Mylene Fernández Pintado - "Cosas de muñecas"

Posted by La mujer Quijote in ,

Novelista y cuentista cubana. Este cuento pertenece al volumen “Anhedonia” de 1999. Es considerada una autora especial dentro de su generación ya que los autores de ésta crean una literatura profundamente localista, mientras que ella toma un punto de vista más trascendente, mostrando la realidad de dentro y de fuera de Cuba.
En este volumen, la mujer y también ha sido incluido en la antología "Los nuevos caníbales. Antología de la más reciente cuentística del Caribe hispano" de 2000.


-Yo no resisto a esa gente que quiere ser más americana que Clinton. Yo sí soy muy cubana. A mí me gustan los frijoles negros y templar bien.
Barbie se inclina con movimientos felinos que nunca abandona, sobre su taza de café con leche. Barbie vestida de Donna Karan New York y con ese Chanel 19 que compra a contrabando y que yo sé que es falso aunque no se lo digo y cruza las piernas muy blancas y bien torneadas. La abundancia de grandes espejos y fotos suyas, estiradas hasta la dimensión de un póster, indican que se gusta mucho. Su físico es un capital y ella sabe que tiene que administrarlo porque es todo con lo que cuenta para cumplir su sueño de un apartamento en Brickell y un buen crédito en Saks.
Barbie espera que la aconseje. Ahora no usa la talla 2 de cintura ni puede hacer acrobacias sexuales. Está en la fase de derrota de un plan que inicialmente parecía muy bien calculado. Había pescado un millonario joven, nervioso y con muchas ganas de hacer locuras.
-Era un bebé. Las primeras veces hicimos el amor y yo me porté modosita. Hasta que un día le dije: Hoy vamos a templar. Estos yuppies de aquí son unos tontos en la cama. Ahí fue cuando ese hijito de papá supo lo que era pasarla bien. Estaba loco conmigo y yo con él, su propiedad horizontal en Key Biscayne, su infancia en París y su LEXUS del año.
-No quiero pasarme la vida en ese bar, durmiendo de día y con unas ojeras que me llegan al piso, tomando pedidos y cargando bandejas. Tengo varices y la piel se me está ajando. Aguanto fanfarronerías de contadores muertos de hambre y bravuconerías de tipos sin más educación que la marca del carro. Al tercer trago te tocan las nalgas y un rato después te están invitando a cuanta cochinada genera la mente de un borracho. Todo esto para vivir en Coral Gables y tener un TOYOTA del año. ¿0 crees que los millonarios se pasean en transportations por Hialeah?
No, Barbie. Tampoco compran en K-mart ni Wallmart, sino en Burdines, de donde nos hemos robado tanta ropa de INC y Tommy Hilfiger.
El primer día por poco me muero, pero habías trazado una estrategia que no podía fallar. Ir muy bien vestidas, calzadas y perfumadas, con unos bolsos grandísimos para echar las cosas, llevarlas al auto y luego comprar algo. Regresar a los tres días con cualquier pieza a que te hagan un refunda la tarjeta de crédito y hacerte a la vez de un guardarropa y una jugosa tarjeta. Todo fue bien hasta el día que fuimos a devolver la chaqueta negra de hilo. Sin el comprobante, por supuesto, y como siempre porque es un regalo que me hicieron y no me gusta, no me sirve o no combina. La jefa del piso se puso intolerante porque siempre estamos pidiendo refund y nunca tenemos comprobante. Me voy a ver obligada a llamar al security. Yo estaba muerta de miedo y tú, tan tranquila. Sólo hay que esperar un tiempo a que se olvide de nuestras caras o que la asciendan, se vaya al norte o se muera.
Se para desnuda ante el espejo. Algo se le nota y eso la pone de muy mal humor. El diseño de su ropa no admite una onza de sobrepeso.
-Cuando salga de esto, todos los comemierdas de Biscayne van a saber quién soy yo.
Le costó mucho decidirse, Víctor siempre horrorizado de pensar que ella saliera embarazada y todos los problemas que eso le traería con su familia. No fue fácil lograr que se equivocara con lo de los días. Cuando se enteró casi va a parar al psiquiatra. Le preparó citas en las mejores clínicas de aborto y ante su negativa de privarse de un hijo de él, con sus rizos y su risa, empezó a agredirla. Y sus amigos a hacerle el juego. Y nuestro pequeño mundo se dividió en dos. De un lado los niños ricos, aristócratas y tontos y del otro nosotros: inteligentes, pobres y recién llegados. Y Barbie, manzana de la discordia, alma-mater con hilo dental elevada de la categoría de putilla interesada a la de doncella seducida y abandonada. Y vaya si nos compramos la bronca. Nos pinchábamos las gomas de los carros y nos poníamos beepers de madrugada. Una historia como la de las pandillas de West Side Story.
Nadie sabe en qué hubiera parado aquello si no hubiera aparecido Bernie, rubio, rosado y ojiazul como una foto Kodak. Y tan americano como si fuera descendiente directo de los peregrinos del Mayflower. Con una casa en South Miami tan blanca que parecía que iba a hacer la primera comunión. Piscina, jacuzzi y cancha de basket. Dios se lo trajo a la pobrecita Barbie que tanto había llorado por el hijo de puta de Víctor. Y uno no se lo puede dejar todo al Gran Hacedor. Es muy bueno Bernie; piensa que Barbie está sufriendo mucho, pero no va a cargar con el hijo de otro así que fuera lo que queda de esta historia fallida. ¿Quién ha visto a un guerrero ir a la batalla sin su mejor arma? ¿Cómo atrapar a Bernie hecha una gorda torpe, de movimientos lentos y abdomen inexorablemente creciente? Y así el rubicundo Bernie con sus gestos corteses y afeminados decidió la partida.
Llegamos a la clínica carísima, y traté de organizar mi tiempo para no ponerme ansiosa. El embarazo estaba avanzado y, de todas formas, eso siempre es un riesgo. Llevábamos tres días anunciando que tenías pérdidas y estabas muy mal, que parecía que ibas a perder el bebé. Pero ahora yo tenía miedo de que algo saliera mal. Eres una cabrona, Barbie, pero yo te quiero mucho.
Recordé todas las travesuras que hicimos juntas. Las veces que cogíamos botella para ir a Santa María y nos negábamos a montarnos en cualquier cosa que no fuera un LADA azul ministro. O cuando nos quitábamos las trusas en el agua y las tirábamos en la arena y luego decidíamos quién tenía que ir desnuda a buscarlas. O la noche del L'Aiglon, en la que aquel loco nos invitó a cenar chuletas con el dinero que le había sacado a unos holandeses a los que les había leído la mano y después no quiso leer las nuestras por más que le rogamos. Los Festivales de Varadero, a los que llegábamos con una mochila y terminábamos en la pista bailando con Oscar D'León o conversando con los músicos de Patxi Andión.
Cuántas veces destendí tu cama para que tu padre pensara que habías dormido allí. Cuántas veces cambiamos los preservativos de lugar para que él no los encontrara; hasta que los halló Camila que sólo tenía tres años entonces y a la que nosotras le escogimos el nombre por la película argentina que exhibían en el Festival de Cine, aunque nosotras no las veíamos porque nos pasábamos todo el tiempo en la piscina del Nacional.
Y luego aquí, cuando nos encontramos de nuevo nos creímos invencibles. ¿Lo somos, Barbie? ¿Te acuerdas de las veces que hemos ido a Biscayne a morirnos de envidia y a trazarnos metas? Y lo que hemos llorado porque, a fin de cuentas, estábamos solas y rodeadas de cosas buenas que a veces nos parecían inalcanzables.
Recuerdo nuestros preparativos el día de aquella boda en Brickell Key. Estabas convencida de que entraríamos plebeyas y saldríamos princesas, como Grace Kelly.
-A los hombres hay que trabajarles los instintos básicos -y me abres tu closet como quien abre la puerta del Jardín de las Delicias. Me miras y calculas algo. Me mides, pesas, analizas mis tonos, me haces un test instantáneo de personalidad y comienzas a poner piezas de ropa encima de la cama.
Cuando me miro al espejo comprendo una verdad útil. No soy bella como para darme el lujo de ser sutil y Barbie lo sabe. Ha trabajado como una obrera sobre mí y aquí está el resultado. Me observa complacida con su obra y comienza su arreglo. Conoce su cuerpo, lo usa, lo doblega. Domina su pelo y su cara de puta lánguida. Saca el máximo partido de cada centímetro de piel. Verla oficiar esta ceremonia es una fiesta pagana. Ya no se usa la sombra en los ojos, los colores de labios son carmelitas y el pelo en tonos caobas. Perfume en la nuca por si te abrazan por detrás. Las ojeras se cultivan al estilo de los vampiros de Coppola. La ropa interior, exquisita siempre. Uno no sabe cómo va a terminar la noche.
Cuando llegamos al edificio, lleno de porteros con levita, botones dorados y gorras de plato, me hiciste un guiño cómplice. El lobby de mármol y mil sirvientes lazarillos para conducirte, indicarte, adularte. Un último piso voyeur con sus cristales a la bahía y las alfombras hechas para algo mejor que pisarlas. Bandejas llenas de orfebrería culinaria y toda la cristalería del mundo conteniendo esas bebidas que se miran y no se tocan. Y muchos viejos, hombres maduros y muchachos ricos que miran a Barbie, reina indiscutible de la noche, con una lascivia muy prometedora.
Allí conoció a Víctor y empezó todo este rollo. Allí se emborrachó de alegría cuando él le prometió llamarla a su regreso de París, a donde él volaba esa misma madrugada para asistir a la boda de su hermana hombruna e insípida. Cuando traté de arrastrarla al baño para echarle un poco de agua en la cara se resistió como una gata.
-¿Y mi maquillaje, qué?
Barbie. Bárbara. Diosa guerrera. Virgen sin niño. Cuando decidiste cambiarte ese nombre tan de allá, por el de las muñecas que imitan la vida falsa me morí de la risa. Pero hiciste muy bien. Nadie sabe mejor que tú lo que lastra un nombre de mulata culona a una sílfide de Vogue como tú. Naciste para cambiarte de ropa y exhibirte, para pisar lenta o caprichosamente con tus piernas largas y que otros lidien con la pobreza que es tan aburrida y poco seductora.
El tiempo pasa. Casi me he quedado sola en el salón de espera. Me consuelo esperando en eso de no news good news, pero enseguida me alarmo. ¿Por qué nadie me da noticias? ¿Qué te están haciendo ahí adentro? Me viene a la cabeza un collage tridimensional de todas las noticias de “Primer Impacto”, “Ocurrió Así” y los noticieros portavoces sádicos de los horrores que suceden en las clínicas de abortos. Tú no tienes que ver con la sangre ni los despojos, la fealdad ni el dolor.
Trato de leer y no puedo. Trato de rezar y no me acuerdo. Invoco a los grandes pecadores de la Historia y les pido clemencia para Barbie. Un último chance para esta Magdalena de biscuit. Y todo lo bueno que hemos compartido, y todo lo malo que hemos exorcizado juntas me parece un epitafio en tu lápida. ¿Quién te va a llorar? ¿Quién te va a guiar por el infierno a donde seguro vas a ir luego de un juicio sumarísimo y celestial, si a los habitantes de allí les da por hablarte en inglés?
Saliste con ese paso grave con que llevan las heroínas elegantes los dolores de lujo. Corrí hacia ti. Eras de porcelana.
En el buzón te esperaba un ramo de rosas amarillas y una tarjeta de Bernie anunciándote visita por la noche. Y empezaste a dar órdenes.
Había que preparar el set donde tú, con tu camisón de seda abotonado con calculado descuido, yacerías como otra Dama de las Camelias en las sábanas caras de tu cama imperial. Menos mal que compramos cortinas nuevas.
-Pon la lámpara aquí. Tráeme aquel vaso.
El reguero desaparece como tragado por las gavetas, los zapatos bajo la cama. El cuarto es perfecto con su media luz de vitrales y Barbie es una convaleciente tan linda y tan frágil.
-Debiste haberte lavado la cabeza -digo al ver su pelo pegado al cráneo-. Ahora vas a tener que esperar unos días.
-No la tengo sucia. Me eché gel para ir a hacerme el aborto. ¿Tú crees que además de la mala cara que seguro iba a tener, también iba a salir despeinada? Ni muerta.

This entry was posted on 20 febrero 2022 at 21:36 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

0 comentarios

Publicar un comentario