Antes que nada tengo que agradecer a Ade la bibliografía aportada para que esta historia pudiera ser escrita. Si resulta aburrida, embarullada, incompleta o inconexa es sólo culpa mía.
Es bastante habitual la disculpa de “no tengo tiempo” para justificarse cuando se reconoce que no se es lector (con lo fácil que es decir “no me gusta”). En otras ocasiones, una deficiente formación escolar está en el origen de no ser lector. Sin embargo la historia nos enseña que ni la falta de tiempo ni la formación deficiente son disculpas válidas.
Desde el medievo hasta no hace tanto (en muchos sitios aún hoy), la inmensa mayoría de la población carecía de los rudimentos educativos necesarios, no les hacían falta para su hacer cotidiano y subsistir era prioritario. Pese a ello, estas carencias venían a compensarlas la lectura en voz alta, una modalidad normalmente colectiva, habitual en hogares, mesones, plazas, iglesias, conventos y monasterios, barcos, durante el descanso de los campesinos y en otras diversas situaciones. Tal vez hoy podríamos colocar a la radio como esa voz que nos cuenta.
Hay un sitio en el que la lectura en voz alta se conserva (conventos aparte, claro), empezó antes de la existencia de la radio y se ha mantenido después. Además, es una lectura que no sólo ha buscado el entretenimiento del oyente sino también su formación. Ese sitio es la tabaquería cubana.
Parece que, en Cuba, la idea de acompañar el trabajo con la lectura pertenece a un viajero español ajeno a la industria del tabaco, Jacinto de Salas y Quiroga. A principios del siglo XIX Quiroga llega a Cuba y meses después publica un libro donde relata sus impresiones del viaje. Refiriéndose a lo que observa allí dice:Hay un sitio en el que la lectura en voz alta se conserva (conventos aparte, claro), empezó antes de la existencia de la radio y se ha mantenido después. Además, es una lectura que no sólo ha buscado el entretenimiento del oyente sino también su formación. Ese sitio es la tabaquería cubana.
“... en ese cafetal tuve ocasión, más que en ninguna otra parte de la isla , de lamentar el estado de completa ignorancia en que se tiene al esclavo. (…)…entonces se me ocurrió que nada más fácil habría que emplear aquellas horas en ventaja de la educación moral de aquellos infelices seres. El mismo que sin cesar los vigila podría leer en voz alta algún libro compuesto al efecto y al mismo tiempo que templase el fastidio de aquellos desgraciados, les instruiría de alguna cosa que aliviase su miseria (…)".Por otro lado, el intelectual y político cubano Nicolás Azcárate se inspiró en las lecturas que se les realizaban a los presos en dos galeras del Arsenal de La Habana, donde un lector leía media hora, todas las tardes, algún libro cívico. La mayoría de los reclusos eran cigarreros que seguían en ese oficio y recibían a cambio una determinada suma de dinero. Parte de esae dinero era retenido por el jefe de departamento y era devuelto al preso cuando obtenía la libertad; les entregaba semanalmente el resto, y de éste se separaban algunas monedas para remunerar la labor del lector y adquirir las obras que habían de leerse. Nicolás Azcárate propuso insertar esta actividad en la producción tabaquera. La idea fue materializada por un joven asturiano, Saturnino Martínez, trabajador de la Fábrica "Partagás". Saturnino colaboró en la fundación de “La Aurora” una publicación semanal que alternaba temas literarios con otros en que se difundía la lucha a favor de la clase trabajadora.
A los fundadores de La Aurora se debe el mérito de la implantación de la lectura, estrenada en la tabaquería "El Fígaro", en La Habana, el 21 de diciembre de 1865. Para incorporar la lectura al proceso productivo convinieron en que un trabajador desempeñaría las funciones de lector. Cada operario contribuiría con su correspondiente cuota, con el fin de resarcir el jornal que el lector dejaba de recibir durante el tiempo que leía en voz alta.
En sus inicios, la lectura se realizaba por trabajadores que se turnaban cada cierto tiempo. Pero pronto la lectura por turnos se terminó y el cargo de lector pasó a ocuparlo una persona que debía de ganarse la plaza. Se hacía una votación puesto por puesto y se adjudicaba por mayoría. Generalmente era una persona instruida y educada y se le dispensaban grandes atenciones.
El lector debía poseer las aptitudes necesarias: tener voz clara y pronunciación correcta, ser lo suficientemente culto para poder interpretar cuando leía o, en muchas ocasiones, aclarar las dudas o servir de árbitro en discusiones sobre materias históricas, literarias y hasta científicas. Para probar sus aptitudes, el nuevo lector, por lo regular, antes de las votaciones, debía de pronunciar un discurso que ocupara la atención y la voluntad de los obreros.
Según las opiniones de varios autores, el torcedor de entonces era alguien que discutía de manera perpetua, tenía un amplio espectro de materias de las que deseaba saber y, según progresaba en su aprendizaje, se creía autorizado a disputar sobre todo; frecuentemente hacía uso de esto. Si el lector no podía enfrentarse dignamente con esa disposición y ese afán, estaba perdido. Si por el contrario probaba su capacidad y determinación, se ganaba el cariño y el respeto de todos.
Los jefes de taller observaron que, durante las lecturas, los jornaleros no abandonaban la tarea sino que se concentraban aún más mientras escuchaban. Así que, a pesar de la resistencia de algunos dueños, el ejemplo fue seguido por otras fábricas y al finalizar el mes de mayo de 1866 las principales tabaquerías de La Habana, y de los pueblos cercanos a la Capital, contaban con su correspondiente lector.
A los pocos meses de su entrada en las tabaquerías, la lectura, como medio poderoso de influencia, se convirtió en blanco de los ataques de la prensa conservadora.
Las alusiones que la prensa constantemente hacía a la lectura, tanto para elogiarla, como para censurarla, lograron atraer sobre ella la atención pública. Las tabaquerías donde había lectura eran visitadas por curiosos para admirar semejante novedad. No era raro ver en la parte exterior de las fábricas de tabacos, grupos de personas que junto a las ventanas escuchaban con atención la potente voz del lector en medio de la galera.
¿Qué tipo de lecturas se realizaban? Pues la verdad que resulta curioso. Autores que hoy son considerados por muchos (lectores de pijamas, códigos y demás) como aburridos o demasiado profundos, eran los requeridos por los torcedores, personas con escasa o nula formación cultural: Victor Hugo, Dumas, Chateaubriand, Lamartine, Shakespeare, Pérez Galdós, Cervantes, Newton, D’Annunzio, Kipling (y aquí), Pascal. Se dice que “Los miserables” y “El conde de Montecristo” fueron los mayores éxitos. El mismo Víctor Hugo, al enterarse que sus novelas eran solicitadas con avidez por los tabaqueros, escribió una carta a los obreros de Partagás agradeciéndoles el interés: ¡Qué gran honor le hacia el Olimpo de los novelistas! El escritor español Ramiro de Maeztu fue lector de tabaquería y escribió varias crónicas sobre ello. Escribía Maeztu que sus oyentes eran negros, mulatos, criollos o españoles; que no sabían ni leer siquiera, pero que le asombraron al pedir que les leyera obras del dramaturgo noruego Henrik Ibsen (lo que cambian los tiempos). También se incluían obras de autores cubanos como José María Heredia, José Jacinto Milanés, Gabriel de la Concepción Valdés “Plácido”, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Juan Clemente Zenea, Anselmo Suárez y Romero o Cirilo Villaverde.
Pero con la literatura científica y de entretenimiento también se incluía la literatura política: Kropotkin, Marx, Bakunin, Maquiavelo y otros filósofos políticos, principalmente de Francia o EE.UU., con especial predilección por los escritores anarquistas.
Aunque al principio sólo se leían obras de la índole mencionada, pronto se introdujo la costumbre de leer las noticias que aparecían en la prensa local, diaria o semanal. La lectura en los talleres comenzaba por las noticias internacionales, después las nacionales y a continuación los artículos de fondo o editoriales. Le seguían algunas secciones fijas y, por último, noticias del deporte. Después de quince minutos de descanso, el lector regresaba a la tribuna para el turno de novela.
En los cinco primeros meses del año 1866, la lectura llegó hasta los “chinchalitos”, nombre que desde fines del siglo XVIII se le dio a las pequeñas fábricas de tabacos, en la mayoría de la cuales se vendía al menudeo el producto que elaboraban, e incluso se llegó a intentar el establecimiento de sesiones públicas de lecturas nocturnas. La influencia de la lectura fue tan arrolladora que algunas de las marcas más famosas de Habanos cubanos creados a partir de esa época fueron nombradas según los títulos o personajes de la literatura que se leía en las fábricas (quién no conoce los famosísimos “Montecristo” o “Romeo y Julieta”).
A los empresarios empezó a no gustarles mucho que sus empleados comenzaran a tener conciencia de su situación, así que empezaron a prohibir la lectura “para no distraer a los operarios de las tabaquerías, talleres y establecimientos de todas clases con la lectura de libros y periódicos, ni con discusiones extrañas al trabajo que los mismos operarios desempeñan”. Para justificar semejante prohibición, se tomaron como excusa los altercados entre tabaqueros a la hora de seleccionar una obra, lo cual, a juicio de las autoridades, podría engendrar “odios y enemistades de graves consecuencias”.
Al prohibir la lectura, el Gobierno privaba a los tabaqueros de un poderoso y eficaz medio de cultura, pero al mismo tiempo dejaba entrever el miedo que le inspiraban la divulgación de las ideas independentistas que se podía hacer desde los “púlpitos”.
Los enemigos de la lectura lograron su propósito y en las galeras dejó de oírse la voz de los lectores. Pero no lograron acabar con el interés de la gente por aprender. En un periódico de la época se daba cuenta de que la Biblioteca Pública de la Sociedad Económica de Amigos del País se veía tan concurrida que hacían falta sillas para acomodar a los obreros que allí asistían a escuchar las lecturas públicas, prueba evidente de que la afición a leer había echado raíces entre los trabajadores.
Durante años hubo numerosos tira y afloja entre trabajadores, empresarios y gobernantes y la lectura en las tabaquerías desapareció y se reanudó en varias ocasiones. En el período de 1889 a 1895 se dedicó a la propaganda que, desde las tribunas de los talleres, realizaron los simpatizadores de la causa independentista. En los meses que precedieron al estallido de la guerra, la lectura sirvió para divulgar la labor de los clubes revolucionarios que conspiraban en el extranjero. En las galeras se oían artículos y folletos de tendencias separatistas en los que, según varios periódicos de la época, “se empleaba un lenguaje insultante contra la nación española”. La continuada repetición de estos hechos hizo que se extremara la vigilancia por parte de las autoridades y, aunque en las tabaquerías se había suprimido la lectura de publicaciones contrarias al régimen, en algunas fábricas, éstas se daban a conocer cuando los capataces y encargados no se hallaban presentes. Todo ello contribuyó a preparar el movimiento que se inició en 1895 y terminó con la consecución de la independencia de Cuba de la corona española.
Después de la guerra, solo en una fábrica de tabacos fue prohibida la lectura, por la crítica que en ciertos trabajos periodísticos se hacia de su propietario. Esa prohibición provocó un movimiento de huelga que pronto se solucionó a favor de los tabaqueros.
Al implantarse la República en 1902, no se consideraron los enormes aportes del tabaquero al movimiento de independencia. Subsistían aún los basamentos coloniales hispánicos discriminantes para el nativo en los sectores más retribuidos. Solo era accesible al cubano el aprendizaje del oficio de tabaquero y a la mujer el de despalilladora. Los demás departamentos se nutrían con españoles emigrados que enseñaban a rezagadores, escogedores, fileteadores, etc., y que después de algunos años llegaban a capataces y encargados. Nada había cambiado el nuevo régimen para los criollos operarios del tabaco. Bueno, sí, ahora los propietarios de las fábricas ya no eran españoles, eran multinacionales estadounidenses.
Hasta el decenio de los años 40 del siglo XX los lectores de tabaquería fueron fuertes pilares en las organizaciones, propagandas y acciones de los tabaqueros en contra de los gobiernos títeres de turno. Tuvieron que librar su propia lucha contra la radio, lucha que se inició cuando los primeros aparatos llegaron a La Habana (el primero de ellos fue instalado en la fábrica de Cabañas y Carvajal para trasmitir la Liga Nacional de Béisbol de 1923). Pero lector y radio lograron convivir, la lectura prosiguió con la novedad que, con el transcurrir de los años, se le adicionó el micrófono y el amplificador. Los tabaqueros escuchaban noticias y música que llegaban a ellos por la radio, pero cuando surgían acontecimientos de importancia y era imprescindible reclamar de ellos su calor y su esfuerzo, ocupaba la tribuna un trabajador.
Llegada la década de los años 50 los lectores mantenían su condición de trabajadores de los tabaqueros. Según el prestigio de la fábrica, representado por su marca, lo que a su vez incidía en los salarios de los trabajadores, estos donaban desde 5 hasta 25 centavos de su salario semanal para pagarle al lector. Para entonces se utilizaba el micrófono para ayudar al lector, aunque la lectura sólo llegaba a la galera y el despalillo y no incluía el resto de los departamentos que conforman una tabaquería.
La lectura era sugerida por los propios tabaqueros quienes, al entrar el lector para comenzar la lectura, ponían encima de la tribuna lo que deseaban que se leyera ese día. Siguiendo la tradición de sus inicios, el Presidente de Lectura hacía sonar una campanita llamando a la disciplina y el silencio. La actividad, con una duración de 180 minutos diarios, se dividía en cuatro turnos de 45 minutos cada uno, dos en la mañana y dos en la tarde. En los turnos matutinos se leía la prensa, revistas y los materiales de propaganda política. En los turnos vespertinos se leían novelas, clásicos de la literatura y, sobre todo, libros con fuerte contenido referente a las luchas sociales y los movimientos obreros.
El triunfo de la Revolución fue abrazado por los tabaqueros que salieron de sus fábricas a celebrar su conquista. Los lectores de tabaquería, como parte de la revolución que triunfó, pudieron extender su radio de acción a las escogidas y despalillos. Dejaron de ser pagados por los tabaqueros para cobrar como un operario más de la fábrica.
Un cambio significativo que se produjo fue la irrupción de la mujer como lectora. Tradicionalmente, la lectura en las tabaquerías fue una labor reservada a los hombres; en la historia, la presencia de la mujer se registraba en aislados casos. Pero con la creciente incorporación de ésta al trabajo y su integración a todas las tareas, se inició la lectura con voces femeninas, cambio que fue bien recibido por los tabaqueros. Por otro lado, el bajo salario inicial de la profesión hizo que los lectores ocuparan plazas de más remuneración; así se adentraron las mujeres en la lectura de las tabaquerías (lo de siempre, con revoluciones o sin ellas, la mujer entra ocupando los puestos peor remunerados) y hoy representan la mayoría en el oficio.
Si en períodos anteriores eran los propios tabaqueros los que elegían sus lecturas y a su lector, tras el triunfo de la Revolución, en cada tabaquería, despalillo o escogida existe o debe existir una comisión de lectura integrada por un presidente, un vicepresidente, un representante sindical, un administrativo, el lector y dos vocales. De acuerdo con su reglamento, esta estructura es la encargada de seleccionar y aprobar al lector del centro, facilitarle la documentación y valorar los géneros que se abordan en las lecturas. El objetivo principal de la lectura será “enseñar y cultivar intelectualmente a los trabajadores, dignificar su condición de clase obrera, continuar y fomentar los valores revolucionarios, motivar al trabajo y a las tareas de la Revolución”.
La lectura consiguió que los trabajadores pensaran por sí mismos y se convirtieran en revolucionarios. Pero a la Revolución (a las revoluciones en general) no le gusta que el individuo piense por sí mismo, el trabajador ya no sabe lo que quiere y necesita que una comisión valore lo que puede escuchar y lo que no. Una actividad que surgió con el fin de hacer llegar la cultura a quien no tenía acceso a ella y con ello desarrollar un pensamiento más libre, ha dado paso al adoctrinamiento.
Enorme poder el de la lectura.
Bibliografía
“La lectura en las tabaquerías en Cuba” , Rivera Z.; Roig Albet, Kim Men Fong Delgado.
“Lectores y lectoras de tabaquería, una tradición centenaria”, Sergio R. San Pedro.
“El bello Habano (Biografía íntima del tabaco)”, Reynaldo González.
“El lector de tabaquería: historia de una tradición cubana “, Araceli Tinajero.
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on 16 junio 2009
at 18:05
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