Este artículo fue publicado originalmente en la revista Cosmos. La traducción fue publicada por kanijo en su fantástica web "Ciencia kanija". Una excelente reflexión sobre el lenguaje científico y su significado fuera de la ciencia. Se reproduce aquí bajo licencia "Creative Commons".Desde la evolución al cambio climático, las verdaderas guerras culturales tratan sobre el lenguaje, no sobre la ciencia. Para ganar estas guerras, la ciencia necesita cambiar la forma en que habla sobre el conocimiento.
Los creacionistas y aficionados al “diseño inteligente” tienen una táctica de guerrilla para minar los libros de texto que no se ajustan a sus creencias. Colocan una pegatina en la portada que dice: “La evolución es una teoría, no un hecho, respecto al origen de los seres vivos”.
Éste es el argumento central de los que niegan la evolución: la evolución es una “teoría” no demostrada. Para la gente que trabaja con la ciencia, ésta es una treta increíblemente molesta. Aunque es cierto que los científicos se refieren a la evolución como una teoría, en ciencia la palabra “teoría” significa: una explicación de cómo funciona el mundo y que ha soportado repetidas y rigurosas pruebas. Difícilmente es un término despectivo.
Pero para la mayor parte de la gente, una teoría significa una opinión caprichosa que te sacas, digamos, de la manga. Es un insulto, en realidad, una forma simplista de descartar un punto de vista: “ah, bueno, eso es sólo tu teoría”. Los científicos usan “teoría” en una forma específica, el público en otra, y los oponentes de la evolución han explotado de forma experta esta desconexión.
Resulta que, la verdadera guerra cultural en la ciencia no es en absoluto sobre ciencia, es sobre el lenguaje. Y para luchar en esta guerra, tenemos que cambiar la forma en la que hablamos sobre el conocimiento científico.
Los científicos ya están sopesando esto. El pasado verano, la físico australiana Helen Quinn inició un animado debate con un ensayo argumentando que los científicos son demasiado cautelosos cuando debaten sobre el conocimiento científico. Son inherentemente demasiado cautelosos, señala. Incluso cuando están seguros al 99 por ciento de una teoría, saben que siempre existe la posibilidad de un nuevo descubrimiento que podría darle la vuelta o modificarla.
Por eso, cuando los científicos hablan sobre cuerpos de conocimiento bien establecidos –particularmente en áreas como evolución o relatividad– cubren sus apuestas. Dicen que “creen” que algo se cierto como en, “creemos que el periodo Jurásico estuvo caracterizado por un clima húmedo tropical”.
Este lenguaje deliberadamente matizado queda horriblemente malinterpretado y a menudo retorcido en discursos públicos. Cuando una persona media escucha frases como los “científicos creen”, lo leen como si fuese: “los científicos en realidad no pueden demostrar esto, sino que lo toman como un acto de fe”. Después de todo, “eso es sólo lo que tú crees” es una forma común de dejar a alguien fuera de juego.
Por supuesto, los cruzados antievolución se han dado cuenta de que el lenguaje es la munición de la guerra cultural. Por esto es por lo que les encanta incluir palabras tales como “teoría” en la ciencia. Se aprovechan de la fuerza intelectual del lenguaje científico –su precisión y cuidado- y las usan como armas en contra de la propia ciencia.
Existe una defensa contra esto: modernizar el léxico de la ciencia. Si los antievolucionistas insisten en explotar la falta de comprensión pública de palabras como “teoría” y “creencia”, entonces no deberíamos luchar contra eso. “Tenemos que ser menos cautelosos en público cuando hablamos sobre conclusiones científicas sobre las que existe un consenso general”, argumenta Quinn.
¿Qué sugiere? Para la ciencia bien establecida y auténticamente sólida, dejar de usar por completo la palabra “teoría”. En lugar de eso, vamos a revivir un lenguaje mucho más venerable y referirnos a tal conocimiento como “ley”.
Como con la Ley de la Gravedad de Newton, la gente intuitivamente entiende que una ley es una regla que se mantiene como cierta y que debe obedecerse. La palabra ley expresa precisamente el mismo sentido de autoridad con el público que “teoría” tiene en los científicos, pero sin el bagaje lingüístico.
La evolución es sólida. Incluso basamos la industria de las vacunas en ella: cuando vamos en tropa a la consulta del doctor cada invierno para conseguir una vacuna contra la gripe –una inoculación contra la última evolución de la enfermedad– estamos tratando a la evolución como una ley. ¿Por qué no simplemente decir la “ley de la evolución”?
Lo mejor de todo, resulta ser una especie de jiujitsu lingüístico. Si alguien dice, “no creo en la teoría de la evolución”, puede sonar como algo razonable. No obstante, si alguien proclama, “no creo en la ley de la evolución”, suena a locura. Es equivalente a decir, “no creo en la ley de la gravedad”.
Es hora de darnos cuenta de que simplemente el público nunca dará a las palabras concretas el mismo significado científico concreto. Nunca vamos a comunicar por completo lo maravilloso y noble que hay en el rigor y precaución científico. El discurso público es inevitablemente político, por lo que tenemos que hablar sobre la ciencia de una forma que podamos ganar la batalla política, no en términos inciertos.
Al menos, esa es mi teoría.
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on 23 julio 2009
at 19:35
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