Flora Tristán - "Paseos por Londres"

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Este texto forma parte del capítulo "Mujeres públicas" del libro "Paseos por Londres" que Flora Tristán publicó en 1840. Un análisis de la sociedad inglesa de la primera mitad del siglo XIX. En esta obra la autora llega a afirmar: "la esclavitud no es a mis ojos el más grande de los infortunios humanos desde que conozco el proletariado inglés".
Jamás he podido ver una mujer pública sin ser conmovida por un sentimiento de compasión por nuestras sociedades, sin sentir el desprecio por su organización y odio por sus dominadores que, extraños a todo pudor, a todo respeto por la humanidad, a todo amor por sus semejantes, reducen la criatura de Dios al último grado de abyección. ¡La rebajan por debajo de lo brutal!
Comprendo al salteador que saquea a los que pasan por los grandes caminos y entrega su cabeza a la guillotina. Comprendo al soldado que se juega constantemente su vida y no recibe nada a cambio sino unos centavos por día. Comprendo al marinero que expone la suya al furor de los mares. Los tres encuentran en su oficio, una poesía sombría y terrible.
Pero no podría comprender a la mujer pública abdicando de ella misma, aniquilando su voluntad, sus sensaciones, entregando su cuerpo a la brutalidad y al sufrimiento y su alma al desprecio. La mujer pública es para mí un misterio impenetrable... Veo en la prostitución una locura horrenda, o bien es en tal forma sublime que mi ser humano no puede tener conciencia de ello.Arrostrar la muerte no es nada; pero ¡qué muerte afronta la mujer pública! Está comprometida con el dolor y consagrada a la abyección. Sufre torturas físicas incesantemente repetidas, muerte moral en todos los instantes, y desprecio de sí misma.
Lo repito, hay en ella algo de sublime o de locura.
La prostitución es la más horrorosa de las plagas que produce la desigual repartición de los bienes de este mundo. Esta infamia marchita a la especie humana y atenta contra la organización social más que el crimen.
Los prejuicios, la miseria y la esclavitud combinan sus funestos efectos para producir esta sublevante degradación. Sí, si no se hubiese impuesto a la mujer la castidad por virtud sin que el hombre a ello fuese obligado, ella no sería rechazada de la sociedad por haber accedido a los sentimientos de su corazón, y la mujer seducida, engañada y abandonada no estaría reducida a prostituirse. Sí, si vos la admitieseis a recibir la misma educación, a ejercer los mismos empleos y profesiones que el hombre, ella no sería más frecuentemente que él propensa a la miseria. Si vos no la expusieseis a todos los abusos de la fuerza, por el despotismo del poder paterno y la indisolubilidad del matrimonio, ella no estaría jamás colocada en la alternativa de sufrir la opresión y la infamia.
La virtud o el vicio supone la libertad de hacer bien o mal; pero cuál puede ser la moral de la mujer que no se pertenece a sí misma, que no tiene nada propio, y que toda su vida ha sido preparada a sustraerse a lo arbitrario por la astucia y a la coacción por la seducción. Y cuando es torturada por la miseria, cuando ve el goce de todos los bienes alrededor de los hombres, ¿el arte de gustar, en el cual ha sido educada no la conduce inevitablemente a la prostitución?
¡Por ello, que esta monstruosidad sea imputada a vuestro estado social y que la mujer sea absuelta! Mientras que ella esté sometida al yugo del hombre o del prejuicio, a que no reciba la más mínima educación profesional, que esté privada de sus derechos civiles, no podrá existir ley moral para ella. En tanto que no pueda obtener el goce de los bienes sino por la influencia que ella ejerce sobre las pasiones, que no haya título para ella y que sea despojada por su marido de las propiedades que ella ha adquirido por su trabajo o que su padre le ha dado, que no sepa asegurarse el uso de los bienes y de la libertad sino viviendo en el celibato, no podrá existir ley moral para ella, y puede afirmarse que hasta que la emancipación de la mujer tenga lugar, la prostitución irá creciendo todos los días.
Las riquezas están repartidas más desigualmente en Inglaterra que en ningún otra parte, la prostitución debe ser por lo tanto más considerable. El derecho de testar no está restringido por la ley inglesa, y los prejuicios aristocráticos que reinan en el pueblo, desde el feudo del lord hasta la cabaña humilde del «labrador», hacen instituir «un heredero» en todas las familias; en consecuencia las hijas no tienen sino débiles dotes, a menos que no tengan hermanos.
No obstante, existen solo unos pocos empleos para las mujeres que han recibido alguna educación; además los prejuicios fanáticos de las sectas religiosas hacen rechazar de todo hogar, y a menudo incluso del techo paterno, a las muchachas que han sido seducidas o engañadas, y la mayor parte de los ricos propietarios del campo, los fabricantes y los jefes de fábricas hacen el juego de seducirlas y engañarlas.Ah , que estos capitalistas, que estos propietarios del suelo, a quienes los proletarios hacen tan ricos por el intercambio de catorce horas de trabajo por un pedazo de pan..., están lejos de compensar, por el uso que hacen de su fortuna, los males y desórdenes de todo género que resultan de la acumulación de las riquezas en sus manos. Aquellas riquezas casi siempre alimentan el orgullo y ocasionan excesos de intemperancia y de libertinaje, de suerte que el pueblo pervertido por su horrible miseria es todavía corrompido por los vicios de los ricos.
Las muchachas nacidas en la clase pobre son empujadas a la prostitución por el hambre. Las mujeres son excluidas de los trabajos del campo y cuando no son ocupadas en las manufacturas, no tienen otro recurso de vida sino la servidumbre y la prostitución.
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This entry was posted on 02 abril 2009 at 21:27 and is filed under , , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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