Antonio Mingote - "Carta de amor"

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Este catalán, al que muchos consideran madrileño, aunque más conocido por su faceta de humorista gráfico (viñetista o como lo quieran llamar) e ilustrador, es también escritor, principalmente de cuentos, y guionista, tanto de cine como de televisión. En muchas de sus obras podríamos definir su humor como jardielista, aunque menos cínico y ácido que Poncela y sí más triste. La soledad del ser humano es una constante en sus trabajos. A mi me gusta especialmente su humor negro.


Querida señorita Matilde:
No piense cuando reciba esta carta de amor que la he escrito apremiado por la pujante primavera que embriaga los sentidos. No, señorita Matilde, lo hago porque el examen del implacable calendario me advierte que el tiempo pasa raudo, y no puedo perder un minuto más sin comunicarle un antiguo sueño en el que me veo cabalgando, incansable, hasta llegar a su casa; hago allí caracolear mi caballo tordo bajo su balcón y usted aparta el visillo de encaje para saludarme gentilmente con su mano blanquísima.
Usted me tildará de fantasioso diciendo que un humilde jornalero como yo no puede tener un caballo tordo ni de ningún otro color, y que bastante haré con mirar su balcón desde lejos, ya que si osara acercarme, sus criados azuzarían contra mí los perros ferocísimos.
Pero ¿es acaso imposible que por un capricho del azar —se celebran rifas y loterías sin cesar, señorita Matilde— me vea yo dueño de un caballo que a mí me gusta imaginarlo tordo y que haría que sus criados me saludaran con respeto?
Muchas veces he imaginado que los dos correteábamos por los campos y yo le cantaba hermosas canciones de amor mientras usted saboreaba los arándanos silvestres u otros frutos recolectados por mí, a veces con riesgo de mi vida, al borde de enormes precipicios. Usted dirá a esto, señorita Matilde, que, como es completamente sorda, sería inútil que le cantara nada. Pero yo le digo: usted limítese a saborear los arándanos en silencio —puesto que también es muda—, y deje que yo me ocupe de lo demás.
También me imagino a veces a mí mismo paseando a su lado por el jardín bañado por la luna, llevándola a usted tiernamente abrazada por el talle y sintiendo en mi mejilla el roce de sus cabellos rubios como el oro. Usted objetará sin duda que mal podría pasear conmigo por el jardín, con luna o sin ella, cuando le es imposible abandonar la silla de ruedas que usa desde que se quedó completamente paralítica. Pero yo le diré que no hay barreras para la imaginación y puedo imaginármela caminando, como puedo imaginar que sus cabellos blancos son rubios, tal como eran hace cuarenta años, cuando la vi por primera vez.
Si cree, en fin, que todo es tan difícil, déjeme imaginar algo sencillo, como el ir hasta la puerta de su casa, a pie desde luego, y dejar en el umbral un ramito de violetas. Y si usted me dice que tampoco esto es posible porque los guardianes de la cárcel no me permitirán salir, y menos para una cosa tan tonta como dejar violetas en su puerta, le replicaré que tiene razón, pero, en cambio, puedo escribirle una larga poesía amorosa y mandársela por correo, que eso sí me estaría permitido.
Usted me dirá que no puedo escribir nada puesto que soy analfabeto; y yo le contestaré que puedo dictársela a alguien, que aquí hay gente muy culta.
Al llegar a este punto seguramente usted aducirá que poca cosa puedo dictar en la media hora que queda antes de amanecer, cuando se cumplirá la sentencia que me condena a ser colgado por el cuello de una horca en el patio de la prisión. Y yo le replicaré que si se pone usted así no vamos a ninguna parte, señorita Matilde.
En fin, yo me he esforzado en ser amable, pero si usted se empeña en sus tiquismiquis, allá usted.
Suyo afectísimo,
Eduardo Tejeruela.

This entry was posted on 03 marzo 2010 at 19:05 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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