Gerald Durrell - "Mi familia y otros animales"

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Julio se había extinguido como una vela ante el viento cortante que nos trajo un plomizo cielo de agosto. Caía una llovizna fina e hiriente, reunida en mantas grises y opacas cuando el viento soplaba a su favor. A lo largo de la playa de Bournemouth, las casetas volvían su vacuo rostro de madera hacia el mar gris verdoso, ceñido de espumas, que corría a estrellarse contra el bastión de cemento de la orilla. Las gaviotas, empujadas tierra adentro hacia la población, sobrevolaban los tejados con alas tensas, gimiendo agriamente. El estado del tiempo parecía calculado para poner a prueba la paciencia de cualquiera.
Vista en conjunto, aquella tarde mi familia no ofrecía un aspecto demasiado atractivo, pues el clima reinante había traído consigo la habitual serie de males a que éramos propensos. A mí, tirado en el suelo mientras etiquetaba mi colección de conchas, me había provisto de un catarro que parecía haberme fraguado en el cráneo, obligándome a respirar estertóreamente por la boca abierta. Para mi hermano Leslie, arrebujado con expresión ceñuda junto al fuego, llegó una inflamación interna de oídos, que le sangraban lenta pero persistentemente. A mi hermana Margo le había deparado un surtido fresco de acné sobre su rostro ya de antes moteado como un velo de puntitos rojos. Para mi madre hubo un opulento y burbujeante resfriado, sazonado con una pizca de reuma. Sólo mi hermano mayor Larry se mantenía ileso, pero suficientemente irritado a la vista de nuestros alifafes.
Fue Larry, por supuesto, quien empezó la cosa. Los demás estábamos demasiado desmadejados para pensar en algo que no fueran nuestros males respectivos, pero a Larry la Providencia le había destinado a pasar por la vida como un pequeño cohete rubio, haciendo explotar ideas en las mentes ajenas para después enroscarse con untuosidad gatuna y negar toda responsabilidad de las consecuencias. A medida que avanzaba la tarde, su irritación iba en aumento. Al fin, paseando en derredor una mirada melancólica, decidió atacar a Mamá, como causante manifiesta del problema.
—¿Por qué aguantamos este maldito clima? —preguntó de improviso, señalando a la ventana distorsionada por la lluvia—. ¡Contemplad! O, si vamos a eso, contemplaos mutuamente... Margo, inflada como un plato de porridge encarnado... Leslie, penando por el mundo con treinta metros de algodón en cada oreja... Gerry suena como si tuviera el paladar hendido de nacimiento... Y, anda que tú: cada día que pasa pareces más decrépita y torturada.
Mamá le miró por encima de un tomazo titulado Recetas fáciles de Rajputana. —Pues no lo estoy —dijo indignada.
—Lo estás —insistió Larry—; estás echando pinta de lavandera irlandesa... y tu familia parece una serie de ilustraciones de enciclopedia médica.
A Mamá no se le ocurrió ninguna réplica aplastante, así que se contentó con lanzarle una mirada furibunda antes de replegarse de nuevo tras su libro.


Nota. El Larry del texto es Lawrence Durrell, hermano mayor de Gerald Durrell.

This entry was posted on 01 enero 2009 at 20:48 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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