Ali Smith - "Erosión"

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Cuentista, novelista, dramaturga y ensayista escocesa. Junto a Alasdair Gray y Carol Ann Duffy forma, para mí, la terna más importante de la literatura escocesa de la segunda mitad del siglo XX (e inicio del XXI). Su obra siempre tiene un algo de experimental, siempre necesita que el lector ponga de su parte para descifrar las historias y por ello no resulta una autora fácil.
Este cuento pertenece al volumen "La Historia Universal" (The Whole Story and Other Stories) de 2003.
La versión del cuento es la de Magdalena Palmer.


¿Qué necesitáis saber de mí para esta historia? ¿Qué edad tengo? ¿Cuánto gano al año? ¿Qué coche conduzco? Miradme, aquí estoy en el inicio, el nudo y el desenlace a un tiempo, un ser enamorado de alguien que no me corresponde. Despierto con la idea luminosa y nueva de ella; luego sigue la esperanzada embriaguez del día y al fondo, sombría como una bombilla fundida, la palabra nunca.
Vislumbro a alguien en el espejo del vestíbulo. Vuelvo a mirar. Soy yo. Es la primera vez que me veo desde hace días, parece que haya dormido con la ropa puesta. Voy a la cocina y reparo en que los platos amontonados tienen una costra de podredumbre. No recuerdo haberme comido ninguno. Entro en la sala; los libros están desperdigados por el suelo.
Salgo al jardín y contemplo el manzano. Es un manzano joven, lo planté hace tres años. Es tan alto como yo. El primer año dio una manzana comestible, de sabor intenso y agradable. El segundo dio tres. Este año asoman numerosas manzanitas; hay más de diez. Pero las hojas nuevas parecen mustias. Cuando me acerco, veo que los brotes de las ramas están plagados de unos pulgones de color gris y morado. Las hojas nuevas más grandes, que por delante parecen limpias y sanas, tienen insectos apiñados como ladrillos en el dorso, y los extremos de varias hojas aparecen firmemente enrollados, lo que las está matando. Cuando las desenvuelvo descubro escenarios de mugre diminuta, como si cada hoja enrollada albergara en su interior su propio vertedero.
Alrededor de toda la base, subiendo y bajando por el tronco del joven árbol, guardando el equilibrio en los extremos de las ramas, examinando la acumulación de pulgones y las nuevas y dulces posibilidades de la hoja: hormigas.
NUDO
Pero no podré hablar mucho rato, me estoy acercando a Londres y pronto empezarán los túneles, dice mi amiga.
No, oye, estoy bien. De veras. Estoy bien. Solo quería preguntarte: tengo el manzano lleno de hormigas y las hojas infestadas de pulgones.
No lo fumigues con insecticida, dice mi amiga. Te cargarás las manzanas, la tierra y el árbol. Olvídate de matar las hormigas. Es una granja de hormigas que cultivan pulgones. Tendrás que pedirles que se vayan. Con educación. Oye, voy a entrar en ...
¿Un monasterio? ¿Coma? ¿El infierno? En cualquier caso, ya no la oigo. Cuelgo el teléfono, esquivo los libros del suelo de la sala y salgo de nuevo al jardín. Voy directamente al árbol y me fijo en una hormiga que tantea el extremo de una rama. Levanto la rama a la altura de mi cara hasta que la hormiga está tan cerca que la veo desenfocada. No ha reparado en mi presencia, no repara en nada salvo en el extremo de la rama que ahora me acerco a la boca como si fuera una suerte de micrófono. Vete, por favor; le digo. Este es mi manzano y estás matando las hojas. Por favor, diles a las otras hormigas que se marchen contigo.
¿Un poco de jardinería?, pregunta mi vecino desde el otro lado de la cerca.
Lo que está diciendo en realidad es: ¿Por qué vuelves a estar en casa a media tarde y no en el trabajo?
Hoy has llegado a casa temprano, le digo.
Día libre, me dice. ¿Y tú? ¿No te encuentras bien?
Lo que está diciendo en realidad es: ¿Te han echado? ¿Te han despedido? ¿Ahora gano más dinero que tú? ¿Podrás pagar la hipoteca o tendrás que vender la casa? ¿En cuánto te la valoran? Porque probablemente la mía valga más, ya que he hecho más mejoras que tú.
No, no, estoy bien, le digo. Añado que estoy en excedencia. ¿Sabes algo de hormigas?
¿Hormigas? Dicen que hay que matarlas. Es lo único que funciona. Si no, lo invaden todo.
Lo que está diciendo en realidad es: Cuidadito con que invadan mi jardín.
Saca el cortacésped del cobertizo, corta el césped de su jardín aunque ya lo cortó hace solo tres días y luego vuelve a guardar el cortacésped.
Lo que está diciendo en realidad es: No cortas el césped como es debido. Mira tu jardín. Mira en qué estado lo tienes, joder.
Entra en su casa; oigo que cierra de un portazo. Ya llevo media hora esperando junto al árbol y no parece que las hormigas hayan cambiado de actitud. Es evidente que no se marchan. Saco la vieja bicicleta del cobertizo y durante todo el trayecto al centro comercial pienso en ella en la piel de su axila y en cuál será su tacto e imagino la curva y el peso de su pecho cuando se alza hacia mi boca y mis ojos; por eso, cuando llego al centro comercial entro en el supermercado, donde suelo comprar, y no en la tienda de bricolaje, que es donde quería ir. Me detengo en el pasillo de la fruta y la verdura, sin tener ni idea de qué hago allí.
Una aprendiza está amontonando nectarinas, aparenta unos quince años. En su placa pone ANGELA PARA SERVIRLE.
Le explico a Angela lo de las hormigas. Me mira como si no hubiese oído nada semejante en la vida. Me mira la ropa y el pelo. Se aleja. Poco después se me acerca una mujer de unos treinta años. En su placa pone HELEN SELLAR SUPERVISORA.
¿En qué puedo servirle?, dice.
Le explico lo de las hormigas.
Guindilla en polvo, dice. Una hormiga no pisará la guindilla en polvo. No les gusta que se les pegue a las patas.
Gracias, le digo.
Me dirijo al pasillo de las especias y compro cuatro paquetes de guindilla en polvo suave. La compro poco picante en lugar de muy picante porque no quiero lastimar demasiado a las hormigas. Angela y Helen Sellar me observan mientras pago y mientras me marcho: me siguen observando desde el escaparate del supermercado mientras abro el candado de la bici.
Cuando vuelvo al jardín, rodeo el árbol con una barrera formada por el contenido de dos paquetes. Las hormigas siguen subiendo y bajando y andando bajo el árbol y cruzando por encima de la barrera naranja como si la guindilla en polvo no estuviera allí, como si no fuese más que tierra.
Entro en casa y llamo a mi padre.
Estoy viendo el fútbol, me dice.
No cuelgues, grito.
Vuelvo a llamarle enseguida. El teléfono suena largo rato.
¿Qué?, dice cuando por fin contesta. Tienes que pintar el tronco de blanco. No les gusta el blanco. Nunca pisan nada que sea blanco. No todo el tronco, y no lo pintes con esmalte, por Dios, o dañarás el árbol. Emulsión. Un anillo alrededor, eso las detendrá.
Vuelvo a entrar en el cobertizo y encuentro un viejo bote de pintura. Abro la tapa con un destornillador. Como no encuentro ningún pincel, uso el destornillador para aplicar ocho centímetros de blanco alrededor de la base del tronco.
Me siento en la hierba y espero a que la pintura se seque. Vigilo para que ninguna hormiga se quede pegada a la pintura antes de que se haya secado.
DESENLACE
Derribo una hormiga del extremo de una rama. Cojo otra y la aplasto. Veo otra que baja corriendo por el tronco y la mato con el pulgar. Varias hormigas más corren asustadas por el tronco. Mato todas las que puedo. Luego dejo de matarlas. Pueden cargarse el árbol si quieren. ¿Qué puedo hacer yo? Nada.
Entro en casa y empiezo a colocar de nuevo los libros en los estantes por orden alfabético.
Después vuelvo a salir al jardín y empiezo a cavar alrededor del árbol. Cavo hasta llegar a las raíces. Aunque hace solo tres años que está aquí, las raíces del manzano son muy firmes. Uso la pala para cortarlas y luego tiro con todas mis fuerzas hasta que arranco el árbol de la tierra.
INICIO
Me enamoro.
Más metafóricamente hablando, voy un día andando por la calle cuando de pronto me alcanza un rayo. Es un rayo que sale de la nada; no llueve, ni siquiera está muy nublado. Hace buen día, aunque es probable que el rayo esté relacionado con el excesivo calor del sur y el frío más intenso del norte, el encuentro entre los dos frentes. Cuando chocan es como si alguien me golpeara en la nuca con un bate de béisbol o me enchufara a una toma de corriente cuya potencia me ilumina todo el cuerpo. Pese al aturdimiento, resplandezco. Brillo tanto bajo la ropa que tengo que taparme los ojos. La luz me sale por los puños de las mangas, por encima de las manos. Me siento sobre las manos y me quedo pestañeando en el bordillo.
Ella detiene su coche en medio de la calle. Deja la puerta abierta y se me acerca. También está iluminada, también brilla como si ella fuese el verano. Te he visto, lo he visto todo, me dice. Describe la súbita luz que ha bajado del cielo y asegura que me ha dado directamente en la nuca. En efecto, cuando me toco el cráneo noto un punto quemado en el pelo, que todavía huele un poco a chamuscado.
Puedo deciros que tiene el pelo amarillo.
Puedo deciros que tiene unos veinticinco años.
No tengo ni idea de qué coche conduce.
Días después, semanas después, posiblemente meses, me he enamorado del cielo, de la tierra, de las abejas que retozan en el polen de las flores. Cuando despierto soy una persona enamorada. Cuando me duermo soy una persona enamorada. Hay hormigas en mi manzano, que matan sus hojas. Las dejo hacer. Amo a cada una de ellas, cada invisible huella de ADN que dejan en la corteza. Les deseo suerte. Espero que sus pulgones engorden. Amo a sus pulgones. Amo no solo a mi amiga a la que amo porque es mi amiga, sino también a mi vecino y a Angela y a Helen Sellar del supermercado. Amo a mi malhumorado padre. Entro del jardín y me siento en la sala entre los libros que he sacado de los estantes, porque de lo contrario, ¿volveré a cogerlos y abrirlos de nuevo? Abro al azar mi antiguo diccionario Chambers del siglo XX. Todo tiene sentido. Gordiano: como en nudo gordiano. Hílico significa corpóreo. Necesidad significa carencia de lo imprescindible; un estado que requiere aliviarse. Peltre es una aleación del cinc. Destello es un resplandor momentáneo u oscilante, una centella, el brillo de un rayo, que en ocasiones puede utilizarse figuradamente, por ejemplo, «destellos de inteligencia», un rayo de esperanza.
Me tumbo en el suelo con la cabeza sobre los libros y los pies en alto sobre más libros, y me quedo mirando el techo y su vieja lámpara llena de bichos y en este punto de la historia hasta el techo es magnífico.

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