Virgilio Piñera - "Cómo viví y cómo morí"

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Cuentista, poeta, novelista y dramaturgo cubano. Aunque él se autodefinió como "teatral", los cuentos acabaron formando una parte muy importante de su obra, hasta el punto de estar considerado uno de los principales cuentistas hispanoamericanos del siglo XX. Su narrativa siempre se sustentó sobre el humor irónico, el absurdo, la negación y la locura. Su objetivación de la locura ha dado lugar incluso a la etiqueta de "locura piñeriana", una característica común en su obra. Además, en sus cuentos suele aunar el surrealismo con el expresionismo y un punto existencialista.
Es cuento pertenece al volumen "Cuentos fríos" de 1956.

Pues viví, salvo algunas satisfacciones de tono menor, como un miserable. Un miserable es un ser humano cuyo trasero se encuentra a la disposición de todos los pies; absolutamente de todos los pies, comprendidos los mismos pies de los miserables. Un detalle curioso: si un juez o un periodista me preguntasen qué animal he visto más en mi vida, le diría sin vacilación que la cucaracha. Más que perros y gatos, animales que siempre ganarían en un concurso de compañeros del hombre. Y juré, en uno de esos raros días en que mi estómago estaba repleto, que si por un vuelco de la fortuna llegaba a ennoblecer mi vida, en mi escudo aparecería una magnífica cucaracha de oro en campo de azur. Sin embargo, odio profundo, reconcentrado; odio hecho de quejidos y suspiros debería tener por estos animales. Así como en un año más de vida la miseria progresaba, al igual las cucarachas se hacían más numerosas en tomo de mí. Y como algunos, al final del año, son gratificados con dinero, con acciones, con regalos, con palacios y hasta con mujeres, mi regalo, mis acciones, mis dividendos eran cucarachas. Recuerdo especialmente un final de año, más miserable si cabe que otros, en que al entrar en mi cuarto, desfallecido hasta la extenuación (venía de una de esas reuniones pascuales de empleados de quinta categoría), una bandada de cucarachas, al encender yo la luz, salió revoloteando en todas direcciones, como ese público que estalla en aplausos al paso de su querido soberano... Perdón, pero no puedo dejar de mencionar a estos animales. Ademas, si no hablo de las cucarachas, ¿de qué hablaría? De mis lamentaciones, de mi hambre, de mis fracasos, de mis terrores, han sido las cucarachas mudos testigos. Porque uno sale y puede encontrarse a un amigo y contarle su hambre; ver a un primo y pedirle un peso prestado; llegar, después de tribulaciones sin cuento, hasta la mesa de un ministro e implorar unas migajas, pero ni el amigo, el primo o el ministro son testigos mudos de nuestra vida. Ellos son del momento y las cucarachas son de siempre. Al principio, quiero decir, en esos años en que todavía el alma espera algo, trataba de exterminarlas; después de un fatigoso asalto contra estos insectos, me decía que todo iba a cambiar, que la fortuna tendría que sonreírme: si no existía una sola cucaracha en mi cuarto, tampoco mi vida podría tener el ínfimo valor de una cucaracha. Alguien, seguramente, ya se acercaba a mi puerta para ofrecerme la sabrosa pulpa de la abundancia; oía claramente sus pasos y hasta veía su mano tendida, plena de dones. Mas fueron llegando, en cambio, esos años en que sólo se escuchan los ruidos siniestros de un estomago vacío; entonces ya deje de exterminarlas, comprendí que eran parte de mí mismo, que el resto del mundo me resultaba pura apariencia y ellas la única realidad. Todo me escapaba menos las cucarachas; se impusieron tan férreamente que yo comencé a ver alas de cucarachas en los brazos de las gentes y patas en sus piernas. La cosa se resolvió en catástrofe el día que dije a un señor que acababa de regalarme un traje usado: «Dios se lo pague, cucaracha...» Me sumí en abismos. Corrí a mi cuarto y me encerré. Decidí no salir mas a la calle. Estaba perdido: si yo veía al mundo como una enorme cucaracha, ¿qué podía esperar de mis semejantes? No se sabe de ninguna cucaracha que haya hecho algo constructivo; por el contrario, devoran todo lo que se pone a su alcance. Entonces, para qué seguir luchando... A los pocos días me estaba muriendo. No hubo cambio alguno por esto: las cucarachas prosiguieron fielmente yendo y viniendo, revoloteando, despidiendo su olor nauseabundo, haciendo ese ruido horrendo con sus alas y, como mi postración se acentuaba cada vez más, comenzaron a posarse en mi propio cuerpo; al principio, tímidas, después más audaces, devorando pedacitos de tela en espera de algo mejor; una falange avisaba a la otra y, en una breve iluminación de mis sentidos, percibí su peso tremendo, como una armadura encima de mis huesos. ¿Será aventurado pensar que la justicia, echando abajo mi puerta, lanza un grito de asombro al contemplar a la cucaracha más grande sobre la faz de la tierra?

This entry was posted on 09 abril 2013 at 20:15 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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