Rainer Maria Rilke - "Kismet (Apunte de la vida de los gitanos)"

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Poeta y narrador checo. Está considerado como el más grande poeta en lengua alemana, aunque también escribió poesía, principalmente lírica, en francés (en el blog, hasta el momento, sólo se han puesto cuentos). Su poesía comenzó siendo lírica al estilo de los simbolistas franceses para luego hacerse más concreta. El hermetismo y la soledad lo llevaron a una visión existencialista.
Este cuento se encuentra recogido Am leben hin. Novellen und skizzen (editado en castellano como "A lo largo de la vida").
La versión es la de Anton Dieterich.

El fornido Král estaba sentado ancho y pesado al borde del camino lleno de surcos. Tjana se acuclillaba a su lado. Tenía su cara de niña apoyada en sus manos morenas y permanecía así con los ojos muy abiertos escuchando y observando. Los dos contemplaban el atardecer otoñal. Delante de ellos, en la pradera pálida y enferma, estaba el carromato verde y sobre su puerta ondeaban levemente pañales de colores. De la estrecha chimenea de hierro salía serpenteando humo azulado que se desvanecía temblando en el aire denso. Detrás, en las laderas que parecían afluir en largas olas planas, caminaba pesadamente el cansino caballo de tiro arrancando presuroso la escasa hierba tardía. A veces se paraba, alzaba la cabeza y se quedaba mirando con sus ojos bonancibles y pacientes el mismo atardecer en el que se encendían y saludaban las pequeñas ventanas del pueblo.
-Oye tú -dijo Král con salvaje determinación-, él ha venido por ti!
Tjana calló.
-¿Qué busca si no Prokopp aquí? -añadió Král malhumorado.
Tjana se encogió de hombros, arrancó con un movimiento rápido una hierba larga, plateada y la sostuvo juguetona entre sus dientes blancos. Luego se quedó quieta como si contase las luces del pueblo.
Entonces empezó a sonar al otro lado el ángelus.
La campanita estridente se iba agotando exhausta. De pronto dejó de sonar. En el aire quedó como un lamento. La joven gitana echó hacia atrás sus delgados brazos y se recostó en la ladera. Cerró los ojos. Oyó el tímido canto de los grillos y la voz apagada de su hermana que cantaba una nana en el carromato verde.
Ambos escucharon un rato. Entonces empezó a llorar el niño en el carromato, mansamente, con tonos largos y desconsolados. Tjana se volvió hacia el gitano y dijo con sorna:
-¿No vas a ayudar a tu madre, Král? El niño está llorando.
Král agarró su mano.
-Prokopp está aquí por ti -respondió enfurecido.
La muchacha asintió testaruda con la cabeza:
-Ya lo sé.
Entonces el fornido Král agarró también su otra mano y la apretó contra la ladera. Tjana estaba como crucificada. Se mordió los labios hasta hacerse sangre para no gritar. El gitano se había inclinado amenazante sobre ella. Tjana no veía ya el atardecer. Sólo le veía a él con sus hombros anchos y pesados. Era tan grande que tapaba el carromato y el pueblo y el cielo pálido. Ella cerró los ojos un segundo y pensó: «Král significa rey. Y él lo es».
Sin embargo, un instante después sintió el dolor ardiente en sus muñecas como una humillación. Se levantó bruscamente, se soltó con un movimiento violento y se quedó delante de Král mirándole con ojos salvajes y encendidos.
-¿Qué quieres? -gimió él.
Tjana sonrió levemente:
-Bailar.
Y ella alzó los brazos delgados, delicados e infantiles y los dejó ondear suavemente subiéndolos y bajándolos despacio como si las manos morenas fueran a convertirse en alas. Echó la cabeza hacia atrás, dejando que su pelo negro cayese pesadamente y regaló su sonrisa extraña a la primera estrella. Sus pies ágiles descalzos buscaron a tientas un ritmo y en su cuerpo joven había un balanceo suave, un placer consciente y una entrega sin voluntad como en las delicadas flores de largo tallo que besa el atardecer.
Král estaba delante de ella con piernas temblorosas. Veía el bronce pálido de sus hombros desnudos. Oscuramente sintió que Tjana estaba bailando el amor.
Cada hálito que venía de las praderas se ceñía a su movimiento como una tenue y lisonjera caricia, y todas las flores soñaban en su primer sueño con mecerse y saludar así. Tjana flotaba cada vez más cerca de Král y se inclinaba de una manera tan extraña y rara que los brazos del gitano se quedaron paralizados de tanto mirar. Estaba de pie como un esclavo escuchando los violentos latidos de su corazón. Tjana se acercó a él como arrastrada por el viento y el fuego de su proximidad se abatió sobre él como una ola. Luego se deslizó hacia atrás, sonrió orgullosa y triunfante, y supo: «Después de todo, no es un rey».
El gitano despertó lentamente y la siguió como una visión, a tientas y en secreto. De pronto se detuvo. Algo se había incorporado al balanceo etéreo de Tjana. Una canción leve, fluctuante que parecía dormitar desde hacía mucho tiempo en el movimiento y que ahora brotaba de los compases, cada vez más rica y plena. La bailarina vaciló. Todos sus movimientos se volvieron más lentos, suaves y atentos. Miró a Král y ambos sintieron la canción como algo pesado, paralizante. Instintivamente dirigieron los ojos hacia la misma dirección y descubrieron que por el camino venía Prokopp. Su cuerpo adolescente se recortaba sobre la penumbra plateada. Caminaba ensimismado con pasos soñadores y tocaba la suave canción con una sencilla flauta campesina. Vieron cómo se acercaba más y más. Entonces Král se adelantó de un salto y le arrebató de los labios la flauta de madera. Prokopp agarró rápidamente con sus manos viriles los brazos del agresor, le sujetó y aguantó con ojos interrogantes la mirada ardiente y furiosa de Král. Así permanecieron los hombres uno frente al otro. Todo estaba en silencio alrededor y el carromato verde miraba el paisaje a través de las ventanillas débilmente iluminadas con dos ojos tristes y expectantes.
Sin decir una palabra los gitanos se soltaron de repente. Ambos miraron a Tjana. Král con obstinación apasionada, el joven a su lado con una afirmación leve e interrogante en los ojos oscuros. Bajo las miradas de los dos hombres Tjana se derrumbó. Sintió que tenía que correr hacia Prokopp, besarle y preguntarle: «¿De dónde te viene esa canción?». Pero no encontró las fuerzas. Se sentó al borde del camino, indefensa como un niño que tiene frío y guardó silencio. Su boca estaba callada. Sus ojos estaban callados.
Los hombres esperaron un instante; después Král dirigió al otro una mirada hostil y desafiante y echó a andar. Prokopp permaneció un instante sin moverse. Tjana vio la despedida de sus ojos tristes. Temblaba. Y entonces la figura delgada y ágil se fue volviendo cada vez más vaga e imprecisa y se perdió por el camino que había tomado Král. Tjana oyó cómo se perdía en las praderas el eco de los pasos. Contuvo la respiración y escuchó mirando la noche.
Por encima de los campos llanos llegó un lamento cálido y pacífico como la respiración de un niño dormido. Todo estaba claro y silencioso; y del inmenso silencio se desprendían los tenues sonidos de la noche joven: el fragor de las hojas en los viejos tilos, un arroyo en alguna parte y la caída pesada y madura de una manzana en la alta hierba del otoño.

This entry was posted on 16 noviembre 2013 at 20:54 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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