Agota Kristof - "Los profesores"

Posted by La mujer Quijote in ,


Cuando estudiaba sentía un gran afecto por mis profesores. Me inspiraban tanta admiración y tanto respeto que me sentía en la obligación de defenderlos de la brutalidad de mis compañeros de clase.
Me sublevaba que torturaran inútilmente a los profesores. Aunque pusieran malas notas. La malas notas no tienen ninguna importancia, ¿qué sentido tiene hacerles daño a esos seres débiles e indefensos?
Recuerdo a uno de mis compañeros, que se deslizaba con gran habilidad a espaldas de nuestro profesor de biología y, a través de su columna vertebral, le sacaba los nervios para luego repartirlos entre los alumnos.
Se podían fabricar bastantes objetos con sus nervios, por ejemplo instrumentos de música. Cuanto más desgastados estaba el nervio, más delicado era el sonido.
Nuestro profesor de matemáticas era muy distinto al de biología. Sus nervios eran absolutamente inservibles. En cambio tenía un cráneo totalmente calvo en el que se podían dibujar círculos perfectos con la ayuda de un compás. Yo anotaba cuidadosamente la circunferencia en mi cuaderno para extraer conclusiones más adelante.
Mis compañeros, groseros e ignorantes, no encontraban nada mejor que hacer que fijar disimuladamente mis círculos en sus tirachinas —fabricados con los nervios que menciono más arriba— cuando el profesor daba la espalda para dibujar el triángulo rectángulo del teorema de Pitágoras en la pizarra negra.
Ahora diré unas palabras sobre nuestro talentoso profesor de literatura. Seré breve porque se que los recuerdos escolares ajenos aburren a los que los escuchan.
Resulta que una vez el hombre me lanzó la tiza a la cabeza para sacarme de mi habitual sueño matutino.
Odio que me despierten así pero no me enfadé lo más mínimo porque mi amor por los profesores y por la tiza era muy profundo. En aquella época consumía gran cantidad de tiza a causa de mi falta de calcio. Me daba un poco de fiebre, pero nunca la aproveché para no ir al colegio ya que —no paro de repetirlo— amaba a los profesores especialmente al (muy talentoso) profesor de literatura.
Pero resulta que aquel infeliz me inspiró compasión cuando asesinó un poema en clase y, a las doce y media exactamente, en el parque de al lado de la escuela, con la ayuda de una cuerda para saltar que olvidaron allí unas chiquillas, puse fin a sus sufrimientos.
Me recompensaron con siete años de cárcel por aquel acto humanitario. Pero no tuve que arrepentirme nunca pues fueron muchas y muy variadas las enseñanzas que me brindaron aquellos siete años, y también porque sentía un gran afecto por los carceleros y una enorme admiración por el director de la prisión.
Pero ésa es otra historia.

This entry was posted on 15 mayo 2011 at 20:53 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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