Una de las grandísimas autoras estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX. El New York Times dijo con ocasión de su muerte: "fue uno de los primeros escritores estadounidenses en explorar las vidas de las mujeres -en su mayoría judías, en su mayoría neoyorquinas- en toda su cotidianeidad". Aunque tal vez lo que mejor la defina sea su sentido del humor. Cuenta su amiga Ursula K. Le Guin que en una ocasión un admirador le preguntó, "Grace, usted hace de todo, cuida de sus hijos, es activista política, incluso ha ido a la cárcel por ello, apoya diferentes causas humanitarias, da conferencias, escribe poesía y cuentos y enseña a escribir poesía y cuentos, ¿cómo lo hace?" a lo que contestó, "Oh, bueno, ya sabes, tengo todo el día libre". Enlazando con el artículo de Le Guin que puse en la entrada anterior, yo me pregunto si le habrían hecho esta pregunta de haber sido un hombre.
Este cuento pertenece al volumen "Más tarde, el mismo día" publicado en 1985.
La versión es la de César Palma.

Mi abuela estaba sentada en su sillón. Dijo: De noche, cuando me acuesto, no consigo descansar, mis huesos chocan entre sí. Por la mañana, al despertarme, me digo: ¿Cómo? ¿He dormido? Dios mío, todavía estoy aquí. Y seguiré en este mundo para siempre jamás.
Mi tía estaba haciendo la cama. Fíjate cómo es tu abuela. No suda. No hay que lavarle nada, ni medias, ni ropa interior, ni sábanas. Viendo esto no podrías hacerte una idea de la vida que ha tenido. No ha sido vida; ha sido una tortura.
¿No nos quiere?, pregunté.
¿Quereros?, dijo mi tía. Pero ¿acaso hay algo más importante que vosotros, niños? Y tu primo de Connecticut.
¿Y eso no la hace feliz?
Mi tía dijo: ¡Ay, con todo lo que ha visto!
¿Qué?, pregunté. ¿Qué es lo que ha visto?
Algún día te lo contaré. De momento, te voy a decir una cosa. No quieras ser el abanderado. Cuando seas mayor, te tocará estar en una manifestación o en una huelga o en algo parecido. No tienes que ser tú, deja que otro lleve la pancarta.
Porque Russya llevaba la bandera, ¿es por eso?, pregunté.
Porque era un chico excelente, de apenas diecisiete años. Tu abuela, sin ayuda de nadie, lo recogió en la calle -estaba muerto-, y lo trajo hasta casa en el carro.
¿Qué más?, pregunté.
Mi padre entró en la habitación. Dijo: Ella, al menos, ha vivido.
¿No has vivido también tú?, le pregunté a mi tía.
Entonces mi abuela le cogió la mano a mi tía Sonia. Si por algo no pego ojo de noche, es porque pienso en ti. Ya lo sabes. ¿Qué va a ser de ti? No tienes vida.
¿Y de nosotros, abuela?, pregunté.
Mi tía suspiró. Pequeña. Salgamos a dar un bonito paseo, cariño.
Durante la cena nadie decía nada. Así que le volví a preguntar: Sonia, dime sí o no. ¿Tienes vida?
Ja, dijo. Si realmente te interesa saberlo, lee a Dostoievski. Luego todos se pusieron a reír sin parar.
Mi madre trajo té y confituras.
Mi abuela dijo, mirándonos a la cara: ¿De qué os reís?
Pero mi tía dijo: ¡Reíd!

This entry was posted on 25 agosto 2012 at 19:04 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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