Badr Shakir al-Sayyab

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Poeta iraquí considerado el gran renovador de la poesía árabe. Antes que él, los románticos, los neoclásicos y los simbolistas, influenciados por occidente, habían intentado modernizar la estructura tradicional de la poesía árabe, la casida, aunque no llegaron a romper con ella. Al Sayyab, con la introducción del verso libre (como también había hecho Nazik al Malaika) revoluciona tanto la forma como el fondo (resultaba difícil tratar temas actuales manteniendo una estructura arcaica).
Los poemas pertenecen a "El templo sumergido" de 1962.
La versión es la de Carolina Fraile.

El poeta maldito
"a Charles Baudelaire"

Llevas a la lucha tu espada oxidada,
se agita en una mano que casi abrasa al cielo
por su sangre inflamada e iluminada,
queriendo desgarrar al aire.
Reúnes a las mujeres
en una mujer cuyos labios son sangre sobre hielo
y su cuerpo engañoso y necio
es una víbora caminando, almohada sobre el lecho...
No quieres
abrir los tragaluces para que entre la luz,
para no sentir que es vida.
Oriente alza ante tus ojos los velos,
casi abrazas la belleza junto al trono de Dios,
casi la ves
relucir en una nube de fragancia y luz.
La ves en el pezón de un seno que enciende las estrellas
con su rojez...
La muestras saliendo
de una tumba, la arrastra la nube de humo,
a su sombra pobre fugitiva duerme
un príncipe rodeado de copas y esclavas,
su grandiosa morada en ruinas
es una de las islas del coral,
mar que purifica a Lesbos con salobre.
Tu espíritu lo bebe desde el eco al abismo
cual si Safo te heredara un fuego en las venas,
y tú no abrazaras sino tu eterno sueño
como quien abraza su espectro asomado a un cristal.
¡Fuego de Narciso, Tántalo y los frutos!
Se diría que la indolente y lánguida África
(sus ríos caudaloros, los atabales,
sus espesos bosques de sombras y lluvia,
su húmeda sequía... la luna)
se envolviera en una mujer que perdió el honor,
y mamaras de ella veneno y llamas,
y sobre ella gotearas tu extraña pócima...
Se diría que desde la nube de humo y noche
te alzaras, entre un mundo que tensan los latidos del oro
y un mundo de imaginación y pensamientos,
desde un muro de embriaguez,
tras su sombra te acurrucas sin que te hiera la humanidad.
Entré por tu pecaminoso libro
al huerto de la sangre que arde con las flores,
bebí el néctar de sus letras,
senos de una loba en las estepas,
su leche es furia
y su sombra fecundidad.
Me sumergí, las olas me golpeaban
arrojándome de una orilla a otra vieja orilla.
Llevé desde su abismo la madreperla del castigo
te la llevo a ti.
¡Tiéndeme las manos!
¡Aparta las rocas y la tierra!


Ciudad del espejismo
Crucé Europa hacia Asia
mientras se ocultaba el día.
Se diría que los montes y los mares
fuesen colinas y riberas de la acequia
donde brincaran los niños.
Del alba al ocaso
se abrazan norte y sur,
duermen las praderas en los desiertos.
Tú, mi amante, te asemejas a las estrellas lejanas,
se diría que entre nosotros hubiese un muro de sueños.
Mis manos te abrazan, exprimen un cadáver inerte,
como si abrazase mi sangre sobre piedras
en una casa cuyos ladrones fuesen los vientos, el mediodía, las nubes,
su tarde la quietud y las estrellas,
y su aurora una espera.
Los años se extienden ante nosotros: sangre y fuego,
les tiendo puentes
pero se vuelven un muro.
Y tú sigues en el abismo de tus profundos mares.
Me sumerjo sin tocarlos, me golpean las rocas,
descarnan las venas de mis manos, pido ayuda: "¡Wafiqa!
La criatura más cercana a mí eres tú, compañera
de los gusanos y las sombras".
Durante diez años he caminado hacia ti, amante que duermes
conmigo detrás de su muro, duermes en su mismo lecho,
y no tiene fin mi viaje
hacia ti, ¡ciudad del espejismo, destrucción de su vida!
Crucé Europa hacia Asia
mientras se ocultaba el día,
tú eres mi amante, ciudad alejada,
cerradas están sus puertas, tras ellas me detengo a escuchar.


Te fuiste
Te fuiste. Se alejó tras de ti el día
cual ocaso,
como si de sus hilos sacases oro puro.
Amenazaron los senderos con romperse
como ellos me quebré, en mi sueño se nubló el sur
abrumado por el otoño.
Se desnudaron las vides, los arroyos se extinguieron y el susurro
murió en las copas de las palmeras, los caminos,
en su silencio, esperan.
Alcoholó tus ojos el negro de un fuego que
creció por tu corazón, desde los brotes de los senos,
me grita cuando miras: ¡Tú, encendida
eres un volcán de rosas!
Ojalá hubiera atado tus ojos al día,
a un mañana sediento de mi sangre.
¡Qué cielo incendiaron las estrellas al temblar!
Se densó la oscuridad por el rocío de la lluvia.
Me miraste desde tu quietud igual que las nubes
esconden, cuando engriesen, a las flores.
¡Oh, mirada!, su ardiente viento me arranca
hacia las verdes orillas de un río
donde me ahogo. Ilumíname y apaga la llama.
¡Oh, mirada! Mi corazón tensa una cuerda al cielo,
su amargura le silba la canción de la luna!

This entry was posted on 23 marzo 2012 at 20:56 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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