Una vez más, uno de los integrantes de la "Otra generación del 27" en el blog. Jardiel y sus compañeros de generación (López Rubio, Tono, Mihura, Neville), aunque no los pioneros (estos fueron Julio Camba, Wenceslao Fernández Flórez y Ramón Gómez de la Serna), fueron los que llevaron el gran peso de la modernización del humor español.
El cuento aparece recogido en la antología "El libro del convaleciente. [Inyecciones de alegría para hospitales y sanatorios)" publicado en 1938.


Los viajes de Portifax
La primera vez que el explorador sueco Portifax fue a la Australia Central (vía Coruña) tenía veintinueve años.
La segunda vez tenía veintidós años (porque acababa de cumplir cuarenta y se quitaba veintiocho).
A la tercera vez que fue a la Australia Central, Portifax tenía un reuma terrible, fijado aquí, en esta parte del hombro.

A qué viene esto
En realidad, Poitifax era inglés, pero se hacía el sueco.
He aquí su única originalidad.
Porque ha llegado la hora de decirlo: la historia del explorador Portifax es completamente vulgar. Si nosotros nos decidimos a contarla es porque nos apoyamos en la vieja máxima de que lo vulgar es lo verosímil y también por aquello que dijo Virgilio de que cualum dicere debent cuyus ganem imperator farem.
Y después de estos antecedentes, a ver si hay manera de que empecemos a contar la historia de Portifax.

Pregunta a los lectores
¿Vosotros no habéis ido nunca a la Australia Central? ¿No? Entonces, ¿cómo narices queréis daros cuenta de lo que puede ocurrir allí?
Es absolutamente preciso que los que aspiren a ser lectores empiecen a conocer sitios, pues si no, corremos el riesgo los escritores de no poder poner la acción de nuestras historias más allá de Valdepeñas.
Y ahora, por una sola vez, describiré el escenario. Quiero decir que os voy a decir cómo es la Australia Central.

Descripción breve de la Australia Central
La Australia Central es un territorio parecido a la terraza del "Capitol", pero sin bombillas.
De trecho en trecho hay palmeras; de vez en cuando hay pitas (lo mismo que en la terraza del "Capitol" y aquí) y en ocasiones se tropieza uno con algún avestruz (lo mismo, lo mismo...) y con algún hipopótamo (igual, igual...) Y, por fin, no es raro tampoco encontrarse con mujeres que llevan anillos colgando de las orejas y los rostros pintados de azul, rosa y rojo. (¿Se convencen ustedes de que la Australia Central es igual que la terraza del "Capitol"?)
El sol se pone allí como en otros lados; se pone como ya vosotros sabéis que suele ponerse: se pone tontísimo. Y a ello contribuye lo orgulloso que está de su luz esplendorosa y el ver que los salvajes le adoran de rodillas, como a la "Argentinita".
La atmósfera es cálida; las plantas, verdes; el cielo, azul; las nubes son unas tenues vedijas, y los cocodrilos son unos bocazas.
Y ya que hemos descripto la Australia Central gracias a la pericia que nos caracteriza, reunámonos de nuevo con el explorador Portifax, para lo cual tendremos que correr un rato, pues nos lleva una buena delantera.

Lo que inventó Portifax
En sus dos primeros viajes le había ido bien a Portifax, pero no había encontrado ni salvajes, ni avestruces, ni hipopótamos, ni cocodrilos, ni mujeres con anillos colgantes, ni siquiera nubes que pareciesen tenues vedijas. Así como suena.
Portifax se estuvo dieciocho meses andando por la selva (denominada jungla por los idiotas) y no se topó con nada de eso ni por casualidad. Vio mariposas, ranas, mosquitos de cuarenta y seis especies; descubrió una vegetación espléndida como una deportista yanqui; observó el cielo azul, algunos riachuelos y un aeroplano que volaba a mil metros camino de Borneo.
Y eso fue todo.
Cuando volvió a Christianía, los periódicos le pidieron interviús, varios editores le rogaron que escribiese un libro, y todo el país en masa aguardó con ansia la historia de sus peripecias en Australia.
Y Portifax, en la soledad de su despacho, se mordió las uñas y lloró lágrimas cual balones de fútbol. ¿Era lícito contar la verdad? ¿Era lícito decir que en dieciocho meses él no había encontrado nada de lo que contaban haber encontrado los demás exploradores del Mundo? Sí. Sin duda era lícito. Pero hacerlo significaba tanto como exponerse a que nadie creyese que había estado en la Australia.
Entonces Portifax hizo lo que hacen los hombres cuando una dama falta a una cita y los amigos le preguntan qué tal le fue con la dama: inventó lo que no había pasado.
Escribió un libro prodigioso, titulado Diez días entre los "hipotecas", en donde narraba con verdadera maestría cómo esta tribu de insaciables caníbales le habían cogido prisionero, aprovechándose de un momento en que estaba distraído atándose un zapato; cómo había sido llevado a la presencia del jefe, un viejo autor de cuplés al que la tribu había elevado al trono al convencerse de que era el más cafre de todos; cómo el jefe le obligó a bailar un blue en su presencia y cómo cuando acabó de bailar ordenó a sus cocineros que lo mataran, lo guisaran y se lo sirvieran, porque él cumplía el viejo consejo específico de agítese antes de usarlo.
Luego la historia que Portifax se sacó de las meninges tomaba un tinte romántico. La hija del jefe de la tribu se enamoraba de él con una fuerza de 40 C.V. y diciéndole:
—Me tienes negra.
Lo cual era completamente exacto.
Y añadiendo después este piropo esquelético:
—Estoy por tus huesos
En lo que demostraba un gusto opuesto al de su padre, que había probado estar por la carne.
El libro de Portifax concluía con la fuga del explorador y la hija del rey, capítulo maravilloso de donde son estas últimas frases:
La hija del rey — ¡Ya he hecho un blanco!
Portifax — ¡Ya tengo la negra!
En fin, algo verdaderamente pocho.

La gloria y la tristeza
Diez días entre los "hipotecas" tuvo tal éxito de venta que lo pidieron de Sudamérica para hacer ediciones clandestinas, y los amigos de Portifax comenzaron a correr las voces de que no lo había escrito él.
Era la gloria.
Pero Portifax tenía una espina clavada en esa pieza encarnada e inclinada hacia el lado izquierdo que se denomina corazón, a saber: la conciencia de que cuanto había contado era mentira. Y la desesperación de que en dos viajes a la Australia Central no había logrado ver ni una sola cosa de aquellas que tanto emocionaban a sus lectores.
Y entonces, romántico y todo, planeó el tercer viaje.

Tercer viaja a Australia
—Hay que ayudar un poco al Destino —se dijo Portifax—. Hay que hacer todo lo posible para encontrar salvajes antropófagos y cocodrilos y negras enamoradizas con las que poder escapar corriendo como contadores de gas.
Y Portifax se compró un salakott, el clásico thermo y una red de cazar insectos.
Hecho lo cual se embarcó.
(Yo seguiría contándoos al menudeo las andanzas de Portifax; pero os lo juro: eso me destroza. Prefiero resumirlas en dos frases para acabar cuanto antes esta historia espantosa, que tiene un final más espantoso todavía...)
¡Catorces meses, señores! ¡Catorces meses se estuvo Portifax en este tercer viaje sacudiéndose la polaina por Australia Central, sin encontrar un solo salvaje, el menor asomo de tribu, la más insignificante partícula de cocodrilo!
Diréis que ello es inverosímil.
¡Inverosímil!
¿Encontráis inverosímil que en todo un continente un hombre pase catorce meses sin encontrar salvajes, ni cocodrilos, y, en cambio, os parece natural estaros vosotros media hora en la esquina sin encontrar un tranvía ni para un remedio?... ¿Qué lógica es la vuestra?
Una tarde Portifax oyó rumor de pasos tras un grupo de palmeras, en los 14'30° de latitud y los 89° de longitud. Portifax se echó el rifle a la cara, apuntó y disparó. Un quejido; el ruido de un cuerpo muerto que se desploma...
Era un gato, un gato negro, de esos gatos corrientes, de esos gatos que se ven en las porterías de Madrid y que se llaman invariablemente "Emiliano".

Final
Ya comprenderéis que no podía acabar bien una vida en la que existían tales tragedias. El final de Portifax fue horrible. Se desnudó, se fabricó un escudo, se pintó de negro, se puso unas plumas y se lanzó a la selva dando aullidos inarticulados.
Y así lleva veinte años haciendo el zulú.
Se ha comido varios exploradores blancos, y en algunos modernos libros etnográficos se habla extensamente de él. Pero todavía no ha encontrado salvajes en Australia.
Por mi parte, yo creo que acabará haciendo alguna tontería.

This entry was posted on 14 septiembre 2013 at 15:41 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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