Este libro podría ser una especie de autobiografía, pero en realidad es una crónica, casi costumbrista (o sin casi), de la vida en los Estados Unidos en el primer tercio del siglo XX.
La molestia que supone escribir un libro sobre ti mismo es que no puedes andar haciéndote el estúpido. Si escribes sobre cualquier otra persona, puedes estirar la verdad desde aquí hasta Finlandia. Si escribes sobre ti mismo, la más pequeña desviación te hace advertir en seguida que puede haber honor entre los ladrones, pero que tú no eres más que un cochino mentiroso.
A pesar de que en general ya es cosa sabida, creo que más o menos es el momento de anunciar que nací en una edad muy temprana. Antes de que pudiera lamentarlo, ya tenía cuatro años y medio. Ahora que estamos tratando de la edad, dejémoslo a un lado. No tiene importancia saber cuántos años tengo. Lo que es importante, sin embargo, es saber si habrá suficientes personas que compren este libro para justificar el consumo de los remanentes de mi vitalidad, en rápido declive, que me ha costado escribirlo.
La edad no es un tema particularmente interesante. Cualquiera puede hacerse viejo. Todo lo que se requiere es vivir durante bastante tiempo. Siempre me divierto cuando los periódicos divulgan el retrato de un hombre que ha logrado vivir hasta los cien años. Por lo común se trata de un individuo un tanto escacharrado que invariablemente parece más cercano a los doscientos años que al siglo. No basta que el periódico divulgue una fotografía de esa destartalada cáscara vacía. El anciano oráculo tiene que proclamar entonces el secreto de su longevidad.
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A pesar de que en general ya es cosa sabida, creo que más o menos es el momento de anunciar que nací en una edad muy temprana. Antes de que pudiera lamentarlo, ya tenía cuatro años y medio. Ahora que estamos tratando de la edad, dejémoslo a un lado. No tiene importancia saber cuántos años tengo. Lo que es importante, sin embargo, es saber si habrá suficientes personas que compren este libro para justificar el consumo de los remanentes de mi vitalidad, en rápido declive, que me ha costado escribirlo.
La edad no es un tema particularmente interesante. Cualquiera puede hacerse viejo. Todo lo que se requiere es vivir durante bastante tiempo. Siempre me divierto cuando los periódicos divulgan el retrato de un hombre que ha logrado vivir hasta los cien años. Por lo común se trata de un individuo un tanto escacharrado que invariablemente parece más cercano a los doscientos años que al siglo. No basta que el periódico divulgue una fotografía de esa destartalada cáscara vacía. El anciano oráculo tiene que proclamar entonces el secreto de su longevidad.
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on 26 junio 2009
at 19:04
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