José López Rubio - "Un viaje de recreo"

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Este cuento pertenece al volumen "Cuentos inverosímiles", publicado en 1924.





Queridos padres:
Os escribo la presente para que no estéis con cuidado por mi ausencia. Si desde hace tres meses no he vuelto por casa, no ha sido por mi culpa, sino porque ciertos asuntos no me han dejado ni un solo minuto libre.
Recordareis cómo, a los pocos días de llegar de fuera, salí de casa, un viernes por la mañana, para dirigirme al trabajo. Allí, en el taller, me esperaba un señor, muy serio, que hasta creo tiene un destino en la policía, y que con muy buenos modos, me invito a que le acompañase.
Así lo hice cortesmente, y me llevó en coche a un soberbio edificio, donde me esperaban otros señores. Una vez reunidos todos en un despacho —yo era el único que faltaba, según ellos—, me hicieron varias preguntas sobre cuestiones financieras, relacionadas con el Banco Valenciano, precisamente el que fue robado, como sabéis, hace poco tiempo, por los días que compre la pelliza nueva (que, a propósito, guardareis en alcanfor hasta mi regreso).
Ellos, por lo visto, me suponían muy enterado de estos asuntos financieros. En efecto, por las palabras que pudieron sacarme del cuerpo, comprendieron que yo estaba muy enterado de la cuestión, que a ellos, por lo visto, les interesaba mucho.
Se prolongó nuestra entrevista. Siguieron haciéndome preguntas, sin dejarme ni siquiera ir a comer a casa.
Tres días pasé allí. Después de mis declaraciones, se pusieron en comunicación con diversas personalidades financieras y judiciales de Valencia. Estaban encantados conmigo y decían que mis conocimientos les eran absolutamente indispensables.
A uno de estos señores se le ocurrió que lo mejor sería que saliéramos para Valencia, con objeto de, en vista del buen tiempo, seguir allí hablando del asunto.
Salimos, en efecto (todo sin darme tiempo a pasar por casa a despedirme y sin avisaros que fuerais a la estación, por si os afectabais mucho con la despedida).
Viajábamos en el vagón más seguro, puesto que coincidimos, casualmente, con la pareja de la Guardia Civil. Nos detuvimos en Albacete, donde nos esperaba un amigo mío, también enterado de este negocio, y al que no encontraban por ninguna parte. Después seguimos para Valencia.
Inútil será el deciros que durante el viaje no me dejaron solo ni un momento, colmándome de atenciones a las que yo no sabía cómo corresponder. Ellos se ocupaban de todo y no nos dejaban pagar nada ni tomar determinación ninguna. Ante su amabilidad, estábamos lo que se dice atados de pies y manos.
En Valencia pasamos bastantes días, ocupadísimos, por cierto. Nos invitó el director del Banco a que, en su presencia y en la de sus invitados, hiciéramos mi amigo y yo una pantomima originalísima, que consistía en simular un escalo y el robo de una caja de valores. Esta divertida fiesta resultó muy del gusto de los asistentes. Tanto mi amigo como yo conseguimos un buen efecto en aquella gente y fuimos muy elogiados por la realidad que dimos a nuestra escena muda.
De la ciudad del Turia conocí muy poco, pues siempre pasábamos en coche, y muy de prisa, sin darnos tiempo a ver nada.
Únicamente hemos visitado varias veces la Audiencia, antiguo Palacio de las Cortes, que fue construido en los siglos XV y XVI y que tiene mucho valor artístico. El salón donde éramos recibidos tiene una preciosa galería tallada y unos estupendos azulejos valencianos.
Yo estaba ya cansado de tanto ir y venir, pero aquellos señores, encantados con nosotros (uno de ellos nos defendió en la sala de la Audiencia con admirable elocuencia, persuadiendo a los otros de nuestras excelentes cualidades), decidieron continuar el viaje hasta las islas Baleares, en una de las cuales, Menorca, decían poseer una finca.
El día 2, por la noche, a bordo del Vicente Llorente, y con un tiempo hermoso, que persistió durante toda la travesía, salimos de Valencia. Apenas subíamos a cubierta, y, por no rozarnos con el resto del pasaje, hasta comíamos en el camarote. A pesar de todo, mirando por el ojo de buey, podíamos apreciar lo agradable del tiempo,
Al llegar a Mahón, ya nos esperaban varios señores que, sin dejarnos admirar las bellezas de la ciudad, se obstinaron en llevarnos en coche a la casa en que habíamos de hospedarnos.
No podemos estar mejor. La casa es un castillo antiguo de gran mérito, enclavado en lo alto de la población, y se halla muy bien guardada —hasta por soldados— lo mismo de día que de noche.
Mi habitación es muy amplia y muy segura. La puerta tiene muchos cerrojos, aunque con el inconveniente de que todos cierran por fuera. Las rejas de las ventanas, a pesar del grosor de sus barrotes, que contrastan con la pequeñez de los huecos, dejan ver el mar, y es una vista espléndida.
Yo hubiese querido estar por acá sólo unos días y volver pronto a casa; pero estos señores, con su amable insistencia, nos tienen aquí sujetos tanto a mi amigo como a mí.
No me mandéis dinero. No tenemos que pagar nada mientras sigamos aquí hospedados. Son tan obsequiosos que hasta la comida y el mismo lavado de las ropas es por su cuenta.
Para demostrarles nuestro agradecimiento, mi compañero se entretiene en hacer medias de lana, y yo, recordando mi oficio, me he puesto a construirles un armario de pino, que me agradecerán, seguramente.
Aunque he estado unos días retenido en mi habitación, bastante molesto por un dolor que me cogía todo el tobillo y me producía una opresión con que era muy penoso dar un paso, ya estoy mejor, y pronto podré bajar al patio, donde hay reunión todas las tardes.
Recuerdos a los amigos y a los parientes. Que os conservéis buenos. Os abraza vuestro hijo.

Salvador.

P. D. Nos vamos acostumbrando y estamos muy contentos. Seguramente, aún continuaremos aquí dos años, tres meses y un día.

This entry was posted on 18 noviembre 2013 at 20:30 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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