Jorge Ulica - "Todavía con el censo"

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Poeta, dramaturgo, ensayista y periodista chicano (mexicano afincado en EE.UU.) cuyo nombre real era Julio G. Arce (el pseudónimo es un anagrama de su nombre real). Aunque su obra es grande y variada su fama se debe sobre todo a los cuadros de costumbres que publicó (se han catalogado más de cuatrocientos) en periódicos chicanos del suroeste de los Estados Unidos además de periódicos mexicanos. La lengua en que escribió fue una lengua de frontera, el español como lengua base que se adornaba con una lengua secundaria, el inglés, aunque algunos textos, sobre todo en los diálogos, están en "pocho", una especie de spanglish primitivo (el spanglish actual se diferencia de ese lenguaje en que ahora la lengua principal es el inglés y la secundaria usada para el adorno es el español).
Este cuento fue publicado en el periódico en español "El Mosquito" de la ciudad de Tucson (Arizona) el 7 febrero 1919.

Estoy en entredicho. Es decir, la policía me tiene en salsa por “usurpación de funciones, suplantación de nombres y sanabagán”, cargo, éste último, que equivale al de hijo de la China Hilaria del “spanish” vocabulario.
¡Y todo por servir a los amigos! Uno de ellos se hallaba en un estado angustioso de brujez internacional. Había ido con todos los cónsules de habla española, machete en mano , y aunque se le acabaron pesos, soles , bolívares, perras chicas, etc.
En tan triste situación se metió a empleado del Censo, con sueldo de a cuatro centavos por cada nombre que inscribiera en sus listas, y fue entonces cuando , ignorante de esos chismes estadísticos, vino a pedirme auxilio, que yo le di completo, sobre todo cuan do me dijo que íbamos “fifty -fifty ”, oséase, “mita y mita”.
***
Nos tocó empadronar el barrio más peligroso: el latino. Primero arribamos a una casa de bonita apariencia, rodeada de macetas con flores, de enredaderas y de plantas trepadoras, y al llamar a la puerta, salió a abrirnos una gallega gorda y con bigotes, que al vernos nos dirigió un a mirada tigruna y nos dijo:
“¡No fabrico vino!... Fuera d e aquí!”
“Señora, somos los del censo”.
“No compro ‘Encenso’. No compro nada”.
“Venimos a empadronarla...”.
“¿A qué? ¿Aapadrinarme? Sepan qu e a mí nadie me apadrina sin permiso de mi marido. Y se me van largando”.
Nos dio con la puerta en las narices.
***
En la casa inmediata, salió una chiquilla a ver qué se nos ofrecía y al mirar que íbamos con libros y con papeles, gritó con voz destemplada:
“¡Mamá, son los del seguro! “
Como impelida por un huracán se dejó venir una matrona mostrándonos los puños:
“¿Cuantas veces voy a pagarles, pues? Ya estuvo ayer aquí el otro ‘arrastrao’ de la melena y se llevó mis centavos...”.
“Es que, señora, no venimos a cobrarle. Somos los del Censo, que queremos anotar su nombre y el de su familia”.
“Y ¿para qué?”
“Para saber cuántos somos en San Francisco”.
“¿Cuántos somos? ¿Y a mí qué me ‘viene’ de todo eso?”
“Usted debe ayudar, sería muy mal hecho que Usted no prestase su concurso a esa obra...
“Bueno, ultimadamente me regaña ¿o qué?”
“Nada, le aconsejo.”.
“Pues vaya a aconsejar a su mamá, ¿no ?”
Otro puertazo y ni un nombre en las listas.
***
Seguimos nuestro camino. Mi compañero, mudo y taciturno. Yo, locuaz y decidido. Dibujé en mi faz la más amable de mis sonrisas y llamé a otra puerta.
Vino un italiano fornido y feroz y nos dijo:
“¿Qué quieren ?”
“Venimos a empadronar a Ud”.
“¿A empadronarme? ¿Y quién les manda?”
“El Gobierno”.
“Pues, empadrónenme... ¿Para dónde me volteo?”
“Así está usted bien, de frente”.
“All right”.
“¿Cómo se llama Ud.?”
“Giovanni Micci”,
“¿Qué edad ?”
“Cuarenta y un años”.
“¿En qué trabaja?”
“En la pesca”.
“¿Es casado ?”
“Eso es mucho preguntar. A mí, pregúntenme lo que quiera; pero con mi familia, poco y bueno”.
“Es que...”.
“No quiero”.
“Lo obligaremos”.
Los sucesos se des arrollaron rápidamente. Hubo dos bofetones, uno de los cuales le tocó a mi compañero. El otro, debe haberme tocado a mí, porque el occipucio me dolía horriblemente.
***
A otro hogar.
Allí las cosas iban a pedir de boca. Una jamona de no muy malos bigotes, mexicana, oriunda del Bajío, nos recibió amablemente, y convencida por nuestras palabras de la gran importancia del censo contestó cuanto le preguntamos hasta que surgió un conflicto inesperado. Ella dijo que tenía diecinueve años, y al empadronar a su hija nos salió con que había nacido “cuando el fuego”.
“Señora, eso no es posible”, la dije. “La niña la habría nacido cuando Ud. tenía cinco años”.
“Pues entonces nació”.
“La tuvo Ud. a los 5 años”.
“La tuve cuando me dio mi real gana, desgraciado, averigua vidas ajenas, soplón, perro, víbora, chucho...”.
“Señora, no es para tanto”.
“¡No! ¿Quiere ahora sacarme más vieja de lo que soy ?”
“No, señora, ni más ni menos. Tal vez la chiquitina no será hija suya...”.
“Entonces, ¿quién la echó al mundo ? ¿Usted?”
“No, señora, ¡yo no!”
La jamona se metió echando peste, y yo me quedé anonadado ante las cosas que me decía y que no había oído desde que vivía en los patrios lares.
Habían pasado dos horas y sólo dos nombres, con los datos incompletos, estaban inscritos en la lista; era mucho trabajar por sólo ocho centavos.
Intenté el último recurso, y fuimos a un a casa en la que una linda polla, amable y decidida, nos recibió afectuosamente. Nos dio nombres y datos con toda amabilidad , y según los apuntes que hicimos, ella era la hija mayor de un matrimonio en el cual había dieciséis vástagos, todos los anotamos, y , para con cluir, le pregunté:
“¿Ya no hay más gente aquí?”
“No, señor; ahorita no, pero en dos o tres días...”.
“¿Viene de fuera?”
“No, de fuera no. De”. (La muchacha se puso colorada.)
“Explíquese usted ”.
“Mamá espera dos bebitos”.
“¿Dos nada más?”
“Cuando está muy gordita, como ahora, siempre son dos...”.
“Pues a apuntarlos...”.
Y los apunté...
***
Con todo eso, la lista era muy pobre, pero acordándome de los “recursos” del sufragio efectivo, compré el calendario del más antiguo Galván, fui recorriendo los nombres de los santos desde Aarón hasta Zofronías , y a cada uno le puse un montón de Rodríguez, Pérez, Caceceguas, Johnsons, López, Harryes, Palatas, Pardos, etcétera.
Total 2348 nombres.
Pero es el caso que hoy el Inspector, con notoria injusticia, desconoce mi labor, diciendo que a mí nadie me dio vela en el entierro censorino , y que no existen en la faz de la tierra los Pérez y Cía que yo anoté...
Por eso me he escondido mientras se arregla el censo por la vía diplomática, sin lugar a trancazos internacionales...

This entry was posted on 08 septiembre 2014 at 21:13 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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