Arthur C. Clarke - "Un procesador de textos accionado por vapor"

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Es muy escaso el material existente en torno a la notable carrera del hoy casi olvidado genio de la ingeniería reverendo Charles Cabbage (1815-188?), el que fue pastor de la parroquia de St. Simians, en el pueblo de Far Tottering, Sussex. Sin embargo, tras muchos años de búsqueda exhaustiva, he descubierto algunos datos nuevos que, a mi juicio, deberían ponerse en conocimiento de un público más amplio.
Quisiera expresar mi gratitud a miss Drusilla Wollstonecraft Cabbage y a las buenas señoras de la Sociedad Histórica de Far Tottering, cuyos apremiantes deseos de desvincularse de muchas de mis conclusiones yo respeto y comprendo.
Ya en 1715, The Spectator hace mención de la familia Cabbage (o Cubage) como rama menor de los Coverley (gente siniestra, lamentablemente, aunque el propio sir Roger quede al margen). Consiguieron amasar rápidamente una enorme fortuna, como otros muchos miembros de la aristocracia británica, gracias a sus sabias inversiones en el negocio de los esclavos. Hacia 1800, los Cabbage eran la familia más opulenta de Sussex, y de Inglaterra según decían algunos, pero, dado que Charles era el menor de once hermanos, no tuvo más remedio que entrar en la Iglesia sin muchas esperanzas de heredar algo de la fortuna de los Cabbage.
No obstante, antes de cumplir los treinta años, el titular de la parroquia de Far Tottering experimentó un importante cambio de fortuna debido al prematuro fallecimiento de cada uno de sus diez hermanos, en una serie de trágicos accidentes.
Este giro en su vida, que, a los comentaristas contemporáneos les gustaba llamar «la maldición de los Cabbage», guardaba una relación muy estrecha con la magnifica colección de armas medievales, venenos orientales y reptiles mortíferos del pastor. Lógicamente, estos desdichados accidentes dieron pie a numerosos comentarios maliciosos, y podrían ser la razón de que el reverendo Cabbage optara por conservar la protección de sus Ordenes Sagradas, al menos hasta su brusca partida de Inglaterra1.
También cabría preguntarse por la razón que movió a un hombre de tan gran riqueza y tan escasas obligaciones públicas a dedicar la mayor parte de sus años fértiles a la construcción de una máquina de increíble complejidad, cuya finalidad y manejo sólo él comprendía. Afortunadamente, el reciente hallazgo de la correspondencia Faraday-Cabbage en los archivos de la Royal Institution arroja nueva luz sobre este punto. Leyendo entre líneas, se puede deducir que el reverendo odiaba la tarea de redactar las dos horas de sermón semanal, jugando siempre con los mismos temas fundamentales, ciento cuatro veces al año. (El reverendo dirigía además la parroquia de Tottering-in-the-Marsh, pob. 73.) En un momento de inspiración, que debió de producirse hacia 1851, probablemente después de visitar la Exposición Universal, aquella maravillosa muestra del saber hacer victoriano, Cabbage concibió la idea de una máquina que organizara automáticamente masas de textos diferentes en cualquier orden que se deseara. De esta forma podría componer cualquier número de sermones a partir del mismo material básico.
El proyecto, muy tosco en sus comienzos, fue adquiriendo con el tiempo una gran sofisticación. Aunque, como veremos, no llegara nunca a terminar la versión definitiva de su «Telar de palabras», planeó con todo detalle una máquina que no sólo funcionara con párrafos por separado, sino también con frases independientes. (No paso nunca a la siguiente fase, la de palabras y letras, aunque hace referencia a la posibilidad de llevarla adelante en su correspondencia con Faraday, considerándola su objetivo Último.)
Una vez terminado el proyecto del telar de palabras, el inventivo clérigo inició su construcción. Su habilidad mecánica nada habitual, más bien deplorable según algunos, había quedado bien patente en las ingeniosas trampas con las que protegía sus enormes fincas y con las que eliminó al menos a otros dos pretendientes a la herencia familiar.
Llegado a este punto, el reverendo Cabbage cometió un error que puede haber cambiado el curso de la tecnología, si no de la historia. Ahora, gracias a la perspectiva que nos ofrece el tiempo, nos resulta obvio que sus problemas sólo los podía haber resuelto la electricidad. Hacía ya varios años que se venía utilizando el telégrafo de Wheatstone, y Cabbage mantenía correspondencia precisamente con el genio que había descubierto las leyes fundamentales del electromagnetismo. ¡Qué raro nos parece ahora que no viera la respuesta, cuando la tenía ante sus propias narices!
Sin embargo, debemos recordar que el bueno de Faraday se adentraba en ese momento en la década de senilidad que precedió a su muerte en 1867. Muchas de las cartas que han sobrevivido hasta nuestros días giran en torno a su extravagante credo, la ya extinguida religión «sandemanista», que era algo que sacaba de quicio a Cabbage.
Asimismo, el pastor mantenía contacto diario, o por lo menos semanal, con una tecnología muy desarrollada que habla ido perfeccionándose a lo largo de más de mil anos. La iglesia de Far Tottering gozaba entre sus pertenencias de un magnífico órgano con veintiún registros construidos por el mismo Henry Willis que en 1875 fabricara la obra maestra que se encuentra en el Palacio Alexandra, al norte de Londres, y que Marcel Dupre elogió como el mejor órgano de concierto del mundo2. Cabbage no lo tocaba mal del todo y conocía a la perfección su intrincado mecanismo. Estaba convencido de que, uniendo una serie de tubos neumáticos, válvulas y bombas, podría controlar todas las operaciones de su futuro telar de palabras.
Fue un error fatal, aunque comprensible. Cabbage habla pasado por alto el hecho de que la lenta velocidad del sonido, unos insignificantes trescientos treinta metros por segundo, reduciría la velocidad operativa de la máquina a un nivel de rendimiento prácticamente nulo. Como máximo, la versión definitiva podía haber alcanzado así un índice de transmisión de datos de 0,1 Baudio, con lo que la elaboración de un solo sermón requerirla nada menos que diez semanas.
Pasaron varios años antes de que el reverendo Cabbage se diera cuenta de esta limitación fundamental. Al principio creía que simplemente con aumentar la potencia disponible podría darle una aceleración indefinida a la máquina. La versión definitiva absorbía toda la energía de una enorme trilladora de vapor, tosco antecedente de nuestros tractores y cosechadoras.
Éste es un buen momento para resumir lo poco que se sabe acerca de la mecánica del telar de palabras. Para ello, tenemos que fiarnos de la información algo tendenciosa aparecida en el Totterings Bulletin, del que sólo se conservan algunos ejemplares del período comprendido entre 1860 y 1880, años cruciales para nuestro estudio, y de las notas esporádicas y fragmentos de la correspondencia aún existente del reverendo. Irónicamente, en 1942 todavía se conservaba una buena cantidad de piezas de la máquina definitiva, pero fueron destruidas cuando un a bomba incendiaria de la Luftwaffe redujo a cenizas la ancestral mansión de Tottering Towers3.
La «memoria» de la máquina se basaba en las tarjetas perforadas de un telar jacquard para estampado de tapicerías, cosa nada extraña pues no existía otra alternativa posible en aquella época. A Cabbage le gustaba decir que tejería pensamientos igual que aquel telar tejía tapicerías.
Cada línea de salida constaba de veinte, y posteriormente treinta, caracteres que el operador veía a través de unas ventanillas y que iban colocados sobre unas ruedas giratorias.
Los principios que regían el SOT (Sistema Operativo por Tarjetas) de la máquina no han llegado hasta nosotros y parece, lo cual no es nada sorprendente, que el mayor problema al que se enfrentaba Cabbage era el de colocar, retirar y poner al día las diferentes tarjetas. Terminado el texto en cuestión, era fundido en tipos de plomo para su posterior impresión. Este sorprendente clérigo construyó una linotipia rudimentaria por lo menos diez años antes de que la patentara Mergenthaler en 1886.
Antes de que la máquina estuviera lista para ser utilizada, Cabbage se encontró con la ingente tarea de perforar en las tarjetas, además de la Biblia entera, todo el Concilio de Cruden, pero encargo este trabajo, a cambio de unos emolumentos irrisorios, a las viejecitas del Hogar de Descanso para Vecinos de Edad Avanzada, hoy discoteca y club de breakdance, de Far Tottering. Otra desconcertante primicia que se anticipa en unos doce años a la famosa mecanización del Censo de Estados Unidos, ideada por Hollerith en 1890.
Pero en ese mismo momento llegó la ruina. Habiendo oído, y no por primera vez, extraños rumores sobre la parroquia de Far Tottering, nada menos que el arzobispo de Canterbury en persona visito al ya obsesionado pastor. Se comprende que se quedara atónito al descubrir que el órgano de la iglesia había quedado incapacitado para desarrollar su función original al menos por cinco años. Cantuar, indignado, lanzó un ultimátum: o desaparecía el telar de palabras o se marchaba el reverendo Cabbage (mejor que se fueran los dos; se hablaba ya de exorcismo y de volver a consagrar la iglesia).
El dilema provocó, al parecer, una crisis en el ya desequilibrado clérigo, que intentó una última prueba con la enorme e ingobernable máquina, que ya ocupaba todo el crucero oeste de St. Simians. Pese a las protestas de los granjeros, pues era la época de la cosecha, la inmensa máquina de vapor, con sus piezas de cobre relucientes, fue remolcada hasta la iglesia y una vez allí pasaron la correa de transmisión a través del hueco que habían dejado al retirar algunas de las vidrieras de su sitio.
El reverendo tomó asiento ante la irreconocible consola (no puedo resistirme a la idea de imaginarme activando el sistema a golpe de pedal) y empezó a teclear. Las ruedas con los caracteres empezaron a dar vueltas ante sus ojos formando frases lentamente, línea a línea. En la sacristía, los crisoles con el plomo fundido aguardaban las órdenes que les llegarían trabajosamente con cada chorro de aire procedente del órgano.
—¡Más rápido, más rápido! —gritaba el pastor, impaciente, mientras los obreros arrojaban paletadas de carbón en aquel monstruo que no dejaba de vomitar humo en el patio de la iglesia.
La correa, como una larguísima culebra atrapada en la ventana, se retorcía sobrecargada, arriba y abajo, bombeando un caballo de vapor tras otro hacia el forzado mecanismo del telar.
El resultado era previsible. Algo, en alguna parte de las entrarías del inmenso aparato, se rompió. En sólo unos segundos, la desgraciada máquina se hizo pedazos. Según testigos presenciales, el pastor tuvo suerte de escapar ileso.
El posterior desenlace fue tan rápido como inesperado. El reverendo Cabbage abandonó la Iglesia, a su mujer y a sus trece hijos, y se fugó a Australia con su primer ayudante, el herrero del pueblo.
A juicio de aquellos victorianos, tan preocupados por la conciencia de clase, era imperdonable que se hubiera asociado a un vulgar obrero (incluso un lacayo habría sido más aceptable). El nombre de Charles Cabbage fue desterrado de la sociedad elegante y se desconoce cuál fue su destino final, aunque llegaron algunas noticias según las cuales se había hecho capellán de Botany Bay. Y también es seguramente apócrifa la leyenda que corre sobre su muerte en el desierto australiano, provocada por una máquina esquiladora de su invención que se volvió loca.

Epílogo
La sección de libros raros del Museo Británico posee el único ejemplar conocido de los Sermones a vapor del reverendo Cabbage, que, según viene tradicionalmente alegando su familia, fueron elaborados por el telar de palabras. Desgraciadamente, no hace falta un estudio en profundidad para ver que no es así. A excepción de las últimas páginas, 223-4, resulta evidente que el volumen se imprimió en una prensa plana.
Pero las páginas 223 y 224 son una clarísima interpolación. La impresión es muy desigual y el texto está repleto de faltas de ortografía y errores tipográficos.
¿Se trata, acaso, del único producto existente del más notable, y peor encaminado, esfuerzo tecnológico de la era victoriana? ¿O es un fraude deliberadamente creado para hacernos creer que el telar de palabras funcionó de verdad una vez por lo menos, aunque lo hiciera mal?
Nunca sabremos la verdad. Pero, como inglés que soy, me siento orgulloso de que uno de los inventos más importantes de nuestra época fuera ideado por primera vez en las Islas Británicas. De haber tenido un desenlace más feliz, Charles Cabbage probablemente sería ahora tan famoso como James Watt, George Stevenson o incluso Isambard Kingdom Brunel.

1. Los estudios Ealing desmienten el rumor, plausible por otro lado, de que el filme Kind Hearts and Coronets, de Alec Guinness, estuviera inspirado en estos sucesos. Es sabido, sin embargo, que por un momento se llegó a pensar en Peter Cushing para el papel del reverendo Cabbage.

2. Desde 1970, mi infatigable hermano Fred Clarke, con la colaboración de músicos del prestigio de sir Yehudi Menuhin (quien ya ha dirigido en tres ocasiones el Mesías de Haendel con este fin), encabezaba la campaña para devolver su importancia a este magnífico instrumento.

3. Sólo unas pocas piezas, como dos o tres ruedas dentadas y lo que parece ser una válvula neumática, siguen en posesión de la Sociedad Histórica del pueblo. Estas patéticas reliquias me trajeron el vivo recuerdo de otra famosa máquina que pudo haber supuesto otro gran descubrimiento tecnológico: el famoso Ordenador Anticythera (vid. Derek de Solla Price, Scientific American, julio 1959) que vi por última vez en el sótano del museo de Atenas. Mi insinuación acerca de que se trataba del objeto más importante del museo, no fue bien recibida.

4. Cómo se enteró D. H. Lawrence de este lance sigue siendo un misterio. Como ya es sabido, al principio él había pensado, como protagonista de su novela más famosa, no en lady Chatterley, sino en su marido. Sin embargo, prevaleció el buen juicio y la conexión con el asunto Cabbage sólo se descubrió cuando Lawrence, imprudentemente, se lo contó en secreto a Frank Harris, quien inmediatamente lo publicó en el Saturday Review. Lawrence no volvió a hablar con Harris, lo que para entonces poco le importaba ya.

This entry was posted on 01 febrero 2009 at 21:07 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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