Shelley Jackson - "Sueño"

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Escritora y artista estadounidense. Como escritora es autora de algunos trabajos de vanguardia dentro del campo de la hiperficción, ese tipo de literatura no lineal que ya habían escrito Cortazar, Jardiel Poncela o Joyce, pero a la que la aparición del libro electrónico ha dado un impulso y ampliado las posibilidades de interacción entre escritor y lector. También ha escrito e ilustrado libros para niños.
Este cuento (que podría etiquetarse como surrealista onírico) pertenece al volumen "The Melancholy of Anatomy" publicado en 2002.
La versión es la de José Luis López Muñoz.

Cae el sueño. Las migajas corren revoloteando calle abajo y se acumulan en las bocas de las alcantarillas.
El sueño cae aquí todos los días, a las doce del mediodía, con regularidad tranquilizadora. A veces se derrite mientras desciende, y cae como lluvia dorada o, cuando hace frío, aguanieve dorada, pero en general nuestra siesta es cálida y seca. Las tormentas de sueño que se dan de cuando en cuando son cómodas e inocuas: una guerra combatida con picatostes y panecillos. En una ocasión, hace años, cuando los niños eran pequeños, descubrimos al despertar que había caído tanto sueño que no podíamos salir de casa: abrí la puerta de la calle y el cuarto de estar se nos llenó de oro. Con bolas de sueño, alrededor del sofá, hicimos una batalla que ganó mi mujer: siempre ha sido temible cuando se trata de defender lo suyo. Los montones los barrió el viento antes de que se hiciera de noche, pero nuestra casa siguió dorada hasta que la lavó la lluvia, y los arbustos del jardín parecían antorchas.
Donde vivimos nosotros, los cielos se llenan de sueño. A veces los aviones que vuelan muy alto aterrizan con incrustaciones, como abejas cubiertas de polen. Atrapados por Midas y luego liberados, ¡qué hermosas son esas apariciones resplandecientes! Acaban por detenerse un poco tambaleantes, transformados en carrozas de cuento de hadas. Se abre una grieta, un trozo de coral dorado se aparta a un lado, desciende una escalera, y luego el piloto desconcertado emerge como una nueva Afrodita salida de una concha peculiar.
Estratos y cúmulos de sueño dormitan de manera permanente sobre nosotros. Pueden ser lo bastante espesos, se afirma en voz baja, para detener por completo el vuelo de un avión y mantenerlo inmóvil en el aire. Algunos aviones desaparecen y nunca se los encuentra. Otros caen a tierra, pero entre la chatarra no se hallan restos humanos. Hace muchos años, un piloto era el único ocupante de su avión cuando aterrizó, siempre insistía en que todos los demás se habían bajado «arriba», que abrieron las salidas de emergencia en mitad del vuelo y se apearon en un paisaje de torres y arcos dorados.
El sueño se coagula a veces en formas de animales: oso pardo y conejo son los más corrientes, aunque también he visto ovejas y vacas. Se forman de manera natural, como los copos de nieve. En condiciones favorables esas ovejas de sueño «recorren la tierra», la frase coloquial para designar el «simple cambio de posición producido por el viento» como O'Sullivan insiste en definirlo, evitando lo que llama la «jerga estúpida de bobos y charlatanes». Se ha quedado prácticamente solo en su negativa a ver formas familiares en el sueño, por supuesto. En todas las sustancias que nos son conocidas asistimos a la formación de seres microscópicos; se trata de una tendencia inscrita en la estructura misma de la materia, un giro estadísticamente significativo hacia estructuras animales, en especial las más bonitas. El universo, ahora lo sabemos, está lejos del frío modelo mecánico tan inexplicablemente venerado por los físicos del pasado. El mundo que ha dado origen a plumas, cochinillas, galletas y ballenas es ingenuo, fanfarrón y cómodo. Por encima de todo es amable.
O'Sullivan y sus colegas sin sentido del humor son exactamente la última encarnación de nuestros austeros padres de la Iglesia, que juzgaban pecado hundirse en esa acogedora suavidad del sueño en la que se deleitan todas las cosas vivas. El sueño, enseñaban, es la escoria de las almas rechazadas por Dios, que nos mastica a todos a la vez, separa los jugos a través de su filtro y escupe los residuos. «Los condenados permanecerán en el infierno como caldo de cultivo y levadura», dice Lutero. El sueño es ese caldo de cultivo, esa levadura.
Por supuesto el sueño es literalmente tanto caldo (agua) como levadura: unos cuantos granos vertidos en agua tibia, espesada con miel, impregnan el pan hasta convertirlo en una fantasía de torrecillas, minaretes, grutas, candelabros y aparadores de masa, ahora tristemente excluidos de la moda culinaria, pero todavía tradicionales en la época de Sueñovidad. Su sabor no es nada extraordinario, aunque a los niños les encanta, pero encuentro que tiene un efecto ligeramente embriagador, aunque dura poco. El sabor recuerda al cardamomo, con un toque peculiar de menta verde. Unos pocos granos sobre la lengua calmarán a un bebé inquieto; cocido e inyectado, su efecto es mayor pero todavía suave, de ahí su reputación como droga para hippies y principiantes, aunque es probable que usuarios de todas las clases lo tomen con más frecuencia de lo que pudiera pensarse.
Las variedades exóticas de sueño, a las que se da el nombre de las regiones en las que se cosechan, tienen, según la creencia popular, cualidades especiales, si bien los científicos dicen que no existen diferencias importantes entre ellas y nuestro sueño local. Mis investigaciones privadas (los sondeos caprichosos de una mente curiosa) me han llevado a la misma conclusión. Esas variedades poco corrientes de sueño constituyen el mayor cultivo comercial de algunos países, de manera que sus gobiernos hacen la vista gorda ante el tráfico ilegal y no se muestran muy tolerantes con científicos extranjeros que quieren comprobar in situ las afirmaciones exageradas sobre las propiedades del sueño recién cosechado.
Existen doctrinas gnósticas sobre otro sueño, opuesto en todos los aspectos a nuestro alegre sueño cotidiano. Una habla de un sueño oscuro, grasiento, subterráneo, procedente del subsuelo, que se filtra por la roca maciza, se solidifica en extrañas formas de hongos, y tapa ríos subterráneos con una masa cristalina pero flexible que puede volver a licuarse mediante un golpe de pico. Algunos mineros han salido tambaleándose de sus galerías y han contado historias de lentos maremotos de melaza agria. No pruebes ese sueño, dicen, te quitará el apetito de cualquier otra cosa. No puedo por menos de desear, sin embargo, que algún día se me dé la oportunidad de probarlo. Me gusta el sueño, lo confieso, mientras contemplo su lenta caída al otro lado de la ventana, pienso en la suerte que tenemos. Sobre nuestras vidas difíciles se derrama este excedente. Este regalo.
No he mencionado el mayor consuelo que el sueño nos proporciona. En el momento adecuado y con los rituales pertinentes, es posible construirse un sustituto hecho de sueño. Cómo hacerlo debe de estar inscrito en nuestros genes. He visto a mis hijos imitar los gestos requeridos cuando juegan con la arena; como aves que construyen nidos, no necesitan que nadie los guíe. Quizá falles en todas tus demás ocupaciones, pero no te pasará con esta. Hasta el mas torpe se vuelve hábil y conocedor mientras modela y aplana con golpecitos la columna dorada, persuadiéndola para que adopte forma humana.
Este sustituto o chivo expiatorio está legalmente capacitado para actuar en tu lugar. Tu sustituto puede votar, hacer un examen, recibir una paliza, pronunciar un discurso en público, cumplir los deberes conyugales o suicidarse por ti. Los políticos son todos sustitutos, como sucede con los bomberos, los astronautas y con la mayoría de las personas obligadas a disculparse en público, aunque los sustitutos se crean a veces por razones más tristes, más personales. He visto a amigos míos sentirse cada día más intranquilos y ser más infelices hasta que un día cesan las quejas y sé que se han ido a iniciar una nueva vida y han dejado detrás a ese intermediario. Decimos que están «soñando». Me alegro por ellos en su nuevo mundo resplandeciente.
Mis hijos sueñan ya. ¡Tan jóvenes! A su edad me repetía una y otra vez: «Vendrán tiempos mejores. Seguro que soy capaz de soportar este momento». Y cuando llegaba el instante siguiente, descubría que también podía soportarlo, y así sucesivamente, hasta el día de hoy. Pero no tengo peor opinión de ellos porque se evadan. Todos esperamos nuestra oportunidad. De la preocupación y el deber salta la sorprendente flor de lo nuevo: vibrante, imperiosa, con un fuerte aroma a polen. Es una notificación, un aliciente, un reto. Si somos honestos y valientes apenas nos queda elección: damos una patada a nuestro hogar feliz y partimos. Salimos del avión a la nube dorada.
Es una cosa terrible enviar al sustituto a descubrir una vida nueva, una señal de que esa persona anhela el cambio pero no se imagina creándolo. La ironía es que su falta de imaginación también perjudica a su representante. Cuando ves a alguien arrastrándose por la vida, como si todo en el mundo fuese nuevo, es cierto, pero viéndolo como una agresión por su misma novedad, seguro que es uno de ésos.
Se halla en marcha un proyecto para proteger los derechos de los sustitutos. Está condenado a fracasar porque los propios sustitutos no tienen ningún interés; a las reuniones en el sindicato de sustitutos asisten siempre los solícitos originales que —en una extraña inversión de papeles— ¡están capacitados para votar por sus sustitutos! Esos ciudadanos de buen corazón ponen de manifiesto una confusión básica sobre la condición existencial de sus sustitutos. Si los chivos expiatorios sienten dolor, se trata sólo del dolor delegado por los originales.
Haz buen uso de tu sustituto: no tendrás otro. Si lo usas demasiado pronto —para fingir de adolescente un suicidio o librarte del matón del colegio—, estarás obligado a vivir tu propia vida a partir de entonces, lo que constituye una perspectiva dura y solitaria. Las gentes que utilizan su sustituto frívolamente descubren que han tirado por la ventana toda su frivolidad y se ven obligados a ser personas serias a partir de ese momento, mientras el sustituto se da con avidez a una vida y unas costumbres relajadas.
A la larga, como es lógico, el sustituto ha recibido tantos golpes que ya no tiene un aspecto del todo humano. La, abolladuras alteran la forma poco a poco; los arañazos dejan al descubierto el interior como de cera.
Es responsabilidad de los originales ocuparse de que sus sustitutos descansen en paz cuando les llega su hora, si bien, de manera bastante previsible, con frecuencia se olvidan de hacerlo. (Esos títeres estropeados que todos vemos tambaleándose por ahí son una vergüenza para los ciudadanos). Cuando el original está enfermo o gravemente herido, por otra parte, las pupilas del sustituto se vuelven blancas, mientras que si el original muere, el sustituto sigue el ejemplo y vuelve de nuevo a dormir, escapándose por las mangas y el cuello de la camisa. Esto puede constituir un sobresalto terrible para los miembros de la familia ignorantes de que su pariente es un sustituto.
Si se encuentra cerca una persona con iniciativa, ese sueño puede reunirse y modelarse de nuevo; es la única ocasión en que una persona se puede hacer un segundo sustituto. Estos sustitutos secundarios, que han sido forjados en los rescoldos del anterior, tienen ciertos defectos específicos que no varían: no son capaces de pronunciar las consonantes «d» o «t», ni crear frases con oraciones subordinadas; son daltónicos y tienen pesadillas recurrentes de formas en espiral y cantidades abstractas que crecen hasta el infinito.
Los sustitutos no pueden tener hijos, por supuesto, aunque son padres amables y responsables. Una esposa sustituta puede quedar «embarazada» y a su debido tiempo dar a luz una figurita de cera, pero ese bebé ni se moverá ni llorará, dado que carece de original y en consecuencia no es un verdadero sustituto.
Existe la tradición mística de que si dos sustitutos se enamoran (se enamoran de verdad, ha de quedar claro, porque muchos matrimonios se forman con una pareja de sustitutos, de hecho no hay nada más frecuente), su hijo tiene un cincuenta por ciento de posibilidades de ser un original. Si nace un niño así, si la realidad surge de las entrañas del artificio, entonces todo el mundo cae de rodillas ante semejante prodigio. Será un dios vivo. Se comprueba si se le pone a construir un sustituto de sí mismo. El sueño se deshace entre las manos del niño: el verdadero original no puede tener sustitutos.
Anoche no conseguía dormirme, y en una de las mil horas de insomnio antes del amanecer encendí una luz. Una fina cicatriz en un párpado de mi esposa brillaba como un hilo de oro. Retiré las sábanas, examiné todo su cuerpo y descubrí la prueba incontrovertible. Mi mujer es un sustituto. Al abandonar la cama, murmuró algo y me buscó con la mano. Se la toqué y vi que sonreía recostada en la almohada.
No estoy escandalizado. ¿Es acaso algo tan terrible? No podía soportar las exigencias de nuestro amor y se marchó. Lo entiendo como entendí antes otras sorpresas que mi mujer me deparó en el pasado. Me siento solo y, sin embargo, con una sensación curiosa de que hay algo que está bien de todos modos. He empleado mi vida en la adoración del sueño. Tal vez lo he querido más —con más cuidado, de manera más inteligente— de lo que he querido a las personas de mi vida. Su belleza, su misterio. La prueba que nos aporta de un universo capaz de compasión. Ahora, cuando digo «amo el sueño», estoy queriendo decir «no amo ninguna otra cosa». Todo lo que amo está hecho de él.
El sueño cae sin descanso. Podría salir a recogerlo. Podría aplastarlo y moldearlo. Mis manos sabrían qué hacer. Fui piloto, ¿no lo había dicho? Me gustaría volar una vez más. Esta vez no dejaría escapar la oportunidad.
Podría dejar mi vida. Podría cambiar por completo. ¿Es el momento de hacerlo?

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