La versión es de Ana Bejarano
Cuando Nandi Schwartz, el saltador de pértiga alemán, pasó en el segundo intento la barrera del seis sesenta, no pensaba en nada. Tenía atascado en la garganta algo del tamaño de una pelota de billar y cuando siguió con los ojos la trayectoria de sus tensadas piernas pasando por encima del listón sin tocarlo, tuvo que hacer un gran esfuerzo para que las lágrimas no se le saltaran. Se hundió en la colchoneta que tenía debajo, sorprendido por las enormes lágrimas que lo ahogaban mientras el comentador comparaba su récord con el del legendario Bob Beamon.
—Todo el que ha estado aquí hoy ha visto un pedazo de historia —proclamaba la megafonía.
Mientras, Nandi Schwartz, el único que no lo había podido ver bien del todo, mantenía el brazo en alto para contentar a las cámaras.
El contestador automático de Nandi no decía nada, sino que se limitaba a pitar con un laconismo que rayaba en la arrogancia. Pero eso no impidió a los representantes de «Kluges» dejar en él tres mensajes. «Subir el listón», ésa era su propuesta para la nueva gira de promoción de Nandi, «Ocho vitaminas en lugar de seis», «Noventa mil dólares en el banco». Nandi no oyó los mensajes porque en ese momento estaba en la ducha. Yacía en posición fetal sobre el suelo de cerámica, dejando que el agua caliente le quemara la espalda. El vapor salía por los poros calcinados de Nandi como de una cafetera oxidada. Y él, con el pulgar en la boca, se estaba meando en el agua mientras veía cómo la orina amarilla desaparecía en forma de remolino por el desagüe. Aquellos noventa mil dólares podían haberle arreglado la vida, sólo que, por desgracia, ya la tenía más que arreglada con su dúplex de cinco habitaciones en la zona norte de Bonn. En un suelo de cerámica se cocía un pedazo de historia, chupándose a través del dedo la memoria de sus muchas hazañas. Además de dinero, honores y salud, tenía sesenta y tres chicas. Cada una con su propia historia, y alguna de ellas con más de una. Si quería subir el listón tendría que encontrar una mayor de cincuenta y tres años y catedrática, y si quería bajarlo tendría que encontrar a una menor de dieciseis años y con un ligero retraso mental.
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on 29 enero 2012
at 21:35
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