Novelista, dramaturga, cuentista, es una de las jóvenes promesas de la literatura noruega. Autora de apariencia minimalista y de contenido nada condescendiente, una fotografía poco amable de la sociedad que la rodea.
Este cuento da título a la colección de relatos que constituyó su primera obra publicada.
Unos pringados no paran de meter dinero en la gramola y ponen una música horrible. Ella tiene el vaso vacío, pero a él le quedan aún tres o cuatro centímetros. Por cada cerveza que han tomado ella ha tenido que esperarlo, y han ido pagando cada uno lo suyo. Ya no recuerdo si han sido tres o cuatro botellas de medio litro. ¿Nos hemos bebido tres cervezas o cuatro?, pregunta. Yo sólo me he bebido tres, responde él, mientras tamborilea sobre la mesa con el dedo índice. lo hace casi al compás de la música, pero no del todo. Aunque tú ya tenías una cuando llegué, continúa, así que supongo que te habrás bebido cuatro. A pesar de que ya había conseguido digerir el comentario con el que él comenzó la conversación: ¿Vienes mucho por aquí?; ahora vuelve a molestarle. Al principio se lo tomó como una parodia, pensó que estaba jugando con los tópicos, pero qué va, estaba completamente serio y aguardaba su respuesta, así que tuvo que responder que no, que no venía mucho. No le apatece otra cerveza, no se la puede permitir, pero le apetece aún menos seguir charlando con aquel tipo: ya lo han hablado todo y hace rato que la conversación es hueca, lo último que le ha dicho el chico es que le está gustando la música. Tiene que ser compasión, piensa ella, pero ni eso siquiera es capaz de sentir. Lo más fácil sería decir: ¿Nos tomamos otra cerveza? No solo sería más fácil que decir: ¿Nos vamos?, sino incluso más fácil que permanecer allí un solo segundo más con el vaso de cerveza vacío. ¿Nos tomamos otra cerveza?, le pregunta con una entonación que demuestra el interés suficiente; mientras lo dic lo mira, pero justo después aparta tranquilamente la mirada. No, la verdad es que estoy consado, responde él sonriendo, no me entra más cerveza. Y luego se pone a hablar de un sobrino suyo, que a los cuatro años ya leía con fluidez y que ahora, con ocho cumplidos, se dedica a leer a Hamsun. Es un niño insoportable, dice. Ella se ríe aunque no muy fuerte; sonríe de oreja a oreja y por dos veces expulsa el aire por la nariz. El no se ríe. No le cabe en la cabeza que el tipo no quiera tomarse otra cerveza y decide fregar los platos antes de acostarse. Él le propone que vayan al cine al día siguiente; tal vez, responde ella, le he prometido a mi padre hacerle una visita, ya te llamo mañana. Cuando aparece el camarero y se lleva los vasos vacíos, ellos se levantan y salen fuera. El tipo se queda quieto con las manos hundidas en los bolsillos de la chaqueta. No es que sea muy tarde, dice. No, responde ella. ¿Te gusta escuchar música?, pregunta él. ¿Te apetece venirte un rato a casa a escuchar música? Ella vacila unos segundos, aunque en realidad no está pensando; luego lo mira, sonríe y responde que sí. Cuando empiezan a caminar ella le pregunta ¿Cogemos un taxi? No, vamos andando, es la respuesta, no queda muy lejos. Ella lleva unos zapatos nuevos que están empezando a hacerle ampollas, y él camina anormalmente deprinsa. En un momento dado están a punto de atropellarlo porque cruza la calle sin mirar. A pesar de la alta velocidad, el tipo no para de hablar durante todo el trayecto hasta su casa, primero sobre cuestiones sociales: sobre las ventajas e inconvenientes de la inmigración, sobre si la prostitución debería de ser legal o no, sobre la calidad de las guarderías noruegas comparadas con las suecas. Después habla sobre sí mismo, sobre sus experiencias laborales y sus planes de futuro. Ella tiene más que suficiente con seguirle el paso y anda corta de aliento, así que se conforma con responder que sí y que ya. Eres u poco tímida túm, le dice el chico sonriente y con la cabeza vuelta hacia atrás. No, qué va, responde ella. Quizá es que eres poco charlatana, insiste él. A ella le duelen los talones y tiene la sensación de tenerlos en carne viva. Al alcanzar un portal, el tipo se detiene prácticamente en seco. Aquí vivo yo, dice, con la llave en la mano, y luego abre la puerta y entra delante. Cuando suben las escaleras ella va mirándole la espalda, no intercambian palabra en los cinco pisos, su culo no está mal, pero el pantalón no le gusta tanto. No está segura de que realmente le apetezca acostarse con él. Al llegar a la entrada ella se agacha para desatarse los zapatos. Me alegro de que te quites los zapatos antes de entrar, dice el tipo abriendo la puerta. Esto es el dormitorio, dice; ella tiene ganas de hacer pis. La cama es bastante estrecha. Sobre la mesilla hay una revista. Está todo un poco desordenado, dice el chico. Dos o tres prendas cuelgan del respaldo de una silla. Ella sigue de pie, con los brazos cruzados y la cabeza alzada, apoya el peso sobre una pierna y se da cuenta de que el jersey se le ha subido un poco dejándole la tripa al descubierto. Primero voy a tener que hacer pis, piensa. Las sábanas son floridas y de color pastel, el edredón está pulcramente doblado por la mitad. El chico sale de la habitación y ella lo sigue. Este es el salón, dice. Las paredes son de color rojo burdeos, hay macetas con plantas y las pantallas de las lámparas son de tipo acordeón, las reproducciones que cuelgan en las paredes son de Munch y Van Gogh. El anfitrión señala un aparatod e música y tres estantes con CD's. Me gasto demasiado dinero en música, dice. Y ella piensa: Quiero un whisky, antes quiero un whisky. ¿Donde está el servicio?, le pregunta. Él no se conforma con indicarle la puerta, va hasta allá y se la abre; extiende el brazo como si la estuviera invitantdo a entrar. Sobre la repisa de la bañera hay unos botes de cristal con sales de baño rosas y cápsulas de aceites aromáticos, son redondas y de color azul claro. Las toallas, también de color pastel, forman ordenadas pilas sobre el estante y están clasificadas por tamaños. Hace pis y se lava concienzudamente la entrepierna con papel higiénico humedecido. El suelo está impecable, no ve ni un pelo ni una pelusa y tampoco descubre nada al arrodillarse para mirar debajo del banco. En el estante bajo el espejo ve laca para el pelo y crema hidratante. Cuando vuelve al salón, el tipo ha puesto un CD, ella le pregunta qué está sonando, pero nunca ha oído hablar de esa música y le disgusta inmensamente. En la pared cuelga un diploma, el papel gastado y descolorido es de un color verde menta con letras negras. Lee: mil novecientos setenta y nueve, aparece el nombre de él, tercer premio en una carrera sobre esquís. Gané a mi hermano, le dice el tipo, siempre competíamos por todo. él era mayor y siempre salía mejor parado que yo en todas las cosas. Le caía mejor a la gente, sacaba mejores notas en el colegio y, por lo general, se le daban mejor los deportes. Pero en aquella ocasión gané yo. Alza la mano en dirección al diploma. Ese día mi hermano estaba constipado y llegó el quinto, dice moviendo algo sobre la mesa del sofá. También tenía más suerte con las chicas, continúa. Yo le odiaba. Se acerca a ella, en la mano lleva un cuenco con una cucharilla, dentro hay algo reseco y de color marrón, tal vez sea pudding de chocolate. Cuando se murió sentí que no le odiaba tanto, prosigue, pero tampoco me afectó demasiado que se muriera. Se dirige a la cocina y, antes de volver, ella le oye dejar el cuenco sobre la encimera de acero. ¿Cuándo murió tu hermano?, le pregunta. En abril, responde él. Se acerca al sofá y empieza a ordenar sistemáticamente los almohadones: comienza por un extremo y va colocando uno a uno los cojines cuadrados; luego se va al baño. Ella duda si sentarse en el sofá, pero decide esperar un poco y se queda de pie mirando los CD's. El tipo vuelve tan rápido que a ella se le escapa un: ¿Ya has meado? Él pasa de largo y se coloca al otro lado de ella. Mi hermano tenía ungusto horroroso para la música, dice, pero nunca lo admitía. Yo toqué en un grupo durante algunos años, pero ya lo he dejado. En el estante entre los CD's hay una fotografía enmarcada entre dos cristales, está apoyada contra un candelabro de latón. Tres niños escuálidos, con los rostros pálidos y los brazos y las piernas extrañamente retorcidos, están tumbados boca a rriba sobre una manta. El de en medio es mi hijo, dice. Tiene parálisis cerebral. Vive en Tromso y hace ocho meses que no lo veo. Cuando nos veamos me reconocerá. Coloca dos vasos sobre la mesa del sofá. ¿Quieres coca-cola?, pregunta. Ella responde que sí, que gracias, y se sienta en el sofá. Él trae de la cocina una botella de litro y medi de coca-cola que está medio llena, suego se sienta en un sillón. Llena los vasos y le pasa uno a ella por encima de la mesa, alza el otro y, aunque no bebe, lo sostiene en la mano mientras mira de frente. En una pared hay una puerta cerrada. ¿Qué hay ahí dentro?, pregunta ella señalando la puerta. Es el cuarto de mi hermana, es la respuesta, vivimos juntos. Ahora no esa en casa. ¿Cuándo vuelve?, pregunta ella. No vuelve hasta mañana, responde él. Entonces entiendo mejor lo de la laca y la crema hidratante en el cuarto de baño, dice ella sonriendo. A mi no me van los rollos de una noche, le dice el tipo, me gusta más conocer a las chicas antes de acostarme con ellas. Ella lo mira, no dice nada. Si a ti no te importa, prosigue él, preferriría que no nos acostáramos. No la mira al decrilo. Por supuesto, responde ella, yo tampoco había pensado... Ya, replica él, pero por mí te puedes quedar a dormir. Ella asiente con la cabeza, le sonríe y pega un trago a la coca-cola. Me gusta hablar contigo, continúa el tipo sonriendo, y además eres guapa. Se bebe todo el vaso de un trago y lo deja sobre la mesa. Por el modo como inclina la barbilla contra el pecho y abre la boca, ella entiende que está eructando silenciosamente.
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on 27 abril 2010
at 18:47
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