Cristina Peri Rossi - "El centinela"

Posted by Arabella in ,

La guerra terminó hace varios años, pero él permanece allí, en el que fuera campo de batalla, custodiando los despojos: A ambos lados del suelo yermo se han construido largas autopistas por donde los autos resbalan, raudos, en fila, con las plateadas carrocerías incendiando el horizonte. También se eleva un supermercado. La enorme mole se yergue solitariamente, como una torre, pero tiene un rótulo en el techo y luces de colores. Antes, en ese lugar, los tanques se disponían en orden, para la batalla. Es posible, todavía, tropezar con el casco de una bomba o una bala perdida. Pero los atareados transeúntes no reparan en estas cosas: los ve bajar de los autos en la playa de estacionamiento, sumergirse en las grandes bocas de la tienda y luego reaparecer —han pasado un par de horas— cargados con bolsos y paquetes. No le interesa el destino de esa gente. Monta guardia a la boca de la trinchera, donde ahora crecen pastos secos. Da cinco pasos hacia el Este y ocho hacia el Oeste; cuando ha recorrido se camino, vuelve a repetirlo.
Se alimenta de latas de conserva y de las naranjas que roba, por la noche, de un campo vecino. Es el único momento en que abandona la guardia, aunque propiamente no puede decirse que se trate de un abandono: por la noche las escaramuzas se suspenden y puede reposar un poco, comer naranjas, aflojar las botas. No le preocupa el estado de su uniforme. En el foso de la trinchera se conservan dos fusiles herrumbrosos, una gorra de soldado quemada por una bala, la quilla de una granada y la quijada de un muerto. Al principio se organizaban excursiones para disuadirlo. Autoridades municipales, el juez de paz, un médico y un abogado. No les prestó atención. Una vez llegó también su mujer; le habló de tiempos mejores, de la construcción de la casa, de cierta pensión que podría tramitar. No la escuchó. Miró hacia arriba, el blanco cielo, y le pareció que entre las nubes deshilachadas se escondía un avión.
En cuanto al territorio que custodia, no ha crecido una sola planta, ni lo permitiría. Tampoco permitiría que se erigieran casas, tiendas, autopistas. Ha de quedar yermo y desolado, repleto de cascos, como estaba antes.
Con el tiempo, los embajadores dejaron de asistir. Él respiró tranquilo. El juez de paz, el abogado, el alcalde y el médico se olvidaron de él. Por lo demás, el territorio que ocupa —que custodia— está en pleito, desde el fin de la guerra, y todos creen que morirá antes de que tenga dueño. Se lo disputan el supermercado y una cadena de parkings. Construirán un almacén de mercaderías o la prolongación de la playa de estacionamiento. Antes va a limpiar los fusiles, colocará la gorra del soldado sobre un poste de telégrafos, lustrará la quilla de la granada y la quijada del muerto. No confía en la memoria de los vivos y sabe que los museos están vacíos.

This entry was posted on 03 mayo 2009 at 19:00 and is filed under , . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

0 comentarios

Publicar un comentario