Linda Berrón - "El pique"

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Cuentista, novelista y dramaturga costarricense (nacida en España). Su obra es referencia en la literatura de Costa Rica tanto en el ámbito cuentístico como en las problemáticas que aborda, principalmente las complejidades de la condición humana desde la perspectiva de las mujeres.
Este cuento fue finalista en el “Premio Ana María Matute de Narrativa de Mujeres” en 1992 y apareció en el volumen “Relatos de mujeres” de 1996.


Ella se aferra con los brazos a los flancos tensos del hombre, lo aprieta con las piernas, levanta un poco la cabeza, jadea, abre mucho los ojos, trata de mover la pelvis, jadea, se traga el aire a grandes mordiscos, quiere ir más aprisa, como él, que devora los segundos en impulsos secos y potentes, jadea, quiere alcanzarle, gozar con él, se apura, le clava las uñas y, desde la cama, escucha los gritos de los chicos, peleando como siempre el primer lugar para ducharse. Es exactamente en ese momento cuando ella sabe que es imposible, que él va a terminar, que jamás podrá darle alcance, y se deja, afloja los músculos para recibir el placer de él que se va desplomando lentamente sobre su cuello, con su aliento fatigado y la frente empapada.
Ella cierra los ojos: se ha ido de nuevo. Oye vociferar al pequeño en la puerta del dormitorio. ¡Se van a callar!, les grita con la tensión en el cuello aún rígido. Vuelve a poner la cabeza en la almohada. Sí, se ha ido de nuevo; el placer, el éxtasis, la fuga, el infinito, se fueron sin ella: como un tren que huye hacia el horizonte remoto.
Desaparece y ella queda mirando el vacío. Dentro del dormitorio cabe un enorme vacío. Desde el armario, que ella ordena todos los lunes, hasta la ventana, cuyos vidrios limpia todos los jueves, hay un espacio infinito que se lo traga todo.
El hombre le acaricia el pelo húmedo, le da un beso en la mejilla acalorada y se levanta. Ella lo contempla cuando desaparece tras la puerta del baño. Él también se va, satisfecho, fuerte, descansado. Lo envidia. Ella se mira el cuerpo, ¿será éste un cuerpo torpe, incapaz de sentir placer?, ¿será sabio solamente para el dolor, la contracción, la inútil hemorragia?, ¿experto sólo en alimentar a otros, complacer a otros, acumular reservas en sus tejidos avaros para los malos tiempos?
Son malos tiempos ahora. Hay que mirar hasta el último cinco, ver qué camarón, negocito, botella, chiza, chorizo, cambalache se busca uno; o una. Ella prepara repostería para vender. El dinero no vale nada. El trabajo no vale nada. La vida en general se ha devaluado. Se mata por pinches dos mil pesos, a pesar de la inflación. La gente anda totalmente perdida y sale por donde menos se espera. Casi nada es predecible, sólo la incertidumbre o la rabia.
Él se pone a silbar en el baño. Debe estar preparando el jabón de afeitarse. Lo imagina agitando la espuma con la brocha, le gusta esa costumbre. Ella se levanta y sonríe blandamente. Al menos, él podrá empezar bien el día. Necesita empezarlo bien, la vida está muy difícil. Mala época para las universidades; acaban de salir de un paro. Y eso es aquí, ¿qué será en los otros países de la región, o en Rusia con el invierno? ¿Qué le está pasando al mundo, hasta los gringos se quejan?
Se viste deprisa, antes de que los niños vayan a desayunar. También ellos necesitan empezar bien el día. Están en el colegio apenas, pero tienen que estudiar, tal vez eso les ayude en la vida, los ponga vivos. Si ahora los tiempos son malos, ¿qué les tocará a ellos? Al menos ninguno es mujer; quizá puedan alcanzar, con menos problemas, el tren de los bienaventurados.
Los encuentra en el dormitorio, gritando, revolcando el armario, todo lo pierden o recuerdan haberlo perdido en el momento exacto de salir. Y ella, que conoce cada centímetro cuadrado de la casa, cada libro, cuaderno, pañuelo, corbata, encuentra lo perdido. El final es siempre el mismo: les grita, es la última vez que les busca nada, se desgañita, se agota, es tardísimo, tarde para el colegio, tarde para él que hoy tiene que ir de gira a la costa, se va en el bus de la universidad, le deja el auto a ella para que lleve a los niños, vengo en la noche, o mañana, yo te aviso, te llamo, en todo caso me acordaré de vos, de tu cuerpo tibio por la mañana… se aleja disimuladamente de él para abrir la puerta: por hoy ya no más, ni una caricia más.
Niños, vamos rápido. Arranca el auto, está frío, se apaga. Aprieta el embrague hasta el fondo, pisa fuerte, acelera, acelera, el motor ruge, el tubo de escape truena, pone marcha atrás y llega a la calle en un solo y raudo movimiento curvo. ¡Yuhuuu!, gritan los niños. Tontamente a ella también le entran ganas de gritar ¡yuhuuu! y apretar el acelerador hasta el alma para volar por las calles a toda mecha, un alto, reduce a segunda, un vistazo rápido, sigue, adelanta, pita a un taxi, osadía, semáforo rojo, es de peatones, no viene nadie, se lo salta, la curva rechinante, y lo mejor: el viento en la cara, la furia en la manera de respirar, de cambiar las marchas, de correr, de llegar a tiempo, tal vez, al tren del gozo.
Los niños se bajan, ¡qué chiva, mami!, adiós mis amores, sí, qué chiva. Mientras va a la carnicería, repasa mentalmente la nevera, el menú de la semana. En lo alto del mostrador, se encuentra al carnicero, canijo y sonriente; en la radio, a Julio Iglesias, lo mejor de tu vida me lo he llevado yo, lo mejor de tu vida lo he disfrutado yo. La voz meliflua se esparce sobre las carnes rojas, mutiladas y brillantes; dos kilos de molida especial, un kilo de bistec, ¿están suaves?, tu inocencia primera, el despertar de tu carne, eso es todo, gracias.
Paga a la carrera porque un camión está detrás de su auto, pita y vocifera para que se quite, que tiene que descargar mercadería, ya va, le dice con la mano, sale apresurada, se le cae un paquete, lo recoge, arranca, y aún en la ventanilla abierta le susurran: tu inocencia salvaje me la he bebido yo. Mira con furia al chofer y regresa a la calle principal atascada de autos; sortea un microbús, queda junto a un taxi, le cierra el paso, el taxista la mira, le hace señas; de mala manera le está ordenando que se corra hacia atrás, que se aparte, que se retire, que se rinda, ¡ni loca!, ella no se retira ni un centímetro, que se aguante, que se espere como todo el mundo, como ella. Avanzan los de adelante, ella los sigue bien pegada, que no se le ocurra meterse. Pasa el semáforo, por fin corre veloz por la calle, esquiva los obstáculos, los huecos en el pavimento, tuerce a la izquierda y toma la autopista. Ahí puede ir más rápido, pone la cuarta, a toda máquina, los tomillos flojos vibran, por la Penélope derecha le adelanta un bmw beige, vidrios ahumados, sin placas, recién salido de las bodegas de un barco europeo. Detrás le sigue un Mercedes blanco brillante, con vidrios ahumados, sin placas, salido del mismo barco o de uno parecido: no son malos tiempos para todos, hay gente con suerte.
Llega a la rotonda y se detiene, se adelanta poco a poco y aprovecha la lentitud de un autobús para lanzarse. El autobús pita, alcanza a ver la boca del chofer silabeando vie-ja-i-jue-pu. Acelera para echarse encima de ella, para asustarla, para castigarle la insumisión de cruzar delante de él. El canalla le pasa rozando, qué rabia, qué ganas de pegarle, de gritarle, de parar el tránsito, de que explote todo.
No quiere regresar a casa, no dobla en la esquina debida, sigue recto, continúa por la periférica lo más veloz que puede. De reojo, ve el parque vacío, unos perros con sus dueños, un par de policías a caballo, el lago rutilante. El aire vuelve a ser fresco en sus mejillas. Se aproxima la siguiente rotonda, se acerca al carril izquierdo, quiere entrar, pone el intermitente, pero un auto acelera para impedírselo. Es un Honda negro, cubierto de calcomanías brillantes, con dos muchachos adentro. El que conduce, un joven con verdes rayban fosforescentes, un aprendiz de ejecutivo tirando a lumpen, tiene una sonrisa carnívora cuando hace un quiebre hacia la derecha para asustarla. El otro, con la cabeza rapada, también se ríe.
Los dos autos llegan pegados a la rotonda. Ella pone el intermitente izquierdo pero el Honda se bambolea amenazante hacia la derecha. Ella aguanta un instante, pero luego cede, dobla también a la derecha, el Honda la adelanta y ella sigue detrás; se pega, furiosa, al claxon. El jovencito saca el puño izquierdo con el dedo corazón extendido. Ella ve la mano, ve el auto, ve las dos cabezas que se mueven, los hombros que se agitan, se ríen, malditos, mastica, se le han puesto los músculos del cuerpo como de hierro, no jadea, sólo aprieta los dientes, empuja el acelerador y se les pega detrás, así, bien cerca; mírame imberbe de mierda, sí, soy yo la que va detrás de vos, te sigo a toda velocidad y no me voy a quitar, hasta el fin, una perra de presa, ¿no me ves los dientes puntiagudos hacia atrás?, ¿no?, entonces qué miras tanto, imbécil, ¡ah, no!, no trates de escapar, voy detrás, ¿lo ves?, yo también me salto el semáforo, también doblo a la izquierda y luego a la derecha, también voy contravía, no me despego, toco el claxón, una vez, dos, las que yo quiera, que mire la gente, qué me importa, ajá, me decís que pase, cabrón, que te deje en paz, ja, ja, ja, ahora sí, ¿verdad?, ahora me “dejas” pasar, pasa vie-ja-i-jue-pu-ta, pasa, no me da la gana, maricón, sí, levanta los rayban para verme mejor, no te lo esperabas ¿a que no?, nadie te contó que podían invertirse los términos de los lobos y las caperucitas, que nadie ha robado nada y el espíritu salvaje está intacto, pues ahora ya lo estás aprendiendo, ahora que tenés forzosamente que parar, qué remedio ¿no?, tenés que esperar que los otros crucen, a pesar de las ganas que sentís de tirarte, de huir, de perderme, pero estoy aquí detrás, sí, soy yo la que te da un golpe seco en el bumper, sí, yo, ¿y qué?, te alteras, el pobrecito auto de tu papi, alzas los brazos, no entendés nada, nada, ya no sacas la mano con tu dedito levantado, ni siquiera salís a enfrentarte conmigo, ya no te reís, tu amigo ya no agita sus cuadrados hombros sonrientes, se miran los dos, preguntándose cómo salir de ésta, cómo huir de una loca. Ya lo sabes, lo has aprendido, no habrá impunidad de ahora en adelante, en cualquier esquina puede despertar una exbelladurmiente, una mujer loba, creo que ya lo sabes, por eso me adelanto en esta curva, paso al lado tuyo y me atravieso delante de vos, te acorralo, te quedas ahí prensado, me bajo del auto, me acerco y te sonrío, lo que debe desconcertarte aún más, y ya a tu lado, te digo con una voz que no has escuchado nunca en tu pinche vida: ¡las mujeres primero!

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