Wole Soyinka (II)

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Los poemas pertenecen a "Lanzadera en una cripta" de 1972.
La versión es la de Luis Ingelmo.





FLORES PARA MI TIERRA
Desde una orilla
distante gritan: ¿Por qué
han desaparecido todas las flores?
No sabría decirlo
aquí los jardines son surcos yertos y pelados.

La muerte también
sembramos. Cada nuevo horror
abre apetitos inhumanos
no podría
pensar que estos huesos florecerán mañana

El pecho de los hombres
soporta el peso de las guirnaldas
de los carroñeros
así
son las flores que colman el jardín de la podre

Buscar:
voces de lluvia al sol
cometas azules sobre torres de nubes
marfileñas
el olor de manos que acarician las flores silvestres

Vi:
cuatro cometas de acero, jinetes
sobre torres envueltas en niebla
¿Crees
que extienden los brazos para esparcir flores silvestres?

Buscar: la Verdad
las semillas se abren y atisban
inmundicia, corrupción. Sobre
un lecho de gusanos
las torres de marfil conservan el osario


de flores ocultas que
destilan albas placenteras
mas la cizaña
retiene la posesión de nuestro césped cercenado

Visiones que hastían
realidades que invaden
nuestros más íntimos asilos
a chorros mana el petróleo
sobre el altar, proyecta una sombra funesta

Unas manos encapuchadas
llaman a nuestras puertas
decimos: Que entren
y les ofrecemos
nuestro hogar con la esperanza de hacer causa común

¡Imposible!
Manos de escoria y dedos
como pinchos aprietan para hacerse
con todo.
Enredadoras y trepadoras prosperan bajo su mandato

Consignas
más ruidosas que barriles vacíos
y más yermas, repiqueteo
en escudillas mendicantes
monos de librea que bailan al son de organillos

Rompa quien pueda
el anillo aún usurpador
tienen las manos manchadas, su aliento
todo lo marchita
alimentan sus ideas con la recompensa de la muerte

Hallé
sobre la hoja del gira-
sol una senda de rocío, un granizo
en llamas; abrí
en mi callejuela un escotillón por el que caer

Estos capullos
que revientan sobre nuestros rezos
esparcen una esencia de igualdad
voluntad por maldad
como otros hacen con su floración atómica

Alienados
del corazón dela tierra, marginados
de brotes de setas venenosas, el coral
es una macabra
flor histórica, una moraleja presente y futura

La justicia se tome
por su mano quien pueda
o se atreva. La ciega espada
del Poder
es más herodes que Herodes y los proscritos

Rayos del sol
sobre todas las tierras en sombras
huérfanos del mundo
¡arded! Extraed
vuestro doloroso pábulo del centro ahíto de la tierra.



GULLIVER
Érase una vez un naufragio (del Estado) donde
el sol por fin había encogido el mundo a la talla
que de veras merecía —la hormiga por unidad—,
donde me hallaba tendido, azotado por la marea, millas
descollaban mi corazón y mi cabeza, un gigantón
extranjero rodeado por un cónclave meñique. Los pies
me escalaban cual montañas. Temeroso me encontraba
de que, al erguirme, fuese a desencajar la jácena
de sus cielos. Y fue todo bien, pues me mostré
obediente con sus leyes: las mentes foráneas
han de aprender posturas yacentes. Un breve
impulso hacia un saber sin tutor provocó una lluvia
de agujas afiladas cual colmillos, con el cuerpo
dolido capté su mensaje, apreté las manos
contra el suelo. Saciaron mi sed carnal
con agua del Leteo, y me sumergí en la hondura
de un éxtasis sin norte. Se acercaban unas ruedas,
me arrastraron por las famélicas cuchillas
—cual muertos los vivos entran en la necrópolis—
atado a una hilera de carretas, intoxicado.

Me alojaron en una especie de salón
un templo profanado: resultó ser la señal
de mucho de lo que aconteció. Me instruí
en sus costumbres, con cautela recorrí
su quebradiza arquitectura. Oteé
los picos de sus aéreas torres, me asomé
a cámaras secretas y me turbaron sus Consejos.
Vanidoso pavo real, cruel maniquí, adulador.
El mundo medían según proporciones
de enano: ¡por decreto estatal al sol hicieron
descender para adecuarlo al sextante de su mente
y los planetas ajustaron para que girasen
según trayectorias calculables, órbitas
cuyo centro fuera el palacio del Sol de soles,
Hombre-Montaña, Rey de Liliput, Dueño
y Terror de un universo en miniatura!

En semejante entorno, en honor a la verdad
¿ha de extrañarle a alguien que con tino errase?
¿Cómo podía un forastero discernir un sol terrenal
identificar como meteoritos lenguas cual astillas
exiguos prados, huertos de juguete, arboledas feéricas?
A la vista de todos desdeñé un fuego terrenal
y sofoqué las escuálidas llamas con fuentes
de orina.

No busqué ni favor ni recompensa, satisfecho
con el deber cívico cumplido, mi carisma
el pensar ágil. ¡Ay! Aquello fue como lluvia
caída sobre las pasiones largo atrofiadas,
los hábitos, los tabúes, el sentir agostado.
Amainaba ya la tormenta en el orinal
desatada. Pasó el tiempo. Besé
la mano de la Reina. Me confirió la nación
indulgencias reales. De nuevo comprometí
mis fuerzas al servicio del Estado, tenté
a cortesanos, nobles y lacayos para que honraran
con su presencia mi templo-hogar. Con pasos
rítmicos marcharon en el estrado de mi pañuelo
el rey destacó en el patinaje sobre una pista
de moco. Raudos se nos iban los días, sí
con un sinfín de amor, alborozo y favores mutuos.

Concluido el tiempo de paz se formó
una gran tempestad en una huevera.
Exhumados unos códices entre archivos olvidados
estiraron las curvas cerebrales hasta los estrictos
polos opuestos y pregonaron un bando marcial:
De Nos, el soberano Liligato, blanco cual azucena
a vosotros, turbios isleños de la negra Blefuscu
De Nos, la yema del III Ovo-Reich
a vosotros, albinos del albumen... ¡Declaramos...!

No me quedaba otra opción que servir
calculé su medida contra el fondo
de los lechos marinos, un galeote reclamando
pan y sal. Arrastré la flota enemiga
a puerto, y defendí un plan razonable
para una victoria mesurada. No bastó.
Ofrecí revertir mis fuerzas y emplearlas
para un arbitraje: juraron la extinción de la otra raza.
Ante susodicha rebelión del galeote
ellos mucho miraban, poco hablaban. Regresé
a casa vadeando la marea alta de su odio.

En sesiones secretas afluyeron los cargos
gran eco tuvo el asunto del palacio, y concluyeron:
Imprimís, excepto si asistida por Poderes Secretos
no hay vejiga humana que expela tamaño chorro
de pis para sofocar unas llamas sidéreas. Por tanto,
Imprimís, es un blasfemo que osó confundir
una conflagración cósmica con un siniestro baladí,
y, asimismo, oh paradoja, un pirómano que eclipsó
las llamas de Liliput guiado por una reflexión impía.

Del destino capital me salvó el pensamiento
de cómo se desharían de los restos: librar al Estado
de una carroña mayor que la Corte y el Estado juntos.
Los Higienistas Reales preconizaron infecciones
y plagas horribles, proclamaron este aviso: ¡Deteneos!
¡Un culto de bocas de riego podría originarse
con tan monumental cadáver, surgiría
para sofocar ortodoxias del Estado y el poder
con bocanadas de aire fétido y corrosivo! Buscaron
y hallaron un compromiso, un auto con esta sentencia:

Acaeció el yerro por mala vista, no por mala voluntad
y ya que el caballo gris trabaja mejor con anteojeras
le conmutamos la pérdida de los ojos por una cura
de agujas candentes, ese eficaz remedio para todas
las anomalías del ver —la previsión, la perspicacia
la clarividencia y todos los solecismos de la vista—

llamadas visión.

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