Pedro Juan Gutiérrez - "Maricón y suicida"

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Este cuento pertenece al volumen “Anclado en tierra de nadie” integrante de la “Trilogía sucia de La Habana” de 1998.



El teléfono sonó, me dijeron que Aurelio intentó suicidarse y estaba inconsciente en la sala de terapia intensiva del hospital de emergencia. Es cerca de mi casa. Fui a pie. Por el camino estuve dándome cuerda: «Después de todo es mejor que esté inconsciente -pensé- porque si puede hablar le voy a decir de maricón en adelante todo lo que se me ocurra. ¿Por qué coño se mata sin buscarlo a uno? ¿Sin descargar adrenalina? ¡Me cago en su madre! Lo que sea se resuelve con una botella de ron y descargando con alguien: con una mujer, con Dios, con un amigo.»
En el vestíbulo del hospital encontré a su sobrino. Me pareció ansioso porque Aurelio acabara de morir. No sabía nada. Y no le interesaba saber. Busqué a los médicos. No querían atenderme. Ya me estaba encabronando cuando una enfermera -mulata, joven, sandunguera, pero de mal humor- me leyó unas líneas de la historia clínica y me preguntó:
-¿Él es algo de usted?
-Amigo.
-Ahhh.
Noté cierta burla en el «ahhh», además de que ya estaba medio cabreado con el maltrato, y salté:
-Oye, yo no soy maricón, ni cojones. ¿Qué «ahhh» de qué?
-¡Hey, suave, que no estoy pa’ ti!
-Dale, dime lo que sea, anda.
-Fue un intento de suicidio con un «batido» de drogas, sedantes y pildoras calmantes. Y además se inyectó aire en las venas. Se le practicó un lavado de estómago e intestinos y ahora está reportado grave con infección generalizada. ¿Y tú sabes por qué te dije «ahhh»? Porque así se matan los maricones. Que quieren matarse, pero no tienen... Los hombres se pegan un tiro, se ahorcan o se lanzan de un edificio... Así que reza por tu a-mi-gui-to.
Me dio la espalda y se fue, burlona, meneando el culo exageradamente en mis narices. Pero yo no podía quedarme callado ante aquella provocación:
-¡Qué culo más rico pa’ llenártelo de leche, mama!
Se viró, más burlona aún:
-Sí. Se ve que te gustan los culos nada más..., pa-pi-to.
-Pero si te cojo a ti, te pongo a gozar por alante y por atrás.
Parece que esto último no lo escuchó porque no me respondió y siguió con su movimiento provocativo por todo el pasillo, de regreso a la sala de terapia intensiva. Cuando llegó al final, se detuvo y me gritó:
-Ah, compañerito, la información a familiares es a las seis de la tarde, así que no venga más fuera de hora.
Fui todos los días a las seis de la tarde. Recuperó el estado consciente. Un par de días después lo trasladaron a una sala normal. Seguía con la infección generalizada, muy intensa, pero se le podía visitar. A lo largo del día se turnaban entre su media hermana, el sobrino abúlico y el marido de la medio hermana. No lo podían dejar solo. Apenas dos enfermeras atendían una sala de veinticinco pacientes. Al segundo día me ofrecí para acompañarlo también, pero ellos se adelantaron y ya habían decidido que me quedara toda la noche.
Estaba demasiado débil. No podía mover ni una mano, y le metían oxígeno por la nariz.
Ya el marido de la media hermana me había dicho que últimamente vivía encerrado, rechazando a todo el mundo. No le abría la puerta a nadie. Cada día huía más y más de la gente. «Era difícil hacer algo por él. A veces iba a verlo, pero ni me abría la puerta. Yo creo que estaba paranoico», me dijo.
Aurelio era un solitario. Su padre fue tornero de metales. Un tipo aburrido, rutinario, monótono. Un tacaño que todo lo medía con precisión. Su madre era una pianista atormentada y botarate, que vivía flotando a un metro del piso. El padre le daba golpes y la madre dulces. Y Aurelio tenía un poco de cada uno. Era medio tacaño y medio botarate, medio loco y medio rutinario, medio hombre y medio mujer. Nos conocimos en la secundaria y siempre sospeché que era maricón, aunque más bien parecía apático al sexo.
Una vez bebíamos cerveza en una playa cerca de su casa. Ya teníamos buena carga y dos muchachas solas nos habían mirado un par de veces, y yo me impulsé:
-Vamos a caerle a esas dos chiquitas, acere, ¡ven pa’cá!
Pero me agarró por el brazo:
-No. No. Vamos a quedarnos aquí.
-Ah, ¿qué te pasa, viejo? ¿Tú eres maricón, te haces pajas, o cuál es el lío tuyo?
-Soy maricón, me hago pajas y no tengo lío. ¿Y tú qué? ¿Tú eres hombre de verdad o te haces pasar por hombre?
-Oye, oye, ¿qué vola contigo, qué coño te pasa?
-Sí, a lo mejor también te gustan las pingas de los negros, y ya me tienes muy cansado haciéndote el tosco siempre.
-Ah, vete pa’l carajo, Aurelio.
Perdí el sentido del humor. Él -como buen maricón- se sintió ofendido y se fue de la playa. Yo me fui con las muchachitas. Total, ni recuerdo qué sucedió después. Y el resultado fue que Aurelio y yo dejamos de vernos unos años. Una tarde pensé que a mí no me importa si el tipo es maricón o no. Allá él con su culo. En definitiva, éramos amigos desde niños y el insolente había sido yo. Así que agarré una botella de ron y salí para su casa a tratar de hacer las paces. No sé entre los esquimales cómo se verá esto. Pero un macho caribeño, joven y garañón, pone en riesgo su prestigio de semental si tiene un amigo maricón. Bueno, nunca me han importado las opiniones de los demás. Y las pocas veces que las he tenido en cuenta ha sido para joderme, equivocarme y al final tener que dejarlo todo y cambiar de rumbo.
Así que fui. Lo saludé. No me disculpé. Abrimos la botella. Su padre y su madre habían muerto. Se había casado tres años atrás. Me presentó a Lina, su mujer. Ésa era otra historia: habían sido novios en la escuela secundaria, apasionados y adolescentes, pero la familia de ella la presionó diciéndole que Aurelio era maricón, pianista, flaco, feo, encorvado, entre otros defectos. Ella lo dejó y se casó con un tipo que era todo lo contrario. Tuvieron dos hijos y él la engañó con todas las mujeres que pudo hasta que ella no resistió más y se divorció. Entonces comenzó de nuevo el romance entre Aurelio, pianista, erudito musical, y Lina, soprano. Ya cada uno tenía más de treinta años. Aurelio había dejado a un lado aquel aspecto de perrito apaleado que siempre tenía. Ahora se dedicaba con pasión a su mujer. Nos veíamos con frecuencia y por primera vez hablamos alegremente de sexo, en veinte años de amistad. Me contaba que se la templaba en la esquina de la cama, en la ducha, en la cocina, en todas las posiciones posibles. Una vez me mostró el Ananga Ranga, que tiene unas posiciones demasiado extrañas para quien no sea hindú.
No sólo se la templaba desaforadamente. También -y ante todo- le montaba un repertorio completo. Le enseñaba a cantar en italiano, alemán, francés. Vivía para ella. No tuvieron hijos. Él acabó de romper lo que quedaba de amor filial con su medio hermana -hija de un matrimonio anterior de su padre-. Se quedó más solitario aún. Se concentró en Lina y se lo jugó todo a esa carta. El matrimonio duró nueve años. Ella le dio sexo y sonrisitas. A cambio él la convirtió en una artista.
En los últimos tiempos ella andaba por ahí, de gira casi siempre. En otras ciudades o en otros países. Y Aurelio cada día más solitario. Ella rutilante, alegre y despreocupada. Él opacado y deprimido. Masticando el fracaso. Creo que le gustaba rumiar el fracaso y la soledad y no movía un dedo para mandarlo todo al carajo y salir de la oscuridad.
Ahora estaba en aquella cama, con un soplador de oxígeno en la nariz, y agujas de sueros pinchándole las venas. Muy nervioso, demasiado débil por la infección que le avanzaba por todo el organismo, resistente a cualquier combinación de antibióticos. Yo estuve unos años caminando por ahí y hacía mucho tiempo que no nos veíamos. Tal vez dos o tres años.
Abrió un poco los ojos. Vio que era yo y trató de sonreírme. Empezó a hablarme muy bajo. Me acerqué para escucharlo. La sala estaba casi a oscuras y había silencio. De vez en cuando alguna enfermera entraba, encendía unas pocas luces, y repartía pildoras y medicinas a algunos pacientes. Después todo quedaba tranquilo de nuevo.
-Creo que me estoy muriendo, Pedro.
-No, no. No digas eso porque no es así, y reposa. ¿No tienes sueño?
-No. Lo que quisiera es empezar de nuevo. A veces creo que me voy a morir, pero en el fondo me parece que no. Que puedo empezar de nuevo. Si Lina regresara de España a lo mejor empezamos otra vez.
-¿Lina está en España?
-Sí. Me lo dijo ayer mi hermana. Tiene una gira por Italia y España. Y se fue. Me dejó inconsciente y se fue. Tenía que hacerlo, Pedro. Yo la comprendo. Si deja el espacio vacío enseguida la ponen a un lado. Ahhh, cómo la amo. Es lo único que tengo en la vida.
-¿Cómo vas a decir eso? ¿Y por qué se fue a Europa y te dejó muriéndote, chico? ¡No seas cabrón!
-Es que... para ella fue muy duro.
-¿Qué fue duro?
Aurelio respiró profundo unas cuantas veces y empezó a llorar. Se le salían las lágrimas. Lo dejé que llorara un rato, sollozaba y los mocos le tupían las mangueras de oxígeno en la nariz.
-Oye, contrólate. No llores más y aguanta. Estas mangueras se están tupiendo y te vas a morir pal carajo. Aguanta, aguanta.
-Yo lo que soy un maricón de mierda, Pedro Juan.
-¿A qué viene eso ahora? Deja eso.
-El problema fue que me enamoré de un muchacho, un tenor, que hace dúo con Lina. No pude contenerme, es un Adonis. Me gustó demasiado, y estuvo conmigo tres veces. Hicimos de todo. ¡Es más maricón que yo veinte veces! Pero se lo dijo a ella.
-¿Cómo? ¿Que se lo dijo a ella?
-Sí. No sé por qué. Se lo dijo. Estábamos ensayando los tres en la casa, alrededor del piano, y de pronto el muy maricón empezó a gritar, histérico. Le dijo que yo me le tiré a besarlo y a cogerle la pinga. Se hizo el violado y me puso a mí de violador. Eso es imposible porque él hace pesas y es como Charles Atlas, un masacote de músculos.
-Así y todo. ¿Tú no cogiste un palo y le partiste la cabeza?
-No, yo me puse tan nervioso que me dio por llorar. Además, Lina no me dio tiempo a nada. Me formó un escándalo que hasta los vecinos lo oyeron. Me gritó que ella siempre se lo había imaginado, y que yo le daba asco. Me lo repitió muchas veces. Que yo le doy asco. Y salió gritando de la casa que iba a buscar un abogado para divorciarse. Que se iba libre para Europa. Cuando me quedé solo en ese caserón tan grande, me puse demasiado triste y me dio tanta pena que todo el mundo supiera...
-¿A ti qué te importa la gente, Aurelio? Tu vida es tu vida.
-¡No, no!
-¿Y entonces te envenenaste?
-No. Todo eso sucedió al mediodía. Por la noche aún no había regresado. Y yo no podía salir de la casa. No tenía fuerzas para moverme de la butaca. Entonces recogí todas las píldoras que encontré en la casa y me las tomé y me inyecté aire en las venas con una jeringuilla, y me entré a cintarazos por la espalda. Hubiera querido tener un látigo para destrozarme. Quería hacerme pedazos. Descuartizarme. No quiero ni acordarme. Me volví loco.
-Bueno, cálmate ya.
-Me hace falta que Lina regrese. A lo mejor empezamos de nuevo. A mí ella me gusta mucho, Pedro Juan, me gusta mucho. ¡No sé por qué cono me tuve que enamorar de ese tipo! ¡Traidor de mierda, cínico!
Todo esto me lo dijo llorando a sollozos. Casi sin poder hablar. Rabiando. Después se quedó demasiado tranquilo, con los ojos cerrados. Llamé a la enfermera. Estaba inconsciente de nuevo. Ella le tomó el pulso y salió corriendo a buscar una camilla. Lo llevaron de regreso a la sala de terapia intensiva. Cuando entraron con él me detuvieron en la puerta:
-¡Espere ahí! Aquí no puede entrar.
Allá dentro oí gente corriendo y alguien, asustado, gritó:
-¡Está en paro, está en paro! ¡Un vibrador! ¿Dónde está el vibrador?
Y ya no pude más y me derrumbé a llorar como un niño. Una mujer se me acercó, me tocó por un hombro y me dijo: «Hay que ser fuerte, hijo, ¿tú tienes fe?» Yo me viré y la miré con furia. Creo que tenía un rosario y una Biblia en la mano:
-¡Qué fuerte ni qué cojones, señora! ¡Vayase pal carajo y déjeme en paz!

This entry was posted on 26 agosto 2013 at 20:52 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

1 comentarios

Me ha encantado este cuento, voy a buscar la trilogía y leerla ya que he disfrutado mucho leyendo este aporte. Mis felicitaciones por extraerlo y tomarte las molestias de publicarlo, yo soy gay y la verdad es que me ha resultado fascinante.

20 de agosto de 2016, 15:46

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