La versión es la de Roberto Mascaró
Cara a cara
En febrero lo vivo estaba inmóvil.
Los pájaros preferían no volar y el alma
roía en el paisaje como un barco
roza en el muelle al cual está amarrado.
Los árboles nos daban la espalda.
La altura de la nieve se medía con juncos.
Envejecían las huellas de pasos sobre el hielo.
Se derretía el lenguaje bajo un toldo.
Algo llegó hasta la ventana un día.
Se detuvo el trabajo, yo levanté la vista.
Los colores ardían. Todo se dio la vuelta.
El mundo y yo dimos un salto el uno hacia el otro.
En febrero lo vivo estaba inmóvil.
Los pájaros preferían no volar y el alma
roía en el paisaje como un barco
roza en el muelle al cual está amarrado.
Los árboles nos daban la espalda.
La altura de la nieve se medía con juncos.
Envejecían las huellas de pasos sobre el hielo.
Se derretía el lenguaje bajo un toldo.
Algo llegó hasta la ventana un día.
Se detuvo el trabajo, yo levanté la vista.
Los colores ardían. Todo se dio la vuelta.
El mundo y yo dimos un salto el uno hacia el otro.
Respuesta a una carta
En el último cajón del escritorio encuentro una carta que llegó por primera vez hace veintiséis años. Una carta aterrada que aún ahora, al llegar por segunda vez, respira.Una casa tiene cinco ventanas: a través de cuatro de ellas el día brilla claro y tranquilo. La quinta da a un cielo negro, relámpagos y tormenta. Yo estoy en la quinta ventana. La carta.
A veces, se ensancha un precipicio entre el martes y el miércoles, pero en un instante pueden transcurrir veintiséis años. El tiempo no es una línea recta sino más bien un laberinto, y si uno se acuesta contra la pared en el lugar adecuado puede oír los pasos apurados y las voces, uno puede oírse a sí mismo transitar allí, del otro lado.
¿Tuvo esta carta alguna vez respuesta? No lo recuerdo, fue hace tiempo. Los incontables umbrales del mar continuaron pasando. El corazón continuó dando sus brincos segundo a segundo, como el sapo en la hierba húmeda de la noche de agosto.
Las cartas no contestadas se hacinan en lo alto, como nubes cirrostratos que anuncian mal tiempo. Ellas debilitan los rayos solares. Un día contestaré. El día en que esté muerto y por fin pueda concentrarme. O por lo menos esté tan lejos de aquí como para que pueda volver a encontrarme.
Cuando vaya, recién llegado a la gran ciudad, por la calle, en el viento de la calle de las basuras danzantes. Yo, que amo el deambular y el desaparecer en la multitud, una letra T en la interminable masa del texto.
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on 24 septiembre 2011
at 19:07
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poesía,
tranströmer
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