Géza Csáth - "Trepov en la mesa de disección"

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Los celadores de bata blanca vestían a un cadáver de baja estatura y pelo rubio. Sobre la enorme mesa de disección de mármol hubieran cabido dos personas como él. Este regordete cadáver de carne blanda, a quien tan sólo unos días antes aún llamaban Trepov, simplemente Trepov -para todo el mundo-, era tan menudo como un niño.
Los dos hombres trabajaban con alegría y rapidez. Lavaron una vez más el cuerpo con la esponja y dejaron escurrir el agua ensangrentada por la tubería del desagüe de la mesa. Después le agarraron por los hombros y, sentándole, le lavaron la gruesa y blanca espalda. Luego, uno de ellos cogió un peine y le peinó el cabello rubio, haciendo la raya en el lado opuesto al que el fallecido -cuando aún vivía- solía hacerlo.
-¡Tú, Vania, él no llevaba así el pelo -dijo el más viejo-, ponle la raya en el lado derecho!
Vania, quien hoy parecía estar especialmente de buen humor (incluso silbó en varias ocasiones), respondió que todo se haría conforme a lo que su colega quisiese.
Posteriormente, cogiendo por el brazo entre los dos el limpio y bien secado cadáver, lo llevaron a otra sala. Le pusieron ropa interior, calcetines, zapatos finos y un uniforme adornado con cordones dorados.
El viejo se emocionó al ver las condecoraciones y, aunque esto es muy raro, e incluso está prohibido para un celador que trabaja en el anfiteatro anatómico, comenzó a filosofar:
-¿Qué falta le hacían? ¡Ahora se puede ir con ellas a hacer puñetas!
-Las recibió -respondió Vania-, para terminar así; sólo faltaría que señores como éste muriesen en posición horizontal.¡Bah! Os abriremos de un corte la tripa y os la llenaremos de estopa para que no chorreéis. (Vania hablaba furioso, casi arengando). ¿Qué piensas, don Nicolai, cuántos rusos más seguirían todavía en el mundo si este cerdo hubiera estirado la pata un año antes?
Después de esta pregunta vino una pausa, pues estaban muy liados con el cuello del uniforme.
El viejo sólo respondió cuando ya, a duras penas, lo habían arreglado.
-Hubiera habido otro en su lugar. Porque mira, Vania, el padrecito santo necesitaba a un hombre así, si hubiera sido diferente, el padrecito santo le hubiera mandado a freír monas. Hubiera puesto a otro a su servicio.
Vania no estaba muy convencido sobre la verdad de esta deducción. Lanzaba palabrotas exasperadamente, concluyendo al final que el fallecido era un cerdo y culpable de que hubiera mandado matar a más personas de las que era estrictamente necesario.
En ese momento ya habían terminado con el atavío. El viejo encendió su pipa, revisó el indumento, enderezó sus doradas y esmaltadas distinciones, sacó los puños de adorno de debajo de la chaqueta del uniforme y cruzó los brazos por encima del pecho. Después colocaron al fallecido sobre una pequeña camilla de hierro cubierta de fieltro, y el viejo abrió la puerta para transportarla hasta las escaleras.
Sin embargo, Vania -que era el más joven- cerró la puerta de un golpe.
-¿Por qué la cierras si yo ya la había abierto? -preguntó el viejo.
-Espera, don Nicolai, quiero hacer algo.
-¿Qué quieres?
-Enseguida lo verás.
Vania recorrió de puntillas la sala, incluso echó un vistazo al anfiteatro anatómico. Finalmente se acercó al cadáver y levantando de repente su mano, le propinó tres fuertes bofetadas.
Tras los manotazos, los dos hombres se miraron en silencio.
-Lo he hecho -dijo Vania-, porque hubiera sido una mezquindad no deshonrar a este insolente, a este ladrón asesino; que aún no se ha podrido bajo tierra un hombre más abyecto que él. ¡Se ha presentado la ocasión!...
El viejo asentía con la cabeza, por lo que el más joven, riéndose, continuaba aún más envalentonado:
-¡Cómo no voy a abofetear a este cerdo, todavía le daré una patada! Entusiasmado con su nueva idea, subió con cuidado a la camilla donde yacía el cadáver y prestando atención para que no se ensuciara el traje húmedo, le dio una enérgica patada en la cara. Después se bajó. El viejo ya traía la esponja. Le lavaron nuevamente el rostro y le peinaron mientras se reían forzadamente. No hablaron más sobre el asunto.
Por fin, comenzaron a empujar la camilla hacia fuera. El viejo se disponía a abrir la puerta de nuevo.
-¡Espérate un poco! -le detuvo el otro- ¡Sólo una vez más!
Se preparó nuevamente, y propinó una última estruendosa bofetada en la cara del cadáver.
-Bueno, ahora ya podemos irnos -dijo después tartamudeando y con la cara enrojecida de la gran emoción.
Tras entregar el cadáver, caminaron en silencio a paso lento de vuelta al anfiteatro anatómico.
Un rato después Vania empezó a hablar:
-Sabes, don Nicolai, de no haberlo hecho ahora, hubiera estado arrepentido toda mi vida. ¡Piénsatelo: una oportunidad semejante! Que Dios no sea conmigo misericordioso si no he obrado bien.
-Está bien que lo hayas hecho -replicó serio el viejo.
Por la noche, cuando Varna se acostó en su cama, frotándose los ojos meditaba en lo orgulloso que el hijo que estaba esperando su mujer, estaría de su padre cuando creciera y le contara la actuación de hoy. Sería algo magnífico. La criatura, con sus grandes ojos negros abiertos como platos le contemplaría como a un semidiós.
Pero no reflexionó demasiado sobre el tema, pues rápidamente se durmió con la sosegada respiración de los hombres sanos.

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4 comentarios

Muy interesante. Anda que no hay escritores que no conozco (y tu si...)
El relato ¿pertenece a la colección que mencionas en otro pos ("Cuentos que acaban mal")?

Gracias.

13 de septiembre de 2011, 20:40

Sí, los tres cuento publicados pertenecen a la misma colección, creo que es la única publicada en castellano.
Hablando de un escritor que no conocías, ¿qué hay sobre Murray Bail y su Eucaliptus? Hace un tiempo dijiste que ya estabas con él, tengo mucho interés en conocer tu opinión.
Saludos

13 de septiembre de 2011, 20:54

Perdona, que no había vuelto por aquí en estos días de ajetreo laboral y no había visto tu pregunta. Eucalyptus me ha parecido sorprendente. En el sentido bueno de la afirmación. Al principio un poco demasiado sorprendente (¿Pero que es esto?). ¿Un cuento de hadas surrealista con tintes de tratado de botánica?. Creo que al principio seguirlo en inglés me costaba un poco. Pero en cuanto he cogido carrerilla me ha encantado. Creo que es la historia de un cortejo más sorprendente que he leído en mucho tiempo y el libro desde luego es bueno, bueno, pero si tuviera que definirlo de una manera concreta sería esa: original. Tengo a medio escribir una reseña, aunque la verdad se me están acumulando las reseñas). Pero es que ese libro no se puede despachar con una reseña cualquiera. La verdad es que ha sido una magnífica recomendación. Estoy pensando en pedir también sus relatos.
¿Esta traducido al castellano (Eucalyptus me refiero)?
Porque el otro día por casualidad descubrí que una editorial de la que no había oido hablar nunca había traducido una de mis novelas australianas preferidas y me gustaría regalarle Eucalyptus al mismo amigo al que regalé aquella?

Gracias. De corazón.

PS: Estoy pensando seriamente en volver a leerlo del tirón una segunda vez. La primera parte me entrará mejor ahora.

16 de septiembre de 2011, 16:34

Me alegra que te haya gustado, no me gusta recomendar libros (salvo que conozca muy bien a la persona) y no me hubiera sentado nada bien fallar.
De todas formas Miss Winnifred compartía la recomendación, así que de haber fallado sólo me hubiese sentado la mitad de mal.
Una segunda lectura, que yo aún no he hecho, seguro que ayuda a ir desentrañando todo ese maremagnum de simbolismos que encierra "el tratado de botánica".
Sí, está traducido al castellano (aunque creo que es difícil de encontrar):
"Los eucaliptos"
Modernos y Clásicos de Muchnik Editores.
Traducción de Pablo Álvarez Ellacuría.
Se publicó en 2000.

16 de septiembre de 2011, 19:31

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