No sé si traducir la poesía de Djuna Barnes es tan difícil como traducir la poesía de Pushkin, pero la dificultad es grande, sobre todo si se trata de la opaca, y a veces surrealista, poesía de su última época. Esta versión es la de Osías Stutman y Rosa Lentini.
Líneas para una dama
Ponerla bajo la mohosa hierba
Con sus dos ojos pesados y ciegos y acabados
Sus dos manos cruzadas bajo su pecho
Una sobre una.
Ponerla en la tenue víspera,
Con sus súbitas lágrimas y blancos abedules;
Y dejar que su desaparición parezca haber sido
Algo fácil.
Aislarla de esta hora de pena
Y echando la tierra sobre ella, como un respiro,
Coserla tiernamente, para que pueda
Cosechar su muerte.
Y cerrar sus ojos, cerrar sus labios,
Pues quieta, muy quieta está su castigada lengua;
Su hora ha terminado, su aliento ha pasado,
Y su canto se cantó.
Ponerla bajo la roja hierba salvaje
En los campos que la muerte removió y doblegó con lluvia;
Y dejar que su silencio parezca moverse
Dentro de la semilla.
El cadaver floreciente
Tan quieta yace en este cerrado lugar apartado,
Sus pies se han vuelto frágiles para la cita fantasmal;
Su pulso ya no golpea en su muñeca;
Ni su eco vaga por su corazón.
Sobre el cuerpo y la quieta cabeza
Como majestuosos helechos sobre una autera tumba,
Se mecen suaves cabellos; bajos sus axilas florecen
las adormecidas pasionarias de los muertos.
Cuando la carne que besamos se ha ido
Cuando la carne que besamos se ha ido
Y diente con diente los amantes verdaderos yacen
En ocioso enredo, hueso con hueso,
¿Llamaríais éxtasis a eso?
No, pero amor en litigio.
En la postrera extremidad,
En duelo con la eternidad,
Postyrando amor que pide clemencia,
¡Y complica la engañosa fidelidad!
Ponerla bajo la mohosa hierba
Con sus dos ojos pesados y ciegos y acabados
Sus dos manos cruzadas bajo su pecho
Una sobre una.
Ponerla en la tenue víspera,
Con sus súbitas lágrimas y blancos abedules;
Y dejar que su desaparición parezca haber sido
Algo fácil.
Aislarla de esta hora de pena
Y echando la tierra sobre ella, como un respiro,
Coserla tiernamente, para que pueda
Cosechar su muerte.
Y cerrar sus ojos, cerrar sus labios,
Pues quieta, muy quieta está su castigada lengua;
Su hora ha terminado, su aliento ha pasado,
Y su canto se cantó.
Ponerla bajo la roja hierba salvaje
En los campos que la muerte removió y doblegó con lluvia;
Y dejar que su silencio parezca moverse
Dentro de la semilla.
El cadaver floreciente
Tan quieta yace en este cerrado lugar apartado,
Sus pies se han vuelto frágiles para la cita fantasmal;
Su pulso ya no golpea en su muñeca;
Ni su eco vaga por su corazón.
Sobre el cuerpo y la quieta cabeza
Como majestuosos helechos sobre una autera tumba,
Se mecen suaves cabellos; bajos sus axilas florecen
las adormecidas pasionarias de los muertos.
Cuando la carne que besamos se ha ido
Cuando la carne que besamos se ha ido
Y diente con diente los amantes verdaderos yacen
En ocioso enredo, hueso con hueso,
¿Llamaríais éxtasis a eso?
No, pero amor en litigio.
En la postrera extremidad,
En duelo con la eternidad,
Postyrando amor que pide clemencia,
¡Y complica la engañosa fidelidad!
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on 22 junio 2011
at 19:01
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