Pablo Palacio - "Brujerías"

Posted by La mujer Quijote in ,

LA PRIMERA:
Andaba a caza de un filtro; de un filtro de amor; de uno de esos filtros que ponen en los libros ocultistas
Para obtener los favores de una dama
Tómese una onza y media de azúcar cande, pulverícese groseramente en un mortero nuevo haciendo esta operación en viernes por la mañana, diciendo a medida que machacaréis: abraxas abracadabra. Mezclad este azúcar con medio cuartillo de vino blanco bueno; guardar esta mezcla en una cueva oscura por espacio de 27 días; cada día tomad la botella que no ha de estar enteramente llena, y la menearéis fuerte por espacio de 52 segundos diciendo abraxas. Por la noche haréis lo mismo pero durante 53 segundos y tres veces diréis abracadabra. Al cabo del 27 día...”
Pero este muchacho no estaba al tanto de los grandes secretos ocultistas y buscaba una bruja que le confeccionara la bebida maravillosa.
Si yo lo sé, lo evito a todo trance.
Bastaba con facilitarle los “ADMIRABLES SECRETOS” DE, ALBERTO EL GRANDE y el HEPTAMERÓN compuesto por el famoso mágico Cipriano e impreso en Venecia el año de 1792 por Francisco Succoni. Lo de los filtros es elementario en ciencias mágicas.
Pero el atolondrado no pregunta; no consulta con los entendidos; no avisa siquiera a nadie: va en busca de una bruja; da con una, flaca y barriguda como una tripa inflada a la mitad; se lo cuenta todo, y la bruja se enamora de él.
¡Ah, bruja pícara! Dizque le decía, babosa y arrugada:
-Mi bonito, le vamos a dar una bebida que le caiga al pelo.
Y le mandaba ir todos los días. Y le metía las manos entre los sobacos. Y le acercaba mucho a la cara su espléndida nariz; su espléndida nariz borbona, ancha, colorada, ganchuda, acatarrada.
Yo no sé como la bruja no hizo una barbaridad, como a darle a beber del filtro.
“Para obtener los favores de un hombre”
y hubiéramos tenido la aventura más divertida. La aventura que ofrecería el contraste estético por excelencia.
Pero lo que más me habría gustado sería sin duda esa magnífica elegía de las bocas, para usar los términos de los literatos finados. Figúrenselo ustedes al muchacho enamorado de la vieja, besándola vorazmente la boca hedionda acorazada por dos caninos amarillos y extasiándose ante sus ojos pitarrosos y encharcados. Oigan ustedes los quejidos amorosos de la estantigua, y las palabras dulces, y los reproches, y el crujido de los huesos; y vean las babas que le chorrean por las comisuras, y el desmayo de las pupilas bajo los párpados avejigados. ¡Y véanlo a él! ¡Sobre todo a él! Él, que es el divino. Sonriendo, acariciándola el pecho, donde dos manchas como pasas figuran los senos. ¡Oh, la magnífica historia que hemos perdido!
La bruja se portó avara y no quiso brindarnos, según yo creo, con el magnífico espectáculo de su dicha.
Habrá tenido algún motivo cabalístico que le impidiera hacer lo que queda dicho.
No lo sé bien. Pero el hecho es que ya sea por alguna rebeldía del joven ya por la imposibilidad de la realización de sus deseos, resolvió vengarse de una manera original.
Le dio dos filtros; uno para ella, para la rival de la bruja, y otro para él, el infortunado.
Ambos debían ser bebidos al mismo tiempo.
Y acaeció que habiendo sido cumplidas justamente las indicaciones, ella en el balcón de su casa y él en la esquina de la calle, empezaron a ser sentidos los efectos.
La muchacha dio un salto del balcón abajo y se dirigió donde su dueño, quien sintió que unas extrañas prolongaciones le brotaban por los poros del cuerpo.
Completamente loco, echó a correr; la otra también corrió. Era divertido: él adelante, ella atrás.
Como esto sucedía en un pueblo -sólo en los pueblos suceden estas cosas-, pronto llegaron al campo, frente a la casa de la bruja.
El desdichado no pudo dar un paso más: vio que se le despedazaban los vestidos y una multitud de hojas frescas le salían del cuerpo. Se le erizaron las arterias inferiores y, taladrándole con furia los pies, desaparecieron en la tierra. Un brazo se le hundió en el tórax y le salió por la cuenca de un ojo, cargado de ramas. Se estiró sobre una sola pierna; se abombó; crujió bajo el viento; echó raíces fuertes; dio un gran grito.
Y la muchacha, como estúpida, agrandó los ojos y se quedó mirando el árbol.
El naranjo, este naranjo sentimental, bajo la luna quería llorar las noches como los remos al ser levantados sobre el agua: exquisita y romántica sentimentalidad.
El naranjo, como todos los naranjos, quería ir a darse un paseo por el pueblo y estirar las piernas en alguna velada de señoras y limpiarse cómodamente la nariz con un amplio moquero de lino.
La bruja abría todas las mañanas una ventana y estornudaba sobre el naranjo; entonces sus hojas se estremecían, se achicaban como sensitivas. Para justificar el estremecimiento del naranjo, figúrese usted que una vieja como esa le refresca la cara con su catarro.
Una tarde hubo tempestad y cayó un rayo sobre el naranjo. Al otro día, la bruja, gozosa, fue a escarbar los escombros y sacó unas entrañas podridas.
Estas entrañas, bien pulverizadas, disueltas en sangre de abubilla, sirven para repetir la operación infinidad de veces.
Aunque no es preciso que sean las mismas; pueden servir cualesquiera, siempre que sean arrancadas con las uñas, en domingo y a la hora de Marte.
Pero, para todo, es preciso que usted lea velozmente y en todos los sentidos posibles este arreglo cabalístico que consta en todos los libros mágicos:
A
AB
ABR
ABRA
ABRAC
ABRACA
ABRACAD
ABRACADA
ABRACADAB
ABRACADABR
ABRACADABRA

LA SEGUNDA :
Es indiscutible la superioridad numérica, entre gente entendida en achaques ocultistas, de las hembras sobre los varones. La minuciosa estadística de Marbarieli arroja el siguiente porcentaje:
Brujas 87
Brujos 13
incluyéndose en este último tanto un 5% de niños que han resultado verdaderos prodigios. Algunos, especialmente en el género adivinatorio, han sobresalido con mucho de sus mayores.
Lo dicho con respecto a la cantidad es casi más evidente cuando se trata de la calidad. Las acciones de las primeras son notablemente superiores por la intención, delicadeza y seguridad en los resultados.
Aunque no quiere decirse con esto que los hombres carezcan de cualidades misteriosas; en veces, cuando ponen interés, son verdaderos artistas.
Para comprobarlo le recordaré a usted el caso ocurrido hace cinco años, a propósito de una vulgar infidelidad conyugal. Actuó el famoso Bernabé, victimado últimamente por sus enemigos, para lo que fue necesario incendiar un bosque de una legua por lado, donde, por desgracia, tuvo que ocultarse sin haber tomado previas precauciones.
¡El pobre Bernabé! Un brujo largo de nariz chata, ojos viscosos y boca prominente; de cabello enmarañado y nuca forunculosa.
A Bernabé debiera erigírsele una estatua.
Yo lo tengo por el maestro insuperable de los maridos burlados. Es acaso el único que hasta ahora haya pretendido una verdadera revolución en el sentido de transformar, por sus bases, la rutina establecida en los casos de venganza por traiciones de índole amorosa.
Cuando usted obtenga pruebas irrefutables o cometa el desacierto de sorprender in fraganti a su señora en una de sus aventuras, y creyendo obrar como un caballero saque su ridículo revólver y dispare 3 o 4 veces sobre la infiel, estése convencido de que su situación será completamente risible, desde todo punto de vista.
Hoy ya no se mata al cónyuge adúltero: la práctica de Bernabé está enormemente generalizada.
Parece que el inocentón entró de improviso en su alcoba, a altas horas de la noche, de regreso de una misa negra. Su esposa no tuvo tiempo de ocultar al otro y fueron sorprendidos en circunstancias visiblemente comprometedoras.
Y como si tal, Bernabé dio media vuelta.
Algún marido burlado va a reírse de Bernabé. Pero no tiene derecho. ¡Juro que no tiene derecho!
Bernabé buscó en su gabinete 3 onzas justas de cera negra; añadióla parte igual de cabellos arrancados con sigilo a los traidores y empapados previamente en lágrimas de niño recién nacido; moldeó en la mezcla dos figuras de perro y soplando en el aire polvo de higo seco, plumas verdes de papagayo y sal marina, empezó a dar solemnes vueltas en torno a la mesa, al mismo tiempo que evocaba los nombres augustos de Yayn, Sadedali, Sachiel y Thanir.
A la doceava vuelta empezó la cera a animarse y girar en el mismo sentido que Bernabé. El de la traición, que había saltado por una ventana baja y corría con dirección a lugar seguro, bajo el poder del encantamiento se detuvo sin saber por qué, y pensando que era más agradable estar un momento con la del cornudo que desbocarse atolondradamente por esas calles, volvió sobre sus pasos, escaló de nuevo la ventana y empezó a hacer morisquetas a la mujer, riendo y babeando. Ambos se hacían morisquetas. A gatas, como si fueran niños.
A todo esto, Bernabé daba vueltas en torno a la mesa. Cuando llegó a la vigésima cuarta dijo, crispando las manos:
“¡Dahi! ¡Dahi!”
y los de la alcoba saltaron dos veces sobre sus manos y sus pies, así en las posturas inocentes en que estaban.
Bernabé seguía, con creciente velocidad. Las figuras de cera apresuraban también.
En los de la alcoba: a cada uno una punzada en el coxis y vehemente deseo de mirarse el coxis, de lamerse el coxis. Una contorsión del cuello y el seguir vertiginoso de la cabeza a la curva del cuerpo, sobre manos y pies, en movimiento centrípeto, mientras los vestidos se esfumaban y una curiosa prolongación, arqueada y móvil, les nacía del coxis. Plegaban los labios, al crecimiento de los caninos, y olfateaban, remangando la nariz aplastada y negra. El cuero se les cubría de una tupida pelambre gris. Se les saltaban los ojos de las órbitas y daban resoplidos feroces.
Al fin se empequeñecieron, tomando figura de perros, y pararon jadeantes, con la lengua afuera, estremecida la piel.
Bernabé entró, les miró regocijado, les propinó dos rencorosos puntapiés: bajaron las ancas y guardando la cola entre las piernas saltaron atropelladamente por la ventana. Y se fueron a ladrar a la luna; a dar alaridos en las noches, mordiéndose las piernas; a atormentarse con la prostitución obligada de los perros.
Todos los perros vagabundos han sido gente adúltera: todos los perros que lloran, mordidos por los perros domésticos, y que se pasan los días, tendidos, arrinconados, con las mandíbulas entre las patas delanteras, comidos por el sol.
Cuidado, que de repente le cogerán a usted por una pierna y le sacudirán con furor hasta arrancarle pedazos.
Yo tiemblo siempre que me roza uno de esos perros esmirriados, huesudos, que tienen prendido en una pupila un destello humano y trágico...
¿Eh?
¡Pasen una luz!
Tengo para mí que se han introducido en casa los ladrones.

This entry was posted on 02 enero 2011 at 20:47 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

4 comentarios

denadadora  

Con respecto a la música que pone aquí, usted hace una selección de canciones propia o son parte del programa?? Es que quiero poner en mi blog música pero con una lista propia hecha por mi.

4 de enero de 2011, 18:01

Con Magnatune yo elijo el disco, no las canciones. De todas formas hay webs tipo goear en las que una puede seleccionar las canciones.

4 de enero de 2011, 20:15
denadadora  

Prueba superada, después de unas cinco horas intentando poner canciones en mi blog. Ahora es mucho más bonito.Gracias

5 de enero de 2011, 1:00

Me alegra haber podido ayudar.

5 de enero de 2011, 10:28

Publicar un comentario