Do not, as some ungracious pastors do,
Show me the steep and thorny way to heaven,
Whiles, like a puff ’d and reckless libertine,
Himself the primrose path of dalliance treads.
Ophelia, scene iii
Cuadro 1
Hay una línea muy blanca. Aspira. Una línea blanca. Aspira. Esa línea es el camino a seguir.
Cuadro 2
Llegó antes que yo. Yo era muy niña entonces. Tenía dieciséis años. Una doncella apenas. Él me dijo “tú vas a ser la reina del universo”. Mi padre le creyó. Mi madre le creyó. Yo le creí. Iba a ser la reina del Universo. Miss Universe. Porque era escultural. Porque tenía los ojos verdes. Porque mi carne era blanca, como blancas eran las líneas a seguir.
Yo seguí esas líneas. Aspiré.
Mi padre recibió la llamada. Estaba con unos amigos cuando la recibió. (Aspiró). Con unos amigos del Club Deportivo, unos amigos de carrera, unos amigos de la capital cuando llamó y le pidió que lo comunicaran conmigo. Que me quería felicitar por mi éxito rotundo. Yo salí de la piscina, caminando por entre las miradas en blanco de los amigos de mi padre. Tomé el celular. “Es para mí un honor saludar a la Reina”, me dijo. “¿Reconoce mi voz?, es el Señor Presidente”.
Quedé muda. El llegó primero que nadie al coro de felicitaciones.
Entré al concurso porque quería ser modelo internacional, quería ser estrella de talk-show, quería hacerme los pómulos para lograr una mayor definición en mis facciones. Entré porque heredé la boca de mi abuela, que era española, pero una española carnosa de labios y de ojos verdes; esos también los heredé. Heredé sus ojos y una biblioteca inmensa que no sé para qué la querría. Pero los libros se veían ahí, tan desvalidos y elegantes, con sus lomos duros y sus letras pequeñas. Letras para ojos de águila. Por aquel entonces en que me llamó el Señor Presidente yo miraba los libros, les acariciaba el lomo. Y practicaba a sonreír para las cámaras.
Polonio movió los hilos. Mentí en lo de la edad y nadie preguntó. Conseguí las mejores masajistas, los mejores peluqueros, diseñadores de Miami. Mi padre me aconsejaba, “Be thou familiar, but by no means vulgar. (Aspira)”. Yo quería lucirme ante los ojos del mundo, ante el spotlight central. Quería que vieran el espectáculo que puedo ser en tan buena tarima. Que la patria es algo más que cocaleros (aspira), que inditas vestidas con largas faldas que encubren un cuerpo distendido por el hambre y por los hijos. Yo también tenía hambre. Pero él me llamó primero, antes de que yo aprendiera a tragar.
Él me llamó. “Vas a ser la reina del Universo”. Envió su avión particular a recogerme. Mis padres me dejaron ir con unas amigas. Yo dudaba, dudaba. Pero él llegó antes que la fuerza de mi duda.
Aspiré.
Cuadro 3
Sin embargo, me gustaba el otro. “O! what a rogue and peasant slave am I!”
Me gustaba el otro. “The play’s the thing, Wherein I’ll catch the conscience of the king.” Me gustaba por su lomo fuerte y su letra chiquita. Por sus ojos de águila. Era paisano, era joven, era el escriba. También soñaba con la gran platea del universo. Quizás, con tiempo, con esfuerzo, sin masajistas....
Le tocó ser alto. Le tocó ser blanco como blancos son los caminos a los que tenemos que aspirar. No parecerse a los inditos alcoholizados que duermen en los pajares bajo el cielo desprovisto de rutas. A él le tocó conocer los nombres de la biblioteca de la abuela; la que ella me heredó con sus ojos verdes. Yo lo invité a entrar. Mi padre celebraba un asado con sus amigos de la empresa, “Give every man thy ear, but few thy voice”, con sus amigos industriales, “Neither a borrower nor a lender be”, con sus amigos de colegio. El padre del escriba era un amigo, abogado respetado, tomaba whisky. Aspiraba. Yo le abrí la puerta a él, a su familia, pero todos nos fueron dejando solos, hasta que lo invité a la biblioteca de la abuela. Le puse los dedos sobre el lomo.
Horacio me miró y quiso que yo hiciera más. Abrió un libro, me lo enseñó. Yo leí.
Claudius: “How is it that the clouds still hang on you?”
Hamlet: “Not so my lord; I am too much in the sun”.
Cuadro 4
No debió hacerlo. Abrir el libro aquel entre mis manos. Yo era Gertrudis. Yo era Laertes y Ofelia. Yo era el príncipe vengador.
Hasta ese entonces a mí me bastaba con tocar los lomos de esos libros. Me bastaba con tocarlo (al escriba) sobre los hombros.
Hasta que llamara el Señor Presidente. Siempre (Oh Claudius!) al otro lo traté de Señor.
Cuadro 5
Éste por las palabras. El otro por el poder de su mirada blanca. Mi carne, nívea, pero impura, se distendía sobre los manteles de la patria, sobre las mesas presidenciales, en los cocteles de la sociedad industrial. Mi carne, sonriente, posaba para los sociales de “La Razón”, de “Vanidades”, de “Los Tiempos”. Yo sonreía pero dudaba. ¿Qué ruta debían seguir mis aspiraciones? ¿Cuál era el camino que elegirían mis pies? Podría ser otra cosa que los canjes.
“Nymph, in thy orisons/Be all my sins remembered.”
Un 14 de febrero, Día de San Valentín, el escriba me dijo que estaba enamorándose de mí. El amor es una aspiración. Tendría que ver cuánto aire aguantaba éste que se decía ser el amado. Cuánto me podían aspirar sus pulmones.
Cuadro 6
Bajo sus narices:
Con el Señor Presidente.
Con su amigo la esperanza del Club Wilsterman.
(El escriba aceptó estudiar en Estados Unidos pues al fin se había “ganado” una beca presidencial.)
Con el del Club Universitario.
Con su primo. Con mi primo.
(Me instalaron unos pómulos perfectos. Otra llamada del Señor Presidente.)
Con un amigo del apoderado de los Tigres.
Con el ingeniero de Bobinas Indistriales.
(Partí a Sidney a concursar. El amado partió a California a estudiar.)
Un trío con dos broadcasters franceses.
Con un ancla de noticias de Aust-tv Internacional.
(Ensayos, ensayos, ensayos. Llamada del Señor Presidente. Pasé a las últimas 5 finalistas. Gané el premio de Miss Simpatía. No seré la Reina del Universo. Nunca seré la Reina del Universo.)
De vuelta a la patria, recibimientos. Con el DJ de Forum
Con el DJ de Diesel
Con varios amigos del escriba
Con el Señor Presidente
Recibimientos, fotos, banquetes. (Aspiré.)
¿Podré algún día descansar?
Cuadro 7
Me casé con un gobernador de provincias y no volví a ver al escriba. A veces recibía llamada telefónica del Señor. A veces pasaban meses en que no. El gobernador me llamaba por mi nombre (¿Ofelia? ¿Daniela?). A veces, a son de broma, también me llamaba Miss Simpatía. Odié el título por primera vez. Por primera vez me avergoncé de la ruta aspirada, del spotlight.
Durante su campaña de reelección me le escapé a mi marido y en Disco Tavoe me topé con un amigo del escriba. Aspiré. Fue él quien me dijo que estaba de vuelta, de vacaciones. Que a alguno le había preguntado por mí. Mis dedos de repente sintieron nostalgia de su lomo fuerte. De sus párpados; ojos de águila. Lo quise tocar. Sólo eso.
Cuadro 8
En sus narices, con él, con él, con él. En su cuartito de adolescente hasta que su madre le llamó la atención. En un auto prestado, estacionado, detrás de “Secret”. En el baño de “Tantra”, hasta tenerlo enganchado. Hasta tenerlo detrás de mis líneas, de mis aromas, detrás de mi paso delirante por ese río que es la cuidad.
Luego huí.
Cuadro 9
El escriba me siguió hasta casa de mi marido. Yo lo dejé entrar. A puertas cerradas, hice todo lo que se me ocurrió para que lo sorprendiera la madrugada entre mis sábanas. Quería verlo salir del exclusivo complejo de condominios donde vivo con el gobernador. Quería contemplarlo, pálido, ojeroso, cruzar las cuatro calles hasta la puerta donde el guardia deja entrar y salir a todo visitante. Quizás verlo retorcerse de manos y marcharse. Aspira. Verlo mentir. “To thine own self be true.”
“¿Usted acaba de salir de la suite del Señor Gobernador?”
“No señor, de la de al lado”.
Arreglarse la camisa de algodón ahora arrugado, ahora, corrupto, fuera de la línea que traza las rutas que nos tocan aspirar. “Soy un primo de la vecina, un amigo de infancia. Soy...” Y no tener nombre, cruzar la frontera sin títulos como pretendía que yo la cruzara. Como pretendía cruzarla él, armado tan sólo de su tinta, como si se pudiera ser “more matter/less art”. Como si alguien pudiera ser materia aquí, en este descampado, en la línea de las rutas de la carne que se abre para no dejar pasar.
Se fue de mañana. Eran las seis. Lástima que no lo arrestaron. Lástima que logró mentir tan bien. Lástima que el escriba fuera franqueado y lograra trasponer la puerta. Llamar a un taxi, escapar. Hubiese querido verlo flotar rodeado de magnolias en un torrente de líquidos. Me hubiese gustado verlo quieto, siendo uno de mis personajes, el más adolorido. Quizás así hubiese podido creer en su amor. Quizás entonces se hubiese enterado del mío.
Mi amor blanco y que arrastra. ¿Puede ser de otra manera?
Cuadro 10
El Señor Presidente ya no me llama más. Ahora vivo en Miami. Un judío gordo, socio de mi padre logró sacarme del país. Logró salvarme del escándalo. De un juicio de lavado de dinero contra mi marido, el gobernador. Él mismo me divorció y me sacó de la patria.
He comprado ropa de diseñadores. Toda la que quiero. He engordado algo, todo lo que quiero. Luego me hago succionar. Me hago aspirar. Trago. Aspiro.
Mientras el judío sale a trabajar a su oficina, yo me pierdo por las calles de Miami. Me pierdo por Rodeo Drive. Me pierdo por Coconut Grove. Me pierdo por Dade County. Voy a Downtown. Ruinoso. Celebran una feria de libros. Éstos no son como los de mi abuela. ¿O sí?
Oigo por la radio que el escriba se presenta por su propio nombre. Estaciono, pago entrada, deambulo por los estantes. Ante mis ojos se repiten los lomos duros, rugosos, de esos libros que resisten los embates de ojos más verdes que los míos, más verdes que los de mi abuela, los ojos del mundo entero. Lomos que resisten los dedos garfios que hoy exhibo y que no heredé de nadie.
El escriba se presenta en la Sala Tres.
Habla del paisito, de discursos de presidentes. Termina. Una larga fila de lectores se le planta al frente con un libro suyo entre la mano. Sobre una mesa de fondo, una muchacha vende varios de sus títulos más recientes. Yo agarro uno, cualquiera. Busco un lugar en la larga línea de lectores. Sigo la ruta, espero. Él abre la tapa, busca espacio en blanco entre las páginas de su libro y me mira. Lomo fuerte, ojos de águila.
“¿Tu nombre?”
“Ofelia”, le contesto.
(Ofelia es quien soy.)
Él escribe una cita de Hamlet, un arabesco con su nombre y me sonríe. Otro ocupa mi lugar, una chica rubia, incorrupta, a quien él le escribe algo en inglés. “And from her fair and unpolluted flesh May violets spring!” Y luego otra dedicatoria. Y otra, otra.
Yo me aparto. Me voy. Aspiro a hacerme polvo entre los libros.
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on 01 junio 2010
at 19:03
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