Jamaica Kincaid - "En la noche"

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En la noche, al adentrarse en mitad de la noche, cuando la noche no está dividida en pequeños sorbos como una bebida dulce, cuando no es justamente antes de medianoche, ni medianoche, ni justo después de medianoche, cuando la noche es redonda en algunos lugares, plana en algunos lugares, y en algunos otros lugares es como un profundo boquete, azul en el borde, negro en su interior, llegan los hombres del estiércol.
Van y vienen, caminando sobre el barro con sus zapatos de paja. Sus pies, metidos en aquellos zapatos de paja, producen un sonido rasposo. Nunca dicen nada.
Los hombres del estiércol son capaces de ver a un pájaro moviéndose entre los árboles. No es un pájaro. Es una mujer que se ha despojado de su propia piel y se dispone a beber la sangre de sus enemigos secretos. Es una mujer que ha dejado su piel en un rincón de una casa de madera. Es una mujer juiciosa que siente admiración por las abejas de los hibiscos. Es una mujer que, cuando bromea, rebuzna como un burro sediento.
Está el sonido de un grillo, está el sonido de la campana de una iglesia, está el sonido de esa casa que cruje, el de aquella otra casa que cruje a su vez, y el de una tercera casa que cruje también a medida que todas ellas se van asentando en el terreno. Está el sonido de una radio en la distancia: un pescador que escucha esa música, merengue.
Está el sonido de un hombre que gimotea mientras duerme; está el sonido de una mujer irritada por los lamentos y gemidos del hombre. Está el sonido del hombre apuñalando a la mujer, el sonido de su sangre percutiendo contra el suelo, el sonido del señor Straffee, el director de la funeraria, llevándose el cuerpo de la mujer. Está el sonido de su espíritu volviendo desde la muerte, observando al hombre que gemía; a él le acometerá incesantemente la fiebre. Está el sonido de una mujer que escribe una carta; está el sonido de la plumilla rasgando el papel en blanco; está el sonido de una lámpara de queroseno extinguiéndose; está el sonido de su jaqueca.
La lluvia cae sobre los tejados de hojalata, sobre las hojas de los árboles, sobre las piedras del patio, sobre la arena, sobre la tierra. La noche es húmeda en algunos lugares, cálida en algunos lugares.
Está el señor Gishard, en pie bajo un cedro en plena floración; viste aquel bonito traje blanco que está como nuevo, como el día en que le enterraron con él puesto. El traje blanco llegó desde Inglaterra en un paquete marrón: «Para: Mr. John Gishard», etcétera, etcétera. El señor Gishard está apostado bajo el árbol, con su bonito traje y con un vaso lleno de ron en la mano –el mismo vaso lleno de ron que tenía en la mano poco antes de morir–, observando la casa donde vivía. Las personas que viven ahora en esa casa salen de espaldas por la puerta cuando ven al señor Gishard en pie bajo el árbol, vistiendo su bonito traje blanco. El señor Gishard echa a faltar su acordeón; se le nota por la forma en que repiquetea con el pie.
* * * * *
En mi sueño, oigo cómo está naciendo un bebé. Veo su rostro, una carita ovalada y vivaz... preciosa. Veo sus manos... tan bonitas también.
Tiene los ojos cerrados. El bebé respira. Respira. El bebé gimotea. Gimotea. Ahora el bebé y yo caminamos por un prado. El bebé prueba la verde hierba con sus suaves y sonrosados labios. Mi madre me zarandea sujetándome por los hombros.
–Nena, nenita –dice mi madre.
–Pero si todavía es de noche– contesto.
–Sí, pero has vuelto a mojar la cama –responde mi madre.
Y mi madre, que aún es joven, todavía es guapa y conserva aún el color rosado de sus labios, me quita el camisón mojado, retira las sábanas mojadas de la cama. Mi madre puede cambiar cualquier cosa. En mi sueño estoy sumida en la oscuridad de la noche.
–¿Qué son esas luces en las montañas?
–¿Las luces de las montañas? Ah, es una jablesse (1).
–¡Una jablesse! ¿Pero qué...? ¿Qué es una jablesse?
–Es una persona capaz de transformarse en cualquier cosa. Pero enseguida se sabe que no son reales por sus ojos. Sus ojos brillan como antorchas, con una luminosidad tal que te deslumbra. Así se sabe que se trata de una jablesse. Les gusta vagar por las montañas y cambiar continuamente de lugar. Ten cuidado cuando veas a una mujer muy guapa. Una jablesse siempre intenta adoptar la apariencia de una mujer hermosa.
* * * * *
Nadie me ha dicho nunca: «Mi padre, un hombre del estiércol, es muy apuesto y muy cariñoso. Cuando se cruza con un perro, le acaricia en lugar de darle una patada. Le gustan todas las partes del pescado, pero en especial la cabeza. Va a la iglesia con bastante regularidad y siempre le llena de alegría que el pastor cante Una poderosa fortaleza es nuestro Dios, su cántico favorito. Le gustaría llevar camisas y pantalones de tonos rosados, pero sabe que ése no es el color más adecuado para un hombre, así que viste de azul marino y marrón, colores que no le gustan en absoluto. Conoció a mi madre en uno de esos bailes de disfraces itinerantes de por aquí, hace mucho tiempo, y todavía le gusta silbar. Una vez, corría para alcanzar a coger el autobús, se cayó y se rompió un tobillo; tuvo que pasar una semana en el hospital. Eso le hizo sentir muy desgraciado, pero se animó enseguida cuando nos vio a mi madre y a mí en pie junto a su blanca cama, con nuestros ramos de rosas amarillas y sonriéndole.
Entonces dijo:
–Oh, vaya, vaya.
Lo que más le gusta a mi padre, el hombre del estiércol, es sentarse sobre una gran piedra a la sombra de una caoba y observar cómo los niños pequeños juegan un partido de críquet mientras él come morcillas de arroz y bebe gaseosa de jengibre.
Me lo ha dicho muchas veces:
–Querida, lo que más me gusta hacer es... –etcétera.
Siempre está leyendo libros de botánica, y sabe mucho de plantaciones de caucho y de los árboles del caucho; pero yo no me explico que eso le interese tanto, pues el único árbol del caucho que ha visto en su vida es el que está plantado como ejemplar especial en el jardín botánico.
Siempre está pendiente de que mis zapatos del colegio no me hagan daño y vaya cómoda con ellos. Quiero a mi padre, el hombre del estiércol.
Mi madre quiere a mi padre, el hombre del estiércol.
Todo el mundo le quiere y le saluda con la mano al verle. Es muy atractivo, ya sabes, y yo he visto a más de una mujer girarse dos veces a mirarle.
Los días especiales lleva un sombrero de fieltro marrón, que encargó que le trajeran de Inglaterra, y zapatos de piel marrones, que también encargó de Inglaterra. Los días de diario lleva la cabeza descubierta.
Cuando me llama, yo digo:
–Sí, señor.
Para el cumpleaños de mi madre, siempre le regala alguna tela bonita para que se haga un vestido nuevo. Mi padre, el hombre del estiércol, nos hace felices, y ha prometido que un día nos llevará a ver una cosa sobre la que ha leído algo que se llama circo».
* * * * *
En la noche, las flores se cierran y se apelmazan. Las flores del hibisco, las flores más vistosas y llamativas, las flores de aciano, los lirios, las caléndulas, las flores de boronia, las azucenas, los arbustos de la daga, las flores del arbusto del turtleberry, las flores del árbol de la guanabana, las flores del árbol de la manzana de azúcar, las flores del árbol del mango, las flores del árbol de la guayaba, las flores del cedro, las flores del copinol, las flores del árbol de las decargas, las flores de la papaya, en todas partes las flores se cierran y se apelmazan más tupidas. Las flores están enojadas.
Hay alguien haciendo un cesto, hay alguien haciendo un vestido para una chica o una camisa para un chico, alguien le está haciendo a su marido una sopa de tapioca para que se la lleve mañana al cañizal, hay alguien haciéndole a su esposa un bonito arcón de caoba, hay alguien espolvoreando un polvo incoloro en el exterior de una puerta cerrada para que el niño de alguna otra persona nazca muerto, alguien ruega para que un mal hijo que vive prósperamente en el extranjero se porte bien y envía un paquete lleno de ropas nuevas, hay alguien que duerme.
* * * * *
Ahora sólo soy una jovencita, pero un día me casaré con una mujer... una mujer de piel cobriza con el pelo negro y enmarañado como un zarzal y los ojos marrones, que lleve faldas tan amplias que yo pueda enterrar fácilmente mi cabeza en ellas. Me gustaría casarme con esa mujer y vivir con ella en una choza de barro, cerca del mar. En la choza habrá dos sillas y una mesa, una lámpara de queroseno, un botiquín, una olla, una cama, dos almohadas, dos sábanas, un espejo, dos tazas, dos platitos de café, dos platos para comer, dos tenedores, dos vasos para el agua, una vasija de porcelana, dos cañas de pescar, dos sombreros de paja para protegernos las cabezas del calor del sol, dos arcones para los trastos que casi no utilicemos, un cesto, un libro con las hojas en blanco, una caja con doce lápices de distintos colores, una hogaza de pan envuelta en un pedazo de papel marrón, un recipiente para el carbón, una fotografía de dos mujeres en un embarcadero, una fotografía de esas mismas mujeres abrazándose, una fotografía de las mismas mujeres diciéndose adiós con un gesto de la mano, una caja de cerillas. Esa mujer de piel cobriza y yo desayunaremos todos los días pan con leche, nos esconderemos entre los arbustos y les lanzaremos excrementos secos de vaca a la gente que no nos guste, treparemos a los cocoteros, cogeremos cocos, comeremos y beberemos la pulpa y el agua de los cocos que hayamos recogido, tiraremos piedras al mar, nos pondremos máscaras de John Bull y asustaremos a los indefensos niñitos cuando vuelvan de la escuela camino de sus casas, iremos a pescar y cogeremos sólo nuestros peces favoritos y los asaremos para la cena, robaremos higos verdes y nos los comeremos en la cena con el pescado asado. Eso es lo que haremos cada día. Todas las noches le cantaré una canción a esa mujer; todavía no sé la letra, pero ya tengo la melodía en la cabeza. Esa mujer con la que me gustaría casarme sabe muchas cosas, pero a mí sólo me dirá cosas en las que ni en sueños pensara que me pudieran hacer llorar; y todas las noches, una y otra vez, me dirá algo que empieza con las palabras «Antes de que tú nacieras ». Me casaré con una mujer así, y todas, todas las noches, seré absolutamente feliz.


(1) Jablesse: diablesa aficionada a «robar» los maridos de otras mujeres.

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1 comentarios

Anónimo  

Que gusto volver a leer algo de Kincaid, de verdad que me encanta esta escritora se a vuelto mi favorita dentro de tu blog.

Saludos.
Patricia

19 de junio de 2010, 19:00

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