Søren Kierkegaard - "Diario de un seductor"

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9 de abril
¿Es que me he quedado ciego? ¿El ojo interior del alma ha perdido su capacidad? La he visto, pero es como si hubiera tenido una visión celestial, ya que la imagen se ha desvanecido. Llamo, inútilmente, para que se concentren todas las fuerzas de mi alma con el fin de evocar esa imagen. Si me fuese permitido volverla a ver, aunque fuera entre mil, la reconocería inmediatamente. Ahora ella ha desaparecido, y en vano el ojo de mi alma intenta conseguirla vehementemente... Paseaba por la Langelinie -aparentemente distraído, sin mirar a mi alrededor, aunque en realidad nada pasaba inadvertido a mi mirada escrutadora-, cuando mis ojos cayeron sobre ella. Se fijaron detenidamente en ella, y ya no obedecieron a la voluntad de su dueño. Me fue imposible hacer el menor movimiento y no pude escrutarla, sino sólo me quedé mirándola, fijándome en ella. Como un esgrimista que se queda inmóvil en su guardia, así se quedó mi mirada, petrificada en la dirección tomada. Me fue imposible bajarla, imposible volver a meterla dentro de mí mismo, imposible ver, pues ya vi demasiado. He conservado impreso el recuerdo de una mantilla verde que llevaba. Y nada más, lo que se dice atrapar nubes en lugar de a Juno. Ella se me ha escapado, como José de la mujer de Putifar, y tras sí sólo ha dejado la mantilla. Le acompañaba una señora mayor, que tenía toda la pinta de ser su madre; a ésta la podría describir de los pies a la cabeza; aunque sólo le haya echado una ojeada, en ese instante, en passant, la imprimí en mí. La jovencita me causó impresión, y la he olvidado; la otra me hizo cierta impresión, y la recuerdo.


11 de abril
Todavía sigue mi alma enredada en la misma contradicción. Sé que la he visto, pero también sé que la he olvidado de nuevo, así que ese residuo de recuerdo que aún me queda no me es de consuelo. Mi alma anhela esa imagen, que por otra parte no aparece, con inquietud y vehemencia, como si todos mis bienes estuvieran en juego. Sería capaz de sacarme los ojos para castigarlos por su negligencia. Cuando se apacigua mi impaciencia y recobro la calma, entonces es como si presentimiento y recuerdo tejieran una imagen, que ni siquiera para mí logra adquirir forma, ya que no puedo distinguir los contornos. Es igual que el dibujo de un precioso tejido: el dibujo es más claro que el fondo, por sí solo no puede resaltar, precisamente porque es muy claro. ¡Estoy viviendo una extraña situación! Y, sin embargo, tiene una dulzura especial, ya que me da la certeza de que aún soy joven. Y me convence otra consideración: que yo busco siempre a mis víctimas entre las jovencitas, y no entre las jóvenes casadas, por ejemplo. Una mujer casada resulta menos espontánea y más coqueta; y tener una relación con una no es bonito ni interesante, es sólo excitante, y lo excitante es siempre lo último... No me habría esperado que fuese aún capaz de degustar el fruto tempranero del primer amor. Estoy perdidamente enamorado, podría decirse que me ahogo en amor. No hay que extrañarse, por este motivo, de que esté desconcertado. Mucho mejor, ya que espero mucho de esta relación.
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