Cyrano de Bergerac - "Historia cómica o viaje a la luna"

Posted by Arabella in ,

Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac (1619-1655).
Pues sí, Cyrano de Bergerac existió. Fue un escritor francés, poeta y librepensador. Sin embargo su nombre es famoso debido, no a sus obras, sino a la obra de teatro "Cyrano de Bergerac" que Edmond Rostand escribió unos 250 años después de la muerte de Cyrano y en la que narra una época de su vida.
La verdad es que es bastante complicado encontrar algún libro de Cyrano en las librerías, en las de viejo suele haber más posibilidades.
Estaba la Luna en el lleno y el Cielo despejado, y ya habían sonado las nueve de la noche cuando, regresando de Clamart, cerca de París (cuyo actual mayorazgo, el señor Cuigy, nos había obsequiado a mis amigos y a mí), los múltiples pensamientos que esa bola de azafrán nos sugirió fue divirtiéndonos durante nuestro caminar; porque con los ojos anegados en ese gran astro, ya lo consideraba alguien como una buhardilla del cielo; ya otros aseguraban que era la plancha con que Diana saca brillo a la pechera de Apolo, y otros creían que bien podría ser el Sol, que habiéndose despojado de sus rayos por la tarde miraba por un agujero lo que pasaba en el mundo cuando él no estaba alumbrándolo. «Y a mí, les dije yo, que me complace unir mis entusiasmos con los vuestros, me parece, sin que me seduzcan vuestras agudas hipótesis, con las que pretendéis distraer al tiempo para que pasa más de prisa, me parece, os digo, que la Luna es un mundo como este nuestro, y que a su vez la Tierra sirve de Luna a esa que veis vosotros».
Algunos de mis compañeros soltaron una gran carcajada cuando yo hube dicho tales razones. «Puede ser, les repliqué yo, que en la Luna haya también algunos que en este momento se estén burlando de cualquiera que afirme que este globo nuestro es un mundo.» Pero por más que les quise convencer de que esa opinión mía era la de muchos grandes hombres, no conseguí que dejasen de reír, como lo estaban haciendo de muy buena gana.
No obstante, este pensamiento, cuya audacia agitaba mi espíritu afirmada por la contradicción de los otros, se fue afincando tanto en mi ánimo, que ya durante el resto del camino me quedé embarazado con mil definiciones de la Luna que no podía alumbrar; de suerte que, a fuerza de apoyar esta creencia burlesca con argumentos casi serios, ya faltaba poco para que yo me desdijese, cuando el milagro o la casualidad, la Providencia, la fortuna, o quizá lo que comúnmente se llama visión, ficción o quimera, o locura si se quiere, me suministró la ocasión que me inclinó a esta idea. Cuando llegué a mi casa, subí a mi estudio y encontré sobre la mesa un libro abierto que yo no había dejado allí. Era el de Cardán, y aunque no tuviese el propósito de leer, dejé caer los ojos, como si fuese por fuerza, sobre una historia de este filósofo que dice que estudiando una tarde a la luz de una candela vio entrar, filtrándose por las puertas cerradas, a dos grandes ancianos, los cuales, después de mucha preguntas que él les hizo, contestaron que eran habitantes de la Luna, y desaparecieron en diciendo esto. Me quedé tan sorprendido al ver un libro que había llegado hasta mi mesa él solo, sin que nadie lo dejara allí, y al ver que además se había abierto en aquella ocasión y precisamente por aquella página, que tomé todos estos incidentes encadenados como una inspiración que me obligaba a dar a conocer a los hombres que la Luna es un mundo. «¡Cómo -me decía yo a mí mismo -, después de estar hablando todo el día de una cosa, un libro que acaso es el único en el mundo donde estas materias se tratan tan detalladamente vuela de mi biblioteca a mi mesa, para abrirse precisamente por las páginas de tan inaudita aventura, y arrastra a mis ojos, como con una fuerza secreta, hasta él, y luego suministra a mi fantasía las reflexiones y a mi voluntad los propósitos que yo he formado! Sin duda -continué diciéndome a mi mismo - los dos viejos que se aparecieron al gran Cardán no eran otros que los que han cogido mi libro y lo han dejado en mi mesa abierto por esas páginas para ahorrarse conmigo la arenga que a Cardán le hicieron. ¿Pero - pensaba yo - no sabré resolver esta duda si no subo hasta allá? ¿Y por qué no? - me replico luego -. Prometeo en otro tiempo fue al Cielo y robó el fuego. ¿Acaso yo soy menos osado que él? ¿Y tengo motivos para no confiar en un éxito tan favorable como el suyo?»
...

This entry was posted on 13 mayo 2009 at 20:16 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

0 comentarios

Publicar un comentario