos, descornados; la chimenea sin llama y sin brasa, manchada de escupidas; las ventanas tristes donde la lluvia ha trazado surcos en la polvareda; los manuscritos, tachados o incompletos; el almanaque donde el crayón ha marcado las fechas siniestras!
Y ese perfume de otro mundo, en el que me embriago con una sensibilidad perfeccionada, ¡ay! Ha sido reemplazado por un fétido olor a tabaco mezclado con no sé qué nauseabundo moho.
Se respira aquí ahora lo rancio de la desolación.
En ese mundo estrecho, más sí pleno de disgusto, un solo objeto conocido me sonríe: el frasco del láudano; un viejo y terrible amigo; como todos los amigos, ¡ay! fecundo en caricias y en traiciones.
¡Oh! ¡Sí! El Tiempo ha reparado; el Tiempo reina soberano ahora; y con el horroroso viejo ha vuelto todo su demoníaco cortejo de Recuerdos, de Remordimientos, de Espasmos, de Pavor, de Angustias, de Pesadilla, de Cóleras y de Neurosis.
Yo les aseguro que los segundos ahora están fuertemente y solemnemente acentuados, y cada uno, saltando del péndulo, dice: «¡Yo soy la Vida, la insoportable, la implacable Vida!».
No hay más que un Segundo en la vida humana que tenga la misión de anunciar una buena nueva, la buena nueva que causa a cada uno un inexplicable pavor.
¡Sí! El Tiempo reina: ha retomado su brutal dictadura. Y me empuja con su doble aguijón. «¡Y arre así! ¡borrico! ¡Suda así, esclavo!, ¡Vive así, maldito!».
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on 21 julio 2015
at 20:39
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