Novelista , ensayista y cuentista australiano. Está considerado junto a Peter Carey como uno de los innovadores de la literatura australiana.
Su obra más conocida es la maravillosa y difícil de catalogar "Eucaliptos".
Este cuento pertenece a "Contemporary Portraits and Other Stories" publicado en 1975. En 1986 el volumen fue reeditado como "The Drover's Wife and Other Stories" y en 2002 en EE.UU. fue publicado como "Camouflage".
La traducción es la de Ana Olabarrieta, Marta Torres y Elisabet Tremosa.
El cuadro "The drover's wife" que inspiró el cuento fue pintado por Russell Drysdale en 1945.
Quizá haya habido un error – aunque sin importancia – en el título de este cuadro. La mujer retratada no es «La mujer del ganadero»: es mi mujer. No nos hemos visto desde… debe hacer ya casi treinta años. Este retrato lo pintaron poco después de que ella se marchara – para encontrarse con él. Fíjense cómo esconde, muy oportunamente, la mano en la que lleva el anillo de bodas. Es un
lienzo de 20 x 24 pulgadas, firmado en la parte inferior derecha por «Russell Drysdale».
Digo «poco después» porque lleva nuestra pequeña maleta –Drysdale hace que parezca una bolsa de la compra – y tiene puestas las playeras que solía llevar. Además el cuadro data de 1945.
Es Hazel, sin duda alguna.
¿Qué nos puede sugerir un rostro? ¿Que una mujer haya abandonado a su marido y a sus dos hijos...? Creo que en esto, el artista ha fracasado (aunque, ¿cómo iba a saberlo?): ha pintado a Hazel dándole una expresión resignada y de impotencia – como si todo hubiera sido culpa mía. O como si hubiera sido una campesina durante toda su maldita vida.
Por otra parte, ha logrado el parecido.
Hazel era huesuda. Recuerdo que nuestra última discusión fue sobre su peso. Pesaba – lo tengo apuntado – ciento un kilos y seis cientos gramos. Y no es que fuera muy alta. Veo que volvió a engordar. De hecho, engordaba fácilmente. Basta mirar sus piernas.
Debo reconocer que tenía una cara pequeña y bonita. Sus ojos siempre me sorprendieron. ¡Qué augustos eran! El retrato nos lo confirma. En conjunto, resulta una cara dulce, una de ésas que gustan a las mujeres. ¡Quién sabe cuánto tiempo debió «durar» en condiciones adversas!
¡Un ganadero! ¿Por qué uno de esos ganaderos trashumantes?
Me supuso un gran trauma.
«Sólo voy hasta la esquina», dejó escrito como de costumbre. Lo había apuntado en un trozo del papel de la carnicería y lo había dejado sobre la mesa.
La nota seguía: «Tu cena está en el horno. No le des zanahorias a Trev.» Y entonces ya me pareció que había algo extraño.
Esto sonaba como si no fuera a volver, pero después de darle muchas vueltas, descarté esta posibilidad.
Y creo que eso fue lo que más me dolió. Nada de «Querido» al principio de la nota; ni tan siquiera escribió «Gordon». Y al final, nada de «Besos» tampoco. Hazel se fue dejando tan sólo un adiós. Podríamos haberlo hablado.
Adelaide es un pueblo pequeño. La gente enseguida se enteró. La gente... me evitaba. Me quedé solo para cuidar de Trevor y Kay. Me llevó mucho tiempo – años – el poder contestar, si me lo preguntaban: «Se ha largado. No tengo ni idea de adónde».
Es fantástico descubrirla a través de un retrato reproducido incluso en color. Supongo que, en cierto modo, la hace famosa.
No obstante, el cuadro no da muchos indicios. Se trata de un lugar en el interior del país, pero ¿dónde exactamente? ¿Es el sur de Australia? Podría perfectamente ser Queensland, el oeste del país o el Territorio Norte. No se sabe. Sería imposible encontrar ese lugar.
Él está inclinado sobre el caballo (quizá le esté dando de comer), por lo que se diría que estaba empezando a anochecer. La forma de la sombra de Hazel lo confirma. Deben de ser las cinco de la tarde. Probablemente hace todavía un calor tremendo. Menudo lugar para pasar la noche. A esa hora ya debe de estar todo en silencio.
Hazel parece estar triste. La noto ausente. Ya no recuerdo bien; hacía poco que me había dejado; pero ella está alejada de él, en primer plano, como si no estuvieran hablando. ¿Lo ven? Distancia = Dudas. Habían tenido una discusión.
Por supuesto, quiero saberlo todo acerca de él. Ni tan siquiera sé su nombre. En el cuadro de Drysdale no se ve más que su silueta. Una figura completamente negra. Podía haber sido un aborigen: a finales de los cuarenta supe que algunos de ellos eran contratados para trabajos de ganadería.
Pero descarté esta idea.
Cogí una lupa. Quería observar la expresión de su rostro. ¿De qué color era su cabello? De cerca no se veían más que pinceladas. Era un hombre realmente misterioso.
Sin embargo, opino que es de pequeña estatura. Compárenla con la del caballo y con la de las ruedas del carro. O es bajito, o es que se trata de un pedazo de caballo.
Ahora empiezo a recordar.
El otro día tuve una discusión con nuestra hija Kay. Ella y Trevor suelen visitarme a menudo. Debo añadir que no se ha casado y que tiene la misma constitución que su madre. Me culpaba a mí: decía que la gente opinaba que ella era una buena persona.
Es cierto. Asentí.
—Entonces ¿por qué se fue?
—Tu madre —dije casi sin pensarlo— tuvo una mala racha.
¡Si las miradas matasen!
Busqué a mi alrededor:
—¡Le gustaba chapotear en el agua!
Rió de forma antipática.
—¿Qué? Eres el colmo, te lo aseguro.
Por supuesto, no me había explicado adecuadamente. Ni siquiera sabía que se había ido con un ganadero.
En el fondo Hazel era tímida, incluso conmigo: era tranquila y generalmente no tenía compromisos. Al mismo tiempo, puedo imaginármela dejando que le hicieran un cuadro tan poco tiempo después de haberse marchado, sin dejar tan siquiera un número de teléfono, una dirección. Todo encaja. Resulta extraño, pero es así.
Aquella mala racha. Por primera vez la nieve había cubierto el monte Barker y el domingo fuimos allí con el Austin. Desde un punto de vista pictórico, era realmente extraordinario. A nuestros eucaliptos y a las cortezas fibrosas, en cierto modo, no les venía bien la sustancia blanca, ni siquiera a los viejos Eucaliptos Fantasma. Se lo comenté a Hazel, pero ella quería jugar y empezó a tirarme bolas de nieve. La gente se reía. Entonces se cayó de rodillas, chillando como una chiquilla. No pretendía reprenderla, pero me acerqué a ella:
—Vamos, levántate, no seas tonta.
Se quedó muy callada. No dijo nada durante horas.
Por supuesto, Kay no lo recuerda.
Ahora que sé lo que ha ocurrido y observando el retrato de Drysdale, puedo ver que Hazel también tenía su lado blando. Creo que era su tosquedad lo que me deprimía. Por ejemplo, cuando veía los cercos de sudor debajo de sus brazos, me ponía de mal humor. Me irritaba su manera de cortar la leña. Creo que se divertía cortando leña. Una vez la pillé arrastrando hacia la casa el hielo para la nevera – era justamente después de la guerra. El repartidor parecía no darse cuenta y seguía buscando el cambio. No sé por qué, pero en cierto modo estas cosas hacían que la encontrara menos atractiva. Y luego, claro, mató aquella serpiente en la cabaña que alquilamos unas navidades en la playa. Por casualidad levanté la tapa del incinerador y apareció una bestia negra con la cabeza llena de golpes. «Estaba debajo de la casa» – explicó.
La cabaña tenía dos habitaciones sin pavimentar: un hornillo y un retrete hecho de amianto en la parte trasera. A Hazel le daba igual. Discretamente, siempre me llevaba la contraria; cuando llegó la hora de irnos estaba abatida. Yo tenía que volver a la ciudad para ir a trabajar.
El cuadro me hace pensar en mí. Por aquel entonces se dedicaba a pasearse alrededor de la casa en combinación y descalza. El vestido que lleva puesto en el cuadro parece una combinación. Incluso solía quemar la basura en la parte trasera de la casa en combinación.
No sé.
«¡Hola, señora!» le solía decir al entrar en la cocina. Puede ser que esta forma de expresarme no fuera la más perfecta, especialmente teniendo en cuenta los criterios de hoy en día, pero ésta es mi manera de mostrar cariño. Creo que Hazel lo comprendió. Algunas veces, notaba que se conmovía.
Digo esto para demostrar que en nuestro matrimonio no todo eran críticas o discusiones. Cuando verdaderamente vine a darme cuenta de que se había ido, pasé noches enteras sentado en el salón con las luces encendidas. Soy dentista, y no se pueden tener las manos temblorosas cuando se es dentista. La noticia se divulgó. Únicamente ahora – toco madera – el negocio ha empezado a mejorar.
¿Explica esto totalmente por qué se marchó?
No del todo.
Volvamos al retrato. Drysdale ha omitido las moscas. No hay duda de que no quería que Hazel moviera la mano o que se posaran en su cara; es, sin embargo, una grave omisión. Altera la verdad en aras de una bella imagen o «composición». He estado por ahí, y hay cientos de moscas. No son necesariamente portadoras de microbios. Son moscas de monte, creo que las llaman, y te vuelven loco. Por supuesto, Hazel lo aceptaba todo sin ningún reparo. Tanto le daba el calor como las moscas.
Pasamos unas vacaciones de camping. Teníamos una de esas tiendas de campaña a rayas en forma de campana. En aquel momento pensé que hubiese resultado práctica – visible desde el aire – de habernos perdido. Ahora esto es ya un hecho. Aunque nunca olvidaré las tonalidades y la variedad de rocas que vi allí, no tengo ningún deseo de volver, ninguno. Me di cuenta de ello una noche. Yo estaba a unos metros de la tienda; el cielo tenebroso y el silencio que allí reinaba me hacían estremecer. Todo escapaba a la lógica. Durante el día, el monte, pequeño y espinoso, no sugería ninguna ayuda (iba a decir «simpatía»). Hacía un calor abominable.
Hazel se sentía todavía como pez en el agua. Tanto, que parecía no interesarse por los alrededores. Sentí que nos distanciábamos, como si yo no me sintiera a gusto, especialmente con ella. Me sentía fuera de lugar. Mi error fue creer que se trataba de una situación pasajera, que era más o menos su manera de mostrar indolencia.
Un lamentable incidente no pudo impedirlo. Buscábamos un lugar para acampar. «Todavía no. No, aquí no», decía yo – principalmente me hablaba a mí mismo, para que Hazel me dejara continuar casi sin decir palabra. Al final encontré un sitio. Se podía distinguir un árbol en la oscuridad. Nos acostamos. Pasada la media noche, unas luces y un ruido terrible nos despertaron. Los niños empezaron a llorar. Habíamos ido a acampar junto a la línea del ferrocarril Adelaide - Port Augusta.
A veinte o treinta millas al norte de Port Augusta, di la vuelta. Tenía que hacerlo. Parecía que estuviésemos perdiendo la razón. Incluso vimos a un ganadero andando solo por la zona. Estaba a un lado de la carretera, haciendo té. Cuando le pregunté por sus ovejas o su rebaño hizo un gesto con la mano. Por alguna razón esto divirtió a Hazel. Se agachó. Todavía puedo ver su expresión: mala chica.
El hombre no habló mucho, pero nos ofreció té.
—Vale —dijo Hazel, sonriéndome.
Hazel y su mala racha – sabía que yo quería volver. El ganadero, diplomático, atizó la lumbre con un palo.
Le dije:
—Puedes quedarte, si quieres. Estoy en el coche.
Eso es todo.
Recuerdo que el ganadero, cabeza estrecha con sombrero kaki, no era muy hablador y llevaba unas botas llenas de polvo. No se le distingue. ¿Es él? No lo sé. Hazel, únicamente Hazel y el paisaje lo dominan todo.